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viernes, 5 de abril de 2013

En silencio, detrás de las imágenes.

Muchas veces ignorados, los montajistas son el alma detrás de cualquier película. ¿En qué consiste el oficio y cómo evolucionó a través del tiempo? Hablan referentes de nuestra industria.

POR Cecilia Fiel


Compaginador, montajista, editor, son tres sinónimos para referir a la “cocina” del séptimo arte. Ya lo dijo Orson Welles “En la sala de montaje se fabrica toda la elocuencia del cine”, léase, donde se organiza el material y se construye un relato. Desde hace un tiempo, nuevos aires renuevan el oficio. Es llamativo que hacia fines de 2012 irrumpan, al mismo tiempo, dos asociaciones de montajistas, la Sociedad Argentina de Editores (SAE) y Asociación de Editores Audiovisuales (AEA); paso importante si se tiene en cuenta que el America Cinema Editors data de 1950. Los factores que llevan a la organización del sector pueden ser varios, pero lo que primero salta a la vista es la necesidad de poner en valor el oficio del editor en un contexto de precarización laboral.

La presencia de la mujer como montajista es otro dato no menor. Atrás queda su presencia vinculada, exclusivamente, al corte de negativos. Margarita Bróndolo, una joven de un siglo de vida, cortó negativos por más de cincuenta años. El nombre de Liliana Nadal (El sexo de las madres, de Alejandra Marino, 2012) viene a marcar una transición ya que fue cortadora de negativos y, actualmente, montajista. Pero hoy las mujeres se incorporan, directamente, como montajistas y de primera línea, caso de Andrea Kleinman (Papirosen, de Gastón Solnicki, 2012).

En este contexto, próximamente, estará en las calles un libro pionero en el tema ya que será el primero dedicado a montajistas argentinos, La película manda. Conversaciones sobre el montaje cinematográfico en Argentina, de Alberto Ponce y editado por UNTREF.

Lo cierto es que detrás de un gran director hay un gran compaginador. La historia del cine ha dado grandes duplas de directores-montajistas como, por ejemplo, Francis Ford Coppola-David Murch, Martin Scorsese-Thelma Schoonmaker, QuentinTarantino-Sally Menke, Pedro Almodóvar-José Salcedo, Tomás Gutiérrez Alea-Nelson Rodríguez y Fernando Solanas-Juan Carlos Macías, por mencionar solo algunos. En la genealogía de montajistas argentinos, la figura pionera es Antonio Ripoll, formado en la transición de la época de oro del cine argentino a los nuevos cines. Quien fuera su asistente, Miguel Pérez, director de La república perdida (1983) –el documental más taquillero de la historia del cine argentino– perfeccionó los saberes trasmitidos por Ripoll y fue más allá al dedicarse a la enseñanza del oficio. Podemos decir que Pérez fue el primero en sistematizar saberes y en “hacer escuela”. El árbol genealógico podría continuar con Marcela Sáenz, asistente de Pérez y de quien fuera su socio, César D’Angiolillo. Según explica Alberto Ponce, montajista de Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2006) y miembro fundador de la SAE, “a partir del boom de las escuelas de cine y la pérdida del traspaso de conocimientos dentro de la sala de montaje, Alejandro Brodersohn aparece como el único que completó su formación académica en una universidad y entró directamente a la industria como montajista, sin haber trabajado nunca como asistente. Pero esto no implica para nada una pérdida en la calidad del oficio, sino el fin de una época.”

Actualmente, el acercamiento a los programas digitales –sean los hogareños como Windows Movie Maker o el MAGIX Video o  los profesionales, como el Avid, Final Cut o el popular Premiere– acercan la experiencia de la edición, contrariamente a lo que sucedía en la época en que se filmaba en 35 mm donde sólo tenían acceso a la moviola quienes estaban en la industria. Esta diferencia también se proyecta sobre ambas asociaciones dado que un rasgo distintivo entre ellas es el generacional. La AEA está integrada por la generación de montajistas que han “nacido y criado” al calor del digital.

Pero está claro que saber usar un programa de edición no implica ser montajista. Danilo Galasse, en su libro Montaje con montajes, define al montajista como un novelista con dotes técnicas. Y en esto coinciden todos, el montaje es un arte.  En su isla de edición, el montajista recibe todo el material filmado, es decir, cantidades de horas de grabaciones que a veces –y en especial en el cine documental–, pueden ascender a cien horas de filmación y más. El primer paso es la visualización del material y, posteriormente, su selección y ordenamiento de acuerdo a criterios prácticos que elegirá el montajista. Lo más rico de la edición se produce cuando el editor dispone qué plano poner detrás de cuál otro según qué se quiere contar. Así va encadenando imágenes y sonidos que le permitan significar y producir sentido. Una vez que obtiene un primer armado –que generalmente es muy superior a la duración final del filme– comienza un proceso de quitar escenas y reordenar otras.

Más allá de esta etapa inicial de selección y ordenamiento, el montaje “es una nueva instancia de escritura –explica Guillermo Gatti, montajista de la productora de Sebastián Ortega, Underground Producciones y presidente de AEA–. Primero el guionista escribe la historia en su escritorio, después el equipo técnico saldrá a filmarlo y por último, con el material en la isla de edición, el guión se reescribe junto con el montajista, quien asesorará al director”.

El montaje es el responsable de que la historia que cuenta la película se entienda y se sostenga durante una hora y media. Para Lorenzo Bombicci –miembro de SAE– un buen montaje es “cuando el espectador está atrapado por aquello que ocurre, por la tensión del relato y no tiene tiempo para mirar el reloj”.  Es decir, cuando el montaje está invisible y el espectador “adentro” de la película.

Ahora bien, ¿cuáles son los recursos con los que cuenta un montajista para que el montaje no se perciba como tal? El principio básico es la continuidad (raccord) entre plano y plano, de modo tal que el espectador no repare en el paso de uno a otro. El raccord tiene distintas formas,  tales como la continuidad espacial, de eje, de iluminación, de actuación y, por sobre todo, la continuidad dramática. La invisibilidad entre los cortes, también conocida como “transparencia”,  es la premisa básica del cine clásico (ver recuadro).

En No, primera película chilena en llegar al Oscar y que abrirá el próximo Bafici, se incluyó como material documental las publicidades realizadas en el plebiscito de 1988 cuando Pinochet pierde las elecciones. Entonces, para conseguir continuidad en la estética de la imagen, Pablo Larraín, “tomó la opción de grabar con el formato que se usaba en los años 80, las cámaras betacam. De este modo, el material de archivo de la época se fundiera con el material actual y se volviera indistinguible el origen de las tomas” explica, desde Chile, su montajista, Andrea Chignoli. 

Contrariamente a esta postura de un montaje transparente, el director puede optar por un montaje que se perciba como tal. Y esto se consigue a partir de explotar las faltas de raccord entre un plano y otro. Pero en otros casos, como enfatiza Bombicci a propósito de su experiencia como uno de los editores del documental Cocalero (Alejandro Landes, 2007) “la estética es un resultado, porque el montajista está subordinado al material que tiene”. Esta forma de trabajo en el montaje del cine documental es distinta al montaje del cine de ficción.

El primero se asemeja al trabajo del escultor que para concretar su escultura va eliminando partes de la piedra hasta encontrar la forma que se encuentra en el material que le fue dado. Distinto es el caso del escultor que crea adosando partes a la forma, fragmentos a una estructura elemental y en este sentido es que se asemeja al trabajo de un montaje de ficción. “El guión en el documental se escribe en el montaje mientras que en la ficción se parte de un guión más férreo”, explica Chignoli.

Ahora bien, dicha invisibilidad en la continuidad de los planos también encuentra sus diferencias sea ficción o documental. Según Ponce, “la ficción tiene internamente en las escenas una relación ‘causa-consecuencia’ que en el documental está abolida. En la ficción podemos tener un plano donde el personaje pregunta si quieren ir al cine y en otro plano, otras personas responden si o no. El tema es que uno no puede poner la respuesta antes de la pregunta. En el documental sí, porque cada plano es autónomo por definición y puede ir en cualquier lugar”.

¿Y cómo será el montaje del futuro?, ¿trabajará con imágenes virtuales proyectadas fuera de la pantalla?, ¿cortará los planos con las manos como en Minority Report? ¿Cuán lejos estamos de esto?

Fuente:
www.revistaenie.clarin.com

domingo, 12 de agosto de 2012

Una presentación audaz y exitosa.



Estudio Coral de Buenos Aires (Foto: ECBA).


El jueves 9 de agosto el Estudio Coral de Buenos Aires se presentó en el ciclo de conciertos auspiciado por la Bolsa de Comercio de Rosario. Dirigido por Carlos López Puccio, la actuación tuvo una duración aproximada de hora y media.

La primera parte estuvo formada por obras de cuatro compositores de distinta procedencia: el británico Ralph Vaughn Williams (1872-1958), el finlandés Einojuhani Rautavaara (1928), Johann Sebastian Bach (1685-1750) y el húngaro Gyorgi Ligeti (1923-2006). La primera sinfonía de Vaughn Williams estuvo dedicada al mar y en esta ocasión se eligió otra de sus obras con esta temática, The dark eyed sailor. Las otras obras del mismo autor que se interpretaron fueron The spring-time of the year y la Wassail song, todas pertenecientes al Five English Folk Songs. Rautavaara estuvo representado por Morsian y Lahto, mientras que el ilustre Johann Sebastian aportó su Komm, Jesu, Komm, BWV 229, obra para órgano (a cargo de Federico Ciancio) y coro doble. Finalmente, la primera parte cerró con Hortobagy, del húngaro Gyorgy Ligeti, de ajetreada vida en su Hungría natal, de la cual escapó en 1956 luego del fallido levantamiento contra el régimen soviético, de acuerdo al relato de López Puccio.

La segunda parte estuvo dedicada a continuar con dos obras de Ligeti (de sus Estudios Húngaros) más The Peaceable Kindgom del prolífico norteamericano Randall Thompson. En esta última arrancamos con la vida en ese reino pacífico aludiendo al paraíso, para luego atravesar una etapa de destrucción llegando a una nueva época de armonía en un viaje que dura los ocho números que constituyen esta obra.

Párrafo aparte merece la obra Feria (ver el link para Estudios Húngaros), de Ligeti a través de la cual el autor nos transporta a una atmósfera con feriantes pregonando sus productos a viva voz. La composición es de gran dificultad, ya que obligó a que el coro se dividiera en cinco grupos los cuales se dispusieron en distintos lugares de la sala, cantando cada uno de ellos una partitura distinta con ritmos diferentes. Los intérpretes superaron el reto ampliamente.

El concierto fue sumamente didáctico, ya que Lopez Puccio dedicó tiempo a contarle a la audiencia la historia de las obras y sus autores, haciendo aún más ameno un encuentro musical a sala llena. El repertorio se adentró en un territorio de autores contemporáneos, muchos de los cuales han experimentado (como es el caso de Ligeti) con sus composiciones, creando obras que pueden sonar extrañas desde lo armónico y lo rítmico. La audacia de las obras elegidas fue recompensada por el aplauso entusiasta del público a lo cual el coro respondió interpretando dos obras fuera de programa.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Edith Yeung: “En Silicon Valley uno de los aspectos más importantes es la socialización”

EdithYoungXL

FICOD. La emprendedora explica que la socialización ayuda a generar negocios, proporciona credibilidad sobre una marca y, además, es fundamental para crecer.

Llegar a Silicon Valley es el sueño de toda empresa de base tecnológica. Quizás para algunas start-ups españolas pueda cumplirse pronto gracias al lanzamiento de Spain Tech Center, un centro empresarial apadrinado por el Instituto de Comercio Exterior, Banesto y red.es que, precisamente, les facilitará su desembarco en la cuna del mundo TIC.
Situado en el Rocket Space, en San Francisco, ya hay tres empresas emergentes españolas que están ubicadas en las instalaciones y a lo largo de 2012 el número se ampliará a la treintena. El acuerdo se firmó en abril, el centro estaba listo después del verano y durante FICOD se ha hecho su puesta de gala.

¿Pero cómo es la experiencia de ser emprendedor en Estados Unidos? ¿Cómo hacer que nuestro proyecto funcione? Edith Yeung, socia fundadora de RightVentures (firma inversora que se centra en compañías móviles y de consumo en el ámbito de Internet), creadora de BizTechDay y directora de marketing del navegador Dolphin, ha revelado algunos secretos para tener éxito en nuestro negocio emergente.

Hay una cosa que Yeung, de origen hongkonés, destaca de los americanos. “Son muy buenos explicando sus números, lo que hacen. Si trabajan en una industria saben perfectamente cuánto pueden crecer, pueden medir su escalabilidad”. La consultora también opina que hay algunas grandes diferencias entre los emprendedores TIC de EE.UU y de Europa en ciertos aspectos. Por ejemplo, el de la vestimenta. “La cultura europea emprendedora es más cerrada en comparación con la americana”, afirma Yeung. Es algo que incluso se ve en la ropa. La gente suele ir con traje y corbata, pero en Silicon Valley vestimos más casual. Es muy fácil conocer gente, porque todo es más cercano”.

Para la creadora de RightVentures, EE.UU es un mercado muy apetecible porque cuenta con 330 millones de usuarios móviles y un 42% de ellos son propietarios de smartphones. Además, una de las cosas buenas es que da cabida a gran cantidad de empresas tecnológicas extranjeras. Como ejemplo, cita a la desarrolladora finlandesa Rovio, que se mudó al país norteamericano y ahora está cosechando un éxito espectacular con su franquicia Angry Birds.

Hay algo sobre lo que Yeung advierte sobre Estados Unidos. “América siempre importa, pero a ellos no les importa”. Con esto quiere explicar ese egocentrismo en el ámbito de los negocios que a veces existe en el país norteamericano. Yeung propone algo: “Simplemente hay que educarles y explicarles como es el mercado de tu país o el mercado europeo en general, porque lo desconocen”.

Yeung también pone de manifiesto esa competitividad que hay entre las start-ups de San Francisco y Nueva York, aunque aclara que no es recíproca. “Los emprendedores de Nueva York tienen la mentalidad de competir con los de Silicon Valley. Pero en el valle no piensan así, simplemente se centran en sí mismos y no en rivalizar con los neoyorquinos”, señala.

Hay algunos aspectos que la consultora estima importantes para triunfar con una start-up. Afirma que la socialización es algo muy importante, porque “darte a conocer proporciona credibilidad a tu marca o empresa. Es algo que te puede ayudar a crecer en muy poco tiempo”. También considera que hay que innovar, y no sólo en el ámbito de la tecnología, además hay que hacerlo en el ámbito de los negocios.

Por último, Yeung defiende que hay que estar siempre motivado y comprometido con lo que se hace. “Hay que tener una pasión permanente. Hacer negocios es muy duro. Quizás estéis motivados cuando creáis una marca hasta los dos primeros dos o tres años. Pero luego hay que seguir emocionado”, asegura.

Fuente:
http://www.itespresso.es

lunes, 31 de enero de 2011

James Bond de luto: murió el compositor John Barry

 Nueva York, ene. 31 (ANDINA). El compositor de famosos temas de las películas de James Bond, John Barry, falleció a consecuencia de un infarto, a los 77 años.

No sólo compuso para James Bond, pero su labor al servicio del agente 007 le dio fama mundial, según comunicó su familia.

Nacido en Reino Unido, el músico falleció tras sufir un infarto en su ciudad de adopción, Nueva York, apuntan hoy varios medios británicos.

Varios éxitos rotundos de la saga de James Bond llevan la huella del compositor de bandas sonoras. Así, además de marcar las bellezas doradas de Golfinger desde los títulos de crédito y con la voz de Shirley Bassey, Barry también dejó su impronta en You Only Live Twice, Moonraker o Diamonds are Forever.

Mezclaba el sonido de las "big band", el jazz y las notas latinas en un cóctel único y se sacaba de la manga otras versiones del mismo tema para las escenas de seducción del más famoso de los agentes secretos.

Barry conquistó cinco Oscar y cuatro Grammy. Después de James Bond puso su arte a disposición de películas como Memorias de África o Bailando con lobos. Y su talento fue reconocido por Hollywood.

El cine y la música acompañaron a Barry desde la cuna. Su padre era propietario de un cine; mientras que su madre era pianista. Ya de niño destacó por su don para la música y de joven incluso intentó tener su propio grupo.

Pero James Bond se le cruzó en el camino. Los productores de Dr. No ofrecieron al joven compositor sacar nuevas versiones a partir de la melodía inicial compuesta por Monty Norman. Lo hizo con tanto estilo y ritmo que de inmediato fue contratado para las próximas películas.

Barry estuvo casado en cuatro ocasiones y pasó gran parte de su vida en Estados Unidos. Su segunda esposa fue la actriz Jane Birkin, pero el matrimonio duró tres años, anota DPA.

 Aparte de su viuda Laurie, con la que estaba casado desde 1978, deja cuatro hijos y cinco nietos. El yerno del compositor, el reportero de la BBC Simon Jack, señaló: "Amó tanto la composición de música como otros adoran escuchar música."


Fuente:
http://www.andina.com.pe/Espanol/Noticia.aspx?Id=llPdQ8PM43Q=


Comentario adicional:
En el siguiente link puede escucharse la banda de sonido de la película "África mía", por la cual Barry ganó un premio Oscar.


http://www.youtube.com/watch?v=q_fAEdw7ts0

jueves, 13 de enero de 2011

Experiencias del mundo: Irán

En una sala de acceso prohibido al público del Museo de Arte Contemporáneo de Irán se guardan las pinturas (cerca de 2.500) que sobrevivieron a la revolución que derrocó al Sha de Persia en 1979. Picasso, Monet, Magritte, Pollock, Warhol y Lichtenstein son algunos 
de los autores de las obras que ya nadie puede ver. Todas se encuentran colgadas en grupos sobre mampáras desplazables horizontalmente, como las estanterías de las bibliotecas.

Irán alberga a la comunidad judía más grande de Medio Oriente después de Israel. Existen 25 sinagogas adonde concurren los cerca de 25000 judíos iraníes que viven en este país. Las minorías religiosas enfrentaron tiempos duros después de la revolución pero algunos consideran que la situación ha mejorado.

En el Mar Caspio, al norte de Irán, se libra la Guerra del Caviar persiguiendo a los contrabandistas de este artículo de lujo para este país.
 
 Estos son algunos de los datos que se desprenden del programa "No le digan a mi madre", conducido por Diego Buñuel, quien visita distintos lugares del mundo para mostrar la vida en esos sitios.
El programa sobre Irán puede verse online cliqueando aquí.

martes, 11 de enero de 2011

La moda de las pulseras holográficas llega a Argentina

Por Daneel Olivaw


Para quienes no están al corriente con las modas pseudocientíficas fuera del país, el nombre Power Balance quizás les resulte extraño. Se trata, ni más ni menos, que unas pulseras de elastómero con un holograma incrustado. Existen distintas marcas pero todas son básicamente el mismo producto con distinto diseño o logo. Estas pulseras tuvieron mucho éxito en EE.UU., Europa y Australia (más sobre eso, abajo) y ahora se está vendiendo en Mercado Libre a precios de entre $40 y $150 y en la página de Power Balance Argentina a $150 con una advertencia que urge evitar “comprar falsificaciones” y invita a “dudar de cualquier producto que tenga un precio menor al sugerido”. Nosotros invitamos a dudar de cualquier producto, especialmente cuando se trata de un fraude tan obvio.
Según la web del distribuidor, “Power Balance es tecnología para mejorar la performance que utiliza hologramas programados con frecuencias que reaccionan positivamente con los campos energéticos del cuerpo incrementando el balance, resistencia y flexibilidad”. Sostiene que “Lo (sic) hologramas son concebidos para funcionar indefinidamente” y que “ayuda” a lograr “mejor balance y flexibilidad” y que “necesita estar en contacto con los campos energéticos naturales del cuerpo” para funcionar. Al mismo tiempo tienen una advertencia: “Power Balance no es un medicamento y no está comprobado científicamente -pero sí lo avalan deportistas a nivel mundial- y puede causar efectos positivos como no, dependiendo de cada persona".
Cómo se “programa” un holograma, y “frecuencia” de qué (¿sonido? ¿electromagnetismo?) está programado no dicen. Omiten mencionar de qué tipo de energía están compuestos los “campos energéticos naturales” y también está ausente cualquier explicación real del mecanismo detrás de su supuesto funcionamiento y cómo un holograma podría mejorar el “balance y flexibilidad” de una persona.
Proponen un test para demostrar su eficacia.
Ponte al lado de la persona del test, asegurándote que tiene los pies juntos y el cuerpo derecho. Debes poner tu puño dentro de la palma de su mano y aplicar una suave -y constante- presión hacia abajo, mientras el sujeto intenta resistir la fuerza manteniéndose erguido (con los pies juntos y el cuerpo derecho) hasta que pierda el equilibrio. Repite la prueba utilizando Power Balance.
Este procedimiento es un viejo truco usado en otra pseudociencia relacionada llamada “kinesiología aplicada”. Quien realiza el supuesto test primero empuja con ángulo apuntando ligeramente hacia afuera del centro de gravedad de la persona (A); cuando el sujeto se pone la pulsera, empuja ligeramente hacia el centro de gravedad (B). Es un truco extremadamente sencillo que cualquiera puede probar con su familia o amigos y tiene algunas variantes, todas basadas principalmente en el mismo principio. Skeptic Bros tiene explicaciones (en inglés) de muchas más y Richard Saunders de Australian Skeptics tiene un video que muestra cómo se hace.
Pero todo esto no significa, necesariamente, que no funcione o que sea un fraude. Pero en este caso, lo es.
  • El Independent Investigations Group realizó una investigación con doble ciego y control de placebo en el Center For Inquiry Los Ángeles en la que varios deportistas realizaban pruebas físicas usando la pulsera original o una a la que se le había quitado el holograma. Los resultados son claros y nada sorprendentes: “no hay un efecto estadísticamente significativo del brazalete Power Balance”.
  • El grupo australiano de defensa al consumidor Choice no sólo realizó un pequeño experimento similar con idénticos resultados (“No tiene un efecto discernible en balance o flexibilidad. Cualquier beneficio que uno siente al usarla es casi seguramente debido al efecto placebo”), sino que le otorgaron el premio Shonky Award con los que condecoran los productos o servicios más fraudulentos.
  • El Instituto Nacional del Consumo (parte del Ministerio de Sanidad) español advirtió que “Las pretendidas propiedades terapéuticas o potenciadoras que los fabricantes y comercializadores atribuyen a determinadas pulseras, incumplen lo establecido en la normativa que regula la publicidad y promoción comercial de los productos
  • La Australian Competition & Consumer Commision (ACCC) emitió un comunicado en el que ordenaron a la compañía a devolverle su dinero a todo comprador que se haya sentido estafado por su publicidad engañosa.
  • Finalmente, la propia empresa admitió (luego de la intervención de la ACCC) que “no hay evidencia científica creíble que sostenga nuestras afirmaciones y, por lo tanto, utilizamos conductas engañosas”
Por todo esto, las pulseras holográficas, sean de la marca que sean, son un timo, un fraude y un malgaste de dinero.



Fuente:
http://circuloesceptico.com.ar/2010/12/la-moda-de-las-pulseras-hologrficas-llega-a-argentina/#comments

sábado, 14 de agosto de 2010

Variaditas: Corazon, pintura y estrellas

Corazón

De acuerdo a un estudio publicado en el European Heart Journal el seguimiento de la frecuencia cardíaca a lo largo de los años podría ser indicativo de problemas de salud potencialmente mortales si no son tratados. Una frecuencia cardíaca que se mantiene en valores elevados a través del tiempo está asociada con un incremento del riesgo de muerte. El estudio fue llevado a cabo en el Ronald O. Perelman Heart Institute del NewYork-Presbyterian Hospital/Weill Cornell Medical Center y los resultados obtenidos al evaluar más de 9000 pacientes.

La determinación de la frecuencia cardíaca es un método barato y sencillo que puede hacerse en forma rutinaria en el consultorio médico. Ahora los profesionales saben que tienen que hacer este seguimiento durante algunos años.
Uno de los investigadores del trabajo indicó que junto con valores elevados de presión sanguínea, el cambio de la frecuencia cardíaca con el tiempo pueden predecir el riesgo de muerte.

Hasta la fecha no hay medicación disponible que pueda disminuir la frecuencia cardíaca sin presentar efectos secundarios, aunque la droga ivabradina está en fase de experimentación. El ejercicio y la dieta han demostrado ser medios eficaces para mantener los latidos cardíacos bajo control.

Fuente:
http://www.sciencedaily.com/releases/2010/08/100812151640.htm

Los riesgos de la pintura

De acuerdo a un estudio publicado en Occupational and Environmental Medicine, los pintores están bajo riesgo incrementado de desarrollar cáncer de vejiga.

Según la Agencia para Investigación en Cáncer, el cáncer de vejiga ocupa el noveno lugar en la lista de cánceres más comunes a nivel mundial. Se detectan más de 330.000 nuevos casos cada año y las muertes anuales llegan a 130.000.

Los pintores están expuestos a algunos de los compuestos químicos que pueden encontrarse en el cigarrillo. Después de tener en cuenta este hecho, los que pintan siguen teniendo un 30 % más de probabilidades de desarrollar este tipo de cáncer.
Según el estudio, aquellos que han tenido esta ocupación por más de 10 años tienen más probabilidades de desarrollar esta enfermedad que aquellos que se han dedicando a la misma por menos de este tiempo.

Fuente:
http://www.sciencedaily.com/releases/2010/07/100719205634.htm

Descubridores de estrellas

En su momento se pedía a aquellos que poseían computadoras en sus hogares que contribuyeran “prestándolas” para que formaran parte de proyectos de investigación de gran importancia. Esto fue lo que ocurrió con el proyecto Einstein@Home.

Fue así como ciudadanos comunes de Alemania y los EE.UU. descubrieron un pulsar binario, los cuales pueden aparecer cuando una estrella de grandes proporciones colapsa. Este tipo de proyectos se denominan “computación distribuida” y utilizan la capacidad de máquinas hogareñas para procesar gran cantidad de datos.

En el proyecto Einstein@Home un total de 500.000 usuarios de todo el mundo participan en el proceso de análisis de información. Con respecto al pulsar recién descubierto, el mismo rota 41 veces por segundo y tiene un campo magnético inusualmente bajo. De acuerdo a investigadores de la Universidad de Cornell (Ithaca, EE.UU.), este objeto tuvo alguna vez una estrella acompañante de la cual adquirió su masa. Desde que esa estrella explotó, liberó con su onda expansiva a este pulsar.

Los investigadores creen que debe haber más de este tipo de objetos pero que los mismos son difíciles de hallar. Los mismos son muy útiles para entender la física básica de las estrellas de neutrones y cómo se forman.

Los datos que permitieron encontrar este pulsar provinieron de información recolectada en el Observatorio de Arecibo en Puerto Rico.

Fuente:
http://www.bbc.co.uk/news/science-environment-10959590

martes, 2 de marzo de 2010

El eclipse (cuento de Augusto Monterroso)



Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo habia apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
Si me matáis-les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de Fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

domingo, 21 de febrero de 2010

Renacimientos: Un cuento de Martha Mercader (1926-2010)

En un clima agobiante de pueblo chico, un general se encuentra con una mujer mayor. Un extraño y particular vínculo los une. La autora, que falleció el miércoles (17 de Febrero), se especializaba en crear historias ambientadas en el pasado argentino. La ficción como forma de ejercitar la memoria.



Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.

El general renacía a cada rato, cada vez que las balas le erraban por escasos milímetros o cuando el acero lo hería sin matarlo. Todo ello está consignado en su pródiga foja de servicios.

Esa mujer al lado de la ventana renació varias veces en su larga vida. No obstante, sus renacimientos anteriores no deben haber sido registrados por crónica alguna. Quizá alguno de ellos tuvo lugar en la lectura de una carta o ante la expectativa de un baile, o en una mirada al cruce de dos carruajes, o durante las reiteradas esperas de las nueve lunas, con sus súbitas euforias y sus inexplicados decaimientos. ¿Acaso es posible, después de tanto, rescatarlos? ¿Acaso descubrirlos entre las páginas de un misal, como una flor? Empresa ilusoria, como querer apresar la débil luz de esta mañana que fenece entre los pliegues del cortinado de terciopelo.

Examinado de cerca –en el caso improbable de que a alguien se le ocurriera hacerlo– el cortinado revelaría el tupido broderie logrado por los arabescos de la polilla. Pero a nadie se le ocurriría, no; esa mañana de invierno, a la tibia luz del sol, desplegar las pesadas colgaduras que una vez fueron verde brillante y parejo y ahora verde sandía, con vetas desvaídas en el lomo de los pliegues, obra del polvo y del sol que merodeaba en el jardín y apenas se atrevía a pasar a la sala los mediodías de primavera, y entre la media mañana y la siesta en el verano. Jardín que fue jardín, yuyal, tierra agrietada, reino de una diosa amazona desmontada –copia en yeso– de pies carcomidos y carcaj roto, Diana que perdió sus flechas.

Muchas veces debe haber renacido esa mujer que ahora se va pasito a paso hacia el fondo, tantas como puede la esperanza, en esa mansión de la barranca, en la cima de una escalera que descendía en un principio a un embarcadero privado y ahora a un terreno baldío, y que a los ojos del vecindario habrá parecido versallesca, según la idea que de Versalles podrían columbrar los habitantes de esa zona vivificada por el Paraná, que orillaba los arrabales del pueblo, la Prefectura y algunas de las mejores quintas, desde cuya costa se contemplaba, como tal vez lo habría hecho en otras circunstancias esa mujer, el horizonte indiscriminado de los árboles, lianas y bejucos de las islas, más el desfile lento de los camalotes.

¿Cuántas veces renació esa mujer? Quizá, y más dramáticamente que nunca, en ocasión de la Gran Creciente, cuando los pobladores ribereños que no se habían puesto a buen recaudo (y ella en ese entonces apenas sabría caminar, o sería una niña de pecho a cargo de una nodriza poltrona) se salvaron subiéndose a los tejados o a algún árbol de madera menos blanduzca que la de los ceibos.

¿Cuántas? Muchas, la última duró alrededor de una hora (quizás un poco más), el tiempo de la visita del general la tarde de ese domingo.

El general venía bajando desde Rosario, camino de Zárate, llevado por un proyecto de dique flotante emprendido por unos silenciosos capitales ingleses. Los charcos atestiguaban que santa Rosa no había olvidado la fecha.

El general descreía de los santos, pero la meteorología del santoral no fallaba: la noche anterior se había descolgado el puntual diluvio. Ahora el combate entre el sol y las nubes continuaba indeciso, librado a los caprichitos del viento.

Un recodo del camino, a la entrada del pueblo, acercó la berlina a la ribera. Fue oler el río y asaltarle la imagen de Rosita, un pimpollo de exposición que había caído en su punto de mira cuando él, el general, entonces apenas tenientillo, pasó por allí al mando de un pelotón tras un caudillejo alzado que no viene a cuento. Pasó quedándose varios días para recabar información sobre los rebeldes y tuvo tiempo de frecuentar a las familias principales del pago, que celebraron sin disimulo sus promisorias virtudes.

Cuando el recuerdo de Rosita, su bello rostro entre jirones de decorados, le llegó de improviso como la luz de una estrella muerta, el general sintió que el camino que llevaba esta mañana de domingo había comenzado una tarde de su primera juventud, que no fue otra cosa que una pubertad urgente y desmedida, incendiada por los clarines posteriores a Caseros.

En uno de aquellos días de aquellas semanas ajetreadas, como todas las suyas, cargadas de presagios de muerte y de gloria, el general, entonces oficial bisoño en el uso de la espada y la pistola y el arte de lucir el uniforme y enamorar a las mujeres, había hecho el camino que ahora hacía. (Enamorar o voltear, según fueran niñas o chinitas). Y desde aquel momento, para él ese pueblo fue el pueblo de Rosa, así como Ayacucho era el pueblo de Mariana, Vera el de la linda viudita... Pero sería largo nombrar todos los pueblos que conocía el general.

Llegado al hotel, desempacada parte de su petaca de viaje, aseado y acicalado y almorzado, el general conversó con el hotelero hasta que la charla recayó en la casona de la barranca, donde una niña bonita había estado, hace añares (detalle que corno caballero bien se guardó de mencionar), pendiente de sus hazañas, de sus palabras y de sus gestos. ¿Todavía sería recordado como el Marte criollo, bello y terrible que alguna vez había sido? No era él hombre dado a la porfía, ridícula si se quiere, de intentar recuperar lo pasado, ya que para él el tiempo era un día de marcha o de batalla o de paga o una noche de juerga o de amor, o una tarde de trámites y cabildeos o una sobremesa tras la firma de un contrato.

El hotelero dijo que una tal Rosa vivía, suponía que vivía, en el caserón de la barranca; que él poco sabía de sus rarezas; que incluso se comentaba –cosa que él ni creía ni dejaba de creer– que en el lugar se veían luces malas.

–¿Y con quién vive doña Rosa? ¿Con su marido? ¿Sus hijos? ¿Sus hijas? –por lo visto el general despreciaba las fantasmagorías.

–No soy quién para andar husmeando en casa ajena –contestó el hotelero y para colmo agregó–: A mí no se me ha perdido nada por allí –que fue como decirle “a usted tampoco”.

Reacio por principio a recibir indicaciones y menos de un zafio, el general optó por no responder como se lo merecía y en el acto, en cambio, quedó decidida su excursión, o incursión, como más convenga denominarla. Iría a pie, para acortar la tarde, para no interrumpir la siesta ajena y para bajar la comida, un triplete a todas luces razonable. La barcaza para cruzar el río cumplía sus servicios en días de semana.

Salió erguido del hotel, cruzó la plaza, caminó varias cuadras y empezó a bordear la costa, dejando atrás las últimas casitas del pueblo, menos cambiado que él, por lo que observaba.

A ambos lados de los tres amplios descansos reconoció los jarrones, ahora rotos y vacíos, otrora coronados de penachos vivientes, ¿helechos?, ¿begonias? (la botánica no era su fuerte). Subía por la escalinata como si estuviera fuera del alcance de los dientes del tiempo, hincados en la argamasa y la piedra; subía como si esa ascensión hubiese empezado casi tres décadas atrás, como si desde aquella vez que le ofreciera su brazo a Rosita –permítame el honor, señorita– para que ella no se fatigara, y ella aceptara con tímido remilgo –le agradezco, teniente– no hubiese sucedido nada.

Tres décadas humanas son mucho decir en el siglo XIX. Pero el general no era tampoco dado a los retrocesos ni a las melancolías y esa cuenta no le inmutó el talante. Siguió ascendiendo, absorto en recuerdos agradables, ella apenas algo menor que él y sin embargo tan niña, aún con su talle movedizo e invitante, imán para la mirada del teniente que pocos minutos después revolotearía con fingida inocencia, luego de aquel paseo por la barranca, de un respaldo de silla a otra, de un bibelot a un florero, en la tertulia familiar, mientras denostaban al caudillejo.

Ni los informes del hotelero, ni mucho menos sus preceptos morales, podían hacer mella en el antojo del general, proviniendo como provenían de un catalán con poco roce, por no decir palurdo, ignorante de nuestras tradiciones, sin duda ávido de la fortuna a que podía aspirar todo inmigrante tozudo y calculador. El general marchaba al frente con el porte y el paso de quien ha conducido fieras tropas de infantería.

La casa apareció en lo alto, menos imponente que su evocación y más derrumbada que las conjeturas, haciéndolo vacilar. Pero lo resuelto por un general supera toda duda. Rosita era dos o tres años menor que él, y siendo él un hombre entrado en años, aunque todavía en la plenitud de su hombría y hasta apetecible –a las pruebas me remito, se dijo con el reflejo de una sonrisa–, ella estaría hecha una robusta matrona o un enjuto dechado de distinción, y se sorprendería tanto al verlo reaparecer, que al principio no sabría disimular su desconcierto, pero pronto recuperaría la compostura y mencionarían a los mayores muertos y a los viejos conocidos y recordarían quizás alguna amena anécdota, mientras los estratégicos silencios y las reticencias configurarían un movimiento tendiente a afianzar la sospecha de que en un tiempo cierto su nombre y su estampa habían arrebolado esa tez –de pálida rosa té a rosa rosa– con quién sabe qué inconfesables anhelos. Y si Rosa se hubiera casado –la más plausible hipótesis a pesar del despiste del ignorante o malintencionado catalán– tendría hijas o más bien nietas –pongamos los pies sobre la tierra– casaderas, regalo de los ojos, como era ella en aquella caminata por la ribera, y así transcurriría la tardecita de domingo (por suerte había escampado) apacible como las aguas del río que él debería cruzar el lunes.

Un fin de semana así de placentero, a falta de mejores distracciones, era un buen ejercicio para templar el ánimo, antes de lanzarse a la obtención de mejores términos ante los duchos agentes británicos.

Pero la casa parecía otra. Tan descascarada y encogida, tan al aire las raíces de las tres palmeras de la entrada, como si la tierra se estuviera agotando de puro vieja o castigada. Golpeó el aldabón. Una criada cansina lo hizo pasar. Los goznes del portal chirriaron. Fue el único sonido de recibimiento.

El general miraba y miraba, ya en el salón desierto, habitado por muebles moribundos que no reconoció. Por la puerta que daba al tras patio, el crochet de las cortinas dejaba entrever leves sombras en movimiento. De entre ellas surgió una viejecita con rebozo negro, como toda ella, salvo su cara de pergamino, y el general se puso militarmente de pie.

–Qué suerte que hayas venido a visitarme –dijo sin preámbulo la vieja.

Un obús en funciones no lo habría turbado como lo turbó esa figura y ese tuteo. Se sintió desnudo, sin medallas, sin rodela ni laureles.

–Señora –dijo al cabo del impacto, agachando la cabeza y mirando los botones de su levita. Ese domingo vestía de civil–, hace años que nadie se acuerda de mí. Siéntate –dijo ella, con alma ultraterrena, como si esa visita fuera una reparación que al mismo tiempo lo hacía sentir en falta. Obedeció. Él en el sofá, ella en una sillita, encorvada y rígida, a un metro y medio el uno del otro, a pesar de la penumbra podían verse bien las caras.

–No hablo con nadie; no salgo de esta casa, nadie me recuerda –dijo.

Él pensó: es una muerta en vida.

Ella dijo: –Soy una muerta en vida.

Hizo un ademán que la criada captó desde la pieza contigua, un evidente signo de que agasajara al visitante. Cuando aquélla se deslizó hacia el fondo, la dueña de casa explicó: –León se está muriendo. Hace tanto que se está muriendo.

–Caramba –dijo el general. No se atrevía a preguntar quién era ese personaje con nombre de persona o de perro.

–Es el único que queda –agregó la mujer con un suspiro– y yo sólo puedo ayudado a morir.

La criada trajo una bandeja que apoyó en una mesita de tres patas y se convirtió en sombra muda sincronizada, mate en mano, entre sofá y sillita. De a ratos se oía el agua de la pava al ser vertida y las chupadas finales. Las manos del general querían aferrarse a la calabaza, a cualquier cosa, con tal de no deslizarse hacia el desamparo. Él, que siempre se había sentido seguro de sus límites, que él mismo fijaba, era partícipe de una cosmogonía ajena. Todas sus campañas juntas no le servían de aprendizaje para tamaña intemperie.

–Tu visita me ha dado una gran alegría –confesó la mujer.

–A mí también me alegra verte –mintió el general.

No alcanzaba a explicarse por qué lo decía –él, siempre galante, nunca condescendiente– ni por qué comía bizcochitos, cuando le repugnaba el anís, ni por qué sorbía de esa bombilla compartida por una boca desdentada.

–Cuidarlo a León –repitió la vieja–. Ya no tengo otro motivo para estar viva.

La señora hizo girar la charla sobre la incierta enfermedad de León, que se moría lentamente y sin remedio, sobre el invierno tan largo que no terminaba de pasar y, cuando volvieron a quedar solos, sobre las mañas de esa negra –dijo sacudiéndose las miguitas de su falda sobre la alfombra en franca erosión–, aumentadas con el avance de la sordera.

Una hora después –ya era oscuro y la criada acababa de encender una lámpara en un rincón– el general se despidió.

–Tu visita me ha dado una gran alegría –y había convicción en estas palabras y un soplo de vida en la voz, como si una lejanía se levantara sobre sus propias ruinas para fundar sobre esa fugacidad un nuevo gusto por la vida.

–A mí también, créeme –aseguró el general, a pesar de lo que le incomodaba un tuteo tan insólito (él y Rosita jamás habían llegado a tutearse) y esas anacrónicas declaraciones.

–Te agradezco tanto.

–No tienes nada que agradecer –dijo él, con el tono de quien sabe que van a pedirle cuentas por crímenes impunes.
La ceremonia de la despedida se prolongó mientras caminaban a pasitos hacia el portón por el frío del crepúsculo.

Al bajar la escalinata, de cara al Paraná presentido, el general intuyó que su desasosiego nacía de la falta de intermediarios entre él y el silencio (de la casa o del paisaje, lo mismo da), de ese silencio que lo dejaba solo con sus propios fantasmas, de los que era responsable. Y su pecho, ese pecho tan valiente para desafiar las balas, acató con el trasfondo de un recóndito espanto el misterio que aletea en todo desenlace, en todo recomienzo. Y aunque a los pocos metros trató de aventar la imagen de esa desconocida a quien él jamás había visto y que no le había preguntado ni siquiera por qué la visitaba, no le resultó fácil, no le resultó nada fácil conseguirlo y serenarse, y por primera vez sintió la magnitud de su impotencia.


La autora

Martha Mercader (1926-2010) fue autora de novelas (Los que viven por sus manos, Juanamanuela mucha mujer, Belisario en son de guerra), libros de cuentos (Octubre en el espejo, De mil amores, La chuña de los huevos de oro), libros para niños (Conejitos con hijitos), ensayos (Para ser una mujer) y una gran cantidad de guiones tanto de televisión como de cine (La Raulito). También actuó en política. Fue militante radical y ocupó cargos públicos en las presidencias de Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Fue diputada de la Nación en el período comprendido entre 1993 y 1997.

Fuente:
http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=38779

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