domingo, 21 de febrero de 2010

Renacimientos: Un cuento de Martha Mercader (1926-2010)

En un clima agobiante de pueblo chico, un general se encuentra con una mujer mayor. Un extraño y particular vínculo los une. La autora, que falleció el miércoles (17 de Febrero), se especializaba en crear historias ambientadas en el pasado argentino. La ficción como forma de ejercitar la memoria.



Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.

El general renacía a cada rato, cada vez que las balas le erraban por escasos milímetros o cuando el acero lo hería sin matarlo. Todo ello está consignado en su pródiga foja de servicios.

Esa mujer al lado de la ventana renació varias veces en su larga vida. No obstante, sus renacimientos anteriores no deben haber sido registrados por crónica alguna. Quizá alguno de ellos tuvo lugar en la lectura de una carta o ante la expectativa de un baile, o en una mirada al cruce de dos carruajes, o durante las reiteradas esperas de las nueve lunas, con sus súbitas euforias y sus inexplicados decaimientos. ¿Acaso es posible, después de tanto, rescatarlos? ¿Acaso descubrirlos entre las páginas de un misal, como una flor? Empresa ilusoria, como querer apresar la débil luz de esta mañana que fenece entre los pliegues del cortinado de terciopelo.

Examinado de cerca –en el caso improbable de que a alguien se le ocurriera hacerlo– el cortinado revelaría el tupido broderie logrado por los arabescos de la polilla. Pero a nadie se le ocurriría, no; esa mañana de invierno, a la tibia luz del sol, desplegar las pesadas colgaduras que una vez fueron verde brillante y parejo y ahora verde sandía, con vetas desvaídas en el lomo de los pliegues, obra del polvo y del sol que merodeaba en el jardín y apenas se atrevía a pasar a la sala los mediodías de primavera, y entre la media mañana y la siesta en el verano. Jardín que fue jardín, yuyal, tierra agrietada, reino de una diosa amazona desmontada –copia en yeso– de pies carcomidos y carcaj roto, Diana que perdió sus flechas.

Muchas veces debe haber renacido esa mujer que ahora se va pasito a paso hacia el fondo, tantas como puede la esperanza, en esa mansión de la barranca, en la cima de una escalera que descendía en un principio a un embarcadero privado y ahora a un terreno baldío, y que a los ojos del vecindario habrá parecido versallesca, según la idea que de Versalles podrían columbrar los habitantes de esa zona vivificada por el Paraná, que orillaba los arrabales del pueblo, la Prefectura y algunas de las mejores quintas, desde cuya costa se contemplaba, como tal vez lo habría hecho en otras circunstancias esa mujer, el horizonte indiscriminado de los árboles, lianas y bejucos de las islas, más el desfile lento de los camalotes.

¿Cuántas veces renació esa mujer? Quizá, y más dramáticamente que nunca, en ocasión de la Gran Creciente, cuando los pobladores ribereños que no se habían puesto a buen recaudo (y ella en ese entonces apenas sabría caminar, o sería una niña de pecho a cargo de una nodriza poltrona) se salvaron subiéndose a los tejados o a algún árbol de madera menos blanduzca que la de los ceibos.

¿Cuántas? Muchas, la última duró alrededor de una hora (quizás un poco más), el tiempo de la visita del general la tarde de ese domingo.

El general venía bajando desde Rosario, camino de Zárate, llevado por un proyecto de dique flotante emprendido por unos silenciosos capitales ingleses. Los charcos atestiguaban que santa Rosa no había olvidado la fecha.

El general descreía de los santos, pero la meteorología del santoral no fallaba: la noche anterior se había descolgado el puntual diluvio. Ahora el combate entre el sol y las nubes continuaba indeciso, librado a los caprichitos del viento.

Un recodo del camino, a la entrada del pueblo, acercó la berlina a la ribera. Fue oler el río y asaltarle la imagen de Rosita, un pimpollo de exposición que había caído en su punto de mira cuando él, el general, entonces apenas tenientillo, pasó por allí al mando de un pelotón tras un caudillejo alzado que no viene a cuento. Pasó quedándose varios días para recabar información sobre los rebeldes y tuvo tiempo de frecuentar a las familias principales del pago, que celebraron sin disimulo sus promisorias virtudes.

Cuando el recuerdo de Rosita, su bello rostro entre jirones de decorados, le llegó de improviso como la luz de una estrella muerta, el general sintió que el camino que llevaba esta mañana de domingo había comenzado una tarde de su primera juventud, que no fue otra cosa que una pubertad urgente y desmedida, incendiada por los clarines posteriores a Caseros.

En uno de aquellos días de aquellas semanas ajetreadas, como todas las suyas, cargadas de presagios de muerte y de gloria, el general, entonces oficial bisoño en el uso de la espada y la pistola y el arte de lucir el uniforme y enamorar a las mujeres, había hecho el camino que ahora hacía. (Enamorar o voltear, según fueran niñas o chinitas). Y desde aquel momento, para él ese pueblo fue el pueblo de Rosa, así como Ayacucho era el pueblo de Mariana, Vera el de la linda viudita... Pero sería largo nombrar todos los pueblos que conocía el general.

Llegado al hotel, desempacada parte de su petaca de viaje, aseado y acicalado y almorzado, el general conversó con el hotelero hasta que la charla recayó en la casona de la barranca, donde una niña bonita había estado, hace añares (detalle que corno caballero bien se guardó de mencionar), pendiente de sus hazañas, de sus palabras y de sus gestos. ¿Todavía sería recordado como el Marte criollo, bello y terrible que alguna vez había sido? No era él hombre dado a la porfía, ridícula si se quiere, de intentar recuperar lo pasado, ya que para él el tiempo era un día de marcha o de batalla o de paga o una noche de juerga o de amor, o una tarde de trámites y cabildeos o una sobremesa tras la firma de un contrato.

El hotelero dijo que una tal Rosa vivía, suponía que vivía, en el caserón de la barranca; que él poco sabía de sus rarezas; que incluso se comentaba –cosa que él ni creía ni dejaba de creer– que en el lugar se veían luces malas.

–¿Y con quién vive doña Rosa? ¿Con su marido? ¿Sus hijos? ¿Sus hijas? –por lo visto el general despreciaba las fantasmagorías.

–No soy quién para andar husmeando en casa ajena –contestó el hotelero y para colmo agregó–: A mí no se me ha perdido nada por allí –que fue como decirle “a usted tampoco”.

Reacio por principio a recibir indicaciones y menos de un zafio, el general optó por no responder como se lo merecía y en el acto, en cambio, quedó decidida su excursión, o incursión, como más convenga denominarla. Iría a pie, para acortar la tarde, para no interrumpir la siesta ajena y para bajar la comida, un triplete a todas luces razonable. La barcaza para cruzar el río cumplía sus servicios en días de semana.

Salió erguido del hotel, cruzó la plaza, caminó varias cuadras y empezó a bordear la costa, dejando atrás las últimas casitas del pueblo, menos cambiado que él, por lo que observaba.

A ambos lados de los tres amplios descansos reconoció los jarrones, ahora rotos y vacíos, otrora coronados de penachos vivientes, ¿helechos?, ¿begonias? (la botánica no era su fuerte). Subía por la escalinata como si estuviera fuera del alcance de los dientes del tiempo, hincados en la argamasa y la piedra; subía como si esa ascensión hubiese empezado casi tres décadas atrás, como si desde aquella vez que le ofreciera su brazo a Rosita –permítame el honor, señorita– para que ella no se fatigara, y ella aceptara con tímido remilgo –le agradezco, teniente– no hubiese sucedido nada.

Tres décadas humanas son mucho decir en el siglo XIX. Pero el general no era tampoco dado a los retrocesos ni a las melancolías y esa cuenta no le inmutó el talante. Siguió ascendiendo, absorto en recuerdos agradables, ella apenas algo menor que él y sin embargo tan niña, aún con su talle movedizo e invitante, imán para la mirada del teniente que pocos minutos después revolotearía con fingida inocencia, luego de aquel paseo por la barranca, de un respaldo de silla a otra, de un bibelot a un florero, en la tertulia familiar, mientras denostaban al caudillejo.

Ni los informes del hotelero, ni mucho menos sus preceptos morales, podían hacer mella en el antojo del general, proviniendo como provenían de un catalán con poco roce, por no decir palurdo, ignorante de nuestras tradiciones, sin duda ávido de la fortuna a que podía aspirar todo inmigrante tozudo y calculador. El general marchaba al frente con el porte y el paso de quien ha conducido fieras tropas de infantería.

La casa apareció en lo alto, menos imponente que su evocación y más derrumbada que las conjeturas, haciéndolo vacilar. Pero lo resuelto por un general supera toda duda. Rosita era dos o tres años menor que él, y siendo él un hombre entrado en años, aunque todavía en la plenitud de su hombría y hasta apetecible –a las pruebas me remito, se dijo con el reflejo de una sonrisa–, ella estaría hecha una robusta matrona o un enjuto dechado de distinción, y se sorprendería tanto al verlo reaparecer, que al principio no sabría disimular su desconcierto, pero pronto recuperaría la compostura y mencionarían a los mayores muertos y a los viejos conocidos y recordarían quizás alguna amena anécdota, mientras los estratégicos silencios y las reticencias configurarían un movimiento tendiente a afianzar la sospecha de que en un tiempo cierto su nombre y su estampa habían arrebolado esa tez –de pálida rosa té a rosa rosa– con quién sabe qué inconfesables anhelos. Y si Rosa se hubiera casado –la más plausible hipótesis a pesar del despiste del ignorante o malintencionado catalán– tendría hijas o más bien nietas –pongamos los pies sobre la tierra– casaderas, regalo de los ojos, como era ella en aquella caminata por la ribera, y así transcurriría la tardecita de domingo (por suerte había escampado) apacible como las aguas del río que él debería cruzar el lunes.

Un fin de semana así de placentero, a falta de mejores distracciones, era un buen ejercicio para templar el ánimo, antes de lanzarse a la obtención de mejores términos ante los duchos agentes británicos.

Pero la casa parecía otra. Tan descascarada y encogida, tan al aire las raíces de las tres palmeras de la entrada, como si la tierra se estuviera agotando de puro vieja o castigada. Golpeó el aldabón. Una criada cansina lo hizo pasar. Los goznes del portal chirriaron. Fue el único sonido de recibimiento.

El general miraba y miraba, ya en el salón desierto, habitado por muebles moribundos que no reconoció. Por la puerta que daba al tras patio, el crochet de las cortinas dejaba entrever leves sombras en movimiento. De entre ellas surgió una viejecita con rebozo negro, como toda ella, salvo su cara de pergamino, y el general se puso militarmente de pie.

–Qué suerte que hayas venido a visitarme –dijo sin preámbulo la vieja.

Un obús en funciones no lo habría turbado como lo turbó esa figura y ese tuteo. Se sintió desnudo, sin medallas, sin rodela ni laureles.

–Señora –dijo al cabo del impacto, agachando la cabeza y mirando los botones de su levita. Ese domingo vestía de civil–, hace años que nadie se acuerda de mí. Siéntate –dijo ella, con alma ultraterrena, como si esa visita fuera una reparación que al mismo tiempo lo hacía sentir en falta. Obedeció. Él en el sofá, ella en una sillita, encorvada y rígida, a un metro y medio el uno del otro, a pesar de la penumbra podían verse bien las caras.

–No hablo con nadie; no salgo de esta casa, nadie me recuerda –dijo.

Él pensó: es una muerta en vida.

Ella dijo: –Soy una muerta en vida.

Hizo un ademán que la criada captó desde la pieza contigua, un evidente signo de que agasajara al visitante. Cuando aquélla se deslizó hacia el fondo, la dueña de casa explicó: –León se está muriendo. Hace tanto que se está muriendo.

–Caramba –dijo el general. No se atrevía a preguntar quién era ese personaje con nombre de persona o de perro.

–Es el único que queda –agregó la mujer con un suspiro– y yo sólo puedo ayudado a morir.

La criada trajo una bandeja que apoyó en una mesita de tres patas y se convirtió en sombra muda sincronizada, mate en mano, entre sofá y sillita. De a ratos se oía el agua de la pava al ser vertida y las chupadas finales. Las manos del general querían aferrarse a la calabaza, a cualquier cosa, con tal de no deslizarse hacia el desamparo. Él, que siempre se había sentido seguro de sus límites, que él mismo fijaba, era partícipe de una cosmogonía ajena. Todas sus campañas juntas no le servían de aprendizaje para tamaña intemperie.

–Tu visita me ha dado una gran alegría –confesó la mujer.

–A mí también me alegra verte –mintió el general.

No alcanzaba a explicarse por qué lo decía –él, siempre galante, nunca condescendiente– ni por qué comía bizcochitos, cuando le repugnaba el anís, ni por qué sorbía de esa bombilla compartida por una boca desdentada.

–Cuidarlo a León –repitió la vieja–. Ya no tengo otro motivo para estar viva.

La señora hizo girar la charla sobre la incierta enfermedad de León, que se moría lentamente y sin remedio, sobre el invierno tan largo que no terminaba de pasar y, cuando volvieron a quedar solos, sobre las mañas de esa negra –dijo sacudiéndose las miguitas de su falda sobre la alfombra en franca erosión–, aumentadas con el avance de la sordera.

Una hora después –ya era oscuro y la criada acababa de encender una lámpara en un rincón– el general se despidió.

–Tu visita me ha dado una gran alegría –y había convicción en estas palabras y un soplo de vida en la voz, como si una lejanía se levantara sobre sus propias ruinas para fundar sobre esa fugacidad un nuevo gusto por la vida.

–A mí también, créeme –aseguró el general, a pesar de lo que le incomodaba un tuteo tan insólito (él y Rosita jamás habían llegado a tutearse) y esas anacrónicas declaraciones.

–Te agradezco tanto.

–No tienes nada que agradecer –dijo él, con el tono de quien sabe que van a pedirle cuentas por crímenes impunes.
La ceremonia de la despedida se prolongó mientras caminaban a pasitos hacia el portón por el frío del crepúsculo.

Al bajar la escalinata, de cara al Paraná presentido, el general intuyó que su desasosiego nacía de la falta de intermediarios entre él y el silencio (de la casa o del paisaje, lo mismo da), de ese silencio que lo dejaba solo con sus propios fantasmas, de los que era responsable. Y su pecho, ese pecho tan valiente para desafiar las balas, acató con el trasfondo de un recóndito espanto el misterio que aletea en todo desenlace, en todo recomienzo. Y aunque a los pocos metros trató de aventar la imagen de esa desconocida a quien él jamás había visto y que no le había preguntado ni siquiera por qué la visitaba, no le resultó fácil, no le resultó nada fácil conseguirlo y serenarse, y por primera vez sintió la magnitud de su impotencia.


La autora

Martha Mercader (1926-2010) fue autora de novelas (Los que viven por sus manos, Juanamanuela mucha mujer, Belisario en son de guerra), libros de cuentos (Octubre en el espejo, De mil amores, La chuña de los huevos de oro), libros para niños (Conejitos con hijitos), ensayos (Para ser una mujer) y una gran cantidad de guiones tanto de televisión como de cine (La Raulito). También actuó en política. Fue militante radical y ocupó cargos públicos en las presidencias de Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Fue diputada de la Nación en el período comprendido entre 1993 y 1997.

Fuente:
http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=38779

viernes, 19 de febrero de 2010

Super yogur: para tener en cuenta.

Interesante artículo sobre el super yogur que no deja de sorprendernos con sus propiedades.

¿Qué hay de cierto con el L. Casei Defensis?
Por Diego Romero



Desde hace algún tiempo estamos siendo bombardeados por una intensa campaña publicitaria a cerca de los beneficios para el sistema inmune del consumo prolongado y sistemático de un yogur conteniendo L. Casei Defensis. El nombre L. Casei Defensis es una denominación falsa, a los fines del marketing, la denominación correcta sería Lactobacyllus Casei (cepas DN-114 001).

Los probióticos se definen como suplementos alimentarios microbianos con efectos beneficiosos en los consumidores. La mayoría de los probióticos son bacterias productoras de ácido láctico (lactobacillus) que son normalmente consumidos en forma de yogur, leches fermentadas u otros alimentos fermentados. Algunos de los potenciales efectos beneficiosos que se han atribuido al consumo de bacterias productoras de ácido láctico son: 1) mejorar la salud del tracto digestivo; 2) mejorar el sistema inmune; 3) reducir síntomas de intolerancia a la lactosa; reducir el riesgo de ciertos cánceres.

Cómo actúan
Los mecanismos por el cual los probióticos actúan no son del todo conocidos, pero pueden modificar la acidez intestinal, antagonizando patógenos a través de la producción de compuestos antimicrobianos, competir con los patógenos por la fijación a receptores como también por nutrientes disponibles y factores de crecimiento , estimulando células inmunomoduladoras y produciendo lactasa. [1]
En concreto, las bacterias del género Lactobacillus se distinguen por su capacidad de atravesar en gran número la barrera gástrica y sobrevivir durante el tránsito intestinal, lo que permite desarrollar sus efectos beneficiosos en el intestino. Sin embargo, no hay pruebas de que estos resultados puedan ser extrapolables al sistema inmunológico general. Un estudio publicado por la revista Nature ha mostrado que el consumo de lácteos con esta bacteria modula la composición y actividad metabólica de la flora bacteriana, pero no influye en el sistema inmunológico de los consumidores [2]

Muchos investigadores han estudiado los efectos terapéuticos y preventivos del yogur y bacteria productores de ácido láctico, las cuales son comúnmente usadas en la producción de yogur, en enfermedades tales como el cáncer, infecciones gastroenterológicas y asma. A causa de que el sistema inmune es un importante contribuidor para todas estas enfermedades, se ha propuesto un efecto inmuno estimulatorio del yogur e investigado usando modelos animales y ocasionalmente en sujetos humanos.

Aunque los estudios en general soportan la noción de que el yogur tiene efectos inmunoestimulatorios, problemas con el diseño de los estudios y falta de adecuados controles, inapropiada vía de administración, uso único de indicadores in vitro de la respuesta inmune, y corta duración de la mayoría de los estudios. Limitan la interpretación de los resultados y conclusiones. Sin embargo, estos estudios proveen una base racional para la hipótesis que el consume de yogur particularmente en ancianos, pueden mejorar la respuesta inmune. Esta hipótesis, sin embargo, necesita ser sostenida por estudios en humanos bien diseñados, randomizados, a doble ciego controlados con placebo de una adecuada duración en el cual se estudien varios índices de respuesta inmune asociada al intestino y periférica.[3]

En otros experimentos se afirma que posee algún efecto beneficioso en el tratamiento de la diarrea existente en niños,[4] y se han estudiado sus efectos en la diarrea producida por tratamiento con antibióticos.[5] De la misma forma se ha podido comprobar que ciertas personas de edad mejoran la resistencia a infecciones respiratorias típicas de invierno.[6]

Foodwatch, organización alemana centrada en la protección de los derechos del consumidor, otorgó en 2009 el Goldener Windbeutel a la campaña publicitaria mundial de una marca de yogur que contiene L. Casei ”Defensis”. Según esta organización "se trata de un producto común con excesiva publicidad".[7]

Efectos negativos
Los lactobacillus pueden causar algunas enfermedades en humanos (ej. Caries dentales, enfermedad vascular reumática, septicemia y endocarditis infecciosa (IE), y han sido recientemente identificado como patógenos emergentes en pacientes ancianos e inmunocomprometidos particularmente aquellos que reciben antibioticoterapia de amplio espectro.[8]

Conclusiones
Si bien el consumo regular de productos que contengan L. Casei es beneficioso para la salud, los mismos pueden lograrse con el consumo habitual de cualquier yogur. Se ha probado un efecto beneficioso de L. Casei sobre el sistema inmune, pero se carece de estudios bien realizados y a largo plazo. Está claro que estos yogures no protegen frente a las enfermedades y aunque sí refuerza el sistema inmunológico, no lo hace tan eficazmente como lo puede hacer cualquier yogur tradicional.

Fuentes:
1.- J Appl Microbiol. 2006 Jun;100(6):1171-85.
2.- http://www.nature.com/ejcn/journal/v52/n12/abs/1600663a.html
3.- Am J Clin Nutr. 2000 Apr;71(4):861-72.
4.- Int J Clin Pract. 1999 Apr-May;53(3):179-84.
5.- http://www.socesfar.com/pdf/AFT%20SEPTIEMBRE.pdf#page=45
6.- J Nutr Health Aging. 2003;7(2):75-7.
7.- http://www.abgespeist.de/der_goldene_windbeutel/die_aktion/index_ger.html
8.- Int J Food Microbiol. 1994 Dec;24(1-2):179-89.128

Este artículo fué publicado en http://www.vistamedica.com/main/nutricion/que-hay-de-cierto-con-el-l-casei-defensis.html

jueves, 18 de febrero de 2010

Empresas familiares: cuando la familia lo es todo. O no.

Todo un tema el de las empresas familiares y su desaparición por fallas de manejo. En la Argentina hemos tenido un ejemplo emblemático: La Serenísima (http://www.laserenisima.com.ar), empresa familiar fundada en 1929 que si bien no llegó a desaparecer, sí ha tenido en los últimos tiempos importantes dificultades financieras las cuales sólo parecen haberse pospuesto, pero no desvanecido (http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=34346).



¿Cuánto influye en el destino de una empresa su organización y la participación familiar? ¿Hasta qué punto la capacidad para encontrar continuadores motivados de la idea original influye en la permanencia de una empresa en el tiempo?

Según un artículo aparecido en Ambito Financiero, “La Serenísima cambiará de manos tarde o temprano, porque Pascual Mastellone -su fundador y conductor- no tiene herederos ni sucesores en su familia” (http://www.ambito.com/diario/noticia.asp?id=466648). ¿Se podría haber evitado la situación actual anticipando el papel de las nuevas generaciones en el manejo de la empresa? Aunque posiblemente todo el problema no pueda reducirse a la formación de recursos humanos apropiados da la impresión de que este es uno de los puntos clave.

El tema me parece interesante y el siguiente artículo nos ayuda a saber más acerca del tema de las empresas familiares y como lograr que se mantengan en el tiempo.


¿Empresa familiar?, mantenla a flote.

Por Tania M. Moreno

Las empresas familiares generan el 75% de los puestos de trabajo en México, sin embargo sólo tres de cada diez sobreviven a la primera generación, de acuerdo con datos de la Secretaría de Economía (SE).

Además de la creación de empleo, la importancia de estas organizaciones radica en su aportación a las economías libres del mundo; en Latinoamérica más del 80% del Producto Interno Bruto (PIB) está basado en empresas familiares, asegura el profesor de Thunderbird School of Global Management y consultor, Enrique Poza.

"Los problemas de estas compañías tienen que ver con la gestión y la necesidad que tienen de ser más profesionales para consolidarse", dice Poza.
Cifras de la consultora PricewaterhouseCoopers (PWC) revelan que cerca de la mitad de estas empresas en el mundo fracasan al cambiar de manos entre familiares, ya que no tienen un plan de sucesión.

Las causas de fracaso de estas empresas son varias, pero el 60% radica en las relaciones familiares no equilibradas en la empresa.

El 20% se debe a las demandas financieras, 10% a la falta de un sucesor para que dirija la organización con éxito y 10% a la falta de capital para el crecimiento sin perder el control de la compañía, de acuerdo con datos del Centre de Services aux Entreprises (CSE), de Canadá.

El principal reto de estas compañías es apostarle a una verdadera hazaña: perdurar por varias generaciones, cuando en el contexto actual las empresas han disminuido su vida promedio a 14 años en Estados Unidos, según investigaciones de la Thunderbird School of Global Management.

Igual que las organizaciones, los productos han recortado su vida útil en un 70% durante la última década.

Y ya que la diferencia de criterios por la edad es uno de los principales obstáculos para el éxito, el único camino viable para tener una organización fortalecida es la profesionalización, afirma el consultor que participará en el Foro Mundial de Empresas Familiares que se realizará el 23 y 24 de septiembre en la Ciudad de México.

"Una buena medicina para estas empresas es incluir un porcentaje de gerentes no familiares en la organización (...), pues estos permiten una visión más objetiva y ayuda a tener una gestión sin los vicios de las relaciones de parentesco", señala Enrique Poza.

Para que ello funcione, es necesario que los gerentes sin relación familiar sean autónomos y no un "instrumento de compadrazgo" que se someta a las presiones de fundadores o sucesores.

Cambio de sombrero
Todo empresario familiar lleva tres sombreros puestos: el de padre, el de gerente o presidente, y el de accionista mayoritario.

"Lo importante está en saber cómo y en qué momento hay que cambiarse cada uno", asegura el consultor.

Cuando se viste el empresarial debe discutir los temas con la lógica y estrategia de la compañía, jamás con el de un padre que se siente obligado a no hacer distinciones afectivas entre sus hijos o familiares; y asegurarse de dejarlo en claro a todos.
A continuación, las estrategias que no deben faltar en una empresa familiar de acuerdo con el experto en Management:

• Una respuesta sistémica, crear una infraestructura de políticas y sistemas que definan las fronteras entre familia y empresa. La familia propietaria debe desarrollar un protocolo que dicte los principios para contratar a un miembro de la familia, de manera que no tenga oportunidades sólo por tener el mismo apellido.

• Preservar el secreto del éxito que han acatado todos los miembros y pasarlo a la siguiente generación, por ejemplo, el servicio al cliente. Sin embargo es fundamental escuchar a la siguiente generación para no perderse de la innovación necesaria para crecer y no desaparecer.

• Es necesario preparar a la siguiente generación, y aunque se trate de una Pyme, lo mejor es que los sucesores tomen cursos empresariales y de gerencia. El experto también recomienda que antes de trabajar en la compañía familiar, deben hacerlo en otra empresa para adquirir mayor experiencia y probarse en el mundo laboral.

• Conversaciones y planificación estratégica dentro de la familia empresarial, ya que la comunicación es fundamental para tomar decisiones importantes en el tema de gestión, sucesiones o adquisición de nuevas estrategias.

• Estructuras propietarias que le prestan atención a la capacidad de decisión ágil y flexibilidad, por ejemplo, que haya acuerdos de compra venta, y que de desearlo de esa forma, los accionistas sean libres de vender, ya que de esta forma se cortan ramas y se simplifica el árbol familiar. Esta práctica permite agilidad empresarial y da velocidad de decisión.

Fuente:
http://www.centrofox.org.mx/empresa_familiar.asp

miércoles, 17 de febrero de 2010

Técnicos argentinos crean una "súper leche" que previene enfermedades

Consiguieron un alimento apto contra la diabetes y la formación de células tumorales.




Ya le dicen la "súper leche" porque ayuda a prevenir la formación de células tumorales y la diabetes, como también la aparición de ateromas, como el que los cirujanos capturaron en la carótida del ex presidente Néstor Kirchner. Y sale así, desde la teta de la vaca, sin necesidad de agregados químicos, solo gracias a la alimentación previa del rumiante.

La fórmula no es cara y ya está a disposición de las pymes, gracias a seis años de trabajo de técnicos del INTA Balcarce, en colaboración con el INTI Lácteos. Ya está listo, además, el traspaso de las propiedades de esta leche a productos como queso, manteca, crema y yogures.

Así, se desarrolló una leche funcional, es decir, con propiedades adicionales sobre la salud de los consumidores, que van más allá del beneficio clásico del aporte de nutrientes (proteínas, grasas, azúcares, minerales) al agregar biomoléculas de ácido linoleico conjugado (CLA) y ácido vaccénico (AV), que presentan "propiedades antitumorales, antiaterogénicas y antidiabéticas". "Las pruebas se hicieron en los rodeos lecheros que el INTA tiene en Rafaela y Balcarce. "Ya hay productos precomerciales que se han evaluado junto con el INTI de Migueletes, como yogures, manteca y queso", explicó a Clarín el coordinador del Programa Nacional Leches del INTA, Miguel Taverna. Consideró que son una alternativa para darle mayor valor agregado a su producto, para los pequeños y medianos tamberos de los 11.500 que existen en Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.

"Pero estos lácteos no deben verse como un medicamento, sino como una medida preventiva que funciona como un eslabón más en un contexto de hábitos saludables de vida, aclaró Gerardo Gagliostro, del grupo Nutrición, Metabolismo y Calidad de Producto del INTA Balcarce, quien lideró este experimento. Agregó que esta leche "es un alimento más que puede contribuir a atenuar la aparición de enfermedades degenerativas en los consumidores".

La clave es el alimento de las vacas. Es el secreto, explicó Taverna, porque las vacas siguen una dieta sana para luego producir la "súper leche". "Y no es caro, tampoco, por eso puede dar valor agregado a las pymes", señaló el coordinador lechero. Taverna agregó que "esta leche enriquecida depende de la aplicación de protocolos para agregar valor a la leche y sus derivados, pensando primero en el productor y la producción primaria. Porque generalmente es la empresa la que genera el valor y el tambero captura muy poco de ese proceso".

Los técnicos explicaron que el valor agregado se da en la producción primaria "con costos no importantes, que requieren un protocolo estricto en la alimentación y manejo de las vacas. Se incorporan productos, cosa que no es muy engorrosa, porque en la mayoría de los tambos argentinos se suplementa a la vaca dentro y fuera de la sala de ordeñe. En la suplementación se deben incluir subproductos de la industria aceitera, de los procesos de generación de biocombustibles y también una pequeña concentración de harina de pescado, en general subproductos de transformaciones industriales que pueden recuperarse".

Taverna destacó el beneficio de la leche para prevenir diabetes y la formación de ateromas, que es la acumulación local de fibras y grasa, principalmente colesterol, en la pared interna de una arteria, que se estrecha y no deja pasar la sangre, con riesgo de infarto. "También está probado que puede prevenir los tumores de mama y prostáticos", dijo el especialista.

"La ventaja es que se genera un producto natural, en lugar de una leche con aditivos químicos. Lo cual desde el punto del impacto sobre el consumidor es más beneficioso", señaló. Como resultado, se obtiene una leche de menor contenido graso con su fracción hipercolesterolémica atenuada y con mayores niveles CLA y AV.

Las estimaciones del consumo diario de CLA oscilan entre 0,3 y 1,5 gramos por persona. Los mayores consumos corresponden a países que producen leche y carne en condiciones de pastoreo

El suplemento para el ganado bovino o caprino se realiza con oleaginosas, aceites y derivados de la molienda como las borras y los pellets o cáscaras de la misma soja. Por eso dicen en el INTA que es un proceso sano y amigable con el medio ambiente.

Más sano y natural
Suplemento

Gerardo Gagliostro, del grupo Nutrición, Metabolismo y Calidad de Producto del INTA Balcarce; junto a las vacas que son utilizadas para lograr una leche con cualidades más saludables. A estos animales se les cambió la dieta clásica del ganado por un suplemento compuesto por oleaginosas.

Súper leche
Gracias a esta alimentación especial que tienen estas vacas alimentadas por los técnicos del INTA con oleaginosas, aceites y derivados de la molienda como la borra, se obtiene un producto de menor contenido graso y con mayor nivel de ácido linoleico conjugado (CLA) y ácido vaccénico (AV).

Beneficios
Las propiedades benéficas del ácido linoleico conjugado (CLA) y del ácido vaccénico (AV) fortalecen el sistema inmune del ser humano, agregando agentes que previenen la formación de tumores y la diabetes. Estas propiedades se mantienen en lácteos, quesos y yogures.

Fuente:
http://www.conicet.gov.ar/NOTICIAS/portal/noticia.php?n=5279&t=3

Nota: El articulo se publica tal cual aparecio en la pagina del CONICET.

martes, 16 de febrero de 2010

Bebes bilingües: las raíces del bilingüismo en los recién nacidos.



Traducido por Claudio Pairoba

Tal vez no sea obvio, pero oír dos idiomas de forma regular durante el embarazo pone a los niños en camino a ser bilingües al nacer. De acuerdo a nuevos estudios en Ciencia Psicológica, una revista de la Asociación para la Ciencia Psicológica, los niños nacidos de madres bilingües (quienes hablaban ambos idiomas regularmente durante el embarazo) exhiben diferente preferencia de lenguaje que aquellos niños que nacen de madres que hablan un solo idioma.

Las científicas Krista Byers-Heinlein y Janet F. Werker de la Universidad de la Columbia Británica junto con Tracey Burns de la Organización para Cooperación Económica y Desarrollo en Francia quisieron investigar la preferencia y diferenciación de idioma en los recién nacidos. Dos grupos de recién nacidos fueron testeados para estos experimentos: bebés monolingües en inglés (cuyas madres hablaban sólo inglés durante el embarazo) y bebés bilingües inglés-tagalog (cuyas madres hablaban tagalog, un lenguaje que se habla en las Filipinas) e inglés regularmente durante el embarazo).

Los investigadores emplearon un método conocido como ”procedimiento de preferencia de succión de alta amplitud” para estudiar las preferencias de lenguaje de los bebés. Este método utiliza el reflejo de succión de los recién nacidos: un incremento de la succión indica interés en un estímulo. En el primero experimento, los bebés oyeron 10 minutos de un discurso, con alternancia entre inglés y tagalog después de cada minuto.

Los resultados mostraron que los infantes monolingües en inglés estuvieron más interesados en inglés que en tagalog, ya que incrementaron su comportamiento de succión cuando oyeron inglés que cuando oyeron tagalog. Sin embargo, los bebés bilingües mostraron la misma preferencia para ambos idiomas. Estos resultados sugieren que la exposición prenatal bilingüe puede afectar la preferencia idiomática de los recién nacidos, preparando a los infantes bilingües para escuchar y aprender acerca de sus dos idiomas nativos.

Para aprender dos idiomas, los recién nacidos bilingües también deben ser capaces de mantener separados sus idiomas. Para ver si los bebés bilingües son capaces de discriminar entre sus dos idiomas, los niños escucharon oraciones habladas en uno de sus dos idiomas hasta que perdieron interés. Después, oyeron oraciones en el otro idioma u oraciones en el mismo idioma pero habladas por una persona diferente. Los bebés mostraron succión incrementada cuando escucharon que se hablaba en el otro idioma. La succión no aumentó si escucharon más oraciones en el mismo lenguaje.

Estos resultados sugieren que los infantes bilingües, junto con los monolingües, son capaces de diferenciar entre dos idiomas, lo cual resulta en un mecanismo desde los primeros momentos de vida el cual asegura que los infantes bilingües no confundan sus dos idiomas.

Los investigadores observaron que la preferencia de los recién nacidos monolingües por su idioma natal dirige su atención a ese idioma, y que el interés de los recién nacidos bilingües por ambos idiomas ayuda a asegurar la atención en, y por lo tanto aprender más, ambos idiomas. La separación de los dos idiomas ayuda a prevenir la confusión. Los resultados de estos estudios demuestran que las raíces del bilingüismo se encuentran más profundas que lo que se pensaba hasta el momento, extendiéndose incluso a el período prenatal.

Fuente:
Fuente: http://www.psychologicalscience.org/media/releases/2010/werker.cfm

sábado, 13 de febrero de 2010

La obesidad se "programa" antes de los dos años

BBC Ciencia

El "punto de no retorno" que lleva a los niños a ser obesos durante toda su vida suele ocurrir antes de los dos años de edad, según investigadores estadounidenses.

Un estudio de más de 100 niños y adolescentes obesos concluyó en que más de la mitad tenían sobrepeso desde los dos años y que el 90% ya lo tenían a los cinco años.



La cuarta parte tenían sobrepeso antes de los cinco meses de edad, según la investigación, publicada en la revista Clinical Pediatrics.

Los niños del estudio tenían una edad promedio de doce años y todos ellos ya eran obesos o con sobrepeso a los 10 años.

Aunque aún no está claro por qué los niños aumentan de peso tan rápido durante sus primeros años, algunos factores que favorecen ese crecimiento desmedido son una mala alimentación, la introducción temprana de comida sólida y la falta de ejercicio.

Alimentación
Los investigadores agregaron que las preferencias alimentarias se establecen a los dos años de edad, por lo cual cambiar los hábitos alimentarios más tarde es difícil.

El doctor John Harrington, profesor de la Eastern Virginia Medical School, quien dirigió el estudio, dijo que los resultados deberían ser un "llamado de atención a los médicos".

"Con mucha frecuencia los médicos esperan a que haya complicaciones médicas para empezar un tratamiento.

"Conseguir que los padres y niños cambien de hábitos es un desafío monumental, lleno de obstáculos y decepciones".

Según Harrington, el estudio indica que hay que debatir sobre el aumento de peso excesivo durante la infancia para poder cambiar la tendencia actual en obesidad.

"Alarmante"
La obesidad infantil, como señala la Organización Mundial de la Salud, es uno de los mayores desafíos de salud ya que la prevalencia del trastorno ha aumentado a un nivel alarmante.

La OMS calcula que en hay más de 22 millones de niños menores de cinco años obesos o con sobrepeso en el mundo, y más de 75% de estos niños viven en países de bajos y medianos ingresos.

Según la organización hay muchas probabilidades de que un niño obeso o con sobrepeso permanezca siendo obeso hasta la adultez, con un alto riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes o problemas cardiovasculares siendo joven.

Fuente:
http://www.bbc.co.uk/mundo/ciencia_tecnologia/2010/02/100213_obesidad_infantil_rg.shtml

Ser o no ser (un elemento químico)

Así como Plutón perdió su estatus de planeta recientemente, el didimio, un supuesto elemento químico, tuvo su propia epopeya (y sus cinco minutos de fama, ya que llegó incluso a figurar en la Tabla Periódica). Pero la fama es fugaz, y el didimio, como tantos otros se hundió, si no en el olvido en el mundo abigarrado, y acaso triste, de los elementos compuestos.

Por Jorge Forno



Quienes asistimos en la primera década del siglo XXI a la pérdida del estatus planetario de Plutón fuimos testigos de un hecho histórico para la ciencia en general y la astronomía en particular. Plutón, luego de ser descubierto por el científico estadounidense Clyde Tombaugh (1906-1997), conservó su condición de planeta durante 76 años. Condición que se fue haciendo más precaria a medida que, sobre todo por el surgimiento de nuevas tecnologías de observación y medición, crecían las controversias debido a su tamaño –su diámetro es más pequeño que el de la Luna terrestre, y su órbita tiene una forma e inclinación diferente al resto de los planetas del Sistema Solar–.

Finalmente, y luego de intensos debates, los astrónomos determinaron que Plutón no encajaba en la definición de planeta tradicionalmente aceptada. Las definiciones son tiranas, no sólo para los planetas.

Y así como Plutón integró el elenco planetario durante muchos años, en la historia de la química moderna hubo un compuesto, el didimio, que fue considerado un elemento hecho y derecho durante más de medio siglo.

Al didimio se le asignó un peso atómico y tuvo un lugar en la tabla periódica de Mendeleiev, hasta que surgieron técnicas de análisis más precisas, que permitieron desdoblarlo en otras sustancias y ubicarlo en la categoría de los minerales complejos. Y de las curiosidades científicas.

ESAS RARAS TIERRAS SUECAS

Desde principios del siglo XIX, cuando el británico John Dalton enunció su teoría atómica, se definía a un elemento químico como una sustancia que no podía ser descompuesta, reacción química mediante, en otras más sencillas.

Cada elemento, o “cuerpo simple”, estaba asociado a un tipo de átomo específico y, como mandaba la ciencia moderna, a un valor numérico fijo, medible y cuantificable: el peso atómico. Los átomos eran indivisibles, sólo podían combinarse en relación de números enteros, en lo que se conoció como la ley de proporciones múltiples.

Conociendo las afinidades relativas entre distintos elementos era posible predecir combinaciones, luego verificables experimentalmente.

Y no tardaron en surgir métodos analíticos que permitían diferenciar y separar unas sustancias de otras. Ensayos de solubilidad y precipitación con ácidos y bases lograban separar distintos componentes de una sustancia determinada. Y las pruebas espectroscópicas se valían de una característica particular de cada elemento: la de emitir en estado incandescente una luz con determinadas longitudes de onda propias y específicas que permiten su identificación.

Ninguna de estas cuestiones le resultó ajena a Jons Jakob Berzelius, químico y mineralista sueco nacido en 1779, quien se ocupó de perfeccionar los métodos de análisis químico, aisló algunas sustancias simples y reemplazó los símbolos de los elementos de Dalton, que tenían reminiscencias de la alquimia, por otros más acordes con la ciencia moderna.

Con este arsenal de herramientas analíticas y teóricas, fueron muchos los que se lanzaron a la aventura de buscar nuevos elementos, en especial metales, en minas de Escandinavia, los Urales y América del Norte. Las minas cercanas a la aldea de Ytterby, en Suecia, fueron las preferidas para los cazadores nórdicos de nuevos metales, entre ellos Berzelius. Allí, los químicos se toparon con óxidos muy estables, que eran fácilmente confundibles con un elemento puro por los métodos analíticos disponibles entonces y que fueron llamados tierras raras.

Sustancias que, salvo por su estabilidad, no son para nada raras: según se sabe en la actualidad, se hallan en más de 200 minerales.

En 1794 el físico, químico y mineralista finlandés Jhoan Gadolin había encontrado en un mineral negro de Ytterby, un óxido al que llamó ytria, en honor a la región de la mina. En los años siguientes Berzelius y otros químicos separaron otro óxido que llamaron ceria. La separación de los componentes del mineral negro de Ytterby, daría mucha tela para cortar a los químicos del siglo XIX.

ENCONTRAR UNO, DOS, TRES, MUCHOS ELEMENTOS

Es en este asunto en el que entra en escena otro sueco: Carl Gustaf Mosander. Nacido en 1797, vivió su adolescencia en Estocolmo, donde tomó el gustito por la química trabajando como aprendiz de farmacia. Esto lo llevó a estudiar en el Instituto Karolinska, donde Berzelius enseñaba química. Mosander estudió farmacia, medicina y se desempeñó algunos años como cirujano militar. Pero se ganó un lugar en la historia de la química a partir de su relación profesional y personal con Berzelius, que le dio un lugar como profesor de química y de mineralogía en el Instituto Karolinska y luego como asistente de la Academia de Ciencias de Estocolmo. Y también lo interesó en el estudio de las tierras raras.

De un óxido aislado en las minas de Ytterby por Berzelius y otros químicos, la ceria, se había separado un mineral, el cerio. Mosander, aplicando métodos químicos de acidificación y precipitación sobre el cerio, aisló en 1839 el lantano –su nombre viene del griego “escondido”– y en 1841 el didimio –del griego “gemelo” por ser considerado gemelo del lantano–.

Luego Mosander la emprendió con la tierra rara que había hallado Gadolin, la ytria, y obtuvo el erbio y el terbio.

La cuestión es que el didimio adquirió un estatus de elemento químico que mantuvo durante mucho tiempo. Su símbolo era Di y hasta se le asignó un peso atómico y un número de valencia, es decir, un valor que determina las combinaciones con otros elementos químicos.

Si bien el didimio perduró muchos años como cuerpo simple, otras sustancias de más breve paso por el universo de los elementos proliferaron en el siglo XIX.

Con ellas símbolos y nombres que homenajeaban a personas, lugares y astros aparecían y luego eran descartados. El problema estaba en las limitaciones que en la época imponían los métodos de aislamiento de la química analítica y los métodos espectroscópicos que no diferenciaban entre elementos de espectros muy cercanos. Al refinar los procedimientos de separación de sustancias, viejos cuerpos simples que parecían ser uno se descomponían en nuevas sustancias, cambiando así su condición y dejando olvidados, tras un breve período de gloria, epónimos de todo tipo.

El caso es que así como Tombaugh murió creyendo que Plutón era un planeta, Mosander murió en 1858 convencido que el didimio era tan elemento como los otros tres que había descubierto. Y no era el único que creía que el didimio era un cuerpo simple. Sin ir más lejos, cuando Mendeleiev ordenó los elementos lo ubicó al lado del Lantano y así el didimio se dio el lujo de figurar en la tabla periódica, durante al menos ocho años. Pero la química de entonces sufría constantes cambios y nuevos experimentos derribaban hallazgos recientes.

A mediados del siglo XIX, un naturalista francés que buscaba reunir en una obra todo el conocimiento de la época, se refirió al didimio en la página 180 del volumen 17 de sus Obras Completas. El artículo decía que se trataba de “un cuerpo simple recientemente descubierto que fue hallado por Mosander” y que “el descubridor añade que no le ha podido separar totalmente del lantano pero que es de esperar que nuevas observaciones disipen las dudas sobre su existencia.”

UN FINAL CRISTALIZADO
Y las nuevas observaciones, lejos de disipar dudas, sembraron nuevos interrogantes. La categorización del didimio como elemento comenzó a tambalear cuando los métodos de análisis disponibles ganaron precisión. En 1878 Marc Delafontaine, utilizando pruebas espectroscópicas le asestó el primer golpe a la existencia del didimio como sustancia única e indivisible.

Anunció que había hallado en el didimio un nuevo cuerpo simple al que bautizó decipio (del latín engañar).

El decipio hizo honor a su profético nombre y tampoco resultó ser un elemento. A partir de ese momento se sucedieron aislamientos de sustancias que a partir del didimio parecían ser elementos y luego terminaban siendo nuevamente desdobladas. Pero fue en 1885, cuando un químico austríaco, Carl Auer von Welsbach, terminó definitivamente con la idea de que el didimio era un elemento. Valiéndose de técnicas de cristalización fraccionada –una forma de separar sustancias con solubilidades muy cercanas– encontró en el didimio dos nuevos cuerpos simples: el neodimio (nuevo gemelo) y el praseodimio–.

La suerte del didimio estaba echada: si se desdoblaba en otras sustancias, no respondía a la definición de elemento que imponía la teoría atómica de Dalton. Sin embargo, aun habiendo perdido definitivamente su lugar en la Tabla Periódica, referencias al didimio como elemento químico se conservaron en la literatura hasta los primeros años del siglo XX.

Un siglo en que la física se metió de lleno con el átomo y la mina de Ytterby se convirtió en un hito histórico con placa conmemorativa incluida. Mientras tanto, Plutón y el didimio siguen existiendo sin importar los vaivenes clasificatorios a los que nosotros –simples humanos– los sometemos en nuestro obstinado afán de conocer.

Así como Plutón perdió su estatus de planeta recientemente, el didimio, un supuesto elemento químico, tuvo su propia epopeya (y sus cinco minutos de fama, ya que llegó incluso a figurar en la Tabla Periódica). Pero la fama es fugaz, y el didimio, como tantos otros se hundió, si no en el olvido en el mundo abigarrado, y acaso triste, de los elementos compuestos.

Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/futuro/13-2293-2010-02-13.html

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