Por Carmelo Polino
En algunos círculos académicos de América Latina, afortunadamente, empieza a sentirse cierta inquietud por revisar el alcance de la noción de cultura científica y otros conceptos cercanos que utilizamos habitualmente, y proponer modelos alternativos que permitan hacer preguntas desde la óptica de nuestras propias realidades institucionales, sociales y políticas. Esta cuestión la hemos ido constatando a medida que desarrollamos una línea de trabajo común sobre el tema entre la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT/CYTED) y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), junto a otras instituciones y organismos de la región.
El problema de la cultura científica en los países de América Latina no puede desconocer el hecho cruento de que millones de personas viven y mueren marginados en la más absoluta pobreza, y que en esta desgarradora deuda social la ciencia y la tecnología podrían convertirse en opciones de futuro. El fracaso histórico de nuestras sociedades también puede contarse desde la óptica de las oportunidades que hemos perdido para articular el conocimiento que se produce en los laboratorios con las aulas, las fábricas, las leyes y el mercado. La condición normal del desarrollo de la ciencia en la mayoría de los países de América Latina se caracteriza por su débil conexión con la estructura productiva, su inadvertido peso para la dirigencia política y por la tolerante, pero infructífera, valoración positiva de una amplia mayoría social que no sabe muy bien qué hacer con ella.
Los indicadores básicos permiten apreciar la poca cantidad de plata que nuestras sociedades destinan en conjunto a financiar el conocimiento. De esta forma, y aunque no sea una decisión ciudadana consciente, lo claro es que en términos generales la sociedad no espera que la ciencia local solucione sus problemas.
Lo paradójico es que no hay alternativa viable para un crecimiento sostenido sin ciencia y tecnología propias. El problema de la percepción de la ciencia cobra entonces un status diferente, y la cultura científica se revela ahora como una cuestión de la ciencia inserta en la dinámica social. ¿Qué utilidad tiene ahora insistir con el halo de superioridad del sabio y la caracterización del público como un ignorante al que hay que instruir? Su ventaja es dudosa. Y cuanto más lo miremos de esta forma, resultará más evidente que la dimensión cognitiva es sólo un aspecto más, relevante, pero sólo parcialmente.
En este sentido, las estrategias de comunicación más eficaces serán las que permitan aumentar el reclamo social para que se haga más y mejor ciencia y se desarrolle más y mejor tecnología.
Y en este punto podremos hablar de una sociedad cuya cultura está más o menos orientada hacia la ciencia, la tecnología y la innovación.
Continuará
sábado, 19 de junio de 2010
viernes, 18 de junio de 2010
¡Gol! Los científicos anotan en el ranking de las estrellas de fútbol
Por Gisela Telis
Traducción de Claudio Pairoba
Si usted es nuevo en la locura de la Copa Mundial y se está preguntando cuál es el mejor equipo, la ciencia tiene una respuesta. Los investigadores han desarrollado un software que puede medir el éxito en el fútbol, creando un sistema de ranqueo más sofisticado para este deporte y una herramienta para analizar la performance en otras actividades grupales.
A diferencia del béisbol y el fútbol americano, el deporte más popular del mundo no tiene muchas estadísticas. Sólo existen un puñado de sistemas de ranqueo de fútbol, la mayoría de los cuales se basan en información limitada: número de goles anotados en un partido, goles asistidos y algunos índices de la dificultad e importancia de un partido. Aunque tales sistemas están creados para determinar cuales son los mejores equipos y jugadores, el hecho de que se enfoquen sólo en los tantos limita su exactitud, dice Luis Amaral, un Ingeniero en Sistemas Complejos de la Universidad de Northwestern, Illinois. “Uno termina sin ninguna información excepto sobre el jugador que hizo el gol y el jugador que lo ayudó.”
Amaral, un fanático del fútbol, quería medir la performance de jugadores y equipos de una forma que tome en cuenta las complejas interacciones dentro de un equipo así como la contribución de cada jugador. Así que se remitió a una fuente inesperada: las redes sociales. Aplicando las técnicas matemáticas usadas para mapear amigos en Facebook y en otras redes, Amaral y otros colegas crearon un software que puede rastrear el flujo de pelotas entre jugadores. A medida que el programa sigue a la pelota, le asigna un puntaje a los pases precisos así como a los pases que van a terminar en gol. Si el disparo tiene éxito, no importa.
“Hay mucha suerte involucrada cuando se llega a anotar,” explica Amaral. Solamente el flujo de la pelota hacia el arco y el papel que cada jugador juega en lograrlo se incluyen en el sistema de puntos del programa, el cual después calcula un índice de habilidad para cada jugador del equipo.
Cuando los investigadores usaron el programa para analizar los datos del Campeonato Europeo 2008, los índices se acercaron mucho a los resultados del torneo y las opiniones generales de los periodistas, entrenadores y otros expertos que sopesaron las actuaciones. Los resultados aparecen en un trabajo publicado en PLoS ONE (1).
Uno de los temas con cualquier clase de trabajo en equipo es asignarle el reconocimiento a la persona correcta,” dice Amaral. “La gente agresiva y gritona tiene más reconocimiento, pero con este análisis uno puede tener una idea más acabada de cuanto contribuye cada individuo al resultado final.”
“Este es un artículo interesante y aparece en el momento justo – el mundo está atado a la silla para el Mundial de Fútbol,” dice Alessandro Vespignani otro científico en computadoras de la Universidad de Indiana en Bloomington y también fanático del balonpie. “Pero es mucho más profundo que eso. Es una herramienta poderosa para analizar el rendimiento de cualquier equipo: equipos científicos, compañías, grupos creativos.”
Amaral planea aplicar el programa a otros deportes y campos y ya está ingresando datos del Mundial 2010 – con un motivo. “Soy de Portugal, y quedé desilusionado de la forma en que jugamos el Martes,” dice. (Su equipo empató 0 a 0 con Costa de Marfil). “Tengo mucha curiosidad por saber que puntaje nos da el programa – tal vez jugamos mejor de lo que pensé.”
Fuente:
http://news.sciencemag.org/sciencenow/2010/06/goooal-scientists-score-in-ranki.html
1. http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0010937
Traducción de Claudio Pairoba
Si usted es nuevo en la locura de la Copa Mundial y se está preguntando cuál es el mejor equipo, la ciencia tiene una respuesta. Los investigadores han desarrollado un software que puede medir el éxito en el fútbol, creando un sistema de ranqueo más sofisticado para este deporte y una herramienta para analizar la performance en otras actividades grupales.
A diferencia del béisbol y el fútbol americano, el deporte más popular del mundo no tiene muchas estadísticas. Sólo existen un puñado de sistemas de ranqueo de fútbol, la mayoría de los cuales se basan en información limitada: número de goles anotados en un partido, goles asistidos y algunos índices de la dificultad e importancia de un partido. Aunque tales sistemas están creados para determinar cuales son los mejores equipos y jugadores, el hecho de que se enfoquen sólo en los tantos limita su exactitud, dice Luis Amaral, un Ingeniero en Sistemas Complejos de la Universidad de Northwestern, Illinois. “Uno termina sin ninguna información excepto sobre el jugador que hizo el gol y el jugador que lo ayudó.”
Amaral, un fanático del fútbol, quería medir la performance de jugadores y equipos de una forma que tome en cuenta las complejas interacciones dentro de un equipo así como la contribución de cada jugador. Así que se remitió a una fuente inesperada: las redes sociales. Aplicando las técnicas matemáticas usadas para mapear amigos en Facebook y en otras redes, Amaral y otros colegas crearon un software que puede rastrear el flujo de pelotas entre jugadores. A medida que el programa sigue a la pelota, le asigna un puntaje a los pases precisos así como a los pases que van a terminar en gol. Si el disparo tiene éxito, no importa.
“Hay mucha suerte involucrada cuando se llega a anotar,” explica Amaral. Solamente el flujo de la pelota hacia el arco y el papel que cada jugador juega en lograrlo se incluyen en el sistema de puntos del programa, el cual después calcula un índice de habilidad para cada jugador del equipo.
Cuando los investigadores usaron el programa para analizar los datos del Campeonato Europeo 2008, los índices se acercaron mucho a los resultados del torneo y las opiniones generales de los periodistas, entrenadores y otros expertos que sopesaron las actuaciones. Los resultados aparecen en un trabajo publicado en PLoS ONE (1).
Uno de los temas con cualquier clase de trabajo en equipo es asignarle el reconocimiento a la persona correcta,” dice Amaral. “La gente agresiva y gritona tiene más reconocimiento, pero con este análisis uno puede tener una idea más acabada de cuanto contribuye cada individuo al resultado final.”
“Este es un artículo interesante y aparece en el momento justo – el mundo está atado a la silla para el Mundial de Fútbol,” dice Alessandro Vespignani otro científico en computadoras de la Universidad de Indiana en Bloomington y también fanático del balonpie. “Pero es mucho más profundo que eso. Es una herramienta poderosa para analizar el rendimiento de cualquier equipo: equipos científicos, compañías, grupos creativos.”
Amaral planea aplicar el programa a otros deportes y campos y ya está ingresando datos del Mundial 2010 – con un motivo. “Soy de Portugal, y quedé desilusionado de la forma en que jugamos el Martes,” dice. (Su equipo empató 0 a 0 con Costa de Marfil). “Tengo mucha curiosidad por saber que puntaje nos da el programa – tal vez jugamos mejor de lo que pensé.”
Fuente:
http://news.sciencemag.org/sciencenow/2010/06/goooal-scientists-score-in-ranki.html
1. http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0010937
lunes, 14 de junio de 2010
El argentino que venció al Pentágono
Extracto de la nota publicada en Clarín el 13/06/10. El artículo completo puede leerse en http://www.clarin.com/zona/argentino-vencio-Pentagono_0_279572193.html
Por Gustavo Sierra
Juan Torres perdió a su hijo soldado en Afganistán. Creía que lo había matado la mafia de la heroína. Luego, descubrió que había sido una medicina que le dio el propio Ejército. Logró que prohibieran la droga en todo el mundo.
Juan Torres se inclina sobre la corona de flores resecas, toca la bandera de las tiras y las estrellas y dice algo. “Le hablo a mi hijo, le hablo “al cabezón”. Le digo que esté bien. Que yo estoy bien. Que su madre y su hermana también lo están. Y que voy a seguir la lucha por él”, dice Juan mirando de reojo la larguísima lista de muchachos de Chicago muertos en las últimas guerras, desde Vietnam hasta Afganistán, grabadas en la piedra del monumento levantado en pleno centro de la ciudad del viento. “Fiiiijate”, me remarca con su inconfundible acento cordobés, “son todos apellidos hispanos. Los hispanos somos la carne de cañón”. Y se inclina nuevamente sobre la pequeña corona de flores secas y vuelve a murmurar. “Le dije a mi hijo que no se preocupe. Que voy a seguir luchando para que no haya más chicos hispanos que tengan que ir a la guerra para poder progresar. Le dije que no van a ir más engañados como él. Le dije que él no murió para nada”, me cuenta este argentino cuando ya salimos del lugar y caminamos por la avenida Wabash mientras el viento de la primavera nos barre como si fuéramos hojas.
Juan logró vencer al Pentágono y a una de las empresas farmacéuticas internacionales más poderosas del mundo. Ya no podrán suministrar a los soldados, ni a nadie, las pastillas contra la malaria que terminaron matando a su hijo Juan/John cuando cumplía con su servicio como soldado en el Ejército estadounidense en Afganistán. Está esperando que termine el juicio que les inició para cobrar la compensación con la que armará una fundación dedicada a ayudar a los soldados que regresan con afecciones psicológicas tras la guerra y a que el Ejército no los use como “conejito de Indias” suministrándoles medicinas que no están probadas fehacientemente.
Pero por sobre todo, para poder seguir con su campaña de alertar a los chicos de las escuelas de los barrios pobres hispanos que no se dejen engañar por los reclutadores de las fuerzas armadas. “Ahí está el nudo de todo. Se llevan a los chicos cuando aún son menores de edad. Les prometen que van a ser héroes de películas, que les van a pagar la universidad, que van a viajar. Y es todo mentira. ¡Si a mí me quisieron cobrar hasta el préstamo que le habían dado a mi hijo para que estudiara! Pero ya había terminado su carrera hacía mucho y ni sé qué pasó con el dinero. Pero igual me lo querían cobrar. ¡Es todo una gran mentira!”, sigue contando Juan mientras nos subimos a su camioneta marrón y se dispone a manejar hacia su casa de Schillerr Park, a una media hora del centro de Chicago.
Susana, la madre, envió varios pedidos de información sobre la muerte de su hijo a través del Freedon of Information Act. No le respondieron los dos primeros, pero meses después de presentar el tercero le llegó un sobre con nueve páginas clasificadas del reporte del psiquiatra del Ejército Robert Ensley escrito en junio de 2005. “Ahí es cuando se abre la caja de Pandora”, dice Juan. Ensley dice que Juan/John era un soldado más maduro que el promedio, competente y sociable. Y al final menciona la medicación que estaba tomando: Lariam, o mefloquine hydrochloride, una droga contra la malaria conocida por sus devastadores efectos secundarios.
En los años 80, el instituto Walter Reed de investigaciones del Ejército desarrolló la pastilla y le entregó la licencia al laboratorio suizo Roche. Era una gran solución para el Pentágono. Cada vez que enviaba soldados a una zona tropical tenía que gastar enormes fortunas en tratamientos contra la malaria por los que hay que tomar una píldora cada día. Lariam se suministra una vez a la semana. Pero se trata de una medicina absolutamente peligrosa. Provoca alucinaciones, depresiones profundas e induce al suicidio.
En 1997 ya se formó una primera organización de familiares de personas muertas a causa de esta droga. Y en 2002, una serie de investigaciones de dos reporteros de la agencia UPI probaron que la medicina que se receta a cientos de miles de soldados, trabajadores sociales y turistas “puede provocar cinco veces más problemas mentales que lleven al suicidio que cualquier otro tratamiento para prevenir la malaria como el antibiótico doxycline, por ejemplo”. El propio instituto Walter Reed publicó en un informe del 2004 que “al menos el 25% de los que toman mefloquine como dosis profiláctica experimentan efectos neurológicos y psiquiátricas negativos”.
La senadora demócrata por California Dianne Feinstein logró armar un comité de investigación sobre la droga en el Congreso, pero no se llegó a ninguna conclusión concreta. El entonces encargado general de salud del Ejército, James Peake, dijo al comité que “no encontramos evidencias entre el uso de Lariam y el suicidio de soldados. Sólo 4 de los 24 soldados que se suicidaron este año en Irak pertenecían a unidades a las que se les suministró esa droga”. Unos meses más tarde y como consecuencia de un pedido de informes de los Torres, el Ejército admitió que los suicidios a causa de la píldora no habían sido 4 sino 11.
El informe más contundente apareció en el Malaria Journal en marzo de 2008 firmado por el prestigioso infectólogo Remington Nevin. Dice que cerca del 10% de los 11.725 soldados desplegados en Afganistán que tomaron Lariam tuvieron graves efectos neurológicos. Y ahí se habla por primera vez de que esos efectos se potencian con el uso de algunas otras medicinas en forma paralela.
El año pasado Juan y Susana decidieron contratar al abogado Louis Font, un ex oficial del Ejercito estadounidense que pidió la baja desilusionado por la guerra y que se encarga de defender a los objetores de conciencia. Font consiguió que le remitieran todo el expediente médico y de servicio de Juan/John. Y allí encontraron la clave. A causa de los dolores estomacales, un médico del Ejército le dio unas pastillas para calmar la acidez. Fue lo que agravó las consecuencias del Lariam.
Las dos drogas juntas son fatales. Provocan inflamaciones en el pecho, alucinaciones y tendencias suicidas. Son efectos que aparecen de golpe y provocan dolores extremos en la persona. Finalmente, un juez federal aceptó el caso remarcando que por ley no se puede hacer juicio al Ejército pero sí al laboratorio Roche que elabora la droga. Fue cuando el Pentágono anunció oficialmente que ya no suministraría Lariam a sus soldados “por tratarse de una droga con efectos secundarios peligrosos”.
Roche retiró hace tres meses Lariam del mercado. La prensa estadounidense habla del cordobés Juan Torres como “el padre coraje” que logró vencer al Pentágono. La semana pasada se estrenó en Chicago el documental “Drugs and Death at Bagram” de Shaun McCanna que describe el camino recorrido por este argentino.
“Y ya estoy más tranquilo. Creo que para fin de año ya tendremos el juicio resuelto y me voy a poner a trabajar con la fundación que voy a crear en nombre de mi hijo. Yo no estoy contra el Ejército estadounidense pero no quiero que les sigan mintiendo a los chicos hispanos ni a sus padres. Como siempre digo, Juan/John me dejó un mandato. No puede haber más chicos que sean tratados como animales de guerra”, comenta Juan y besa el anillo de su hijo que lleva desde hace seis años en su mano derecha. Después mira la foto de ese chico de ojos brillantes, respira rápido y suspira profundo.
Por Gustavo Sierra
Juan Torres perdió a su hijo soldado en Afganistán. Creía que lo había matado la mafia de la heroína. Luego, descubrió que había sido una medicina que le dio el propio Ejército. Logró que prohibieran la droga en todo el mundo.
Juan Torres se inclina sobre la corona de flores resecas, toca la bandera de las tiras y las estrellas y dice algo. “Le hablo a mi hijo, le hablo “al cabezón”. Le digo que esté bien. Que yo estoy bien. Que su madre y su hermana también lo están. Y que voy a seguir la lucha por él”, dice Juan mirando de reojo la larguísima lista de muchachos de Chicago muertos en las últimas guerras, desde Vietnam hasta Afganistán, grabadas en la piedra del monumento levantado en pleno centro de la ciudad del viento. “Fiiiijate”, me remarca con su inconfundible acento cordobés, “son todos apellidos hispanos. Los hispanos somos la carne de cañón”. Y se inclina nuevamente sobre la pequeña corona de flores secas y vuelve a murmurar. “Le dije a mi hijo que no se preocupe. Que voy a seguir luchando para que no haya más chicos hispanos que tengan que ir a la guerra para poder progresar. Le dije que no van a ir más engañados como él. Le dije que él no murió para nada”, me cuenta este argentino cuando ya salimos del lugar y caminamos por la avenida Wabash mientras el viento de la primavera nos barre como si fuéramos hojas.
Juan logró vencer al Pentágono y a una de las empresas farmacéuticas internacionales más poderosas del mundo. Ya no podrán suministrar a los soldados, ni a nadie, las pastillas contra la malaria que terminaron matando a su hijo Juan/John cuando cumplía con su servicio como soldado en el Ejército estadounidense en Afganistán. Está esperando que termine el juicio que les inició para cobrar la compensación con la que armará una fundación dedicada a ayudar a los soldados que regresan con afecciones psicológicas tras la guerra y a que el Ejército no los use como “conejito de Indias” suministrándoles medicinas que no están probadas fehacientemente.
Pero por sobre todo, para poder seguir con su campaña de alertar a los chicos de las escuelas de los barrios pobres hispanos que no se dejen engañar por los reclutadores de las fuerzas armadas. “Ahí está el nudo de todo. Se llevan a los chicos cuando aún son menores de edad. Les prometen que van a ser héroes de películas, que les van a pagar la universidad, que van a viajar. Y es todo mentira. ¡Si a mí me quisieron cobrar hasta el préstamo que le habían dado a mi hijo para que estudiara! Pero ya había terminado su carrera hacía mucho y ni sé qué pasó con el dinero. Pero igual me lo querían cobrar. ¡Es todo una gran mentira!”, sigue contando Juan mientras nos subimos a su camioneta marrón y se dispone a manejar hacia su casa de Schillerr Park, a una media hora del centro de Chicago.
Susana, la madre, envió varios pedidos de información sobre la muerte de su hijo a través del Freedon of Information Act. No le respondieron los dos primeros, pero meses después de presentar el tercero le llegó un sobre con nueve páginas clasificadas del reporte del psiquiatra del Ejército Robert Ensley escrito en junio de 2005. “Ahí es cuando se abre la caja de Pandora”, dice Juan. Ensley dice que Juan/John era un soldado más maduro que el promedio, competente y sociable. Y al final menciona la medicación que estaba tomando: Lariam, o mefloquine hydrochloride, una droga contra la malaria conocida por sus devastadores efectos secundarios.
En los años 80, el instituto Walter Reed de investigaciones del Ejército desarrolló la pastilla y le entregó la licencia al laboratorio suizo Roche. Era una gran solución para el Pentágono. Cada vez que enviaba soldados a una zona tropical tenía que gastar enormes fortunas en tratamientos contra la malaria por los que hay que tomar una píldora cada día. Lariam se suministra una vez a la semana. Pero se trata de una medicina absolutamente peligrosa. Provoca alucinaciones, depresiones profundas e induce al suicidio.
En 1997 ya se formó una primera organización de familiares de personas muertas a causa de esta droga. Y en 2002, una serie de investigaciones de dos reporteros de la agencia UPI probaron que la medicina que se receta a cientos de miles de soldados, trabajadores sociales y turistas “puede provocar cinco veces más problemas mentales que lleven al suicidio que cualquier otro tratamiento para prevenir la malaria como el antibiótico doxycline, por ejemplo”. El propio instituto Walter Reed publicó en un informe del 2004 que “al menos el 25% de los que toman mefloquine como dosis profiláctica experimentan efectos neurológicos y psiquiátricas negativos”.
La senadora demócrata por California Dianne Feinstein logró armar un comité de investigación sobre la droga en el Congreso, pero no se llegó a ninguna conclusión concreta. El entonces encargado general de salud del Ejército, James Peake, dijo al comité que “no encontramos evidencias entre el uso de Lariam y el suicidio de soldados. Sólo 4 de los 24 soldados que se suicidaron este año en Irak pertenecían a unidades a las que se les suministró esa droga”. Unos meses más tarde y como consecuencia de un pedido de informes de los Torres, el Ejército admitió que los suicidios a causa de la píldora no habían sido 4 sino 11.
El informe más contundente apareció en el Malaria Journal en marzo de 2008 firmado por el prestigioso infectólogo Remington Nevin. Dice que cerca del 10% de los 11.725 soldados desplegados en Afganistán que tomaron Lariam tuvieron graves efectos neurológicos. Y ahí se habla por primera vez de que esos efectos se potencian con el uso de algunas otras medicinas en forma paralela.
El año pasado Juan y Susana decidieron contratar al abogado Louis Font, un ex oficial del Ejercito estadounidense que pidió la baja desilusionado por la guerra y que se encarga de defender a los objetores de conciencia. Font consiguió que le remitieran todo el expediente médico y de servicio de Juan/John. Y allí encontraron la clave. A causa de los dolores estomacales, un médico del Ejército le dio unas pastillas para calmar la acidez. Fue lo que agravó las consecuencias del Lariam.
Las dos drogas juntas son fatales. Provocan inflamaciones en el pecho, alucinaciones y tendencias suicidas. Son efectos que aparecen de golpe y provocan dolores extremos en la persona. Finalmente, un juez federal aceptó el caso remarcando que por ley no se puede hacer juicio al Ejército pero sí al laboratorio Roche que elabora la droga. Fue cuando el Pentágono anunció oficialmente que ya no suministraría Lariam a sus soldados “por tratarse de una droga con efectos secundarios peligrosos”.
Roche retiró hace tres meses Lariam del mercado. La prensa estadounidense habla del cordobés Juan Torres como “el padre coraje” que logró vencer al Pentágono. La semana pasada se estrenó en Chicago el documental “Drugs and Death at Bagram” de Shaun McCanna que describe el camino recorrido por este argentino.
“Y ya estoy más tranquilo. Creo que para fin de año ya tendremos el juicio resuelto y me voy a poner a trabajar con la fundación que voy a crear en nombre de mi hijo. Yo no estoy contra el Ejército estadounidense pero no quiero que les sigan mintiendo a los chicos hispanos ni a sus padres. Como siempre digo, Juan/John me dejó un mandato. No puede haber más chicos que sean tratados como animales de guerra”, comenta Juan y besa el anillo de su hijo que lleva desde hace seis años en su mano derecha. Después mira la foto de ese chico de ojos brillantes, respira rápido y suspira profundo.
“Sabios” e “ignorantes”, o una peligrosa distinción para América Latina (2da. parte)
Por Carmelo Polino
Las consecuencias de manejarse en términos de “sabios” e “ignorantes”, sin embargo, están a la vista. Hemos transformado la comunicación de la ciencia en un acto pedagógico dentro de un contexto de enseñanza-aprendizaje y, por ello, siempre en el público existirá una laguna de conocimientos a ser llenada. La percepción de riesgos se reduce entonces a un problema de alfabetización. Si las personas supieran más, habría entonces menos resistencia a ciertas aplicaciones tecnológicas.
La aparición pública de la biología molecular ofrece incontables ejemplos donde este argumento es el que prevalece. El lugar común de las encuestas de percepción pública ha consistido en enfatizar la ignorancia científica y cierta insensatez en algunas actitudes precavidas de grupos sociales frente a campos de desarrollo científico que pueden considerarse promisorios. Nos quejamos entonces de que el público percibe mal la ciencia.
Pero el problema puede ser que estemos percibiendo mal al público. No se puede calificar tan livianamente de ignorante a una persona que manifiesta su desconfianza o incertidumbre ante los avances de la clonación, incluso cuando le falte conocimiento para distinguir las diferencias entre la clonación terapéutica y la reproductiva; pues lo que está en juego en su representación del tema, lo que le puede ocasionar vértigo, excede la comprensión de un concepto o una técnica. Se articula, más bien, con otros elementos de su cultura y representaciones del mundo.
La ciencia ha estado avanzando sobre terrenos que obligan interpelan la naturaleza de nuestra existencia misma y que, por eso, las respuestas exceden a la ciencia y a sus practicantes. Las respuestas son de la cultura de la sociedad ¿Por qué podríamos estar tan seguros entonces de que un mayor conocimiento científico conduce inexorablemente a un mayor apoyo y de allí a una mayor aceptación social de la ciencia?
Otro tanto podría decirse de aquél que mira con recelo las posibilidades que la teletransportación de átomos abre al universo de la física cuántica, preguntándose si algún día será posible que alguien desintegre a una persona en una punta de la ciudad para volver a integrarla en la otra. Si bien las intenciones de la amplia mayoría de los científicos y tecnólogos son indudablemente buenas, y los efectos de la ciencia y la tecnología en la sociedad han sido, ¿quién en su sano juicio podría negarlo?, en esencia abrumadoramente más benéficos que otra cosa, después de todo sí hubo sueños de la razón que engendraron monstruos. ¿Qué pretendemos que piense la sociedad de los científicos e ingenieros al servicio del estado que en este momento ponen a punto la parafernalia tecnológica de bombas inteligentes que explotan a diario en el suelo de Irak?
Desde ya que hay que combatir la falta de información, pero debemos reconocer que ello es un deber cívico que excede la información científica. ¿O acaso pensamos que una encuesta de comprensión de la pintura contemporánea o las leyes laborales arrojaría mejores resultados? La sociedad moderna – abandonados los ideales del uomo universale que lo comprendía todo- basa su estructura organizativa en la delegación del saber, el reverso de la moneda de la delegación del poder.
Se ha depositado así en los científicos e ingenieros -en los expertos en general- la confianza para resolver problemas de salud, higiene, seguridad, infraestructura, educación, urbanización, medio ambiente, etc. Corresponde a los expertos brindar información confiable y proponer alternativas tecnológicas acordes a garantizar el desarrollo social y el medio ambiente. En este sentido, no va a ser la industria privada quien asuma como propia esta aventura. El estado sigue siendo la garantía de que no se pierdan los objetivos fundamentales de fondo: una mejor ciudadanía, para una sociedad más justa.
Esta perspectiva hace palidecer un tratamiento de la cultura científica en términos del “modelo de déficit”. Parece evidente que ninguno de nosotros interactúa con la ciencia sólo cognitivamente; lo hacemos en “contexto de sentidos” y por eso cobra relevancia hablar de representaciones sociales. Considero que se trata de una miopía interpretativa reducir la noción de cultura científica a las cualidades de la alfabetización.
La defensa de un modelo deficitario de este tipo tiene consecuencias directas para la práctica de la comunicación, pues convalida una supuesta “inferioridad cognitiva” por parte del público, refuerza los prejuicios respecto a la capacidad de éste para acceder a la ciencia, y protege la legitimidad de la ciencia como saber superior. En el medio, perdimos la oportunidad de analizar la ciencia en una dinámica social y cultural más amplia y, por ende, más rica. Pero, fundamentalmente, margina la dimensión más relevante de todas: la democratización del conocimiento.
Continuará
Las consecuencias de manejarse en términos de “sabios” e “ignorantes”, sin embargo, están a la vista. Hemos transformado la comunicación de la ciencia en un acto pedagógico dentro de un contexto de enseñanza-aprendizaje y, por ello, siempre en el público existirá una laguna de conocimientos a ser llenada. La percepción de riesgos se reduce entonces a un problema de alfabetización. Si las personas supieran más, habría entonces menos resistencia a ciertas aplicaciones tecnológicas.
La aparición pública de la biología molecular ofrece incontables ejemplos donde este argumento es el que prevalece. El lugar común de las encuestas de percepción pública ha consistido en enfatizar la ignorancia científica y cierta insensatez en algunas actitudes precavidas de grupos sociales frente a campos de desarrollo científico que pueden considerarse promisorios. Nos quejamos entonces de que el público percibe mal la ciencia.
Pero el problema puede ser que estemos percibiendo mal al público. No se puede calificar tan livianamente de ignorante a una persona que manifiesta su desconfianza o incertidumbre ante los avances de la clonación, incluso cuando le falte conocimiento para distinguir las diferencias entre la clonación terapéutica y la reproductiva; pues lo que está en juego en su representación del tema, lo que le puede ocasionar vértigo, excede la comprensión de un concepto o una técnica. Se articula, más bien, con otros elementos de su cultura y representaciones del mundo.
La ciencia ha estado avanzando sobre terrenos que obligan interpelan la naturaleza de nuestra existencia misma y que, por eso, las respuestas exceden a la ciencia y a sus practicantes. Las respuestas son de la cultura de la sociedad ¿Por qué podríamos estar tan seguros entonces de que un mayor conocimiento científico conduce inexorablemente a un mayor apoyo y de allí a una mayor aceptación social de la ciencia?
Otro tanto podría decirse de aquél que mira con recelo las posibilidades que la teletransportación de átomos abre al universo de la física cuántica, preguntándose si algún día será posible que alguien desintegre a una persona en una punta de la ciudad para volver a integrarla en la otra. Si bien las intenciones de la amplia mayoría de los científicos y tecnólogos son indudablemente buenas, y los efectos de la ciencia y la tecnología en la sociedad han sido, ¿quién en su sano juicio podría negarlo?, en esencia abrumadoramente más benéficos que otra cosa, después de todo sí hubo sueños de la razón que engendraron monstruos. ¿Qué pretendemos que piense la sociedad de los científicos e ingenieros al servicio del estado que en este momento ponen a punto la parafernalia tecnológica de bombas inteligentes que explotan a diario en el suelo de Irak?
Desde ya que hay que combatir la falta de información, pero debemos reconocer que ello es un deber cívico que excede la información científica. ¿O acaso pensamos que una encuesta de comprensión de la pintura contemporánea o las leyes laborales arrojaría mejores resultados? La sociedad moderna – abandonados los ideales del uomo universale que lo comprendía todo- basa su estructura organizativa en la delegación del saber, el reverso de la moneda de la delegación del poder.
Se ha depositado así en los científicos e ingenieros -en los expertos en general- la confianza para resolver problemas de salud, higiene, seguridad, infraestructura, educación, urbanización, medio ambiente, etc. Corresponde a los expertos brindar información confiable y proponer alternativas tecnológicas acordes a garantizar el desarrollo social y el medio ambiente. En este sentido, no va a ser la industria privada quien asuma como propia esta aventura. El estado sigue siendo la garantía de que no se pierdan los objetivos fundamentales de fondo: una mejor ciudadanía, para una sociedad más justa.
Esta perspectiva hace palidecer un tratamiento de la cultura científica en términos del “modelo de déficit”. Parece evidente que ninguno de nosotros interactúa con la ciencia sólo cognitivamente; lo hacemos en “contexto de sentidos” y por eso cobra relevancia hablar de representaciones sociales. Considero que se trata de una miopía interpretativa reducir la noción de cultura científica a las cualidades de la alfabetización.
La defensa de un modelo deficitario de este tipo tiene consecuencias directas para la práctica de la comunicación, pues convalida una supuesta “inferioridad cognitiva” por parte del público, refuerza los prejuicios respecto a la capacidad de éste para acceder a la ciencia, y protege la legitimidad de la ciencia como saber superior. En el medio, perdimos la oportunidad de analizar la ciencia en una dinámica social y cultural más amplia y, por ende, más rica. Pero, fundamentalmente, margina la dimensión más relevante de todas: la democratización del conocimiento.
Continuará
sábado, 12 de junio de 2010
“Sabios” e “ignorantes”, o una peligrosa distinción para América Latina (1ra. parte)
Por Carmelo Polino
Nunca como ahora hubo tanta ciencia y tanta tecnología en tantos lados. La expansión de la información científica en la esfera social es francamente impresionante. En el diario, la televisión, el cine y la radio,las ideas científicas circulan libremente de lunes a lunes. La ciencia está metida en los teléfonos celulares, el champú, los discos compactos, la ropa de los atletas olímpicos, la comida, los perfumes y,
así, en tantos sitios que intentar enumerarlos sería insensato. Después de todo, ¿por qué tendría que resultarnos particularmente extraño hablar de ciencia y tecnología si finalmente el pensamiento científico moldea nuestras fibras más profundas? La sociedad actual, desarrollada o no, vive inmersa en una
cultura científica y tecnológica que guía el curso de los acontecimientos más fundamentales.
Aunque por supuesto el sentido común obliga a admitir que la mayoría no somos plenamente consciente de sus alcances y consecuencias. Tal vez esto ayude a comprender por qué todavía sentimos algo de pudor cuando en una reunión social comentamos que nuestra actividad consiste en difundir la ciencia o analizar
de qué forma circula y repercute en la opinión pública; puede que vivamos con el temor de que alguien nos mire con extrañeza e incredulidad y nos pida que le expliquemos en qué consiste eso de la comunicación científica, o los estudios sociales de la ciencia; o, mucho peor aún, que nos veamos ante la embarazosa situación de ensayar una respuesta para justificar la importancia de pensar la ciencia en la vida cotidiana.
Sospecho que este temor, por cierto en absoluto infundado, se conecta con
frustraciones que tienen su origen en la utopía irrealizada de la cultura moderna. Ésta vaticinaba el progreso social a consecuencia de revoluciones científicas y tecnológicas superadoras de los defectos de la condición humana. Mi conjetura es que el fracaso de los ideales de la modernidad también fue la derrota de la ciencia en su
carácter de actividad social comunicándose con amplias audiencias alejadas de la práctica científica como una vivencia en primera persona. Cuando la modernidad fracasó, entre la ciencia y la sociedad terminaron de levantarse los muros que actualmente toda la comunicación científica intenta derribar.
El problema es que la modernidad, paradójicamente, tenía en su seno el germen de la incomunicación. Incluso los hombres más lúcidos de los siglos XVII y XVIII que habían ayudado a que la ciencia llegara a los salones, a las calles y a las plazas, sin ser conscientes ponían un límite, una distinción fundamental, constitutiva, entre los científicos y los no científicos. Ofrezco un ejemplo ilustrativo, pues a veces la interpretación de los grandes problemas se esconde en los pequeños detalles que pasan desapercibidos: Francesco Algarotti publicó en 1737 El newtonianismo para las damas, un ensayo que hoy consideramos clásico de la popularización de la ciencia -entendida según los cánones modernos- no sólo por la intención que el título mismo denota, sino porque además fue escrito en formato de diálogo y en lengua vernácula, siguiendo la tradición que acaso comenzara Galileo Galilei.
Pero si bien había una intención explícita de repartir conocimientos e incluir al público en el ámbito científico, la audiencia era, inevitablemente, un ciudadano de segunda en el país de la ciencia: “el Santuario del Templo, escribe Algarotti, estará siempre reservado a los Sacerdotes y favoritos de la Deidad; pero la Entrada y sus otras Partes estarán siempre abiertas al Profano”. La actividad científica consistía en una experiencia sacra de espíritus elevados. Los hombres de la Ilustración se encargaron de marcar y propagar esta distinción frente al resto de la sociedad.
Mi hipótesis, nuevamente, es que siendo la divulgación científica una creación de la modernidad acarrea sus triunfos y contradicciones. En otros términos, que en el ímpetu por liberar el espíritu y emancipar la razón también se desarrolló un sistema de comunicación con un doble efecto: por un lado,acercando al público al ámbito de la ciencia, pero, por otro lado, rechazándolo. Como resultado, se fue construyendo un modelo jerárquico y unidireccional de comunicación social de la ciencia que tiene una vigencia abrumadora. La distancia entre los científicos y el resto de la sociedad se define como un problema de educación, de conocimiento, de déficit.
Lógicamente, no existe ciencia por un lado y cultura por otro, hay ciencia en la cultura. Pero el problema central está en nuestra herencia cultural misma, la
cual nos obliga a elegir constantemente una pésima estrategia de comunicación. Los resultados han sido deplorables. Hemos reforzado en el público la idea de que la ciencia es un santuario al que sólo acceden los elegidos, a la que se debe respeto reverencial, y sobre la cual sólo podemos hablar de la forma más solemne posible.
Todo aquél que se desvíe de la norma se arriesga a ser calificado de anti científico o irracionalista. Allí, en esas imágenes profundas, encuentro la explicación a nuestra incomodidad y al temor que nos provocan las hipotéticas preguntas molestas que acechan en las reuniones sociales.
Continuará
Fuente:
http://jcom.sissa.it/archive/03/03/F030303/?searchterm=polino
Nunca como ahora hubo tanta ciencia y tanta tecnología en tantos lados. La expansión de la información científica en la esfera social es francamente impresionante. En el diario, la televisión, el cine y la radio,las ideas científicas circulan libremente de lunes a lunes. La ciencia está metida en los teléfonos celulares, el champú, los discos compactos, la ropa de los atletas olímpicos, la comida, los perfumes y,
así, en tantos sitios que intentar enumerarlos sería insensato. Después de todo, ¿por qué tendría que resultarnos particularmente extraño hablar de ciencia y tecnología si finalmente el pensamiento científico moldea nuestras fibras más profundas? La sociedad actual, desarrollada o no, vive inmersa en una
cultura científica y tecnológica que guía el curso de los acontecimientos más fundamentales.
Aunque por supuesto el sentido común obliga a admitir que la mayoría no somos plenamente consciente de sus alcances y consecuencias. Tal vez esto ayude a comprender por qué todavía sentimos algo de pudor cuando en una reunión social comentamos que nuestra actividad consiste en difundir la ciencia o analizar
de qué forma circula y repercute en la opinión pública; puede que vivamos con el temor de que alguien nos mire con extrañeza e incredulidad y nos pida que le expliquemos en qué consiste eso de la comunicación científica, o los estudios sociales de la ciencia; o, mucho peor aún, que nos veamos ante la embarazosa situación de ensayar una respuesta para justificar la importancia de pensar la ciencia en la vida cotidiana.
Sospecho que este temor, por cierto en absoluto infundado, se conecta con
frustraciones que tienen su origen en la utopía irrealizada de la cultura moderna. Ésta vaticinaba el progreso social a consecuencia de revoluciones científicas y tecnológicas superadoras de los defectos de la condición humana. Mi conjetura es que el fracaso de los ideales de la modernidad también fue la derrota de la ciencia en su
carácter de actividad social comunicándose con amplias audiencias alejadas de la práctica científica como una vivencia en primera persona. Cuando la modernidad fracasó, entre la ciencia y la sociedad terminaron de levantarse los muros que actualmente toda la comunicación científica intenta derribar.
El problema es que la modernidad, paradójicamente, tenía en su seno el germen de la incomunicación. Incluso los hombres más lúcidos de los siglos XVII y XVIII que habían ayudado a que la ciencia llegara a los salones, a las calles y a las plazas, sin ser conscientes ponían un límite, una distinción fundamental, constitutiva, entre los científicos y los no científicos. Ofrezco un ejemplo ilustrativo, pues a veces la interpretación de los grandes problemas se esconde en los pequeños detalles que pasan desapercibidos: Francesco Algarotti publicó en 1737 El newtonianismo para las damas, un ensayo que hoy consideramos clásico de la popularización de la ciencia -entendida según los cánones modernos- no sólo por la intención que el título mismo denota, sino porque además fue escrito en formato de diálogo y en lengua vernácula, siguiendo la tradición que acaso comenzara Galileo Galilei.
Pero si bien había una intención explícita de repartir conocimientos e incluir al público en el ámbito científico, la audiencia era, inevitablemente, un ciudadano de segunda en el país de la ciencia: “el Santuario del Templo, escribe Algarotti, estará siempre reservado a los Sacerdotes y favoritos de la Deidad; pero la Entrada y sus otras Partes estarán siempre abiertas al Profano”. La actividad científica consistía en una experiencia sacra de espíritus elevados. Los hombres de la Ilustración se encargaron de marcar y propagar esta distinción frente al resto de la sociedad.
Mi hipótesis, nuevamente, es que siendo la divulgación científica una creación de la modernidad acarrea sus triunfos y contradicciones. En otros términos, que en el ímpetu por liberar el espíritu y emancipar la razón también se desarrolló un sistema de comunicación con un doble efecto: por un lado,acercando al público al ámbito de la ciencia, pero, por otro lado, rechazándolo. Como resultado, se fue construyendo un modelo jerárquico y unidireccional de comunicación social de la ciencia que tiene una vigencia abrumadora. La distancia entre los científicos y el resto de la sociedad se define como un problema de educación, de conocimiento, de déficit.
Lógicamente, no existe ciencia por un lado y cultura por otro, hay ciencia en la cultura. Pero el problema central está en nuestra herencia cultural misma, la
cual nos obliga a elegir constantemente una pésima estrategia de comunicación. Los resultados han sido deplorables. Hemos reforzado en el público la idea de que la ciencia es un santuario al que sólo acceden los elegidos, a la que se debe respeto reverencial, y sobre la cual sólo podemos hablar de la forma más solemne posible.
Todo aquél que se desvíe de la norma se arriesga a ser calificado de anti científico o irracionalista. Allí, en esas imágenes profundas, encuentro la explicación a nuestra incomodidad y al temor que nos provocan las hipotéticas preguntas molestas que acechan en las reuniones sociales.
Continuará
Fuente:
http://jcom.sissa.it/archive/03/03/F030303/?searchterm=polino
viernes, 11 de junio de 2010
Mejor arroz gracias a los hongos
Por ScienceNOW
Traducción de Claudio Pairoba
Amigo fúngico.Los hongos de Arbuscular mycorrhizal producen cientos de esporas, tales como las aquí mostradas, afuera de las raíces de la planta.
Más del 80% de especies vegetales hacen relaciones amistosas con un hongo común. A cambio de azúcar, el hongo ayuda a las plantas a extraer nutrientes del suelo. Pero las plantas de arroz, una fuente alimenticia primaria para miles de millones de personas, no tienen esta relación especial – y por lo tanto no reciben el empujoncito extra que los hongos le dan a otras plantas.
Un nuevo estudio sugiere que con una pequeña ayudita de los investigadores, sin embargo, el hongo puede unirse con el arroz, aumentando la tasa de crecimiento de la planta hasta 5 veces.
El patólogo vegetal Ian Sanders tiene la hipótesis de que a algunas esporas del hongo – conocido como Arbuscular mycorrhiza – sí les gusta el arroz pero que son genéticamente descartadas por sus hermanos. Cada espora de hongo tiene un maquillaje genético único, de acuerdo a lo que él y otros colegas encontraron en trabajos anteriores, de manera tal que algunas esporas pueden estar más predispuestas genéticamente a juntarse con el arroz que otras.
Para averiguar si este era el caso, Sanders y sus colegas en la Universidad de Lausana, Suiza, juntaron esporas fúngicas de campos cercanos a Zurich y los cultivaron en el laboratorio. Cuando los hongos maduraron, los investigadores extrajeron esporas individuales de cada progenitor y las cultivaron por 3 generaciones.
Luego, los investigadores agregaron esporas de cada generación a las plantas de arroz. Encontraron que la tercera generación de hongos – los nietos – incrementaron la tasa de crecimiento de las plantas entre 2 y 5 veces más que las otras generaciones. Aunque los científicos no están seguros sobre por qué sólo los nietos tuvieron este efecto, es probable que sea debido a la mayor variabilidad genética de la tercera generación, la cual pudo ser lograda por los científicos al cultivar esporas individuales en el laboratorio, según explica Daniel Croll, uno de los coautores del estudio que ahora se desempeña como biólogo evolutivo en Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zurich. Los investigadores publicaron sus hallazgos en la edición online de Current Biology (1).
“Es alentador que la manipulación genética de estos organismos cosmopolitas pueda tener impacto en la producción de cultivos,” dice James Correll, un patólogo vegetal de la Universidad de Arkansas, Little Rock. Pero, aclara, todavía hay muchas preguntas sin responder. “Aunque uno pueda mostrar un aumento de los cultivos en el invernadero, esto puede no traducirse en las condiciones encontradas en el campo,” expresa.
Los investigadores reconocen que el trabajo está lejos de llegar al campo. Además de mayor cantidad de estudios en invernadero, planean estudiar el impacto de los hongos manipulados sobre la tasa de crecimiento de otro cultivo comestible – la mandioca, un arbusto cuyas hojas y raíces son el alimento básico para cerca de 500 millones de personas alrededor del mundo. Este estudio se llevaría a cabo el año que viene en Colombia.
1.http://www.cell.com/current-biology/abstract/S0960-9822%2810%2900599-3
Fuente:
http://news.sciencemag.org/sciencenow/2010/06/better-rice-through-fungi.html
Traducción de Claudio Pairoba
Amigo fúngico.Los hongos de Arbuscular mycorrhizal producen cientos de esporas, tales como las aquí mostradas, afuera de las raíces de la planta.
Más del 80% de especies vegetales hacen relaciones amistosas con un hongo común. A cambio de azúcar, el hongo ayuda a las plantas a extraer nutrientes del suelo. Pero las plantas de arroz, una fuente alimenticia primaria para miles de millones de personas, no tienen esta relación especial – y por lo tanto no reciben el empujoncito extra que los hongos le dan a otras plantas.
Un nuevo estudio sugiere que con una pequeña ayudita de los investigadores, sin embargo, el hongo puede unirse con el arroz, aumentando la tasa de crecimiento de la planta hasta 5 veces.
El patólogo vegetal Ian Sanders tiene la hipótesis de que a algunas esporas del hongo – conocido como Arbuscular mycorrhiza – sí les gusta el arroz pero que son genéticamente descartadas por sus hermanos. Cada espora de hongo tiene un maquillaje genético único, de acuerdo a lo que él y otros colegas encontraron en trabajos anteriores, de manera tal que algunas esporas pueden estar más predispuestas genéticamente a juntarse con el arroz que otras.
Para averiguar si este era el caso, Sanders y sus colegas en la Universidad de Lausana, Suiza, juntaron esporas fúngicas de campos cercanos a Zurich y los cultivaron en el laboratorio. Cuando los hongos maduraron, los investigadores extrajeron esporas individuales de cada progenitor y las cultivaron por 3 generaciones.
Luego, los investigadores agregaron esporas de cada generación a las plantas de arroz. Encontraron que la tercera generación de hongos – los nietos – incrementaron la tasa de crecimiento de las plantas entre 2 y 5 veces más que las otras generaciones. Aunque los científicos no están seguros sobre por qué sólo los nietos tuvieron este efecto, es probable que sea debido a la mayor variabilidad genética de la tercera generación, la cual pudo ser lograda por los científicos al cultivar esporas individuales en el laboratorio, según explica Daniel Croll, uno de los coautores del estudio que ahora se desempeña como biólogo evolutivo en Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zurich. Los investigadores publicaron sus hallazgos en la edición online de Current Biology (1).
“Es alentador que la manipulación genética de estos organismos cosmopolitas pueda tener impacto en la producción de cultivos,” dice James Correll, un patólogo vegetal de la Universidad de Arkansas, Little Rock. Pero, aclara, todavía hay muchas preguntas sin responder. “Aunque uno pueda mostrar un aumento de los cultivos en el invernadero, esto puede no traducirse en las condiciones encontradas en el campo,” expresa.
Los investigadores reconocen que el trabajo está lejos de llegar al campo. Además de mayor cantidad de estudios en invernadero, planean estudiar el impacto de los hongos manipulados sobre la tasa de crecimiento de otro cultivo comestible – la mandioca, un arbusto cuyas hojas y raíces son el alimento básico para cerca de 500 millones de personas alrededor del mundo. Este estudio se llevaría a cabo el año que viene en Colombia.
1.http://www.cell.com/current-biology/abstract/S0960-9822%2810%2900599-3
Fuente:
http://news.sciencemag.org/sciencenow/2010/06/better-rice-through-fungi.html
lunes, 7 de junio de 2010
Tony Blair formará parte de una innovadora firma de capitales de riesgo para tecnología verde
Por EconomyWatch
Traducción de Claudio Pairoba
Tony Blair se convertirá en consejero de alto rango en Khosla Ventures, la firma de capitales de riesgo fundada por Vinod Khosla, un inversor que propone el uso de tecnología verde.
Khosla Ventures, fundada por Khosla en 2004 después de dejar la firma de capitales de riesgo Kleiner Perkins Caufield y Byers, hizo el anuncio en una reunión de inversores.
La firma va a invertir U$S 1.100 millones en tecnología limpia así como en compañías de tecnología de la información.
Blair ofrecerá asesoramiento estratégico en políticas públicas a las empresas con cartera de inversiones verdes que posee la firma.
Entre las mismas se incluyen Calera, un fabricante que usa dióxido de carbono para crear productos de hormigón; Kior, la cual transforma biomasa tal como astillas de madera en biocombustibles; y Pax Streamline, la cual apunta a hacer los sistemas de aire acondicionado menos contaminantes para el medio ambiente.
“Cuanto más estudiaba todo el tema del cambio climático, conectándolo con temas de seguridad energética y desarrollo, me convencí cada vez más que las respuestas están en la tecnología”, expresó Blair en una entrevista.
Blair trabajó en el tema de políticas internacionales sobre cambio climático cuando fue primer ministro, y ahora encabeza el proyecto “Rompiendo el Estancamiento del Clima”, a través del cual apunta a moldear la política internacional sobre cambio climático.
Silicon Valley y Washington tienen una relación distante y a veces enfrentada.
Eso está bien cuando se trata de tecnología de la información, dijo Blair, ya que el gobierno no es su fuerza propulsora.
La tecnología verde es diferente, dado que los gobiernos están tratando de usarla para alcanzar objetivos de política ambiental.
“Progresos tecnológicos que sean económicamente viables – para los gobiernos, ese es el santo grial,” dijo.
Khosla dijo que la gente que trabajó en tecnología subestimó la importancia de trabajar con los creadores de políticas, y que Blair ayudaría a superar esa separación.
De la misma manera que lo han hecho Al Gore y Colin Powell, quienes son consejeros en Kleiner Perkins, Blair prestará su nombre a los proyectos, hacer presentaciones y repartir consejos, pero no estará involucrado en la actividad diaria de la firma.
Por ejemplo, dijo Blair, él podría potencialmente ayudar a cerrar un trato para que una de las compañías construya una planta piloto en un país determinado.
Khosla Ventures, con sede en Menlo Park, California, generalmente invierte entre U$S 5 y 15 millones en emprendimientos tecnológicos, y también invierte cantidades más pequeñas, cerca de U$S 2 millones, en lo que Khosla denomina “experimentos científicos”, o sea ideas para tecnología verde que son tan riesgosas y prematuras que probablemente fallarán, de acuerdo a un artículo del New York Times (1).
Su objetivo es ayudar a desarrollar tecnologías que no requieran subsidios del gobierno para sobrevivir y que sean económicamente viables en países como China y la India, manifestó Khosla.
“No estamos tratando de construir sobre lo conocido,” dijo Khosla. “Estamos tratando de hacer los sueños realidad.”
Khosla Ventures está incrementando sus inversiones en tecnología verde a medida que muchos capitalistas de riesgo han estado disminuyendo tales inversiones, en especial aquellas que requieren la construcción de industrias para producir energía alternativa.
Parece que la mediación Israel/Palestina no resultó tan buena para Blair.
1. Blair to join venture firm as adviser on technology.
Por Claire Can Miller. http://www.nytimes.com/2010/05/25/technology/25blair.html?emc=eta1
Traducción de Claudio Pairoba
Tony Blair se convertirá en consejero de alto rango en Khosla Ventures, la firma de capitales de riesgo fundada por Vinod Khosla, un inversor que propone el uso de tecnología verde.
Khosla Ventures, fundada por Khosla en 2004 después de dejar la firma de capitales de riesgo Kleiner Perkins Caufield y Byers, hizo el anuncio en una reunión de inversores.
La firma va a invertir U$S 1.100 millones en tecnología limpia así como en compañías de tecnología de la información.
Blair ofrecerá asesoramiento estratégico en políticas públicas a las empresas con cartera de inversiones verdes que posee la firma.
Entre las mismas se incluyen Calera, un fabricante que usa dióxido de carbono para crear productos de hormigón; Kior, la cual transforma biomasa tal como astillas de madera en biocombustibles; y Pax Streamline, la cual apunta a hacer los sistemas de aire acondicionado menos contaminantes para el medio ambiente.
“Cuanto más estudiaba todo el tema del cambio climático, conectándolo con temas de seguridad energética y desarrollo, me convencí cada vez más que las respuestas están en la tecnología”, expresó Blair en una entrevista.
Blair trabajó en el tema de políticas internacionales sobre cambio climático cuando fue primer ministro, y ahora encabeza el proyecto “Rompiendo el Estancamiento del Clima”, a través del cual apunta a moldear la política internacional sobre cambio climático.
Silicon Valley y Washington tienen una relación distante y a veces enfrentada.
Eso está bien cuando se trata de tecnología de la información, dijo Blair, ya que el gobierno no es su fuerza propulsora.
La tecnología verde es diferente, dado que los gobiernos están tratando de usarla para alcanzar objetivos de política ambiental.
“Progresos tecnológicos que sean económicamente viables – para los gobiernos, ese es el santo grial,” dijo.
Khosla dijo que la gente que trabajó en tecnología subestimó la importancia de trabajar con los creadores de políticas, y que Blair ayudaría a superar esa separación.
De la misma manera que lo han hecho Al Gore y Colin Powell, quienes son consejeros en Kleiner Perkins, Blair prestará su nombre a los proyectos, hacer presentaciones y repartir consejos, pero no estará involucrado en la actividad diaria de la firma.
Por ejemplo, dijo Blair, él podría potencialmente ayudar a cerrar un trato para que una de las compañías construya una planta piloto en un país determinado.
Khosla Ventures, con sede en Menlo Park, California, generalmente invierte entre U$S 5 y 15 millones en emprendimientos tecnológicos, y también invierte cantidades más pequeñas, cerca de U$S 2 millones, en lo que Khosla denomina “experimentos científicos”, o sea ideas para tecnología verde que son tan riesgosas y prematuras que probablemente fallarán, de acuerdo a un artículo del New York Times (1).
Su objetivo es ayudar a desarrollar tecnologías que no requieran subsidios del gobierno para sobrevivir y que sean económicamente viables en países como China y la India, manifestó Khosla.
“No estamos tratando de construir sobre lo conocido,” dijo Khosla. “Estamos tratando de hacer los sueños realidad.”
Khosla Ventures está incrementando sus inversiones en tecnología verde a medida que muchos capitalistas de riesgo han estado disminuyendo tales inversiones, en especial aquellas que requieren la construcción de industrias para producir energía alternativa.
Parece que la mediación Israel/Palestina no resultó tan buena para Blair.
1. Blair to join venture firm as adviser on technology.
Por Claire Can Miller. http://www.nytimes.com/2010/05/25/technology/25blair.html?emc=eta1
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