Un grupo de mujeres cautivas de un trabajo alienante. Pasiones encontradas y la llegada de una colaboradora extranjera que desata situaciones con un sorpresivo final.
Por Claudio Pairoba
La monotonía de sus voces, repitiendo un mensaje almibarado que todos
conocemos bien, nos sorprende desde que ingresamos a la sala.
Estamos por ver la historia laboral de ocho mujeres, atrapadas en un call
center donde se entrelazan amores prohibidos, desvaríos estilo “El sexto
sentido” y ansias de poder escondidas.
Con la presencia constante de una gerenta que vive para satisfacer los
deseos del dueño de la empresa, una guardia de seguridad con sus emociones
asfixiadas tras el uniforme y una encargada de recursos humanos que sobrevive
con una dieta de pastillas y alcohol, las cuatro telemarketers nos irán
contando sus historias. Las que se quieren ir y las que quieren ascender. Las
que están bien donde están y las que quieren trascender más allá de este plano
físico. Todas enredadadas como los cables telefónicos que las rodean formando
una jaula que aprieta justo hasta el punto donde quita las ganas pero no mata.
Situaciones hilarantes, ritmo acelerado (de call center) e imágenes para
recordar es lo que propone la puesta en escena de este excelente grupo rosarino.
Una buena realización para pasar un rato muy agradable con gente que ama lo
que hace y por eso lo hace muy bien.
La cita es en la sala “La manzana” (San Juan 1950) para ver a estas mujeres fuera de servicio. Y recuerde, la próxima
vez que atienda el llamado de una telemarketer: del otro lado, hay una historia
para contar.
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