Las
mujeres reciben menos invitaciones para evaluar el trabajo de sus pares
que se ha de publicar en revistas científicas. Las niñas, a partir de
los 6 años, se ven menos brillantes.
por Daniel Mediavilla
La semana pasada, dos estudios señalaban algunas de las barreras que
impiden aprovechar el potencial de las mujeres en la ciencia. El primero
de ellos, publicado en la revista Nature,
se refería a la presencia femenina como evaluadoras de los trabajos de
sus pares. Esta evaluación es uno de los fundamentos del sistema
científico y permite que las revistas científicas valoren la calidad de
los artículos. Además, es una vía para que los evaluadores mejoren en su
propia área de conocimiento y fortalezcan vínculos con otros
investigadores.
Un análisis de la Unión Americana de Geofísica (AGU) indicaba que las
mujeres de todas las edades tenían menos probabilidades de participar
en este proceso. El comentario muestra que entre 2012 y 2015 la
presencia femenina entre los revisores era del 20%. El porcentaje era
bastante inferior al 27% de mujeres que logra que se acepten artículos
en los que aparecen como primeras autoras y por debajo del 28% de
miembros femeninos de la AGU. La presencia de mujeres también se
incrementa con la edad. Entre los veinteañeros, son el 45%. En
contraste, los autores, Jory Lerback y Brooks Hanson, muestran que el
porcentaje de artículos aceptados para su publicación presentados por
mujeres era ligeramente superior al de los hombres (61% frente al 57%).
Sobre los motivos para esa menor representación, se menciona como
primera causa que ellas reciben menos invitaciones para evaluar
artículos que los hombres. Además, también las mujeres rechazan con una
mayor frecuencia las invitaciones.
Los autores plantean dos posibles interpretaciones para estos
resultados. Una, que las autoras gocen de una discriminación inversa.
Otra, y la que consideran más plausible, que las autoras, esperando
mayores dificultades, preparen mejor el envío de sus trabajos. Esta
hipótesis coincide con los resultados de otros estudios que indican que
quienes esperan más obstáculos dedican mayor esfuerzo a la preparación y
asumen menos riesgos. Esto explicaría también, al menos en parte, por
qué las mujeres envían para su publicación menos artículos que los
hombres. “Un proceso de revisión de doble ciego podría arrojar más luz
sobre estos factores”, proponen.
En este sentido, estudios como uno publicado en PNAS
por un grupo liderado por Corinne A. Moss-Racusin, psicóloga de
Skidmore College (EEUU), sugieren que los profesores universitarios,
independientemente de su género, evalúan de manera más favorable una
candidatura para director de laboratorio si va firmada por un nombre
masculino. Otros análisis similares han observado cómo candidaturas
idénticas para puestos fijos en la universidad tienen más posibilidades
de éxito si el supuesto aspirante es hombre. Estos trabajos observan
además que estos sesgos afectan también a individuos que valoran la
igualdad y se consideran objetivos.
La complejidad del problema de los sesgos también se tocaba en un artículo
publicado en la misma revista en 2015. Aunque hay una gran cantidad de
datos que reflejan la desventaja de las mujeres en las carreras de
ciencia e ingenierías, y que esa ventaja puede estar relacionada con los
estereotipos de género, esos datos no se valoran igual dependiendo de
quien los lea. En aquel trabajo, observaron que los hombres, y en
particular aquellos en posiciones de poder en la academia, eran
reticentes a aceptar el valor de los datos presentados en este tipo de
estudios. Esta percepción, en un campo dominado por los hombres, hace
más difícil que se reconozcan los sesgos y se empiecen a combatir.
Un segundo artículo publicado la semana pasada aporta más información
sobre las posibles causas de la infrarrepresentación femenina en
ciencias e ingenierías. En un trabajo, aparecido en la revista Science,
se preguntaba a niños y a niñas si, cuando se les hablaba de una
persona especialmente inteligente, creían que era de su sexo o del
contrario. Cuando los pequeños tenían cinco años, no se observaban
diferencias. Sin embargo, a partir de los seis o los siete años, la
probabilidad de que las niñas considerasen que la persona brillante
fuese de su sexo descendía.
En otro experimento del mismo estudio, los autores vieron que las
niñas mayores, a partir de los seis años, estaban menos interesadas en
juegos que, según la descripción, estaban diseñados para niños muy
inteligentes. Sin embargo, el interés no variaba entre géneros cuando se
les presentaba el juego como dirigido a niños muy constantes. Los
responsables del estudio consideran que estas ideas sobre el género y la
inteligencia, que aparecen en una fase temprana de la infancia, pueden
alejar a las niñas de carreras de ciencias o ingenierías. Como dato
llamativo, tanto niños como niñas reconocen que ellas tienen mejores
notas, lo que sugiere que no asocian esas notas con la brillantez.
Ahora, los autores quieren buscar los orígenes de esas diferencias de
percepción.
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