Texto
basado en una plática dada en el mes de marzo de 2013 a los alumnos
del Diplomado en Divulgación de la Ciencia que ofrece la Dirección
General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) de la UNAM.
Por Luis Estrada. Revista Digital de la UNAM
Introducción
Aunque en los últimos años suele hablarse sólo de divulgación de la
ciencia, se entiende que es una actividad inmersa en un proceso de
comunicación que precisa estrategias diversificadas de acuerdo con el
espacio y el público con el que se dialoga. Recuerdo la época en que
laboré en el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia, antigua
dependencia de la UNAM, antecedente de la actual Dirección General de
Divulgación de la Ciencia. En ese entonces convenimos en distinguir
tres actividades: la difusión, la divulgación y la comunicación. No
sobra recordar que con la primera nombrábamos a la participación de
conocimientos en los grupos dedicados a labores de ciencia, pensando
que, al menos para fines prácticos, sus integrantes hablaban un lenguaje
común. Las reuniones de las sociedades científicas emplean
básicamente este tipo de interacción.
Con la segunda actividad, la divulgación de la ciencia, esperábamos
llevar el conocimiento científico al público en general, pues
suponíamos que éste podía no estar enterado de los temas a tratar, ya
sea porque no había tenido la oportunidad de conocerlos o porque era
necesario precisarlos, situarlos en un contexto apropiado o señalar
sus consecuencias. En esta actividad siempre se supuso que el
desconocimiento de un tema científico no se debía a alguna clase de
incapacidad personal, pues mucho del público atendido eran niños y
personal académico especializado en alguna disciplina diferente a la de
los temas tratados. Las conferencias, las mesas redondas, los
programas de cine y televisión, las exposiciones y salas de museos son
algunos ejemplos de este tipo de actividad.
En el caso de
la comunicación de la ciencia, lo esencial es el intercambio de
conocimientos, el diálogo aclaratorio, la discusión de lo tratado, las
sugerencias para su mejoría y la conversación profunda que ayude a la
comprensión del conocimiento científico. Empleando el lenguaje
ordinario diríamos que la comunicación de la ciencia es una acción
“activa”, o en otras palabras un “ir y venir” de conocimientos,
opiniones, críticas y aclaraciones. No sobra explicar que esta
comunicación no requiere que todos sus participantes practiquen la misma
disciplina o sean expertos en el tema tratado. Los seminarios, una
actividad característica de los medios académicos, son el mejor ejemplo
de una labor de comunicación de la ciencia.
Como podemos
constatar, las condiciones actuales de nuestra universidad han
reducido prácticamente las actividades mencionadas a una: la
divulgación de la ciencia, la cual en muchas ocasiones se confunde con
el periodismo científico. Siendo éste también una actividad importante
en la propagación del conocimiento científico conviene precisar la
distinción entre estas dos actividades. El periodismo científico busca
mantener informado al público de lo que sucede en el mundo de la
ciencia, y entre más pronto lo logre, mejor. Así podemos estar enterados
de los nuevos descubrimientos y de sus autores, de la aparición de
recientes productos derivados de la actividad de los laboratorios y de
su eficacia o sus inconvenientes. Ejemplos de esta labor serían el
anuncio del otorgamiento de un premio Nobel, de la aparición de un nuevo
fármaco o la reseña de un acontecimiento, como un eclipse solar. Por
otro lado, para la divulgación de la ciencia, llamar la atención sobre
algún tema relevante de la misma, acometer un asunto es dar a conocer
la sustancia y sentido de un resultado científico, entusiasmar por
saber más acerca de una cuestión científica, inducir a buscar mayor
información para entender mejor lo publicado, en fin, acercar al público
al conocimiento científico para que, en alguna medida, se apropie de
él. No sobra señalar que ambas actividades, periodismo y divulgación,
tienen una frontera común y que son complementarias.
La divulgación de la ciencia como una actividad de comunicación
Reduciré lo siguiente a la labor de divulgación de la ciencia y
comenzaré por repetir lo muy conocido de su realización. Es claro que
ésta dependerá de la acertada selección del auditorio. Cómo y a quién
dirigirse –a los niños, a los estudiantes de determinado nivel, a los
profesores de escuelas elementales o al público general– es algo que hay
que definir de antemano y con claridad. Cabe señalar aquí que hay que
considerar también en este rubro si se dirige a un auditorio
presente, como sería el caso de las conferencias, o a uno distante, ya
sea espacial o temporalmente, como sucedería en el caso de un
capítulo de un libro o de un programa radiofónico. Otro factor
importante en una buena labor de divulgación es la definición clara
del propósito de cada actividad, aunque éste no se haga público.
Partiendo de que una actividad de divulgación de la ciencia tiene como
finalidad dar a conocer este conocimiento, entonces la presentación
de ella será muy diferente si se quieren exhibir objetos de
laboratorio, mostrar experimentos, atraer jóvenes a estudiar una
carrera científica, borrar la imagen de que la ciencia es aburrida o
sólo para personas inteligentes, convencer de que, al contrario, se
trata de algo útil, difundir los logros de la investigación que se
realiza en una institución o simplemente el divertir al público
mostrándole efectos inesperados.
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No sobra señalar que ambas actividades, periodismo y divulgación, tienen una frontera común y que son complementarias. |
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El caso más notable de la importancia de este factor se presenta en
los museos de ciencias en donde la claridad del objetivo de su labor
es definitiva para su buen funcionamiento.
Hay mucho por
decir acerca de qué hacer para lograr una buena labor de divulgación
de la ciencia. Sin embargo, me referiré solamente a ésta como una
actividad de comunicación, aunque no use ese término explícitamente.
Así continuaré usando la palabra divulgación pues no quiero apartarme
del modo usual de hablar, además de que hay que recordar que una buena
divulgación está siempre respaldada por una vigorosa labor de
comunicación de la ciencia. Lo primero es que esta divulgación es una
tarea propia del quehacer de un medio dedicado al cultivo de la
ciencia, como sería, en el caso de la universidad, el subsistema de la
investigación científica, ya que para su buen funcionamiento requiere
de la participación activa de los investigadores y profesores de
ciencias.
Al reflexionar sobre la divulgación de la ciencia
se llega inevitablemente al tema de la cultura científica. Es por esto
que debo recordar que la cultura y la educación son temas
inseparables ya que la primera es un resultado de la segunda y la
educación se realiza de buena manera en un ambiente culturalmente
propicio. Por ello, para hablar de cultura científica conviene aceptar
que por ésta entendemos algo similar a lo que comprendemos al hablar
de la cívica, la artística y otras “culturas” del hombre actual. Es
evidente que la cultura científica, como otros asuntos educativos,
tiene sus raíces en la escuela, aunque también es claro que no es ésta
la única ni la mejor fuente del conocimiento científico. Las escuelas
no pueden formar solas la cultura científica que necesita el
ciudadano actual.
Es por tanto indispensable reforzar y
complementar la labor de la educación en materia de ciencias, para lo
cual debemos pedir ayuda a nuestros científicos avivándoles su
responsabilidad social. Aunque algunos lo tomarían como una
degradación, deberíamos convertir a muchos de nuestros investigadores,
al menos por una buena temporada, en maestros. Es claro que esta
conversión debería hacerse en forma ambiciosa, pues el problema a
resolver no es de especialistas sino de formación humana. Necesitamos
maestros de ciencias, maestros de maestros de ciencias, e
investigadores de la educación en ciencias y de la cultura científica.
Comunicación para una cultura científica
Con la divulgación de la ciencia se busca acrecentar la cultura
científica. Cultura con todas sus letras, es decir, algo vivo, orgánico,
usual, con lo que las personas vivan y convivan. Científica también
en un sentido profundo, que implique no sólo conocimiento sino una
participación de la vida y la actitud, de la pasión y la crítica que las
prácticas científicas conllevan. Como bien sabemos, la ciencia no es
monolítica ni constituye un sólo método o una sola forma de pensar;
es, sobre todo, la búsqueda por diversas avenidas de conocimiento
sobre el mundo natural, sobre nosotros y nuestro entorno físico.
Ciertamente es un conocimiento útil o hermoso, intrigante,
inquietante, efímero, cambiante, o todo eso a la vez. Pero si algo
proporciona la ciencia, más bien lo que he llamado la cultura
científica, más allá de ese conocimiento, es una actitud, un cúmulo de
herramientas críticas de pensamiento, que sirven para muchas
situaciones. No es poca cosa aprender a apreciar de veras la
posibilidad de dudar con fundamento, de enfrentar la verdadera
ignorancia y de observar detalladamente la naturaleza, con la humildad
del que suele equivocarse y lo sabe, y así logra valorar y utilizar
lo que le ha servido para aprender a cometer cada vez menos errores.
La mayoría de las personas sólo ven los beneficios materiales que la
ciencia ha traído consigo, pero pocas veces ven y constatan que en la
actividad que la genera hay lecciones que brindan una inmejorable
formación; sobre todo en un mundo en el que las personas tienen cada vez
más que decidir sobre tantas cosas que les afectan, con realismo,
precisión y responsabilidad. La ciencia enseña a pensar crítica y
libremente, y ésta es una de las tareas formativas de la educación. Por
esto es de primera necesidad en una sociedad plural y democrática
poner esta disciplina al alcance de todas las personas, aunque no
vayan a ser científicos.
Es urgente tomar conciencia de lo
importante e inaplazable que es para un país generar su propia cultura
científica, su manera de apropiarse del conocimiento científico. La
formación de personal especializado de primer nivel es por tanto una
prioridad para hacer una buena labor de divulgación de la ciencia. Hay
que proceder de manera análoga a la que usan los artistas y su
público para apropiarse del arte universal y convertirlo desde su
lugar de origen en un hecho particular y propio, sin quitarle por ello
su amplia validez. Reitero: la cultura científica es indispensable en
la educación a todos los niveles y en otros ambientes donde se
difunden las artes y las humanidades, pues para construir una ciencia
propia se necesita que se divulgue.
Ciencia y comunidad
¿Qué queremos de nuestra ciencia? ¿Los logros científicos y los
desarrollos técnicos son siempre benéficos? ¿En el marco general de sus
intereses reales, qué prioridad tienen los diferentes proyectos de
investigación para las distintas sociedades? ¿El costo de la ciencia es
siempre y en todo lugar una buena inversión? ¿Es ético gastar en
sofisticado equipo de laboratorio cuando los recursos económicos no
alcanzan para las vacunas ni la comida? ¿En qué campos nos estamos
distinguiendo y por qué? Y finalmente, ¿quién debe, y quién no,
participar en las deliberaciones para contestar todo esto?
Ninguna ciencia va a ser mejor que la comunidad más amplia en la que
está inmersa. Sólo donde haya educación y culturas científicas habrá
provecho y sentido para ésta. La educación científica es anterior, no
posterior al éxito de la ciencia. Como ciudadanos nos tocará asumir con
mayor seriedad el entender y juzgar a las ciencias y sus vínculos con
nuestra calidad de vida. Eso no lo podremos hacer si no establecemos y
reforzamos una verdadera cultura científica, es decir, un ambiente de
comprensión y aceptación, de crítica informada y respeto bien
fundamentado, en el que no resulte esotérico estudiar, leer, platicar e
interesarse por la ciencia.
Lo expuesto no es ninguna
novedad, lo he señalado en diversas ocasiones y repetido en otras
tantas conferencias. Tampoco es una producción original mía. Es un
relato de algunos logros del esfuerzo que un grupo de divulgadores,
especialmente del Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia,
hicieron para encontrar el sentido de su labor. En sus primeras
conclusiones el esfuerzo quedó plasmado en el documento titulado La comunicación de la ciencia como una labor académica,
que fue presentado por el personal del Centro Universitario de
Comunicación de la Ciencia al Consejo Técnico de la Investigación
Científica de nuestra universidad a principios de 1988.
Los divulgadores de la ciencia
Quien se enfrente a la genuina divulgación de la ciencia no sólo
debe estar enterado del avance de la investigación científica, sino
también comprender el significado de lo que ocurre: de dónde viene, a
dónde se quiere ir y qué consecuencias se podrían tener. Todo esto a fin
de poder integrarlo a la cultura personal. La divulgación de la
ciencia apunta a capacitarnos para descubrir nuevas facetas del mundo
que habitamos y relacionar constructivamente las perspectivas de las
distintas disciplinas científicas.
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La divulgación de la ciencia apunta a
capacitarnos para descubrir nuevas facetas del mundo que habitamos y
relacionar constructivamente las perspectivas de las distintas
disciplinas científicas. |
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En síntesis, esta divulgación debe insertarnos en el esfuerzo que
la humanidad ha multiplicado durante el siglo pasado para buscar un
conocimiento objetivo del Universo, y hacernos conscientes de que ese
conocimiento no nos excluye.
Por otra parte, la divulgación
de la ciencia, como otras disciplinas modernas, es una labor
especializada que hay que llevar a cabo. Hay que fundar y solidificar
tradiciones propias de producción y consumo en torno a ella. En los
países más desarrollados esto se ha hecho desde el siglo XIX, y de un
modo a veces espectacular en el XX. Una buena divulgación en cada
lugar, pese a transmitir o cuestionar a menudo los mismos
conocimientos, está impresa también de su carácter local.
Cada
público, cada tradición cultural y cada idioma tiene matices y formas
idiosincrásicas de percibir e interactuar con el entorno, que pueden y
deben considerarse a la hora de construir puentes de comunicación.
Calcar e importar técnicas es estéril e ineficaz.
La
divulgación de la ciencia resultará efectiva siempre y cuando no
constituya un pasatiempo marginal para los divulgadores, ni un simple
agregado curricular para los científicos. Hay que enfrentarse a la
solución de cuestiones concretas en cada caso. Se requieren trabajos
específicos para asesorar, por ejemplo, a los maestros de primaria,
secundaria o preparatoria en alguno de los temas que enseñen; para
editar publicaciones científicas; para escribir el guión de una
exposición o diseñar sus imágenes; para escribir distintos tipos de
textos; para diseñar talleres para niños, adolescentes o adultos; para
hacer un programa de radio o de televisión sobre algún tema científico,
o simplemente para dar una charla sobre algún tema. La divulgación
del conocimiento es un trabajo que debe tomarse con la seriedad no
carente de sentido del humor con la que trabajan los científicos.
Los divulgadores de la ciencia no necesariamente deben tener un perfil
similar entre ellos. A menudo, la variedad de talentos y habilidades
hace que los grupos sean mucho más prolíficos y eficaces. Pero sí
tienen todos que ser personas dedicadas seriamente a alguno de los
aspectos de esta demandante labor. Reitero, una manera eficaz de
efectuar una buena labor de divulgación es en la integración de grupos
creativos de divulgadores capaces de responder a problemas locales y
concretos; grupos que trabajen en museos, casas de la ciencia,
revistas, radio, televisión, internet, parques o plazas públicos;
grupos dispersos por todo el país, eficazmente intercomunicados y
aprendiendo unos de otros, afín de que la ciencia se discuta, se
difunda y se viva en todos los ámbitos y espacios disponibles.
La divulgación de la ciencia en México
El número de divulgadores en México ha crecido mucho. Hay un buen
número de lugares de nuestra república en los que se realiza esta
actividad y en los que se han constituido grupos para apoyar,
organizar y efectuar esta labor, siendo el mejor ejemplo la Sociedad
Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDyCYT).
En la UNAM hay varios institutos y dependencias que cuentan ya con
personal dedicado a esta tarea. Otro logro relevante es la creación y
realización de programas de formación de divulgadores, como los
estudios de posgrado dedicados al aprendizaje de esa disciplina que ha
iniciado la UNAM, así como los diplomados que ofrecen varias
instituciones educativas. Todo esto es muy estimulante.
Sin
embargo, hay que reconocer que en la mayoría de los productos de
divulgación que llegan al público el conocimiento científico mostrado es
superficial y a veces anacrónico. Algo similar puede detectarse en
los programas de formación de divulgadores, por lo que muchos de ellos
deberían anunciarse como cursos de aprendizaje de técnicas y métodos
para la divulgación de la ciencia. Cabe señalar que un asunto en el
que se hace mucho énfasis en tales programas es enseñar a escribir
bien a los alumnos. Creo que lo que sucede es que dichas actividades
de formación se diseñan tomando en cuenta sólo el sentido literal de
divulgación que mencioné al principio, en vez de basarse en el profundo
sentido de la comunicación.
Conclusiones y propuestas
Quizá lo más importante sea pensar en el futuro de la divulgación
de la ciencia en nuestro país, aunque dicho futuro no parezca
halagüeño. De esto, lo primero que hay que apuntar es que muchas
personas, aun del medio científico, desdeñan tal actividad con lo que
propician que su desarrollo se inhiba. Independiente de ello, algunos
divulgadores proponen remedios para lograr un mayor crecimiento y una
mejoría en la labor que nos ocupa, aunque casi todas esas propuestas
están centradas en la consecución de un buen apoyo económico. Esos
divulgadores piensan que eso se lograría emulando los caminos seguidos
por los investigadores científicos, ya sea buscando la creación de un
Sistema Nacional de Divulgadores, ingeniándose para allegar dinero
proveniente de instituciones u otros simpatizantes de la ciencia,
vendiendo proyectos relacionados con esa tarea y algunas cosas más. Yo
difiero de esos caminos, pues, aunque me es claro que para realizar una
buena labor de divulgación se necesita dinero, y mucho, estimo que el
problema está en otro lado. Como he insistido, la ciencia, y por
tanto su comunicación, es una parte de la cultura y ésta se produce y
se desarrolla con la educación, educación entendida por supuesto en
todos sus aspectos y niveles, principalmente en el superior. Es obvio
que esto dificulta más el desarrollo deseado de nuestra actividad, ya
que en México no parece haber solución cercana a los problemas
educativos.
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Quiero recordarles que hay muchos ejemplos en
los que la renovación, la creación y la innovación de una obra humana
han sido producto de un sueño. |
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No hay que olvidar que vivimos en un país en el que no se valora el
trabajo, por lo que para disponer de un salario razonable hay que
buscar propinas, bonos o estímulos de alguna clase. También hay que
tener presente que, en nuestro país, la autoridad no necesariamente se
logra por tener conocimientos del campo que cubre el cargo a ocupar
ni por alguna aptitud relacionada con tal puesto. En fin, estamos en
un país en el que conceptos como democracia, solidaridad y excelencia
académica han sido tergiversados, por lo que resulta muy difícil que
se aprovechen las enseñanzas obtenidas del quehacer científico. El
fuerte y prolongado esfuerzo para realizar una investigación es
incomprendido y la belleza de lo descubierto de la naturaleza se
pierde, ya que tiende a mostrarse con imágenes visuales contendientes
con las empleadas en la televisión comercial.
Por otra
parte, en nuestro país es cada vez más difícil saber qué sucede; cada
día aumenta la desconfianza en la información y casi no hay
credibilidad en lo que se difunde. Cuando se habla de conocimientos
derivados del quehacer científico se encuentra algo parecido, y para
ilustrarlo haré dos preguntas: ¿de veras creen que el desarrollo de la
vida en la Tierra no fue programado?, ¿creen realmente que el Universo
se expande? Noten que formulo mis preguntas esperando conocer
creencias, pues difícilmente lo haría pidiendo pruebas, aunque éstas
fueran leves y provisionales. Parece claro que, aunque la ciencia no
provee verdades pero sí evidencias confiables para afirmar o negar
algo, es necio ignorar sus enseñanzas. Es innegable entonces que, en
esas condiciones, divulgar la ciencia es pedir peras al olmo. Sin
embargo, no debemos cruzarnos de brazos.
Quiero presentar algunas propuestas para seguir adelante en
nuestra labor. Para esto, lo primero que hay que hacer es reconocer
que se han formado buenos divulgadores y que no hay por qué
desperdiciar ese valioso capital humano que hemos ganado. Después
debemos encontrar cómo seguir aprovechando la generosidad de los
apasionados del conocimiento científico que están haciendo
divulgación. Mucho ayudaría unir esfuerzos trabajando en equipo y así
aprovechar mejor el “trabajar por amor al arte” que mueve a muchos de
los divulgadores actuales. También convendría buscar tiempo para
generar espacios de reflexión acerca de los temas de mayor interés y
relevancia que contribuyan a mantener al día a los divulgadores.
Todo esto servirá más allá de preservar viva nuestra labor, aunque
siga pareciendo que se trata de una actividad clandestina. El mismo
esfuerzo funcionaría para formar nuevos y buenos divulgadores. Pienso
que estas propuestas son viables ya que están basadas en la gran
libertad que todavía tenemos para trabajar; libertad que nos invita a
hacer todo lo que a nuestro juicio haya que hacer, aunque sólo sea el
sustento de un grupo que busca la superación cultural. Proposiciones
como estas, y otras similares que surjan de esos grupos de trabajo,
serían una semilla que esperamos germine algún día y haga que nuestro
país cuente con una genuina labor de divulgación de la ciencia. Pero,
¿hay posibilidad real de tal germinación o sólo se trata de un sueño?
No niego que mis propuestas sean sólo un sueño; empero, en tiempos
aciagos un sueño no es sólo un alivio sino también un estímulo. Quiero
recordarles que hay muchos ejemplos en los que la renovación, la
creación y la innovación de una obra humana han sido producto de un
sueño.
Bibliografía
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Antología de la divulgación de la ciencia en México. México: DGDC. UNAM.
BURGOS, Estrella. “La importancia de contar historias”.
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SÁNCHEZ MORA, Ana María.
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ZAMARRÓN GARZA, Guadalupe.
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[Consultada:]. Disponible en Internet: <
http://www.revista.unam.mx/vol.15/num3/art18/index.html> ISSN: 1607-6079.
Artículo original en
www.oei.es