Einstein obligó a firmar a su primera esposa un contrato humillante.
Quemó sus cartas y jamás mencionó la aportación que hizo a su trabajo.
Por Rosa Montero
LA LECTURA de la reciente novela de Nativel Preciado, El Nobel y la corista,
en donde hace un genial retrato del Einstein mujeriego, me ha hecho
recordar la perturbadora historia de Mileva Marić, la física y
matemática serbia que fue la primera esposa del científico.
Mileva y Einstein se conocieron en 1896 en el Instituto Politécnico de
Zúrich, del que eran alumnos. Ella tenía 21 años; él, 17. Fue un amor a
primera vista. Mileva había mostrado desde niña tanto talento que su
padre decidió darle la mejor educación. Para comprender hasta qué punto
esta actitud era rompedora, baste decir que el padre tuvo que pedir un
permiso especial para que su hija pudiera estudiar Física y Matemáticas,
dos carreras solo para varones. Era un mundo que les negaba todo a las
mujeres.
Y entonces comenzó, insidiosamente, la desgracia. En 1901, Mileva fue
a Serbia a dar a luz secretamente a una niña de la que no volvió a
saberse nada: quizá acabara en un orfanato. Poco después Einstein
consiguió un empleo como perito en la Oficina de Patentes de Berna y, ya
con un sueldo, se casaron. Según varios testimonios, mientras Albert
trabajaba sus ocho horas al día, Mileva escribía postulados que luego
debatía con él por las noches. Además cuidaba de la casa y del primer
hijo, Hans Albert. “Seré muy feliz (…) cuando concluyamos
victoriosamente nuestro trabajo sobre el movimiento relativo” (carta de
Einstein a Mileva). En 1905 aparecieron en los Anales de la Física
los tres cruciales artículos de Einstein firmados solo por él, aunque
hay un testimonio escrito del director de los Anales, el físico Joffe,
diciendo que vio los textos con la firma de Einstein-Marić.
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