Los fagos llevan tiempo salvando la vida de personas con infecciones inmunes a los antibióticos. En España, los investigadores piden que se permitan estos tratamientos para pacientes sin más opciones.
Hace cien años, algunas de las grandes empresas farmacéuticas vendían
preparados a base de virus para tratar de combatir las infecciones
bacterianas que hacían estragos cuando aún no había antibióticos. Felix
d’Herelle, un médico canadiense que bautizó a estos microorganismos como
bacteriófagos, devoradores de bacterias, los utilizó para tratar con
cierto éxito a enfermos de cólera o peste bubónica y creó medicamentos
virales que después comercializó L’Oréal. En un estudio
con enfermos de cólera realizado en el Punjab indio en 1927, cuando aún
formaba parte del imperio británico, el 92% de los pacientes tratados
con fagos se salvaron frente al 37% de los que no recibieron
tratamiento.
Algunos resultados eran prometedores, pero las dificultades para aislar los virus y tratarlos para convertirlos en medicamentos hizo que muchos de estos productos fuesen de baja calidad y poco o nada útiles. Además, en esos años se estaba produciendo una auténtica revolución médica. La aparición de los antibióticos, mucho más eficaces y sencillos de producir a escala industrial, hizo que muchos pensasen que las infecciones ya no serían un problema para la humanidad y los fagos se abandonaron como terapia en Occidente.
Las bacterias resistentes a los antibióticos matan a más de 30.000 personas cada año solo en Europa
La situación ha cambiado y los virus matabacterias
vuelven a por una segunda oportunidad. Las bacterias se han adaptado al
uso masivo de antibióticos con una versatilidad asombrosa. El Centro
Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades calcula que solo en Europa
las bacterias resistentes a los antibióticos matan a más de 30.000
personas cada año y la ONU ha impulsado un acuerdo mundial para combatir
una amenaza global que considera apremiante. Hace unos días, la
curación de una adolescente británica presentó al mundo
este tipo de terapias. Isabelle Holdaway, desahuciada por una infección
inmune a los antibióticos, había salvado la vida gracias a un
tratamiento con fagos modificados genéticamente.
Esta misma semana, la prensa belga anunciaba otro éxito del
tratamiento de una infección con virus bacteriófagos. Un equipo del
Hospital Universitario Saint-Luc, en Bruselas, salvó la vida de un bebé
que había nacido con una deficiencia en el hígado que requirió un
trasplante. Tras la operación, el pequeño sufrió una infección en el
hígado y en la sangre que no respondió a los antibióticos. Los médicos
decidieron aplicar un tratamiento con fagos que duró 85 días, el tiempo
necesario para entrenar a los fagos para que detectasen y destruyesen la
infección concreta que sufría el niño.
Los antibióticos son un producto químico que mata a las bacterias
bloqueando algún proceso fundamental para su supervivencia. “Tienen la
ventaja de que actúan contra una diana que puede estar en una especie
bacteriana o en todas las bacterias”, explica Daniel López,
experto en superbacterias del Centro Nacional de Biotecnología del
CSIC. Esto permite la existencia de los antibióticos de amplio espectro,
que pueden ayudar a combatir una infección aunque no se sepa
exactamente qué bacteria la ha causado.
Los fagos matan a las bacterias porque les inyectan su ADN para
reproducirse y después las revientan por dentro. Cada virus infecta a
bacterias de cepas muy concretas y eso tiene ventajas e inconvenientes.
“En el caso de la chica británica, fue necesario probar una colección de
más de 10.000 fagos para encontrar los que pudiesen ser útiles”, apunta
López. “Eso no te permite generar un tratamiento rápidamente”,
concluye. En el lado positivo, el tratamiento es muy específico, es
menos probable que genere bacterias superresistentes y no daña a los
microbios beneficiosos de nuestro organismo.
Por ahora, como sucedió con Holdaway, solo se recurre a los fagos
cuando se han agotado las soluciones convencionales. Algunos enfermos
recurren incluso al peregrinaje a Tiblisi, Georgia. Allí, en el centro de investigación fundado por George Eliava, un discípulo de D’Herelle que acabó fusilado por enamorarse de una mujer a la que deseaba Lavrenti Beria, el jefe de la policía política de Stalin, se continuó con la investigación sobre fagos para aplicaciones médicas cuando se abandonó en occidente.
Para poder aplicar los fagos como terapia compasiva para quienes no
tienen otra opción, las agencias reguladoras deben dar su visto bueno.
Las dudas sobre su eficacia basadas en los resultados del pasado o el
riesgo de que una mala purificación de los fagos provoque una reacción
inmune letal dificultan estos permisos. Pilar García, coordinadora de la
red española de investigadores en bacteriófagos, explica que “en España
no se está aplicando este tratamiento compasivo” y se van “a reunir con
la Agencia Española del Medicamento para hacerlo posible”. “Ahora, uno
de los productos desarrollados en mi instituto se están purificando para
dárselos a pacientes en un hospital de Lyon, y también nos los han
pedido desde otros países como Suiza”, señala García, que es
investigadora del Instituto de Productos Lácteos de Asturias del CSIC,
en Villaviciosa. “Hay gente con infecciones sin tratamiento cerca de
nosotros y sería una pena que se desperdiciase esta posibilidad de
ayudarles”, concluye.
La red española de investigadores en bacteriófagos se va a reunir con la Agencia Española del Medicamento para debatir la aprobación de estos tratamientos
En el mercado ya hay tratamientos a base de bacteriófagos
para acuicultura, en un ámbito como el de la salud animal que ha sido un
entorno donde el uso irresponsable de antibióticos ha supuesto un
entrenamiento excelente para las superbacterias. La empresa neerlandesa
Micreos produjo la primera endolisina para uso humano. Estas proteínas,
utilizada por los fagos para hacer eclosionar la bacteria desde su
interior y salir al mundo, se utilizan en el caso del fármaco Staphefekt
para atacar a la bacteria Staphylococcus aureus, responsable
de enfermedades inflamatorias de la piel como el eczema. Micreos también
tiene productos con proteínas específicas contra Listeria, Salmonella y Escherichia coli para seguridad alimentaria.
En España, la empresa Ikan Biotech, con sede en Pamplona, también
está intentando desarrollar este tipo de “enzibióticos” a partir de las
proteínas que producen los fagos para reventar las bacterias. Roberto
Díez-Martínez, fundador de la compañía, explica cómo recogen bacterias
del subsuelo que nunca hayan tenido contacto con humanos para buscar en
ellas bacteriófagos que puedan matar a bacterias multirresistentes.
“Tenemos unas 15.000 bacterias en nuestra librería. De ellas, hemos
analizado un 10% y hemos obtenido 408 fagos de los que tras un cribado
tenemos 72 que son positivos para patógenos humanos. Ahora, buscamos
aquellos que maten a los cuatro organismos prioritarios y otros que han
generado multirresistencia”, indica.
El investigador considera que el desarrollo de este tipo de
antibacterianos será lento por la complejidad del proceso, pero también
porque para las empresas farmacéuticas, de momento, es más rentable
producir antibióticos por los métodos químicos tradicionales. Pero el
número de bacterias resistentes a los antibióticos de último recurso,
como el que casi mata a Isabelle Holdaway, aumenta, y serán necesarias
todas las alternativas posibles. Los virus devoradores de bacterias
pueden dar esperanza a miles de enfermos.
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