Nacida en el seno de una acomodada
familia inglesa en 1920, Rosalind Franklin ya había decidido a los 16 años que
abrazaría a la ciencia. Defensora de la evidencia y la lógica, obtendría su
doctorado de la Universidad de Cambridge a los 25 años luego de obtener
importantes avances en la química del carbón. Continuó en esta línea de trabajo
de manera exitosa al mudarse a Paris.
Biología
y lenguaje. Lenguaje y pensamiento. La relación entre aspectos físicos y cuestiones abstractas no parecen claras a primera vista. Profundicemos en
cómo se las está abordando y cuáles son los avances.
El
lenguaje es un sistema en constante evolución. No todos hablamos un lenguaje
con la misma pronunciación. Y entre lenguajes la diferencia puede ser mayor. Considerando
que existen en la actualidad unos 7.000 lenguajes, uno de los temas que
despierta la curiosidad de los especialistas es qué es lo que hace que surjan y
se mantengan esta gran diversidad de sonidos, campo cubierto por la fonética
¿Cuáles son los factores que determinan que pronunciemos de la manera en que lo
hacemos, llegando incluso a facilitar o dificultar el aprendizaje de un idioma?
La fonética se centra en estudiar cómo producimos determinados sonidos,
independientemente de su significado. Los cambios en esos sonidos puede
depender de factores propios del lenguaje (por ejemplo co-articulación),
ambientales (altitud y humedad) e individuales (cognitivos, fisiológicos,
anatómicos).
Las grandes tecnológicas definen el desarrollo de este campo científico decisivo al acaparar a los mejores expertos y elegir quién tiene acceso a sus recursos.
Procesadores de Google para inteligencia artificial.
Por Javier Salas
El futuro de la inteligencia artificial genera muchos debates porque
será decisiva en campos tan serios como la medicina, las guerras, el
trabajo o incluso las relaciones humanas. Sin embargo, esos debates a
menudo ignoran un asunto que sobrevuela a todos los demás: el desarrollo
de las máquinas pensantes ha sido conquistado por empresas tecnológicas
que están definiendo cómo será ese futuro. Compañías como Google,
Facebook, Amazon, Microsoft, Apple e IBM fichan a los mejores expertos
en inteligencia artificial de todo el mundo, esquilman departamentos
universitarios enteros para cubrir sus necesidades, compran las empresas
incipientes del sector y marcan el rumbo de la investigación con becas y
ayudas. Así, un campo científico tan determinante como la inteligencia
artificial puede estar volcado excesivamente en los intereses
comerciales de estos negocios. Como dijo
un antiguo jefe de datos de Facebook: “Las mejores mentes de mi
generación se dedican a pensar cómo hacer que la gente pinche en
anuncios. Es un asco”.
Es así de contundente. Si no lees es difícil que puedas pensar bien.
Por Alejandro Martínez Gallardo
Hoy todos escriben, todos quieren
expresar sus sentimientos y opiniones, pero, ¿quién lee? En cierta forma
la lectura es una actividad superior a la escritura; sólo podemos
escribir con el lenguaje que hemos adquirido leyendo. La lectura es la
materia prima de la escritura y la posibilidad de crear una obra que
tenga belleza y profundidad o simplemente claridad, se basa en las
lecturas que hemos hecho y lo que hemos aprendido de otros autores (sus
palabras se vuelven las nuestras, se mezclan con nuestros pensamientos y
experiencias). Así se destila la escritura, como una refinación del
pensamiento no sólo personal, sino del tiempo mismo.
¿Quiere obtener la mejor investigación de su equipo? Siga estos seis pasos para invertir en relaciones más fuertes, nos urge Alison Antes.
Por Alison Antes
Traducción por Claudio Pairoba
“Primero fui humano y luego aprendí a ser un científico. Si me olvido de la parte humana, entonces eso es un problema”.
Esto es lo que escuché cuando entrevisté a 52 científicos reconocidos como ejemplares por sus pares debido a sus logros científicos y conducta. Temas relacionados aparecen en mi trabajo con científicos que han sido enviados a un programa formal de remediación luego de un lapsus de integridad en la investigación.
La mayoría de las culturas cuentan en base 10: tienen 10 dígitos diferentes y los combinan para describir cualquier cantidad. ¿Por qué? Para conocer la causa solo hay que mirarse las manos.
Por J. M. Mulet
Las matemáticas que aprendemos en el parvulario tienen una base 10.
Eso quiere decir que tenemos 10 dígitos diferentes y con combinaciones
de ellos describimos cualquier cantidad, agrupada siempre en decenas o
en potencias de 10. Contar en base 10 no es algo nuevo ni propio de
nuestra cultura.
Cuando
Elisabeth Kübler-Ross visitó el campo de concentración nazi de
Majdanek, la muerte había quedado grabada en las paredes de los
barracones. Los niños habían representado a su manera aquel mundo
mediante mariposas, un símbolo de la vida después de la muerte.
Elisabeth, que siempre supo que quería ser médico, tuvo muy presente
aquella imagen a lo largo de su existencia, la cual estuvo dedicada en
cuerpo y alma a acompañar a las personas en los últimos momentos de
vida. Elisabeth Kübler-Ross se convirtió en un referente en el mundo de
la psiquiatría, en los cuidados paliativos y en conseguir una muerte
digna.
Por Sandra Ferrer Valero
Elisabeth Kübler-Ross nació el 8 de julio de 1926 en la ciudad suiza
de Zúrich. Elisabeth fue la segunda de las tres niñas que nacieron aquel
mismo día. Erika nació un poco antes y Eva unos minutos después. Las
trillizas eran hijas de una familia acomodada de Zúrich perteneciente al
círculo de protestantes de la ciudad.
Elisabeth siempre supo que quería dedicar su vida a la medicina a lo
que su padre se opuso desde el principio. Es probable que esa fuera la
razón por la que con tan sólo dieciséis años se marchara de casa.
Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como voluntaria en distintos
centros hospitalarios y ayudando a los refugiados y heridos en el
conflicto.
En
1951 su sueño de convertirse en médico empezó a fraguarse en la
Universidad de Zúrich donde inició sus estudios de medicina. Durante su
estancia en la universidad conoció al que sería su marido, Emanuel
Robert Ross. En 1957 Elisabeth se graduaba y al año siguiente se casaba
con Emanuel. Después de varios abortos, la pareja tendría dos hijos,
Kenneth y Barbara.
Emanuel y Elisabeth se trasladaron a vivir a los Estados Unidos poco
después de contraer matrimonio. En Nueva York, inició su residencia de
psiquiatría a la vez que empezó a entrar en contacto con enfermos
terminales. Pronto tomaría conciencia de la importancia de preparar a
esos enfermos y a sus familiares para el doloroso trance de la muerte.
Elisabeth se dio cuenta que era básico acompañarlos en el proceso,
escucharlos y consolarlos en un ambiente propicio, alejado del anonimato
de los hospitales donde eran poco más que un historial y un cuerpo a
punto de dejar de funcionar.
En 1962 aceptó un puesto en la universidad de Colorado y tres años
después en Chicago. Elisabeth daba sus clases invitando a pacientes
terminales que explicaban su propia experiencia y a los que los alumnos
les podían plantear cuestiones relacionadas con la muerte. Un
procedimiento totalmente nuevo que no gustó a todo el mundo.
En 1969 publicaba su famosa obra On death and dying, un
libro que se convertiría en texto imprescindible para las generaciones
futuras. Elisabeth definió las que ella consideraba como las cinco fases
en el proceso de la muerte: negación, ira, negociación, depresión y
aceptación.
Años
después, en 1977, dos años antes de que su marido le pidiera el
divorcio, la pareja y sus hijos se trasladaron a California donde
Elisabeth quiso crear un espacio idóneo para que sus pacientes esperaran
la muerte con dignidad. En una amplia extensión en Escondido, cerca de
San Diego, fundó Shanti Nilaya, algo así como el Hogar de la Paz.
La labor de Elisabeth Kübler-Ross empezó a tornarse controvertida
cuando intentó organizar un centro de enfermos terminales de SIDA en una
zona de Virginia y sus habitantes se negaron en redondo por miedo a la
enfermedad. También cuando empezó a acercarse a movimientos relacionados
con las experiencias extracorporales después de la muerte, la comunidad
científica quiso descalificar su labor.
En 1995 sufrió una serie de ataques que la dejaron parcialmente inmovilizada. Poco tiempo después, cerraba sus puertas Shanti Nilaya
y esperó la muerte en Scottsdale, Arizona, donde falleció el 24 de
agosto de 2004. Tres años después de su muerte era incluida en la
American National Women’s Hall of Fame. Su mejor reconocimiento fue sin
embargo, la utilización de sus más de veinte obras sobre la muerte por
parte de los estudiantes y profesionales de la psiquiatría de todo el
mundo.
Los avances en la ciencia y la tecnología están poniendo en duda cómo serán nuestras sociedades en un futuro muy próximo. La inteligencia artificial o la robótica plantean cuestiones que deben ser ampliamente consideradas si no queremos vernos sorprendidos por sus consecuencias. Hablamos con Julian Kinderlerer, que presidió el Grupo Europeo de Ética en Ciencia y Nuevas Tecnologías. Su visión es, cuando menos, poco complaciente.
Jesús
Méndez. Agencia SINC.
Gran parte de las decisiones éticas modernas
tienen un pie en la ciencia y la tecnología. Así lo entendieron los
organizadores del congreso ESOF (EuroScience Open Forum), celebrado el mes pasado en la ciudad francesa de Toulouse.
A la muerte de la acreditada especialista en genética microbiana, Esther Lederberg, el respetado profesor de biología molecular Dr. Stanley Falkow
manifestaba en su discurso de despedida con relación al injusto trato
recibido por las mujeres científicas: «Martha Chase, Daisy
Roulland-Dussoix y Esther Lederberg fueron mujeres que realizaron
descubrimientos cruciales para la ciencia. Martha Chase demostró que el
material hereditario de los bacteriófagos es el ADN y no las proteínas.
Daisy Dussoix descubrió los enzimas de restricción y Esther Lederberg
inventó la réplica en placa. Cada uno de esos descubrimientos se han
asignado a un miembro masculino del grupo de investigación (Alfred
Hershey, Werber Arber y Joshua Lederberg, respectivamente)».
A finales de siglo XIX y comienzos del siglo XX los valores no desempeñaban ningún papel en el desarrollo de la ciencia. La noción de ciencia neutra, carente de valores se remonta al siglo XVII, a la creación de la Royal Society londinense.
Por César Tomé
Según el Royalist Compromise,
el acuerdo con la corona británica, recogió el compromiso de ésta de
permitir a los miembros de la Sociedad investigar en libertad siempre
que no se involucrasen en asuntos religiosos, políticos y morales.
Durante las décadas de 1920 y 1930 tuvo lugar, sobre todo en las universidades más destacadas de Gran Bretaña (Cambridge y Oxford), el surgimiento de un nuevo campo de investigación científica procedente de la colaboración de dos disciplinas que por aquellas fechas se estaban consolidando: se trataba de la genética y de la bioquímica.
Formando parte de los primeros grupos de trabajo que vislumbraron la
importancia de la cooperación entre ambas áreas de conocimiento, y que
establecieron los cimientos de una nueva disciplina, la
«bioquímica-genética», se encontraban lúcidas biólogas vegetales. Las
innovadoras ideas, la creatividad y la capacidad investigadora de estas
científicas proporcionaron un gran impulso a los estudios sobre la
relación existente entre la bioquímica de las plantas y la herencia del
color de sus flores.
Un reciente y polémico estudio asegura que nuestro cociente intelectual está disminuyendo. No es el único que lo afirma. Trabajos de este tipo muestran una visión simplista de la realidad y sirven de excusa para resucitar ideas racistas y clasistas descartadas por la evidencia científica.
Alumnos y alumnas resolviendo un test. / Adobe Photostock
“Tontos y más tontos: por qué nos estamos volviendo menos inteligentes”. El titular pertenece a un artículo publicado en The Times y es solo un ejemplo de la enorme cobertura recibida por un reciente estudio llevado a cabo por economistas noruegos y publicado la semana pasada en la revista PNAS. ¿Acabará el planeta lleno de idiotas, como en la comedia Idiocracia?
Mientras en Tucumán tomábamos la decisión de convertirnos en un país
libre y soberano, el mundo científico estaba produciendo algunos avances
importantes en distintos campos que serían fundamentales para mejorar
la calidad de vida de la humanidad. Recordamos algunos de ellos.
Lovelace y la máquina que programó.
Un año antes, en 1815, nacía Ada Augusta Lovelace
considerada la primera programadora de la historia, ya que programó la
Anlytical Engine creada por el científico Charles Babbage, una máquina
para hacer cálculos matemáticos. Ese mismo año, también nació George Boole, inventor del álgebra booleana, que es la base de la arimética de las computadoras. Al año siguiente, en 1816, nació Werner Siemmens, que se convertiría en el ingeniero eléctrico que fundo la empresa del mismo nombre.
La adaptación para Broadway de un clásico de los ´60 y la película sobre otro clásico de los ´50.
"Matar a un ruiseñor", de Harper Lee, está siendo adaptado para una obra
en Broadway. En Alabama después de la muerte de la Sra. Lee.(Jeff
Haller para The New York Times.)
Por Matt Wasielewski
En
un tribunal de Nueva York, unos abogados discutían sobre las ideas
racistas de Atticus Finch. Mientras tanto, libros como “Matar a un
Ruiseñor”, en el que Finch es el héroe virtuoso, eran quemados en
televisión para un remake de “Fahrenheit 451”. Es reminiscente de
mediados del siglo XX, pero estos clásicos estadounidenses aún resuenan
en 2018.
Con la reciente muerte de Stephen Hawking su extrema cautela respecto de la Inteligencia Artificial
(IA) volvió a la palestra. En 2015 y durante una conferencia en
Londres, el físico teórico remarcó la necesidad de que las máquinas y
los humanos tuvieran “objetivos alineados” (1).
En una civilización donde –sostiene el autor de este
ensayo– “resulta inmoral no ser feliz” y donde predominan “la evasión,
la violencia mediática y la frivolidad”, sucede que “el hombre actual
sufre por no querer sufrir”. Y prospera el “infantilismo”, que declara:
“Sufro: alguien tiene que ser el causante”. Es el argumento que
Nietzsche llamó “de las ovejas enfermizas”.
Por Luis Hornstein
La moral y
la felicidad, antes enemigas irreductibles, se han fusionado;
actualmente resulta inmoral no ser feliz. Hemos pasado de una
civilización del deber a una del placer. Allí donde se sacralizaba la
abnegación y la privacidad tenemos ahora la evasión, la violencia
mediática y la frivolidad. La dictadura de la euforia sumerge en la
vergüenza a los que sufren. No sólo la felicidad constituye, junto con
el mercado de la espiritualidad, una de las mayores industrias de la
época, sino que es también el nuevo orden moral.
Las
mujeres reciben menos invitaciones para evaluar el trabajo de sus pares
que se ha de publicar en revistas científicas. Las niñas, a partir de
los 6 años, se ven menos brillantes.
por Daniel Mediavilla
La semana pasada, dos estudios señalaban algunas de las barreras que
impiden aprovechar el potencial de las mujeres en la ciencia. El primero
de ellos, publicado en la revista Nature,
se refería a la presencia femenina como evaluadoras de los trabajos de
sus pares. Esta evaluación es uno de los fundamentos del sistema
científico y permite que las revistas científicas valoren la calidad de
los artículos. Además, es una vía para que los evaluadores mejoren en su
propia área de conocimiento y fortalezcan vínculos con otros
investigadores.
‘Nunca me abandones’,
novela de Kazuo Ishiguro llevada al cine en 2010, muestra un futuro en
el que se copian personas con el único objetivo de utilizar sus órganos
para trasplantes. No es la primera vez que la ciencia ficción plantea
esta estrategia tan carente de ética como difícil de aplicar. Quimeras,
impresoras de tejidos y organoides son alternativas a las donaciones en
las que trabaja la ciencia.
Fotograma
de ‘Nunca me abandones’, la película de Mark Romanek basada en la novela
del premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro. / Fox Searchlight
Pictures
Por Sergio Ferrer
Inglaterra, finales de la década de los 90. Un programa secreto del
Gobierno clona seres humanos a partir de grupos desfavorecidos y envía a
estos niños a colegios internados con el objetivo de usarlos como
donantes de órganos cuando crezcan. Ese es el futuro distópico que
plantea la novela Nunca me abandones (2005), escrita por el británico Kazuo Ishiguro, quien la semana pasada recibió el Premio Nobel de Literatura 2017.
“Hoy
los hijos ya no buscan parecerse a los padres; son los padres quienes
buscan parecerse a sus hijos”, advierte el especialista, que señala
además cómo, cada vez más, la mirada sobre los jóvenes es influida por
la de clase.
“Las políticas sobre los jóvenes son adultocéntricas”, advierte Vommaro.
Antes
los jóvenes querían crecer para ser como sus padres, pero en la
actualidad son los padres los que buscan imitar a sus hijos,
interpelados por consumos culturales que los empujan a tener peinados a
la moda, vestir el último jean, manejar redes sociales y mostrarse
alegres, proactivos y flexibles. En paralelo, los jóvenes son
etiquetados por el relato mediático y ubicados en un limbo que se
balancea entre discursos glorificadores –porque “está bueno ser joven”– y
estigmatizantes –porque, también, no hay que olvidar que “la juventud
está perdida”–, apunta el investigador Pablo Vommaro. “Ser joven hoy no
puede separarse de un proceso que comenzó en los setentas y fue
denominado ‘juvenilización de la sociedad’”, afirma el doctor en
Ciencias Sociales (UBA), coordinador del Programa Grupos de trabajo del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) e investigador
adjunto del Conicet en el Instituto Gino Germani.