“Hoy
los hijos ya no buscan parecerse a los padres; son los padres quienes
buscan parecerse a sus hijos”, advierte el especialista, que señala
además cómo, cada vez más, la mirada sobre los jóvenes es influida por
la de clase.
“Las políticas sobre los jóvenes son adultocéntricas”, advierte Vommaro.
Antes los jóvenes querían crecer para ser como sus padres, pero en la actualidad son los padres los que buscan imitar a sus hijos, interpelados por consumos culturales que los empujan a tener peinados a la moda, vestir el último jean, manejar redes sociales y mostrarse alegres, proactivos y flexibles. En paralelo, los jóvenes son etiquetados por el relato mediático y ubicados en un limbo que se balancea entre discursos glorificadores –porque “está bueno ser joven”– y estigmatizantes –porque, también, no hay que olvidar que “la juventud está perdida”–, apunta el investigador Pablo Vommaro. “Ser joven hoy no puede separarse de un proceso que comenzó en los setentas y fue denominado ‘juvenilización de la sociedad’”, afirma el doctor en Ciencias Sociales (UBA), coordinador del Programa Grupos de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) e investigador adjunto del Conicet en el Instituto Gino Germani.
–¿Qué implica?
–La difusión y el derrame de un conjunto de atributos y
valores que podrían caracterizarse como “juveniles” hacia el entramado
social en su conjunto. Características como “dinámico”, “proactivo”,
“flexible” y “alegre” –en apariencia, virtudes que se asocian a los
jóvenes– en la actualidad son requisitos importantísimos que se tienen
en cuenta en cualquier trabajo más allá de la franja etaria. Ello se
corresponde con una realidad, ya que la fuerza de trabajo está compuesta
por un mayor número de jóvenes de lo que sucedía treinta años atrás.
También se relaciona con los consumos culturales: hoy los padres quieren
parecerse más a los hijos que a la inversa. Imitan sus peinados,
quieren ir a bailar y se visten como ellos para parecer jóvenes. Hace
tres o cuatro décadas pasaba al revés, tanto que existían ritos de
pasaje para ser adulto, como usar pantalones largos, sentarse a la mesa
“con los grandes”, tener nuevos derechos y obligaciones.
–Incluso puede observarse en las publicidades.
–Hace un tiempo se invitaba a consumir determinados
productos y servicios porque uno obtenía experiencia para “estar
asentado en la vida”. Hoy, hasta Max Berliner sale a correr, como si lo
deseable fuera que un tipo de 90 años haga ejercicio todas las mañanas.
Las pautas de consumo dicen mucho acerca de las dinámicas sociales.
Existe una falsa idealización de la juventud y una asociación directa de
lo nuevo con lo joven. A la vez, hay un discurso que parece
bienintencionado pero que en verdad pretende congelar a los jóvenes.
Tras una valorización aparentemente positiva de que son el futuro,
subyace la idea de que la juventud es un momento de espera, suspensión,
paréntesis y limbo: “cuando les toque van a ser protagonistas, pero
ahora no”; “son el mañana pero no son el presente”.
–El problema es que, cuando se supera el limbo y finalmente llega el momento, se deja de ser joven.
–Es lo que algunos autores denominan como “juventud
negativizada”, ya que se define a partir de atributos negativos: no son
padres, no trabajan y no son ciudadanos. Entonces, a pesar del relato
glorificador, también existe una mirada escrutadora y morbosa sobre los
jóvenes. La contracara del pibe rubio que estudia, trabaja y está en
Facebook todo el día es el pibe chorro segregado. Ambos, de diferentes
maneras, son observados y estereotipados.
–¿Qué quiere decir que en Argentina “las políticas sobre los jóvenes son adultocéntricas”?
–Más allá de la visibilización, escrutinio público y
juvenilización de la sociedad, todavía las políticas públicas destinadas
a los jóvenes son elaboradas, implementadas y evaluadas por adultos. En
la política estamos llenos de áreas de juventud sin jóvenes, porque se
halla naturalizada la premisa que indica que los adultos hablan y
producen a su imagen y semejanza a las juventudes. Se teje, entonces,
una relación de asimetría y subalternización entre ambos actores. Sucede
en la escuela pero también en la política: los pibes son los que pegan
carteles y hacen pintadas pero las decisiones las toman los adultos.
–¿Y qué respuesta observa en los jóvenes? ¿Qué hay de la militancia?
–Para reflexionar acerca de las relaciones entre jóvenes y
militancia, hay que superar la visión de la política únicamente
restringida a la lógica partidaria. Por ello, prefiero pensar en la
“politización” de prácticas sociales culturales, estéticas,
comunicativas y afectivas. En este sentido, si se incorporan estas
dimensiones puede observarse la existencia de una participación política
juvenil muy importante, que incide en las dinámicas del conflicto
social y en las agendas públicas.
Fuente
https://www.pagina12.com.ar/79109-el-divino-tesoro-que-no-lo-es-tanto
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