‘Nunca me abandones’,
novela de Kazuo Ishiguro llevada al cine en 2010, muestra un futuro en
el que se copian personas con el único objetivo de utilizar sus órganos
para trasplantes. No es la primera vez que la ciencia ficción plantea
esta estrategia tan carente de ética como difícil de aplicar. Quimeras,
impresoras de tejidos y organoides son alternativas a las donaciones en
las que trabaja la ciencia.
Fotograma de ‘Nunca me abandones’, la película de Mark Romanek basada en la novela del premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro. / Fox Searchlight Pictures |
Inglaterra, finales de la década de los 90. Un programa secreto del
Gobierno clona seres humanos a partir de grupos desfavorecidos y envía a
estos niños a colegios internados con el objetivo de usarlos como
donantes de órganos cuando crezcan. Ese es el futuro distópico que
plantea la novela Nunca me abandones (2005), escrita por el británico Kazuo Ishiguro, quien la semana pasada recibió el Premio Nobel de Literatura 2017.
La obra fue llevada al cine en 2010 con Carey Mulligan, Keira Knightley y Andrew Garfield como clones protagonistas que se convierten, por obligación, en la fábrica de repuestos de una parte privilegiada de la sociedad. No es la primera vez que una obra de ciencia ficción trata el tema: en la película The clonus horror (1979) el Gobierno aprovecha estas copias para alargar la vida de las élites; y algo similar sucede en la novela Spares (1996). Ambas fueron aprovechadas, con una demanda por ‘copyright’ incluida, para crear la película La isla (2005), protagonizada por Ewan McGregor y Scarlett Johansson.
¿Sería capaz el ser humano de oprimir a una minoría para mejorar la
salud de unos privilegiados? La respuesta parece un “no” obvio y
rotundo, pero el trabajo de la antropóloga estadounidense Nancy Scheper-Huges
sugiere lo contrario. “El tráfico de órganos es un secreto público,
algo que todo el mundo conoce pero de lo que nadie habla. Más que no
saber es no querer saber”, explica la investigadora. Sus palabras
recuerdan a las de uno de los personajes de Nunca me abandones, Ruth, cuando exclama enfadada: “Todos lo sabemos, pero nunca lo decimos”.
En
la historia de Ishiguro se revela que los clones protagonistas han sido
creados a partir de drogadictos, prostitutas y convictos. El mismo año
en que el inglés publicaba su novela, Scheper-Huges difundía un trabajo –en un capítulo del libro Global Assemblages– que también señalaba a los grupos sociales más vulnerables como el objetivo del tráfico ilegal de órganos en el mundo real.
En nuestra sociedad los ‘clones’ son, según Scheper-Huges, “los
desesperados, deudores, desahuciados, inmigrantes, trabajadores
ilegales, refugiados políticos y discapacitados psíquicos”. En resumen,
personas que son vistas como “desperdicios” y “cuyo único valor es el de
aportar sus órganos frescos”. La antropóloga considera que Nunca me abandones muestra
“el peor de los futuros posibles, un sistema de castas en el que la
población mundial se divide entre donantes y receptores de órganos”.
Bioética en pantalla
‘Nunca
me abandones’ lleva el tráfico de órganos un paso más lejos para
aterrorizar con un presente impensable fuera de la ciencia ficción. Para
explicar la clonación desde un punto de vista ético y legal, primero
conviene diferenciar entre la clonación terapéutica y la reproductiva.
En el primer caso, se obtienen células y tejidos genéticamente idénticos
a los del donante, que serán utilizados en trasplantes e investigación.
En el segundo, se crea una copia completa de un ser humano tal y como
vemos en la novela de Ishiguro.
“La clonación reproductiva consiste en crear y gestar embriones
clónicos y está prohibida en España y en todas las legislaciones que la
contemplan. En Francia son treinta años de cárcel y se considera crimen
contra la humanidad”, explica el miembro del Comité de Bioética de
España César Nombela.
“Es un atentado contra la dignidad humana. Un clon es un hermano gemelo
diferido en el tiempo, una persona a la que condicionas sus genes y su
desarrollo vital”, aclara. Y añade que lo que sí que permite la ley española desde 2007 es clonar el embrión de una persona y destinarlo a la obtención de células madre.
De
esta forma es posible obtener células ‘de refresco’ de cualquier
persona para el tratamiento de enfermedades, aunque el microbiólogo se
muestra escéptico sobre su utilidad: “Ningún resultado sugiere que haya
funcionado”. Nombela no cree que ni siquiera países con posiciones más
laxas a la hora de manipular el desarrollo de embriones, como China,
aprobaran la clonación reproductiva. “Pero tampoco me sorprendería que
hubiera gente que quisiera llevar la legislación hacia eso; también hay
gente que dice que es posible y que lo ha hecho clandestinamente”.
El
investigador opina que obras como la de Ishiguro “ponen sobre el tapete
cuestiones reales, porque ya hay quien pregunta por qué no obtener un
embrión por células madre… y desarrollarlo por poco tiempo”. Por este
motivo, añade que la humanidad debe “mantener una postura bioética todo
el tiempo que le quede de existencia, porque los dilemas cada vez
estarán más próximos a lo que algunos llaman progreso pero que otros
podemos entender como una agresión contra los derechos humanos”.
Pero
imaginemos que somos seres abyectos a los que la ética no les importa
lo más mínimo. Aun así, el sistema planteado por Ishiguro es poco
práctico. Los trasplantes se enfrentan a dos problemas: la escasez y el
rechazo inmunitario. Aunque en el mundo imaginado por el escritor inglés
la falta de donaciones se evitaría a la fuerza, las dificultades para
encontrar un órgano compatible se mantendrían debido a que los clones no
son copias genéticas de los pacientes, sino de otras personas.
A grandes rasgos existen dos líneas de investigación que buscan
terminar con la dependencia de los donantes y el problema del rechazo.
Juan Carlos Izpisúa, desde el Instituto Salk de Estudios Biológicos
(California, EE UU), encabeza una de ellas: la creación de quimeras, animales-incubadora en los que se cultiven órganos humanos. La otra posibilidad es la creación de órganos a la carta mediante tecnologías como la impresión 3D.
“Son
ideas muy atractivas porque solventan dos problemas a la vez: la
escasez de órganos y, al usar células procedentes del receptor, el
rechazo y la necesidad de inmunosupresión crónica”, aclara la directora
de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), Beatriz Domínguez-Gil.
En opinión de la médica, estas nuevas tecnologías generarían otros problemas: “Los animales incubadora podrían transmitir infecciones entre especies.
Además, en el caso de los órganos artificiales, me pregunto si sería
sostenible para un sistema nacional de salud producir los casi 5.000
trasplantes que realizamos cada año”.
Ya es posible implantar piel, uretras, cartílago, vasos
sanguíneos, vejigas y vaginas impresas en 3D. “Pero órganos como el
riñón, el hígado y el corazón son muy complejos, tienen una gran
densidad celular y requieren más oxígeno”, reconoce el pionero en este
campo, Anthony Atala, investigador del Wake Forest Institute for
Regenerative Medicine. De conseguirse, será a largo plazo. “De hecho es
imposible predecir si la medicina regenerativa podrá eliminar algún día
la necesidad de órganos donados”, lamenta Atala.
El momento eureka de los organoides
En el laboratorio del investigador Hans Clever,
de la Universidad de Utrecht (Países Bajos), saben que una cosa es
obtener algo parecido a un órgano y otra muy diferente lograr uno
funcional. El holandés encontró un marcador para identificar las células
madre que resisten en los órganos adultos.
“Se sabía que nuestros
órganos tienen células embrionarias pero no podíamos encontrarlas. Así
pudimos extraerlas y buscar cómo cultivarlas en el laboratorio. Para
nuestra sorpresa, funcionó”.
Vries y Clevers utilizan estos organoides en diagnósticos, ensayos clínicos y medicina personalizada.
“Hemos
intentado crear órganos con este sistema, pero siendo realistas, no es
algo que vaya a pasar mañana. Los organoides son epitelio, y si quieres
hacer un intestino también necesitas músculo, arterias, tejido
conjuntivo… Podemos hacer crecer esto por separado, el problema es que
si lo mezclamos se vuelve muy complicado y ya no funciona”, dice Vries.
Es una aproximación de cara al futuro, pero hoy su uso en terapia es
mucho más cercano.
Respecto a técnicas como la famosa impresión 3D
de órganos, Vries asegura que “hay una gran diferencia entre hacer algo
que parezca guay y hacer algo que funcione. Es importante controlar las
expectativas de los pacientes”.
Domínguez-Gil recuerda que el
sistema actual de donaciones “funciona muy bien” y que seguiremos
necesitando el trasplante como terapia habitual durante años. “La
cooperación es muy importante: tenemos más posibilidad de necesitar un
órgano que de fallecer en condiciones de donación”.
¿Cómo fomentar las donaciones? España es experta
Tanto la realidad mostrada por Scheper-Huges como la fantasía imaginada por Ishiguro parecen imposibles en un país como España, líder mundial en donación y trasplantes desde hace 25 años. Pero ni siquiera nuestro país se salva de la escasez: “La lista de espera es de unos 4.300 pacientes por año, de los que se trasplantan unos 3.000”, asegura la directora de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), Beatriz Domínguez-Gil.
“En el caso de órganos no vitales, entre un 5 y un 10% de los pacientes podrían fallecer mientras esperan un trasplante que no llega. Ni siquiera en un país como el nuestro se cubren las necesidades”, añade la médica. “La lista de espera siempre va a estar ahí y es paradójica”, aclara. Primero, por el aumento en la esperanza de vida; y segundo, por las indicaciones, que permiten que hoy reciban órganos personas de hasta 80 años, algo imposible hace 25 años.
Para Domínguez-Gil la solución pasa por fomentar la donación –en España la ley es de consentimiento presunto–, reducir la necesidad de trasplantes mediante prevención y optimizar el modelo de gestión para aumentar la eficacia del sistema.
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