La fundación Educación Emocional, que dirige el psicólogo Lucas Malaisi, promueve en la Argentina una ley de educación emocional (Corrientes y Misiones ya tienen la suya) para que todas las escuelas públicas desarrollen el conocimiento personal, la automotivación y la empatía, entre otras cosas.
El proyecto plantea la creación de un espacio, transversal y
curricular para los alumnos, pero también espacios para que aprendan
los padres y los docentes (fundacioneducacionemocional.org).
La
educación emocional, que comenzó a difundirse en ámbitos educativos en
los últimos años en la Argentina y en el mundo, busca educar las
emociones, a las que se considera habilidades que permiten mejorar el
desenvolvimiento social y los aprendizajes. Se basa en el
autoconocimiento y en la autorregulación.
Diversos países la
aplican en las aulas y hasta la incluyen en los lineamientos de sus
políticas públicas. Pero, además, organismos internacionales como el
Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (Ocde) promocionan esta práctica como eficaz.
Quienes
adscriben a esta idea argumentan que en los tiempos que corren es
preciso promover las “inteligencias emocionales” y dejar atrás los
esquemas de la escuela tradicional que pone el foco en el raciocinio.
Sin
embargo, y pesar de que cada vez hay más evidencia científica del papel
que juegan las emociones en la vida de las personas, no todos están de
acuerdo en que es beneficioso implementar políticas y prácticas de
educación emocional en los colegios.
Consultamos a dos especialistas para debatir por qué sí o por que no introducir la educación emocional en las escuelas.
Sí: una vida más plena
Iliana Bustos, abogada y coach
profesional, explica que el mundo de las emociones de los seres humanos
ha sido soslayado en la educación tradicional, anclada en el paradigma
cartesiano de que lo privativo y distintivo del ser humano es la razón.
“En
la actualidad, y en especial a partir de la difusión del concepto de
inteligencia emocional planteado por Daniel Goleman, la temática
vinculada al emocionar humano ha cobrado particular relevancia. De
manera especial, y enfocada a obtener mejores resultados, se la
considera seriamente en los ámbitos educativos, laborales, y en general
en cualquier organización en la cual las personas interactúen”, plantea.
El
concepto de inteligencia emocional, explica Bustos, hace referencia a
la capacidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos.
“Para
Goleman, la inteligencia emocional implica cinco capacidades básicas:
descubrir las emociones y sentimientos propios, reconocerlos,
manejarlos, crear una motivación propia y gestionar las relaciones
personales”, sostiene la especialista, quien asegura que estas teorías
tienen jerarquía científica. “La clínica médica ha reconocido la directa
incidencia del factor emocional, no sólo en la aparición y desarrollo
de numerosas patologías, sino también en las posibilidades y
alternativas de recuperación de enfermedades y mantenimiento de la buena
salud. En cuanto a las capacidades y destrezas incluidas en el concepto
de inteligencia emocional, estas revisten una influencia dirimente no
sólo en el aprendizaje, sino también en todos los ámbitos del quehacer
humano”, remarca. Y sostiene que las emociones predisponen a la acción.
En
este sentido, puntualiza, el alumno que se asombra, se interesa y
confía en sus capacidades aprende con rapidez y es capaz de retener
nuevos conceptos y relacionarlos con otros ya conocidos. Es decir que
puede gestionar de manera autónoma su propio aprendizaje.
“De
igual manera, logrará relaciones sanas y productivas con sus congéneres y
con sus maestros desarrollando un sentido de integración y
participación no sólo en la escuela, sino en su vida en general”,
plantea Bustos.
Y agrega: “Los beneficios de la inteligencia
emocional en los niños y adolescentes son múltiples: la mejora de la
conducta, la creación de una autoestima sana, hace a los niños y
adolescentes más responsables, seguros y autónomos, ayuda en el
bienestar personal y a desarrollar las habilidades sociales básicas para
cualquier tipo de relación”.
Bustos remarca que, cuando las
personas se conectan con sus propias emociones y aprenden a reconocerlas
y gestionarlas de manera eficaz, “sus vidas adquieren una dimensión más
plena, se potencian sus naturales aptitudes, obtienen logros más
significativos en todas sus iniciativas y se convierten en personas más
activas, felices y satisfechas con su vida”.
Para la especialista,
el aprendizaje emocional debe iniciarse en los docentes. “Sólo quien
puede reconocer y conectarse con su propio mundo emocional puede
propiciar a que otro lo haga. El docente tiene que ser capaz de generar
contextos emocionales propicios al aprendizaje, generar climas
emocionales que despierten interés, atención y entusiasmo por aprender”,
opina.
No: es disciplinamiento
Ana
Abramowski, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (Flacso, Argentina), explica que la “educación emocional”
propicia que los individuos deban autoexaminarse con detenimiento para
apaciguar y aplacar (regular) aquellas emociones que se encuentren
confusas o se consideren negativas y, por lo tanto, dañinas.
Otro
pilar de esta educación, dice, es el énfasis en lo positivo: tener
actitudes y conductas positivas, construir relaciones positivas, crear
climas positivos.
“Mi posición es contraria a las políticas y
prácticas de educación emocional”, sostiene Abramowski, quien explica
que discutir este tipo de educación no significa negar que la práctica
educativa, el trabajo docente, la enseñanza y el aprendizaje estén
atravesados por afectos y emociones.
“Discutir con la educación
emocional implica poner sobre la mesa que no hay una única manera de
concebir las emociones en su vínculo con la educación. Es imperioso
considerar las emociones en su ambigüedad, atravesadas por relaciones de
poder, contradicciones, ideologías, políticas y disensos”, remarca. Y
agrega: “En lugar de aislar e intentar regular y acallar las emociones
que circulan en las escuelas, en lugar de enfatizar el carácter
adaptativo de la educación, considero preciso comprender por qué se
producen unas emociones y no otras, cuánto pueden estar hablando de
desigualdades e injusticias como así también de experiencias
movilizantes y enriquecedoras”.
Estos son algunos de los argumentos de la investigadora de Flacso:
Esta
clase de educación se centra en el disciplinamiento de los individuos.
Lo emocional, lejos de explorarse, comprenderse y, por qué no,
amplificarse, es sometido a la autorregulación. En este sentido, se
trata de una educación con una fuerte impronta adaptativa.
El
énfasis en las emociones positivas niega y obtura las emociones
difíciles y poco clasificables (que se califican con el simple rótulo de
“negativas”), emociones que forman parte de lo humano y cuyo destino no
debería ser la simple regulación.
Para la educación emocional,
las emociones son simples, transparentes, auténticas y están ubicadas en
el yo. No tienen historia ni están atravesadas por relaciones de poder,
condiciones materiales, ideologías ni políticas.
El énfasis de la
educación emocional en el trabajo de autoexamen y autorregulación de
los individuos deposita en cada persona la responsabilidad de su éxito o
de su fracaso, de su alegría o de su sufrimiento. Por estos motivos, la
educación emocional psicologiza, individualiza, descontextualiza y
emocionaliza los problemas educativos.
Fuente
lavoz.com.ar
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