miércoles, 22 de mayo de 2019

Educación emocional en las escuelas: ¿sí o no?

Es la estrategia pedagógica del momento, que busca mejorar el desempeño a través del desarrollo de habilidades emocionales. Se utiliza cada vez más en el mundo, pero no todos están de acuerdo: algunos afirman que persigue el disciplinamiento del sujeto.
Ilustración de Martín Ferraro
Ilustración de Martín Ferraro


La fundación Educación Emocional, que dirige el psicólogo Lucas Malaisi, promueve en la Argentina una ley de educación emocional (Corrientes y Misiones ya tienen la suya) para que todas las escuelas públicas desarrollen el conocimiento personal, la automotivación y la empatía, entre otras cosas.

El proyecto plantea la creación de un espacio, transversal y curricular para los alumnos, pero también espacios para que aprendan los padres y los docentes (fundacioneducacionemocional.org).

La educación emocional, que comenzó a difundirse en ámbitos educativos en los últimos años en la Argentina y en el mundo, busca educar las emociones, a las que se considera habilidades que permiten mejorar el desenvolvimiento social y los aprendizajes. Se basa en el autoconocimiento y en la autorregulación.

Diversos países la aplican en las aulas y hasta la incluyen en los lineamientos de sus políticas públicas. Pero, además, organismos internacionales como el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) promocionan esta práctica como eficaz.

Quienes adscriben a esta idea argumentan que en los tiempos que corren es preciso promover las “inteligencias emocionales” y dejar atrás los esquemas de la escuela tradicional que pone el foco en el raciocinio.

Sin embargo, y pesar de que cada vez hay más evidencia científica del papel que juegan las emociones en la vida de las personas, no todos están de acuerdo en que es beneficioso implementar políticas y prácticas de educación emocional en los colegios.

Consultamos a dos especialistas para debatir por qué sí o por que no introducir la educación emocional en las escuelas.

Sí: una vida más plena
Iliana Bustos, abogada y coach profesional, explica que el mundo de las emociones de los seres humanos ha sido soslayado en la educación tradicional, anclada en el paradigma cartesiano de que lo privativo y distintivo del ser humano es la razón.

“En la actualidad, y en especial a partir de la difusión del concepto de inteligencia emocional planteado por Daniel Goleman, la temática vinculada al emocionar humano ha cobrado particular relevancia. De manera especial, y enfocada a obtener mejores resultados, se la considera seriamente en los ámbitos educativos, laborales, y en general en cualquier organización en la cual las personas interactúen”, plantea.

El concepto de inteligencia emocional, explica Bustos, hace referencia a la capacidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos.

“Para Goleman, la inteligencia emocional implica cinco capacidades básicas: descubrir las emociones y sentimientos propios, reconocerlos, manejarlos, crear una motivación propia y gestionar las relaciones personales”, sostiene la especialista, quien asegura que estas teorías tienen jerarquía científica. “La clínica médica ha reconocido la directa incidencia del factor emocional, no sólo en la aparición y desarrollo de numerosas patologías, sino también en las posibilidades y alternativas de recuperación de enfermedades y mantenimiento de la buena salud. En cuanto a las capacidades y destrezas incluidas en el concepto de inteligencia emocional, estas revisten una influencia dirimente no sólo en el aprendizaje, sino también en todos los ámbitos del quehacer humano”, remarca. Y sostiene que las emociones predisponen a la acción.

En este sentido, puntualiza, el alumno que se asombra, se interesa y confía en sus capacidades aprende con rapidez y es capaz de retener nuevos conceptos y relacionarlos con otros ya conocidos. Es decir que puede gestionar de manera autónoma su propio aprendizaje.

“De igual manera, logrará relaciones sanas y productivas con sus congéneres y con sus maestros desarrollando un sentido de integración y participación no sólo en la escuela, sino en su vida en general”, plantea Bustos.

Y agrega: “Los beneficios de la inteligencia emocional en los niños y adolescentes son múltiples: la mejora de la conducta, la creación de una autoestima sana, hace a los niños y adolescentes más responsables, seguros y autónomos, ayuda en el bienestar personal y a desarrollar las habilidades sociales básicas para cualquier tipo de relación”.

Bustos remarca que, cuando las personas se conectan con sus propias emociones y aprenden a reconocerlas y gestionarlas de manera eficaz, “sus vidas adquieren una dimensión más plena, se potencian sus naturales aptitudes, obtienen logros más significativos en todas sus iniciativas y se convierten en personas más activas, felices y satisfechas con su vida”.

Para la especialista, el aprendizaje emocional debe iniciarse en los docentes. “Sólo quien puede reconocer y conectarse con su propio mundo emocional puede propiciar a que otro lo haga. El docente tiene que ser capaz de generar contextos emocionales propicios al aprendizaje, generar climas emocionales que despierten interés, atención y entusiasmo por aprender”, opina.

No: es disciplinamiento
Ana Abramowski, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso, Argentina), explica que la “educación emocional” propicia que los individuos deban autoexaminarse con detenimiento para apaciguar y aplacar (regular) aquellas emociones que se encuentren confusas o se consideren negativas y, por lo tanto, dañinas.

Otro pilar de esta educación, dice, es el énfasis en lo positivo: tener actitudes y conductas positivas, construir relaciones positivas, crear climas positivos.

“Mi posición es contraria a las políticas y prácticas de educación emocional”, sostiene Abramowski, quien explica que discutir este tipo de educación no significa negar que la práctica educativa, el trabajo docente, la enseñanza y el aprendizaje estén atravesados por afectos y emociones.

“Discutir con la educación emocional implica poner sobre la mesa que no hay una única manera de concebir las emociones en su vínculo con la educación. Es imperioso considerar las emociones en su ambigüedad, atravesadas por relaciones de poder, contradicciones, ideologías, políticas y disensos”, remarca. Y agrega: “En lugar de aislar e intentar regular y acallar las emociones que circulan en las escuelas, en lugar de enfatizar el carácter adaptativo de la educación, considero preciso comprender por qué se producen unas emociones y no otras, cuánto pueden estar hablando de desigualdades e injusticias como así también de experiencias movilizantes y enriquecedoras”.

Estos son algunos de los argumentos de la investigadora de Flacso:
Esta clase de educación se centra en el disciplinamiento de los individuos. Lo emocional, lejos de explorarse, comprenderse y, por qué no, amplificarse, es sometido a la autorregulación. En este sentido, se trata de una educación con una fuerte impronta adaptativa.

El énfasis en las emociones positivas niega y obtura las emociones difíciles y poco clasificables (que se califican con el simple rótulo de “negativas”), emociones que forman parte de lo humano y cuyo destino no debería ser la simple regulación.

Para la educación emocional, las emociones son simples, transparentes, auténticas y están ubicadas en el yo. No tienen historia ni están atravesadas por relaciones de poder, condiciones materiales, ideologías ni políticas.

El énfasis de la educación emocional en el trabajo de autoexamen y autorregulación de los individuos deposita en cada persona la responsabilidad de su éxito o de su fracaso, de su alegría o de su sufrimiento. Por estos motivos, la educación emocional psicologiza, individualiza, descontextualiza y emocionaliza los problemas educativos.


Fuente
lavoz.com.ar

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