En
Victoria hay dos bodegas y unos diez viñedos que buscan una producción
con una nueva identidad; hace más de cien años a esa región se la
llamaba la Champagne argentina.
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Foto: LA NACION / Marcelo Manera |
Por Germán de los Santos
"El
vino tiene que contar una historia", ensaya Rubén Tealdi, y agrega
enseguida a modo de advertencia que "por supuesto tiene que ser bueno".
Se mueve inquieto entre las parras de su viñedo de 1,5 hectáreas en las
afueras de Victoria, Entre Ríos, donde desde 2006 empezó a tejer el
proyecto de tener una viña y hacer vino en medio de ese paisaje cortado
por las cuchillas, esos campos ondulados, y una brisa suave del Paraná,
que ahora crecido se muestra como un mar.
Tealdi
se apoya en un cartel que indica que una hilera de parras que están más
cerca de la bodega Corrales Vier proviene del Palacio de San José,
donde vivía Justo José de Urquiza, quien hizo plantar en esa tierra, en
1860, vides que había traído de Francia. Tealdi logró que unos brotes
prendieran en su finca y allí están, al lado de las merlot, malbec,
tannat y cabernet en el campo de ocho hectáreas que está ubicado en el
kilómetro 6 de la ruta 21.
Este hombre de 61 años fue el Quijote
del vino en esas tierras, donde hasta la década del 30 existían más de
60 bodegas que desaparecieron de un plumazo, luego de que Agustín P.
Justo estableciera a través de la ley Nº12.137 la prohibición de
producir vino fuera de Cuyo. El espíritu de la norma, considera Tealdi,
era preservar la zona cuyana para la producción vitivinícola, ya que en
esas tierras no crecía trigo ni había pasturas para el ganado.
Según
el INTA, en 1890, en Entre Ríos se cultivaban más cepas que en Mendoza y
San Juan. Incluso, tres años antes se catalogó esta zona como "la
Champagne argentina". Se producía vino de mesa, y más allá de su calidad
tenía como ventaja un bajo flete por la cercanía con Buenos Aires.
Pero
después de la sanción de la ley impulsada por Justo todo se derrumbó y
esa historia quedó guardada en los anaqueles de algunos museos, ni
siquiera en la memoria de los entrerrianos. El Congreso de la Nación
derogó esa ley en 1993, por iniciativa del senador entrerriano Augusto
Alacino, aunque en Victoria no prendió muy rápido el interés por la
producción vitivinícola.
Bodegas, viñedos y productores
En
la zona de Victoria hay dos bodegas, Corrales Vier y Borderío, y diez
viñedos que en total producen una superficie de unas 22 hectáreas. Pero
en Entre Ríos ya existen 60 productores de los departamentos de Paraná,
Diamante, Nogoyá, Victoria, Gualeguaychú, Concepción del Uruguay, Colón,
Concordia, Federación y La Paz, nucleados en la Asociación de
Vitivinicultores de Entre Ríos. El desafío es llegar a 2020 con 500
hectáreas sembradas en la provincia y una producción de dos millones de
botellas.
Tealdi, nacido en Brinkmann, Córdoba, con un extenso
recorrido profesional en publicidad en Rosario, retomó esa historia y
empezó a contagiar a otros. Decidió instalarse en 2002 en Victoria y
comenzó a cultivar hace una década lo que define como una "pasión".
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La bodegas y los viñedos Borderío, en Victoria, Entre Ríos. Foto: LA NACION / Marcelo Manera |
El
interés por el vino germinó en la zona. Y Tealdi, quien produce un
trivarietal de Merlot, Malbec y Tannat, pretende junto con el apoyo del
INTA apuntalar otro anhelo: modelar un vino auténticamente local a
partir de la cepa Marselan, un cruce entre garnacha y cabernet
sauvignon, muy poco conocida en el país. Esta cepa posee una ventaja,
según el productor, madura en enero antes de las lluvias que complican
siempre la cosecha.
El gobierno entrerriano comenzó a ver con
interés el fenómeno y apuesta en un futuro cercano a demarcar un camino
del vino para aportar otro atractivo a su paleta turística. Además,
empezará a funcionar en Victoria una carrera de técnico en enología y
mantenimiento de frutales, con el objetivo de formar profesionales de la
zona.
Desarrollo turístico
Hacia el sur de Victoria,
sobre la ruta 11, Guillermo Tornatore y su esposa Verónica Irazoqui
construyen la bodega Borderío, con una superficie de 18 hectáreas de
viñedos. Es una escala mucho más grande que la finca de Tealdi.
Apuestan
a producir un vino de alta gama, y armonizar el emprendimiento con un
desarrollo turístico, con un hotel y un restaurante en un campo de 330
hectáreas que desde una colina tiene una imponente vista al río. Muchos
piensan que este emprendimiento será una especie de sonajero para tentar
a otros inversores a apostar a la producción vitivinícola en la zona,
ya no como un emprendimiento quijotesco sino como un negocio.
Tornatore
cuenta que "el sueño" de construir una bodega y un emprendimiento
turístico vinculado al vino surgió después de visitar la finca de Donald
Hess en los Valles Calchaquíes. "Esa maravilla la hizo un
estadounidense. Y yo me pregunté por qué un argentino no puede hacer una
cosa así. Y nos embarcamos en esta locura."
En uno de los
espacios de la bodega descansa la primera cosecha de vinos malbec,
merlot y cabernet franc, que modela el enólogo Oscar Laguna, quien
confiesa que cuando le contaron el proyecto tuvo que buscar en Internet
para saber dónde estaba Victoria. "Acá hay una oportunidad de marcar una
diferencia y de rehacer historia, con vinos de calidad y sobre todo
diferentes. Yo apuesto al cabernet franc", apunta.
Guillermo
Tornatore y Verónica Irazoqui provienen de la tecnología. Fueron los
creadores de Dattatec-Donweb, una empresa de hosting que gestaron a
partir de la crisis del 2001 en el living de la casa y hoy es una de las
más grandes del país. "Quisimos encarar un proyecto nuevo en este
campo, pero que tuviera valor agregado. Nosotros provenimos del
emprendedurismo pero aclaramos que esto no es un emprendimiento, sino un
proyecto donde hay una inversión muy grande", advierte Tornatore.
En
el predio que aún está en construcción edificaron una amplia bodega de
paredes que estarán recubiertas en piedra y tejas, donde se elabora y se
guarda el vino, con espacios para que los visitantes puedan degustar
los productos que tornea el enólogo mendocino.
La puerta de
ingreso de seis metros de alto, de madera con remaches de hierro, al
estilo medieval, es el portal de la bodega. Planean producir unas 70.000
botellas. En un subsuelo, con paredes anchas recubiertas de ladrillos
se destaca una mesa de granito de siete metros de largo y el piso
tapizado en parte con los adoquines ingleses de casi 200 años que se
sacaron de las calles de Rosario. Cada lugar tiene un sentido y una
pequeña historia, apuntan. También trajeron olivos de 15 años de San
Juan con el que van a producir aceite y aceitunas. Y en el casco de
estancia se está redefiniendo en alojamiento para los visitantes.
En
la zona más baja, cerca del río destinaron 50 hectáreas para una
reserva de fauna, donde se hace recría de carpinchos que después son
liberados en las islas. Verónica señala que la bodega está pensada como
un circuito completo, para que el turista ingrese al lugar se divierta,
vea el proceso productivo de vino y del aceite de oliva y pase un grato
día. "La idea es llegar a producir vinos de alto nivel, apuntando
permanentemente a la calidad, porque sabemos que la zona puede dar
excelente producción."
Fuente
lanacion.com.ar