sábado, 19 de junio de 2010

EE.UU. evita las medidas brasileñas de castigo aprobadas por la Organización Mundial de Comercio (OMC) en el tema de los subsidios ilegales al algodón

Por EconomyWatch
19 de Junio de 2010



El Jueves Brasil suspendió las medidas de castigo contra los artículos norteamericanos en referencia a una disputa por subsidios para el algodón, congelando hasta el año 2012 un tema de larga data que ha demostrado la influencia comercial de esa nación sudamericana.

El gobierno manifestó que se mantendrá un acuerdo logrado entre los dos países en Abril para evitar hasta U$S 829 millones en medidas de castigo sancionadas por la OMC contra artículos de los EE.UU. hasta que se obtenga una legislación agraria en el país del norte.

La actual legislación agrícola en los EE.UU., la cual incluye subsidios para los productores de algodón que para la OMC son muy altos y por lo tanto ilegales, expirará el 30 de Septiembre de 2012.

Bajo este acuerdo, los EE.UU. solicitaron hacer algunos cambios de corto plazo a sus garantías de crédito para exportación dándole a Brasil cerca de U$S 147 millones por año en concepto de daños para un fondo de “asistencia técnica” destinado a los productores de algodón.

“Brasil no excluye la posibilidad de tomar medidas en cualquier momento,” expresó Roberto Azevedo, el enviado del país sudamericano a la OMC, a los periodistas en Brasilia. “Es solo una suspensión de este derecho.”

El enviado agregó que Brasil podía responder en cualquier momento si los EE.UU. no respeta el acuerdo, aclarando que su país no está interesado en un enfrentamiento.

“Este proceso de negociación y reforma es mejor que cualquier acto de castigo que no trae beneficios para nadie en el sector privado de Brasil.”

Los analistas habían esperado que Brasil expresara de forma explícita que conserva su derecho a aplicar sanciones si el Congreso no actúa.

El acuerdo para evitar las medidas de castigo deja para más adelante el regateo que ocurrirá en el 2012 con la Ley Agraria en el Congreso norteamericano, un organismo conocido primero y principal por ocuparse de asuntos domésticos, de acuerdo a un informe de Reuters aparecido en el New York Times (1).

“Estamos conformes en haber logrado un acuerdo con Brasil en lo referente a la disputa por el algodón presentada ante la OMC, el cual suspendería la imposición de contramedidas,” dijo.

La OMC dictaminó el año pasado que Brasil tenía derecho a imponer medidas de castigo luego de haber considerado ilegales las medidas de subsidio del algodón así como el programa de garantías de exportación creados por el gobierno norteamericano.
En Abril, Brasil demoró por 60 días medidas de castigo comercial contras los EE.UU. después de que el gobierno del norte cumplió con la última de las 3 condiciones que Brasil había establecido para suspender los impuestos de aduana para la importación de productos norteamericanos.
El fondo de asistencia para el sector algodonero se destinará a áreas tales como asistencia técnica, marketing e investigación de mercado, antes que a subsidios para los granjeros brasileños.
Brasil había considerado tomar medidas tales como levantar las protecciones de patentes, lo cual hubiera perjudicado a los productores norteamericanos de medicamentos y productos químicos.
La OMC le había concedido previamente a dos países el derecho a tomar medidas de castigo en disputas comerciales, pero Brasil hubiera sido la primera nación en aplicarlas.


1. http://www.nytimes.com/reuters/2010/06/17/us/politics/politics-us-brazil-us-trade.html?_r=2&emc=eta1

“Sabios” e “ignorantes”, o una peligrosa distinción para América Latina (3ra. parte)

Por Carmelo Polino



En algunos círculos académicos de América Latina, afortunadamente, empieza a sentirse cierta inquietud por revisar el alcance de la noción de cultura científica y otros conceptos cercanos que utilizamos habitualmente, y proponer modelos alternativos que permitan hacer preguntas desde la óptica de nuestras propias realidades institucionales, sociales y políticas. Esta cuestión la hemos ido constatando a medida que desarrollamos una línea de trabajo común sobre el tema entre la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT/CYTED) y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), junto a otras instituciones y organismos de la región.

El problema de la cultura científica en los países de América Latina no puede desconocer el hecho cruento de que millones de personas viven y mueren marginados en la más absoluta pobreza, y que en esta desgarradora deuda social la ciencia y la tecnología podrían convertirse en opciones de futuro. El fracaso histórico de nuestras sociedades también puede contarse desde la óptica de las oportunidades que hemos perdido para articular el conocimiento que se produce en los laboratorios con las aulas, las fábricas, las leyes y el mercado. La condición normal del desarrollo de la ciencia en la mayoría de los países de América Latina se caracteriza por su débil conexión con la estructura productiva, su inadvertido peso para la dirigencia política y por la tolerante, pero infructífera, valoración positiva de una amplia mayoría social que no sabe muy bien qué hacer con ella.

Los indicadores básicos permiten apreciar la poca cantidad de plata que nuestras sociedades destinan en conjunto a financiar el conocimiento. De esta forma, y aunque no sea una decisión ciudadana consciente, lo claro es que en términos generales la sociedad no espera que la ciencia local solucione sus problemas.

Lo paradójico es que no hay alternativa viable para un crecimiento sostenido sin ciencia y tecnología propias. El problema de la percepción de la ciencia cobra entonces un status diferente, y la cultura científica se revela ahora como una cuestión de la ciencia inserta en la dinámica social. ¿Qué utilidad tiene ahora insistir con el halo de superioridad del sabio y la caracterización del público como un ignorante al que hay que instruir? Su ventaja es dudosa. Y cuanto más lo miremos de esta forma, resultará más evidente que la dimensión cognitiva es sólo un aspecto más, relevante, pero sólo parcialmente.

En este sentido, las estrategias de comunicación más eficaces serán las que permitan aumentar el reclamo social para que se haga más y mejor ciencia y se desarrolle más y mejor tecnología.
Y en este punto podremos hablar de una sociedad cuya cultura está más o menos orientada hacia la ciencia, la tecnología y la innovación.

Continuará

viernes, 18 de junio de 2010

¡Gol! Los científicos anotan en el ranking de las estrellas de fútbol

Por Gisela Telis
Traducción de Claudio Pairoba



Si usted es nuevo en la locura de la Copa Mundial y se está preguntando cuál es el mejor equipo, la ciencia tiene una respuesta. Los investigadores han desarrollado un software que puede medir el éxito en el fútbol, creando un sistema de ranqueo más sofisticado para este deporte y una herramienta para analizar la performance en otras actividades grupales.

A diferencia del béisbol y el fútbol americano, el deporte más popular del mundo no tiene muchas estadísticas. Sólo existen un puñado de sistemas de ranqueo de fútbol, la mayoría de los cuales se basan en información limitada: número de goles anotados en un partido, goles asistidos y algunos índices de la dificultad e importancia de un partido. Aunque tales sistemas están creados para determinar cuales son los mejores equipos y jugadores, el hecho de que se enfoquen sólo en los tantos limita su exactitud, dice Luis Amaral, un Ingeniero en Sistemas Complejos de la Universidad de Northwestern, Illinois. “Uno termina sin ninguna información excepto sobre el jugador que hizo el gol y el jugador que lo ayudó.”

Amaral, un fanático del fútbol, quería medir la performance de jugadores y equipos de una forma que tome en cuenta las complejas interacciones dentro de un equipo así como la contribución de cada jugador. Así que se remitió a una fuente inesperada: las redes sociales. Aplicando las técnicas matemáticas usadas para mapear amigos en Facebook y en otras redes, Amaral y otros colegas crearon un software que puede rastrear el flujo de pelotas entre jugadores. A medida que el programa sigue a la pelota, le asigna un puntaje a los pases precisos así como a los pases que van a terminar en gol. Si el disparo tiene éxito, no importa.

“Hay mucha suerte involucrada cuando se llega a anotar,” explica Amaral. Solamente el flujo de la pelota hacia el arco y el papel que cada jugador juega en lograrlo se incluyen en el sistema de puntos del programa, el cual después calcula un índice de habilidad para cada jugador del equipo.

Cuando los investigadores usaron el programa para analizar los datos del Campeonato Europeo 2008, los índices se acercaron mucho a los resultados del torneo y las opiniones generales de los periodistas, entrenadores y otros expertos que sopesaron las actuaciones. Los resultados aparecen en un trabajo publicado en PLoS ONE (1).
Uno de los temas con cualquier clase de trabajo en equipo es asignarle el reconocimiento a la persona correcta,” dice Amaral. “La gente agresiva y gritona tiene más reconocimiento, pero con este análisis uno puede tener una idea más acabada de cuanto contribuye cada individuo al resultado final.”

“Este es un artículo interesante y aparece en el momento justo – el mundo está atado a la silla para el Mundial de Fútbol,” dice Alessandro Vespignani otro científico en computadoras de la Universidad de Indiana en Bloomington y también fanático del balonpie. “Pero es mucho más profundo que eso. Es una herramienta poderosa para analizar el rendimiento de cualquier equipo: equipos científicos, compañías, grupos creativos.”

Amaral planea aplicar el programa a otros deportes y campos y ya está ingresando datos del Mundial 2010 – con un motivo. “Soy de Portugal, y quedé desilusionado de la forma en que jugamos el Martes,” dice. (Su equipo empató 0 a 0 con Costa de Marfil). “Tengo mucha curiosidad por saber que puntaje nos da el programa – tal vez jugamos mejor de lo que pensé.”
Fuente:
http://news.sciencemag.org/sciencenow/2010/06/goooal-scientists-score-in-ranki.html

1. http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0010937

lunes, 14 de junio de 2010

El argentino que venció al Pentágono

Extracto de la nota publicada en Clarín el 13/06/10. El artículo completo puede leerse en http://www.clarin.com/zona/argentino-vencio-Pentagono_0_279572193.html

Por Gustavo Sierra


Juan Torres perdió a su hijo soldado en Afganistán. Creía que lo había matado la mafia de la heroína. Luego, descubrió que había sido una medicina que le dio el propio Ejército. Logró que prohibieran la droga en todo el mundo.

Juan Torres se inclina sobre la corona de flores resecas, toca la bandera de las tiras y las estrellas y dice algo. “Le hablo a mi hijo, le hablo “al cabezón”. Le digo que esté bien. Que yo estoy bien. Que su madre y su hermana también lo están. Y que voy a seguir la lucha por él”, dice Juan mirando de reojo la larguísima lista de muchachos de Chicago muertos en las últimas guerras, desde Vietnam hasta Afganistán, grabadas en la piedra del monumento levantado en pleno centro de la ciudad del viento. “Fiiiijate”, me remarca con su inconfundible acento cordobés, “son todos apellidos hispanos. Los hispanos somos la carne de cañón”. Y se inclina nuevamente sobre la pequeña corona de flores secas y vuelve a murmurar. “Le dije a mi hijo que no se preocupe. Que voy a seguir luchando para que no haya más chicos hispanos que tengan que ir a la guerra para poder progresar. Le dije que no van a ir más engañados como él. Le dije que él no murió para nada”, me cuenta este argentino cuando ya salimos del lugar y caminamos por la avenida Wabash mientras el viento de la primavera nos barre como si fuéramos hojas.

Juan logró vencer al Pentágono y a una de las empresas farmacéuticas internacionales más poderosas del mundo. Ya no podrán suministrar a los soldados, ni a nadie, las pastillas contra la malaria que terminaron matando a su hijo Juan/John cuando cumplía con su servicio como soldado en el Ejército estadounidense en Afganistán. Está esperando que termine el juicio que les inició para cobrar la compensación con la que armará una fundación dedicada a ayudar a los soldados que regresan con afecciones psicológicas tras la guerra y a que el Ejército no los use como “conejito de Indias” suministrándoles medicinas que no están probadas fehacientemente.

Pero por sobre todo, para poder seguir con su campaña de alertar a los chicos de las escuelas de los barrios pobres hispanos que no se dejen engañar por los reclutadores de las fuerzas armadas. “Ahí está el nudo de todo. Se llevan a los chicos cuando aún son menores de edad. Les prometen que van a ser héroes de películas, que les van a pagar la universidad, que van a viajar. Y es todo mentira. ¡Si a mí me quisieron cobrar hasta el préstamo que le habían dado a mi hijo para que estudiara! Pero ya había terminado su carrera hacía mucho y ni sé qué pasó con el dinero. Pero igual me lo querían cobrar. ¡Es todo una gran mentira!”, sigue contando Juan mientras nos subimos a su camioneta marrón y se dispone a manejar hacia su casa de Schillerr Park, a una media hora del centro de Chicago.

Susana, la madre, envió varios pedidos de información sobre la muerte de su hijo a través del Freedon of Information Act. No le respondieron los dos primeros, pero meses después de presentar el tercero le llegó un sobre con nueve páginas clasificadas del reporte del psiquiatra del Ejército Robert Ensley escrito en junio de 2005. “Ahí es cuando se abre la caja de Pandora”, dice Juan. Ensley dice que Juan/John era un soldado más maduro que el promedio, competente y sociable. Y al final menciona la medicación que estaba tomando: Lariam, o mefloquine hydrochloride, una droga contra la malaria conocida por sus devastadores efectos secundarios.

En los años 80, el instituto Walter Reed de investigaciones del Ejército desarrolló la pastilla y le entregó la licencia al laboratorio suizo Roche. Era una gran solución para el Pentágono. Cada vez que enviaba soldados a una zona tropical tenía que gastar enormes fortunas en tratamientos contra la malaria por los que hay que tomar una píldora cada día. Lariam se suministra una vez a la semana. Pero se trata de una medicina absolutamente peligrosa. Provoca alucinaciones, depresiones profundas e induce al suicidio.

En 1997 ya se formó una primera organización de familiares de personas muertas a causa de esta droga. Y en 2002, una serie de investigaciones de dos reporteros de la agencia UPI probaron que la medicina que se receta a cientos de miles de soldados, trabajadores sociales y turistas “puede provocar cinco veces más problemas mentales que lleven al suicidio que cualquier otro tratamiento para prevenir la malaria como el antibiótico doxycline, por ejemplo”. El propio instituto Walter Reed publicó en un informe del 2004 que “al menos el 25% de los que toman mefloquine como dosis profiláctica experimentan efectos neurológicos y psiquiátricas negativos”.

La senadora demócrata por California Dianne Feinstein logró armar un comité de investigación sobre la droga en el Congreso, pero no se llegó a ninguna conclusión concreta. El entonces encargado general de salud del Ejército, James Peake, dijo al comité que “no encontramos evidencias entre el uso de Lariam y el suicidio de soldados. Sólo 4 de los 24 soldados que se suicidaron este año en Irak pertenecían a unidades a las que se les suministró esa droga”. Unos meses más tarde y como consecuencia de un pedido de informes de los Torres, el Ejército admitió que los suicidios a causa de la píldora no habían sido 4 sino 11.

El informe más contundente apareció en el Malaria Journal en marzo de 2008 firmado por el prestigioso infectólogo Remington Nevin. Dice que cerca del 10% de los 11.725 soldados desplegados en Afganistán que tomaron Lariam tuvieron graves efectos neurológicos. Y ahí se habla por primera vez de que esos efectos se potencian con el uso de algunas otras medicinas en forma paralela.

El año pasado Juan y Susana decidieron contratar al abogado Louis Font, un ex oficial del Ejercito estadounidense que pidió la baja desilusionado por la guerra y que se encarga de defender a los objetores de conciencia. Font consiguió que le remitieran todo el expediente médico y de servicio de Juan/John. Y allí encontraron la clave. A causa de los dolores estomacales, un médico del Ejército le dio unas pastillas para calmar la acidez. Fue lo que agravó las consecuencias del Lariam.

Las dos drogas juntas son fatales. Provocan inflamaciones en el pecho, alucinaciones y tendencias suicidas. Son efectos que aparecen de golpe y provocan dolores extremos en la persona. Finalmente, un juez federal aceptó el caso remarcando que por ley no se puede hacer juicio al Ejército pero sí al laboratorio Roche que elabora la droga. Fue cuando el Pentágono anunció oficialmente que ya no suministraría Lariam a sus soldados “por tratarse de una droga con efectos secundarios peligrosos”.

Roche retiró hace tres meses Lariam del mercado. La prensa estadounidense habla del cordobés Juan Torres como “el padre coraje” que logró vencer al Pentágono. La semana pasada se estrenó en Chicago el documental “Drugs and Death at Bagram” de Shaun McCanna que describe el camino recorrido por este argentino.

“Y ya estoy más tranquilo. Creo que para fin de año ya tendremos el juicio resuelto y me voy a poner a trabajar con la fundación que voy a crear en nombre de mi hijo. Yo no estoy contra el Ejército estadounidense pero no quiero que les sigan mintiendo a los chicos hispanos ni a sus padres. Como siempre digo, Juan/John me dejó un mandato. No puede haber más chicos que sean tratados como animales de guerra”, comenta Juan y besa el anillo de su hijo que lleva desde hace seis años en su mano derecha. Después mira la foto de ese chico de ojos brillantes, respira rápido y suspira profundo.

“Sabios” e “ignorantes”, o una peligrosa distinción para América Latina (2da. parte)

Por Carmelo Polino



Las consecuencias de manejarse en términos de “sabios” e “ignorantes”, sin embargo, están a la vista. Hemos transformado la comunicación de la ciencia en un acto pedagógico dentro de un contexto de enseñanza-aprendizaje y, por ello, siempre en el público existirá una laguna de conocimientos a ser llenada. La percepción de riesgos se reduce entonces a un problema de alfabetización. Si las personas supieran más, habría entonces menos resistencia a ciertas aplicaciones tecnológicas.

La aparición pública de la biología molecular ofrece incontables ejemplos donde este argumento es el que prevalece. El lugar común de las encuestas de percepción pública ha consistido en enfatizar la ignorancia científica y cierta insensatez en algunas actitudes precavidas de grupos sociales frente a campos de desarrollo científico que pueden considerarse promisorios. Nos quejamos entonces de que el público percibe mal la ciencia.

Pero el problema puede ser que estemos percibiendo mal al público. No se puede calificar tan livianamente de ignorante a una persona que manifiesta su desconfianza o incertidumbre ante los avances de la clonación, incluso cuando le falte conocimiento para distinguir las diferencias entre la clonación terapéutica y la reproductiva; pues lo que está en juego en su representación del tema, lo que le puede ocasionar vértigo, excede la comprensión de un concepto o una técnica. Se articula, más bien, con otros elementos de su cultura y representaciones del mundo.

La ciencia ha estado avanzando sobre terrenos que obligan interpelan la naturaleza de nuestra existencia misma y que, por eso, las respuestas exceden a la ciencia y a sus practicantes. Las respuestas son de la cultura de la sociedad ¿Por qué podríamos estar tan seguros entonces de que un mayor conocimiento científico conduce inexorablemente a un mayor apoyo y de allí a una mayor aceptación social de la ciencia?

Otro tanto podría decirse de aquél que mira con recelo las posibilidades que la teletransportación de átomos abre al universo de la física cuántica, preguntándose si algún día será posible que alguien desintegre a una persona en una punta de la ciudad para volver a integrarla en la otra. Si bien las intenciones de la amplia mayoría de los científicos y tecnólogos son indudablemente buenas, y los efectos de la ciencia y la tecnología en la sociedad han sido, ¿quién en su sano juicio podría negarlo?, en esencia abrumadoramente más benéficos que otra cosa, después de todo sí hubo sueños de la razón que engendraron monstruos. ¿Qué pretendemos que piense la sociedad de los científicos e ingenieros al servicio del estado que en este momento ponen a punto la parafernalia tecnológica de bombas inteligentes que explotan a diario en el suelo de Irak?

Desde ya que hay que combatir la falta de información, pero debemos reconocer que ello es un deber cívico que excede la información científica. ¿O acaso pensamos que una encuesta de comprensión de la pintura contemporánea o las leyes laborales arrojaría mejores resultados? La sociedad moderna – abandonados los ideales del uomo universale que lo comprendía todo- basa su estructura organizativa en la delegación del saber, el reverso de la moneda de la delegación del poder.

Se ha depositado así en los científicos e ingenieros -en los expertos en general- la confianza para resolver problemas de salud, higiene, seguridad, infraestructura, educación, urbanización, medio ambiente, etc. Corresponde a los expertos brindar información confiable y proponer alternativas tecnológicas acordes a garantizar el desarrollo social y el medio ambiente. En este sentido, no va a ser la industria privada quien asuma como propia esta aventura. El estado sigue siendo la garantía de que no se pierdan los objetivos fundamentales de fondo: una mejor ciudadanía, para una sociedad más justa.

Esta perspectiva hace palidecer un tratamiento de la cultura científica en términos del “modelo de déficit”. Parece evidente que ninguno de nosotros interactúa con la ciencia sólo cognitivamente; lo hacemos en “contexto de sentidos” y por eso cobra relevancia hablar de representaciones sociales. Considero que se trata de una miopía interpretativa reducir la noción de cultura científica a las cualidades de la alfabetización.

La defensa de un modelo deficitario de este tipo tiene consecuencias directas para la práctica de la comunicación, pues convalida una supuesta “inferioridad cognitiva” por parte del público, refuerza los prejuicios respecto a la capacidad de éste para acceder a la ciencia, y protege la legitimidad de la ciencia como saber superior. En el medio, perdimos la oportunidad de analizar la ciencia en una dinámica social y cultural más amplia y, por ende, más rica. Pero, fundamentalmente, margina la dimensión más relevante de todas: la democratización del conocimiento.

Continuará

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