Extracto de la nota publicada en Clarín el 13/06/10. El artículo completo puede leerse en http://www.clarin.com/zona/argentino-vencio-Pentagono_0_279572193.html
Por Gustavo Sierra
Juan Torres perdió a su hijo soldado en Afganistán. Creía que lo había matado la mafia de la heroína. Luego, descubrió que había sido una medicina que le dio el propio Ejército. Logró que prohibieran la droga en todo el mundo.
Juan Torres se inclina sobre la corona de flores resecas, toca la bandera de las tiras y las estrellas y dice algo. “Le hablo a mi hijo, le hablo “al cabezón”. Le digo que esté bien. Que yo estoy bien. Que su madre y su hermana también lo están. Y que voy a seguir la lucha por él”, dice Juan mirando de reojo la larguísima lista de muchachos de Chicago muertos en las últimas guerras, desde Vietnam hasta Afganistán, grabadas en la piedra del monumento levantado en pleno centro de la ciudad del viento. “Fiiiijate”, me remarca con su inconfundible acento cordobés, “son todos apellidos hispanos. Los hispanos somos la carne de cañón”. Y se inclina nuevamente sobre la pequeña corona de flores secas y vuelve a murmurar. “Le dije a mi hijo que no se preocupe. Que voy a seguir luchando para que no haya más chicos hispanos que tengan que ir a la guerra para poder progresar. Le dije que no van a ir más engañados como él. Le dije que él no murió para nada”, me cuenta este argentino cuando ya salimos del lugar y caminamos por la avenida Wabash mientras el viento de la primavera nos barre como si fuéramos hojas.
Juan logró vencer al Pentágono y a una de las empresas farmacéuticas internacionales más poderosas del mundo. Ya no podrán suministrar a los soldados, ni a nadie, las pastillas contra la malaria que terminaron matando a su hijo Juan/John cuando cumplía con su servicio como soldado en el Ejército estadounidense en Afganistán. Está esperando que termine el juicio que les inició para cobrar la compensación con la que armará una fundación dedicada a ayudar a los soldados que regresan con afecciones psicológicas tras la guerra y a que el Ejército no los use como “conejito de Indias” suministrándoles medicinas que no están probadas fehacientemente.
Pero por sobre todo, para poder seguir con su campaña de alertar a los chicos de las escuelas de los barrios pobres hispanos que no se dejen engañar por los reclutadores de las fuerzas armadas. “Ahí está el nudo de todo. Se llevan a los chicos cuando aún son menores de edad. Les prometen que van a ser héroes de películas, que les van a pagar la universidad, que van a viajar. Y es todo mentira. ¡Si a mí me quisieron cobrar hasta el préstamo que le habían dado a mi hijo para que estudiara! Pero ya había terminado su carrera hacía mucho y ni sé qué pasó con el dinero. Pero igual me lo querían cobrar. ¡Es todo una gran mentira!”, sigue contando Juan mientras nos subimos a su camioneta marrón y se dispone a manejar hacia su casa de Schillerr Park, a una media hora del centro de Chicago.
Susana, la madre, envió varios pedidos de información sobre la muerte de su hijo a través del Freedon of Information Act. No le respondieron los dos primeros, pero meses después de presentar el tercero le llegó un sobre con nueve páginas clasificadas del reporte del psiquiatra del Ejército Robert Ensley escrito en junio de 2005. “Ahí es cuando se abre la caja de Pandora”, dice Juan. Ensley dice que Juan/John era un soldado más maduro que el promedio, competente y sociable. Y al final menciona la medicación que estaba tomando: Lariam, o mefloquine hydrochloride, una droga contra la malaria conocida por sus devastadores efectos secundarios.
En los años 80, el instituto Walter Reed de investigaciones del Ejército desarrolló la pastilla y le entregó la licencia al laboratorio suizo Roche. Era una gran solución para el Pentágono. Cada vez que enviaba soldados a una zona tropical tenía que gastar enormes fortunas en tratamientos contra la malaria por los que hay que tomar una píldora cada día. Lariam se suministra una vez a la semana. Pero se trata de una medicina absolutamente peligrosa. Provoca alucinaciones, depresiones profundas e induce al suicidio.
En 1997 ya se formó una primera organización de familiares de personas muertas a causa de esta droga. Y en 2002, una serie de investigaciones de dos reporteros de la agencia UPI probaron que la medicina que se receta a cientos de miles de soldados, trabajadores sociales y turistas “puede provocar cinco veces más problemas mentales que lleven al suicidio que cualquier otro tratamiento para prevenir la malaria como el antibiótico doxycline, por ejemplo”. El propio instituto Walter Reed publicó en un informe del 2004 que “al menos el 25% de los que toman mefloquine como dosis profiláctica experimentan efectos neurológicos y psiquiátricas negativos”.
La senadora demócrata por California Dianne Feinstein logró armar un comité de investigación sobre la droga en el Congreso, pero no se llegó a ninguna conclusión concreta. El entonces encargado general de salud del Ejército, James Peake, dijo al comité que “no encontramos evidencias entre el uso de Lariam y el suicidio de soldados. Sólo 4 de los 24 soldados que se suicidaron este año en Irak pertenecían a unidades a las que se les suministró esa droga”. Unos meses más tarde y como consecuencia de un pedido de informes de los Torres, el Ejército admitió que los suicidios a causa de la píldora no habían sido 4 sino 11.
El informe más contundente apareció en el Malaria Journal en marzo de 2008 firmado por el prestigioso infectólogo Remington Nevin. Dice que cerca del 10% de los 11.725 soldados desplegados en Afganistán que tomaron Lariam tuvieron graves efectos neurológicos. Y ahí se habla por primera vez de que esos efectos se potencian con el uso de algunas otras medicinas en forma paralela.
El año pasado Juan y Susana decidieron contratar al abogado Louis Font, un ex oficial del Ejercito estadounidense que pidió la baja desilusionado por la guerra y que se encarga de defender a los objetores de conciencia. Font consiguió que le remitieran todo el expediente médico y de servicio de Juan/John. Y allí encontraron la clave. A causa de los dolores estomacales, un médico del Ejército le dio unas pastillas para calmar la acidez. Fue lo que agravó las consecuencias del Lariam.
Las dos drogas juntas son fatales. Provocan inflamaciones en el pecho, alucinaciones y tendencias suicidas. Son efectos que aparecen de golpe y provocan dolores extremos en la persona. Finalmente, un juez federal aceptó el caso remarcando que por ley no se puede hacer juicio al Ejército pero sí al laboratorio Roche que elabora la droga. Fue cuando el Pentágono anunció oficialmente que ya no suministraría Lariam a sus soldados “por tratarse de una droga con efectos secundarios peligrosos”.
Roche retiró hace tres meses Lariam del mercado. La prensa estadounidense habla del cordobés Juan Torres como “el padre coraje” que logró vencer al Pentágono. La semana pasada se estrenó en Chicago el documental “Drugs and Death at Bagram” de Shaun McCanna que describe el camino recorrido por este argentino.
“Y ya estoy más tranquilo. Creo que para fin de año ya tendremos el juicio resuelto y me voy a poner a trabajar con la fundación que voy a crear en nombre de mi hijo. Yo no estoy contra el Ejército estadounidense pero no quiero que les sigan mintiendo a los chicos hispanos ni a sus padres. Como siempre digo, Juan/John me dejó un mandato. No puede haber más chicos que sean tratados como animales de guerra”, comenta Juan y besa el anillo de su hijo que lleva desde hace seis años en su mano derecha. Después mira la foto de ese chico de ojos brillantes, respira rápido y suspira profundo.
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