Primera entrega sobre las dificultades encontradas por Carl Sagan como consecuencia de sus actividades de divulgación.
Por Jared Diamond
Traducción por Claudio Pairoba
05.01.1997
Poco más de un año atrás, participé en un congreso, organizado por la Academia Nacional de Ciencias, acerca del tema de mejorar la comprensión pública de la ciencia a través de la estimulación de una mayor colaboración entre los científicos y los medios. La mayoría de los científicos presentes eran miembros de la academia, la cual sirve tanto como una sociedad con miembros elegidos así como consejero oficial sobre políticas científicas para el gobierno de EE.UU. A través de la sala detecté a un hombre delgado quien parecía familiar. Sus movimientos decididos sugerían una pasión interior escondida bajo un exterior calmo. Cuando me acerqué lo suficiente para leer su nombre en el distintivo, vi que era el famoso astrónomo Carl Sagan, con quien había mantenido correspondencia pero a quien nunca había conocido en persona.
Nos presentamos y comenzamos una conversación que, ahora pienso, fue profunda. Sagan mencionó que había escuchado sobre mi padecimiento de un cáncer letal, y me preguntó como me encontraba. Le contesté que me había sometido a una operación y que ahora estaba totalmente curado, de acuerdo a lo que sabía. Me confesó que él también había tenido un roce con esa enfermedad. Le habían diagnosticado mielodisplasia, una patología que puede transformarse en leucemia, pero lo habían tratado y, dijo, lo habían curado. Desafortunadamente, no mucho después de nuestro encuentro, se le presentaron complicaciones derivadas de un transplante de médula ósea y murió unos dias antes de Navidad. Mirando hacia atrás, me pregunto si su apariencia calma de aquel día se debía a una sensación sobre lo que se aproximaba.
Más tarde ese mismo día, durante una discusión grupal acerca de la importancia de comunicar ciencia para el público, hice un comentario sobre una incómoda paradoja: los científicos que se comunican efectivamente con el público a menudo encuentran que la respuesta de sus colegas es el escarnio, e incluso son castigados de maneras que afectan sus carreras. Mis comentarios estimularon a Sagan para que se dirigiera a la audiencia por 15 minutos. Describió como él, también, había recibido duras críticas de otros científicos, pero – hizo una pausa, como si buscara elegir sus palabras con cuidado – las desventajas para él no habían sido mayormente serias. A medida que pronunciaba estas palabras, sentí que mis colegas de la academia contenían la respiración, esperando oír si Sagan mencionaría el penetrante insulto que había sufrido a manos de los mismos miembros de la academia. De hecho, salteó con tacto el escándalo que se había desatado unos pocos años antes, cuando él se había convertido en una de las pocas personas en la larga historia de la academia en haber sido provisionalmente electo para la membresía y posteriormente ser individualmente rechazado en una votación especial.
El rechazo de Sagan normalmente hubiera sido desconocido más allá de la academia, dado que se supone que los miembros mantengan en secreto los temas relacionados con la votación. Sin embargo, algunos miembros que no han sido identificados, estaban tan enardecidos que filtraron el tema a la prensa. (No tengo idea quienes fueron, al haberme perdido la reunión). Brevemente, como se lo describió en la prensa, Sagan había estado entre muchos científicos nominados, su candidatura sobrevivió las etapas iniciales de selección, y su nombre estaba en una larga lista de candidatos ubicadas en la boleta de votación que se les había enviado por correo a los miembros de la academia. Las respuestas a la votación lo ubicaban entre los 60 candidatos que recibieron la mayor cantidad de votos. Estos candidatos son usualmente aceptados como elegidos, sin mayor discusión, durante la reunión anual.
En este caso, sin embargo, la elección provisional de Sagan fue seleccionada y cuestionada en la sala de reuniones. Por reglas de la academia, aquel nominado cuestionado de esta forma es dejado de lado a menos que su candidatura sea respaldada por al lo menos dos tercios de los miembros presentes que votan. Después de un acalorado debate más de un tercio votaron por rechazar la elección de Sagan. Esa extraña bofetada en su cara terminó con la candidatura.
Durante las últimas dos décadas, más de mil científicos han sido elegidos por la academia, pero solo recuerdo otro candidato rechazado y unos pocos más a los cuales se cuestionó sin éxito. Gran parte de la oposición en la sala de la academia fue armada en términos de cuestiones de procedimiento o en base a las supuestmente deficientes contribuciones de Sagan a la investigación científica. Sin dudas, algunos de sus oponentes realmente tenían una pobre opinión sobre sus contribuciones. Sin embargo, la investigación de Sagan era bien conocida y obviamente considerada lo suficientemente importante por los miembros de la academia para elegirlo provisionalmente en primer lugar. Sagan mereció gran parte del crédito por explicar la particular atmósfera de Venus, los cambios en la apariencia de Marte (debido a tormentas, no canales o cambios estacionales en vegetación, como se había creído originalmente), el efecto invernadero en la Tierra y en Venus, los orígenes de la materia orgánica en la Tierra, y las condiciones para la vida extraterrestre. También tuvo un papel destacado en las misiones Mariner, Viking, Pioneer, Voyager, y Galileo que transformaron nuestra comprensión de todos los planetas externos.
Podría ser que Sagan perdiera su potencial lugar en la academia no porque hubiera fallado en producir investigación científica lo suficientemente importante sino porque tuvo mucho éxito como popularizador de esa investigación. Para el público, Sagan fue por lejos el más famoso astrónomo norteamericano y uno de los más famosos científicos norteamericanos de cualquier disciplina. Esa fama surgió de sus habilidades únicas para explicar la ciencia al público. Cuando se transmitió por primera vez en 1980, su serie televisiva Cosmos atrajo más espectadores que cualquier otra serie de TV pública anterior, y mantuvo ese record por años. Hizo más que ningún otro factor para incrementar el interés público en la astronomía así como el respaldo público para el costoso plan de sondas planetarias de la NASA. Pero las habilidades comunicacionales de Sagan provocaron una violenta reacción entre muchos científicos, quienes se negaron a creer que él pudiera ser simultáneamente un científico serio y una carismática personalidad de la TV.
Lo que hace que el rechazo de la academia sea tan trágico, y a primera vista tan incomprensible, son todas las razones válidas que los mismos científicos normalmente emplean para explicar por qué es tan importante que el público entienda a la ciencia. Veo, por lo menos, cinco de tales razones y vale la pena detallarlas para que podamos apreciar por qué las actitudes puestas de manifiesto en el rechazo de Sagan por la Academia Nacional de Ciencias representan un problema tan grande.
Primero, la ciencia no es algo misterioso, destinado a solo unos pocos. Cada uno de nosotros – ya sea un poeta, un portero, un físico nuclear – tiene que ser capaz de pensar científicamente y de entender algo de ciencia para ir por la vida. Cada día enfrentamos decisiones que se asientan en la ciencia, tales como si fumar, qué comer, con quien tener sexo y que protección usar (si usa alguna). Incluso para las decisiones que no dependen de hechos científicos específicos, la ciencia continua siendo el set probado de los mejores métodos para adquirir información exacta acerca del mundo.
Segundo, algunos de nosotros terminamos como legisladores en el gobierno o en el sector privado. Estos individuos toman decisiones que afectan fundamentalmente al bienestar de todos, y la mayoría de ellos no saben más de ciencia que el resto del público. Así y todo, son llamados para decidir qué hacer con (y cuánto dinero gastar en) reactores nucleares, calentamiento global, tóxicos ambientales, onerosos programas espaciales, investigación biomédica, y aplicaciones de la biotecnología. Son los no científicos, no los científicos, quienes tienen la última palabra sobre si la leche que podemos tomar puede provenir de manera segura de vacas tratadas con hormonas de crecimiento. Para tomar tales decisiones con sabiduría, los encargados tienen que provenir del público científicamente educado.
Tercero, como votantes, todos tenemos la responsabilidad final por esas decisiones, porque somos los que deciden cuáles candidatos y cuales proyectos prevalecerán. Necesitamos tener suficiente idea de la ciencia para seleccionar a los decisores que harán buenas elecciones cuando se enfrenten con cuestiones científicas.
Cuarto, incluso si la ciencia fuera irrelevante para las vidas del norteamericano común, una iniciativa científica es esencial para nuestras economía, sistema educativo y sociedad. Esto requiere montones de jóvenes que se interesen lo suficiente por la ciencia como para decidir convertirse en científicos profesionales. La buena comunicación de los científicos hacia el público es esencial para encender el entusiasmo.
Por ultimo, los mismos científicos deberían estar interesados en promover la comprensión pública de la ciencia por una razón de interés personal: sus salarios y becas de investigación dependen de los no científicos que manejan los hilos de la billetera en el Congreso, las legislaturas estatales y las fundaciones privadas. Aquellos que dan el dinero llegan a sus decisiones basados en cuan importante creen que es la ciencia.
Todos estos argumentos que demandan la comprensión pública de la ciencia son correctamente descriptos por los científicos, quienes los entienden mejor que nadie. Por lo tanto, uno podría esperar que ellos dieran todo el respaldo e incentivos posibles para aquellos pocos científicos que, como Carl Sagan, dedican mucho de sus esfuerzos a estimular esa comprensión.
Paradójicamente, sin embargo, los divulgadores enfrentan una indiferencia generalizada, hostilidad y castigos, tales como honores y ascensos demorados o incluso denegados. El rechazo contra Sagan por parte de la academia fue un ejemplo bien publicitado.
Continuará.
Fuente:
http://discovermagazine.com/1997/may/kinshipwiththest1130
Traducción por Claudio Pairoba
05.01.1997
Poco más de un año atrás, participé en un congreso, organizado por la Academia Nacional de Ciencias, acerca del tema de mejorar la comprensión pública de la ciencia a través de la estimulación de una mayor colaboración entre los científicos y los medios. La mayoría de los científicos presentes eran miembros de la academia, la cual sirve tanto como una sociedad con miembros elegidos así como consejero oficial sobre políticas científicas para el gobierno de EE.UU. A través de la sala detecté a un hombre delgado quien parecía familiar. Sus movimientos decididos sugerían una pasión interior escondida bajo un exterior calmo. Cuando me acerqué lo suficiente para leer su nombre en el distintivo, vi que era el famoso astrónomo Carl Sagan, con quien había mantenido correspondencia pero a quien nunca había conocido en persona.
Nos presentamos y comenzamos una conversación que, ahora pienso, fue profunda. Sagan mencionó que había escuchado sobre mi padecimiento de un cáncer letal, y me preguntó como me encontraba. Le contesté que me había sometido a una operación y que ahora estaba totalmente curado, de acuerdo a lo que sabía. Me confesó que él también había tenido un roce con esa enfermedad. Le habían diagnosticado mielodisplasia, una patología que puede transformarse en leucemia, pero lo habían tratado y, dijo, lo habían curado. Desafortunadamente, no mucho después de nuestro encuentro, se le presentaron complicaciones derivadas de un transplante de médula ósea y murió unos dias antes de Navidad. Mirando hacia atrás, me pregunto si su apariencia calma de aquel día se debía a una sensación sobre lo que se aproximaba.
Más tarde ese mismo día, durante una discusión grupal acerca de la importancia de comunicar ciencia para el público, hice un comentario sobre una incómoda paradoja: los científicos que se comunican efectivamente con el público a menudo encuentran que la respuesta de sus colegas es el escarnio, e incluso son castigados de maneras que afectan sus carreras. Mis comentarios estimularon a Sagan para que se dirigiera a la audiencia por 15 minutos. Describió como él, también, había recibido duras críticas de otros científicos, pero – hizo una pausa, como si buscara elegir sus palabras con cuidado – las desventajas para él no habían sido mayormente serias. A medida que pronunciaba estas palabras, sentí que mis colegas de la academia contenían la respiración, esperando oír si Sagan mencionaría el penetrante insulto que había sufrido a manos de los mismos miembros de la academia. De hecho, salteó con tacto el escándalo que se había desatado unos pocos años antes, cuando él se había convertido en una de las pocas personas en la larga historia de la academia en haber sido provisionalmente electo para la membresía y posteriormente ser individualmente rechazado en una votación especial.
El rechazo de Sagan normalmente hubiera sido desconocido más allá de la academia, dado que se supone que los miembros mantengan en secreto los temas relacionados con la votación. Sin embargo, algunos miembros que no han sido identificados, estaban tan enardecidos que filtraron el tema a la prensa. (No tengo idea quienes fueron, al haberme perdido la reunión). Brevemente, como se lo describió en la prensa, Sagan había estado entre muchos científicos nominados, su candidatura sobrevivió las etapas iniciales de selección, y su nombre estaba en una larga lista de candidatos ubicadas en la boleta de votación que se les había enviado por correo a los miembros de la academia. Las respuestas a la votación lo ubicaban entre los 60 candidatos que recibieron la mayor cantidad de votos. Estos candidatos son usualmente aceptados como elegidos, sin mayor discusión, durante la reunión anual.
En este caso, sin embargo, la elección provisional de Sagan fue seleccionada y cuestionada en la sala de reuniones. Por reglas de la academia, aquel nominado cuestionado de esta forma es dejado de lado a menos que su candidatura sea respaldada por al lo menos dos tercios de los miembros presentes que votan. Después de un acalorado debate más de un tercio votaron por rechazar la elección de Sagan. Esa extraña bofetada en su cara terminó con la candidatura.
Durante las últimas dos décadas, más de mil científicos han sido elegidos por la academia, pero solo recuerdo otro candidato rechazado y unos pocos más a los cuales se cuestionó sin éxito. Gran parte de la oposición en la sala de la academia fue armada en términos de cuestiones de procedimiento o en base a las supuestmente deficientes contribuciones de Sagan a la investigación científica. Sin dudas, algunos de sus oponentes realmente tenían una pobre opinión sobre sus contribuciones. Sin embargo, la investigación de Sagan era bien conocida y obviamente considerada lo suficientemente importante por los miembros de la academia para elegirlo provisionalmente en primer lugar. Sagan mereció gran parte del crédito por explicar la particular atmósfera de Venus, los cambios en la apariencia de Marte (debido a tormentas, no canales o cambios estacionales en vegetación, como se había creído originalmente), el efecto invernadero en la Tierra y en Venus, los orígenes de la materia orgánica en la Tierra, y las condiciones para la vida extraterrestre. También tuvo un papel destacado en las misiones Mariner, Viking, Pioneer, Voyager, y Galileo que transformaron nuestra comprensión de todos los planetas externos.
Podría ser que Sagan perdiera su potencial lugar en la academia no porque hubiera fallado en producir investigación científica lo suficientemente importante sino porque tuvo mucho éxito como popularizador de esa investigación. Para el público, Sagan fue por lejos el más famoso astrónomo norteamericano y uno de los más famosos científicos norteamericanos de cualquier disciplina. Esa fama surgió de sus habilidades únicas para explicar la ciencia al público. Cuando se transmitió por primera vez en 1980, su serie televisiva Cosmos atrajo más espectadores que cualquier otra serie de TV pública anterior, y mantuvo ese record por años. Hizo más que ningún otro factor para incrementar el interés público en la astronomía así como el respaldo público para el costoso plan de sondas planetarias de la NASA. Pero las habilidades comunicacionales de Sagan provocaron una violenta reacción entre muchos científicos, quienes se negaron a creer que él pudiera ser simultáneamente un científico serio y una carismática personalidad de la TV.
Lo que hace que el rechazo de la academia sea tan trágico, y a primera vista tan incomprensible, son todas las razones válidas que los mismos científicos normalmente emplean para explicar por qué es tan importante que el público entienda a la ciencia. Veo, por lo menos, cinco de tales razones y vale la pena detallarlas para que podamos apreciar por qué las actitudes puestas de manifiesto en el rechazo de Sagan por la Academia Nacional de Ciencias representan un problema tan grande.
Primero, la ciencia no es algo misterioso, destinado a solo unos pocos. Cada uno de nosotros – ya sea un poeta, un portero, un físico nuclear – tiene que ser capaz de pensar científicamente y de entender algo de ciencia para ir por la vida. Cada día enfrentamos decisiones que se asientan en la ciencia, tales como si fumar, qué comer, con quien tener sexo y que protección usar (si usa alguna). Incluso para las decisiones que no dependen de hechos científicos específicos, la ciencia continua siendo el set probado de los mejores métodos para adquirir información exacta acerca del mundo.
Segundo, algunos de nosotros terminamos como legisladores en el gobierno o en el sector privado. Estos individuos toman decisiones que afectan fundamentalmente al bienestar de todos, y la mayoría de ellos no saben más de ciencia que el resto del público. Así y todo, son llamados para decidir qué hacer con (y cuánto dinero gastar en) reactores nucleares, calentamiento global, tóxicos ambientales, onerosos programas espaciales, investigación biomédica, y aplicaciones de la biotecnología. Son los no científicos, no los científicos, quienes tienen la última palabra sobre si la leche que podemos tomar puede provenir de manera segura de vacas tratadas con hormonas de crecimiento. Para tomar tales decisiones con sabiduría, los encargados tienen que provenir del público científicamente educado.
Tercero, como votantes, todos tenemos la responsabilidad final por esas decisiones, porque somos los que deciden cuáles candidatos y cuales proyectos prevalecerán. Necesitamos tener suficiente idea de la ciencia para seleccionar a los decisores que harán buenas elecciones cuando se enfrenten con cuestiones científicas.
Cuarto, incluso si la ciencia fuera irrelevante para las vidas del norteamericano común, una iniciativa científica es esencial para nuestras economía, sistema educativo y sociedad. Esto requiere montones de jóvenes que se interesen lo suficiente por la ciencia como para decidir convertirse en científicos profesionales. La buena comunicación de los científicos hacia el público es esencial para encender el entusiasmo.
Por ultimo, los mismos científicos deberían estar interesados en promover la comprensión pública de la ciencia por una razón de interés personal: sus salarios y becas de investigación dependen de los no científicos que manejan los hilos de la billetera en el Congreso, las legislaturas estatales y las fundaciones privadas. Aquellos que dan el dinero llegan a sus decisiones basados en cuan importante creen que es la ciencia.
Todos estos argumentos que demandan la comprensión pública de la ciencia son correctamente descriptos por los científicos, quienes los entienden mejor que nadie. Por lo tanto, uno podría esperar que ellos dieran todo el respaldo e incentivos posibles para aquellos pocos científicos que, como Carl Sagan, dedican mucho de sus esfuerzos a estimular esa comprensión.
Paradójicamente, sin embargo, los divulgadores enfrentan una indiferencia generalizada, hostilidad y castigos, tales como honores y ascensos demorados o incluso denegados. El rechazo contra Sagan por parte de la academia fue un ejemplo bien publicitado.
Continuará.
Fuente:
http://discovermagazine.com/1997/may/kinshipwiththest1130