Durante las décadas de 1920 y 1930 tuvo lugar, sobre todo en las universidades más destacadas de Gran Bretaña (Cambridge y Oxford), el surgimiento de un nuevo campo de investigación científica procedente de la colaboración de dos disciplinas que por aquellas fechas se estaban consolidando: se trataba de la genética y de la bioquímica.
Rose Scott-Moncrieff. |
Formando parte de los primeros grupos de trabajo que vislumbraron la
importancia de la cooperación entre ambas áreas de conocimiento, y que
establecieron los cimientos de una nueva disciplina, la
«bioquímica-genética», se encontraban lúcidas biólogas vegetales. Las
innovadoras ideas, la creatividad y la capacidad investigadora de estas
científicas proporcionaron un gran impulso a los estudios sobre la
relación existente entre la bioquímica de las plantas y la herencia del
color de sus flores.
Como ha especificado la experta británica en biotecnología vegetal, Cathie Martin, aquellos equipos de investigación iniciales procedían de The John Innes Horticultural Institution (Cambridge) y el Dyson Perrins Laboratory (Oxford), y sus entusiastas participantes centraron principalmente los esfuerzos en elucidar la síntesis de los pigmentos en un amplio rango de plantas hortícolas y ornamentales (incluían especies de los géneros Antirrhinum, Streptocarpus, Dahlia, Verbena, Pelargonium y Primula).
En 1925, una bióloga recién graduada, Rose Scott-Moncrieff
(1903-1991), se unió al Departamento de Bioquímica en Cambridge donde,
según describe Martin, inicialmente tuvo como tutora a la científica Muriel Wheldale (1880-1932), conocida experta en los pigmentos vegetales llamados antocianinas;
moléculas que proporcionan a las flores, los frutos y también a
ciertas hojas un color rojo, púrpura o azul intenso. Empleando plantas Antirrhinum majus,
popularmente conocida como «boca de dragón», Wheldale inició a la joven
recién incorporada en los estudios sobre el control genético de la
pigmentación de las plantas.
Las antocianinas son las responsables de estos coloreados. |
Gracias a esta colaboración, Rose Scott-Moncrieff ganó experiencia en el aislamiento de las antocianinas y en su caracterización que, como aclara Cathie Martin, «en esa época implicaba una metodología muy laboriosa de separación y ensayos de interacción entre diferentes compuestos químicos, ya que no se disponía de los métodos de separación por cromatografía».
Posteriormente, en 1928, Scott-Moncrieff decidió colaborar con el laboratorio de Robert Robinson,
en Oxford, donde se estaba investigando la síntesis química de las
antocianinas. Valga apuntar, según señalaron en 2002 Marelene y Geoffrey Rayner-Canham, que «la mayor parte de la investigación sobre antocianinas en Oxford era realizada por Gertrude Walsh
(esposa de Robinson)». De hecho, esta científica inglesa (1886-1954),
fue una acreditada química orgánica muy reconocida por sus trabajos en
pigmentos vegetales, un tema sobre el que publicó numerosos artículos
junto a su marido.
La joven Rose Scott-Moncrieff comprendió con gran lucidez las
ventajas que traería consigo articular y complementar dos ámbitos de
trabajo distintos. Por esta razón, concentró sus esfuerzos en relacionar
sus conocimientos químicos y experiencia analítica con los resultados
procedentes de la variación genética del color de las flores.
Persiguiendo el objetivo de colaboración mutua, logró formar uno de
los primeros equipos de investigación en «bioquímica-genética» que, ante
la sorpresa de muchos, obtuvo resultados de gran alcance. Ciertamente,
en la década de 1930, salieron a la luz diversos artículos sobre el tema
publicados en revistas tan prestigiosas como Biochemical Journal o Nature.
En ellos, se detallaban las técnicas de caracterización química de las
antocianinas de diferentes plantas, y paralelamente podían leerse claras
referencias al control genético de estos colores.
En un artículo escrito mucho después, en 1981, por Rose
Scott-Moncrieff sobre ese período clásico de la química-genética, la
científica revelaba que la cooperación entre los y las especialistas de
ambas disciplinas al principio, no fue nada fácil, subrayando que «en
los comienzos mostraban gran escepticismo acerca de los métodos ajenos».
Cathie Martin. |
En torno al éxito final de ese trabajo conjunto ha habido discrepancias entre distintos autores. Muchos sostienen que el nacimiento del nuevo campo de bioquímica-genética se debió principalmente a Muriel Wheldale, la tutora inicial de Rose Scott-Montcrieff. La biotecnóloga Cathie Martin, sin embargo, alega que si bien es cierto que Wheldale estaba profundamente interesada en los determinantes bioquímicos de los diferentes colores en las flores de Antirrhinum majus, los avances tangibles en la vinculación de la química a la genética fueron hechos por Scott-Moncrieff. «Es posible que la innata predisposición colaboradora de esta última, y su interés por aprender de especialistas en campos muy diferentes, diera lugar a unos resultados más exitosos e informativos que los de Wheldale», explica Martin, añadiendo a continuación que «el principal rendimiento en el nuevo campo de la (bio)química-genética tuvo su origen en las habilidades y “tacto” colaborador de Scott-Montcrieff, en su buena voluntad para trabajar tanto con químicos como con genetistas, y en su genuino entusiasmo sobre el avance científico proporcionado por una visión conjunta de la investigación multidisciplinar».
Al respecto, el conocido genetista y biólogo evolutivo británico JBS Haldane
(1892-1964) apuntaba que «en aquella primera etapa, Rose
Scott-Moncrieff necesitó gran tacto para potenciar una colaboración
simultánea». No obstante, añade el experto, «como suele ocurrir en la
mayor parte de las colaboraciones interdisciplinares, los escepticismos
desaparecieron una vez constatado que era posible una perspectiva
novedosa a partir de una aproximación combinada». Por su parte, Cathie
Martin sostiene que «Rose Scott-Moncrieff debería haber recibido un
reconocimiento expreso por su capacidad para iniciar y dirigir esta
colaboración».
Dicho esto, es forzoso subrayar que Rose Scott-Moncrieff no desplegó
solo una valiosa actitud «diplomática» en sus fructíferos quehaceres.
Realizó asimismo meritorias e importantes aportaciones. Señalemos, por
ejemplo, que en 1931 publicó un sugerente trabajo en Nature titulado «El efecto químico del factor mendeliano para el color de las flores», donde proporcionaba una clara evidencia de la relación existente entre las enzimas y los genes.
Recuérdese que los enzimas son catalizadores orgánicos, esto es,
aceleran determinadas reacciones químicas. En los organismos vivos, las
rutas metabólicas tienen lugar a velocidades compatibles con la vida
gracias a la presencia de enzimas concretos. Estos últimos deben su
existencia a las instrucciones codificadas en los genes
correspondientes. Es decir, el metabolismo funciona mediante cadenas de
reacciones químicas, y cada una de esas reacciones está catalizada por
enzimas codificados por genes. Ahora bien, si el gen tiene algún error
(mutación), el enzima no funcionará, y la ruta metabólica se verá
entonces interrumpida dando como resultado una enfermedad genética.
Pelargonium Drummondii. |
En su trabajo de 1931, Rose Scott-Moncrieff describía por primera vez el efecto de un gen sobre un proceso bioquímico en plantas de pelargonio, un tipo de geranio. En su artículo, apoyado en una considerable investigación adicional sobre la determinación bioquímica-genética del color de las flores, establecía con notable rigor que «los genes determinan la actividad enzimática». Se anticipaba así en más diez años a otros bioquímicos posteriormente laureados.
En este sentido, la bióloga Cathie Martin confiesa que teniendo en
cuenta los conocimientos obtenidos a lo largo de más de ochenta años, se
quedó «impresionada por lo fácil que resulta interpretar las
conclusiones de Scott-Moncrieff, basadas en la integración de la
bioquímica y la genética». Asimismo, Martin también señala que, sin
embargo, «el análisis genético de Wheldale es mucho más difícil de
seguir, incluso con los conocimientos actuales».
Llegados a este punto, nos parece de interés traer a la palestra el
caso del premio Nobel de 1958. Ese año, el valioso galardón de Medicina o Fisiología fue concedido a los investigadores estadounidenses George Beadle y Edward Tatum (compartido con Joshua Lederberg),
por demostrar que el metabolismo funciona mediante cadenas de
reacciones químicas, cada una catalizada por enzimas codificadas por
genes. Esto es, demostraban lo que Rose Scott-Moncrieff había sugerido
años antes. La contribución de Beadle y Tatum se hizo muy conocida bajo
el lema «un gen, una enzima».
Los galardonados con el Nobel reconocieron la influencia del trabajo
precedente de numerosos «genetistas fisiólogos», quienes ya habían
establecido que «muchas reacciones bioquímicas están de hecho
controladas en sus rutas específicas por genes concretos». Sin embargo,
en lo referido al papel jugado por Rose Scott-Moncrieff el
reconocimiento fue notablemente minusvalorado.
El oneroso olvido de una científica singular
La citada biotecnóloga Cathie Martin, sostiene que existen numerosas
explicaciones que justifican porqué en la consideración del premio Nobel
de 1958 para la teoría de un gen-una enzima, el trabajo de Rose
Scott-Mouncrieff y el equipo investigador que ella lideraba no tuvo más
reconocimiento.
Una razón de peso para esa pobre mención podría deberse a que la
científica británica y su equipo expresaron sus conclusiones sobre la
relación entre genes y enzimas de una manera cautelosa y prudente. Sin
entrar en detalles técnicos, mencionemos que, mirando hacia atrás desde
el presente, para los expertos actuales está claro que el concepto «un
gen-una enzima» se ha revelado inadecuado. Hoy, por tanto, puede
afirmarse que las conclusiones del equipo británico fueron, a largo
plazo, más vigorosas y acertadas gracias precisamente a esa moderación
con que expresaron sus resultados (C. Martin, 2016).
Imagen: Carolina Martínez Pulido. |
Otra razón por la que el trabajo de los británicos fue parcialmente ignorado, entre las numerosas vertientes analizadas por los historiadores del tema, tiene que ver con el hecho obvio de que Rose Scott-Moncrieff era mujer y científica, o sea, una anomalía. Las publicaciones de la investigadora no fueron reconocidas por Beadle en una revisión que realizó en 1945, donde trataba de los resultados pioneros desarrollados en el campo de la bioquímica-genética, a pesar de que ella citaba artículos escritos por sus colaboradores masculinos.
Asimismo, puede que Rose Scott-Moncrieff fuera considerada
irrelevante porque por aquellos años, en 1937, había abandonado la
investigación científica para casarse. Cambio de estado civil que JBS
Haldane tuvo la petulancia de describir como «un motivo puramente
biológico».
Además, subraya Cathie Martin, en el entorno de Scott-Moncrieff
«había hombres que deseaban aprovecharse de la visión que ella
proporcionaba con sus fundamentos experimentales». Entre aquellos
científicos varones estaba incluido el poderoso JBS Haldane, quien
afirmaba haber iniciado e inspirado el estudio de la química-genética en
el color de las flores. En los años cincuenta, este biólogo pronunció
diversas y aplaudidas conferencias sobre el tema en las que definía sin
rubor que «su iniciación en el trabajo sobre el color de las flores era
¡su contribución más importante a la bioquímica de los años treinta!»
A pesar de que en su artículo de 1981, Rose Scott-Moncrieff agradecía
con afecto la contribución de las ideas de JBS Haldane, también dejaba
claro que en ningún momento él contribuyó con algún trabajo práctico o
de poyata. Este aspecto ha sido corroborado por otros colegas, como por
ejemplo el botánico y genetista inglés Cyril Darlington (1903-1981), el cual declaró públicamente que «¡JBS Haldane no tenía el talante de un científico experimental!».
En resumen, Rose Scott-Moncrieff como defiende Cathie Martin, al
combinar dos disciplinas contribuyó de manera primordial a la fundación
del campo de la bioquímica genética. «Trabajando con un sistema
extremadamente difícil (bioquímicamente), realizó descubrimientos que
incluso hoy son todavía de gran relevancia», indica Martin, quien en la
actualidad, insistimos, es una de las mayores autoridades en la materia.
Como colofón final, queremos traer a colación un bello comentario
realizado precisamente por Cathie Martin cuando en una entrevista
publicada en febrero de 2018 en Current Biology,
ante la pregunta de quién es su héroe o heroína científica, Martin
respondía sin dudarlo: Rose Scott-Moncrieff, quien trabajó en el John Innes Horticultural Institute
(JIHI) en la década de 1930. «Su carrera, apunta la entrevistada, fue
sorprendentemente similar a la mía, pues hizo su PhD en el Departamento
de Bioquímica en Cambridge antes de entrar a trabajar como científica en
el JIHI sobre la biosíntesis de antocianinas en las flores».
En la misma conversación, Martin confiesa que «uno de mis más grandes
pesares es no haberla conocido antes de que muriese. Si lo hubiera
hecho, le habría preguntado si echaba de menos ser una investigadora
científica después de su matrimonio en 1937». Seguidamente, revela
sentir gran «curiosidad sobre si la familia –y sus otros intereses en la
enseñanza y actividades sociales– dieron satisfacción a la inquisitiva
mente de Scott-Moncrieff, o si en ocasiones, echó de menos la excitación
que genera la investigación y las nuevas perspectivas».
No obstante, pese a su retiro temprano de la vida académica y al
lamentable olvido en que cayó, hoy son cada vez más los expertos que
coinciden al admitir que Rose Scott-Moncrieff forma parte del grupo de
aquellas estudiosas que ayudaron a poner los cimientos para el
formidable desarrollo de la biología molecular de las plantas y de la
biotecnología vegetal.
Referencias
- Beadle, George; Edward Tatum, Joshua Lederberg (1959). Award ceremony speech; The Nobel Prize in Physiology or Medicine 1958
- Martin, Cathie (2016). «Rose Scott-Moncrieff and the dawn of (Bio) Chemical Genetics». Biochemical Society: 48-53
- Scott-Moncrieff, Rose (1981), «The Classical Period in Chemical Genetics. Recollections of Muriel Wheldale Onslow, Robert and Gertrude Robinson and J. B. S. Haldane». Notes Rec. R. Soc. London. 36, 125-154
- Haldane JBS (1954). The Biochemistry of Genetics, George Allen & Unwin, London
- Richmond, Marsha L. (2007) «Muriel Wheldale Onslow and Early Biochemical Genetics». J. Hist. Biol. 40, 389-426
- Q & A. Cathie Martin. Current Biology 28, R89–R102, 2018
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido
es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de
Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación
científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
Fuente
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