Por Alejandra del Fabro
La Inteligencia Emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. Si bien el término nació mucho antes, fue en el año 1995 con la publicación del libro La Inteligencia Emocional, del psicólogo estadounidense Daniel Goleman, que se popularizó. Este libro está compuesto por investigaciones que Goleman llevó a cabo durante diez años en la Universidad de Harvard, con la colaboración de las Universidades de Yale y Michigan, gracias a sus conocimientos e investigaciones de la mente humana y a los avances que se habían producido hasta ese momento, en el campo de las neurociencias.
La teoría de Goleman sugiere que la Inteligencia Emocional se podría organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, automotivarse y gestionar relaciones.
El panorama escolar
Si nos remontamos a unos años atrás, podemos observar cómo los profesores preferían a los niños conformistas que conseguían buenas notas y exigían poco de ellos.
El “conformismo” y “exigir poco” van de la mano de la poca
motivación hacia la creatividad y el fortalecimiento de la autoestima.
Es no animarse a ampliar la “zona de seguridad”, tal como se la denomina
en Neurosicoeducación. En este sector no nos sentimos necesariamente
felices, sino que es el círculo en el que aunque poco feliz, conocemos y
en que nos acostumbramos a vivir.
Es por esto que era habitual encontrar alumnos atentos en
clase, memorizando explicaciones del profesor y sacando, en el mejor de
los casos, buenas notas. El objetivo era que los alumnos desarrollasen
capacidades lógico matemáticas que eran después evaluadas y podrían
“medirse” con el test de Coeficiente Intelectual.
Los avances en el campo de las ciencias y las neurociencias
nos hacen predecir, por un lado, que este escenario no garantiza el
aprendizaje duradero en el tiempo. Lo más probable es que estos alumnos
sacasen notas maravillosas en sus evaluaciones, pero esos conocimientos,
al poco tiempo, desaparecerían de sus mentes producto de,
fundamentalmente, el escaso (o nulo) rol y compromiso emocional. Esta
escasez, resulta en redes neuronales débiles que al no tener impacto
emocional y al no ejercitarse en el futuro (en este caso, una vez
concluida la evaluación) se debilitan hasta finalmente desaparecer.
Por otro lado, es bastante penoso el resultado del análisis
de los sistemas educativos. Los más adelantados coinciden que la
formación docente, además de contemplar los contenidos de cada
disciplina, la psicología y la pedagogía, debería incluir una
introducción a las neurociencias. Contando con descubrimientos sobre la
forma en la que aprende el cerebro y cuán importante es el rol de las
emociones en la vida diaria, el hecho de que las habilidades de la
Inteligencia Emocional no sean contempladas por la gran mayoría de los
sistemas a nivel mundial no es un hecho menor.
Encontramos aquí, en este último punto, un semáforo en rojo
que exige un espacio para reflexionar. Es evidente que para que un
niño, o un joven, se desarrolle como una persona feliz no basta con que
su formación contemple contenidos o retenga datos, es decir, no es
suficiente que incremente un Coeficiente Intelectual alto.
El aula actual no muestra demasiados cambios comparado con
el escenario que se describe anteriormente. Si bien se incluye en la
mayoría de los currículos escolares el pensamiento crítico, este no
siempre es llevado a la práctica. Sería imperioso que la formación
docente y escuela contemplasen el desarrollo de la Inteligencia
Emocional para que pueda aplicarse en el ámbito de la educación formal,
transmitirla a los padres y así, en conjunto, educar a toda la persona
(Coeficiente Intelectual y Coeficiente Emocional).
“LA INTELIGENCIA EMOCIONAL ES UN FACTOR DECISIVO A LA HORA DE LA FORMACION ACADEMICA”
La alfabetización emocional
¿Por qué es imperioso educar en un ambiente que contemple la Inteligencia Emocional?
Nada más exacto que las palabras del mismísimo Goleman para responder a esta pregunta. En el año 2010, Goleman fue invitado a brindar una conferencia sobre habilidades emocionales a COs de doscientas empresas en Estados Unidos. Cada uno de los participantes era gerente de su área. Más aún, todos habían realizado “masters” y obtenido sus doctorados en las universidades más prestigiosas y costosas.
¿Qué es, pues, lo que hace la diferencia?
Goleman comenzó su conferencia con una pregunta de la que
ya tenía la respuesta. Preguntó, “¿Cuántos de ustedes recibieron sus
graduaciones siendo ¨top ten¨ de sus clases?” Esta pequeña encuesta
informal, dio el resultado que Goleman esperaba y sabía por sus
investigaciones. Solamente cuatro de las doscientas personas levantaron
la mano. Más interesante es la explicación que siguió a la encuesta.
“…La persona necesita del Coeficiente Intelectual, pero para tener éxito
hace falta desarrollar el Coeficiente Emocional…” que es el que
garantiza las buenas relaciones inter e intra personales mediante el
desarrollo de la Inteligencias Intrapersonal e Interpersonal. (1)
El Coeficiente Intelectual solo predice entre el 4 y el 10%
el éxito profesional. Esto deja afuera una contribución amplia de otros
factores. Uno de ellos es la Inteligencia Emocional.
Entre las habilidades que distinguen a personas
sobresalientes en cientos de organizaciones se observan claramente dos
ítems: cuáles de las habilidades se basan en Coeficiente Intelectual y
en el conocimiento técnico en habilidades puramente cognitivas y cuántas
pertenecen al dominio de la Inteligencia Emocional.
“Resulta ser que para todo tipo de trabajos, a la hora de diferenciar a “las estrellas” del resto, la Inteligencia Emocional tiene el doble de importancia que las habilidades cognitivas. A mayor nivel en una organización, mayor su importancia. Así que para los líderes de primer nivel, es estos modelos de competencia el 80 y 90% de las habilidades pertenecen al dominio de la Inteligencia Emocional.” Afirma Goleman con convicción.
No es que el Coeficiente Intelectual y el conocimiento
técnico no importen, sino que simplemente son habilidades básicas. El
Coeficiente Intelectual es el indicador más fuerte de qué tipo de
trabajo puede obtener una persona, pero el Coeficiente Emocional es el
que mantiene a la persona en ese puesto. No es el Coeficiente
Intelectual el que predice quién será un trabajador sobresaliente. Todo
eso tiene que ver con la Inteligencia Emocional, con cómo nos manejamos y
cuán efectivos somos en las relaciones personales.
Hay una habilidad cognitiva que aparece una y otra vez como
indicador de líderes sobresalientes. Es lo que llamaríamos el
“pensamiento global”, “reconocimiento de patrón” o “pensamiento de
sistemas”. Consiste en entender la importancia de plantearse frente a
una decisión actual y su implicancia en los cinco o diez años por venir.
O, quizás de una manera más significativa, “¿Qué visión estratégica
deberíamos tener para avanzar?”. Y una vez que tenemos el plan
estratégico, una vez que sabemos hacia dónde vamos, el problema es el
siguiente: “sólo podemos llegar a ello por medio de las personas”. Para
ejecutar ese plan, esa estrategia, necesitamos persuadir, inspirar,
escuchar, motivar, comunicar y esas son competencias de la Inteligencia
Emocional.
La inteligencia Emocional en la escuela, hoy
La gran mayoría de las personas dan por hecho que todos los seres humanos nacen con una serie de recursos innatos que le permiten crear la propia autoestima y autocontrol. Sin embargo, al igual que la inteligencia cognitiva, la Inteligencia Emocional se aprende.
La buena noticia es que podemos trabajar la inteligencia
Emocional en la escuela y en todos los niveles. Es por esto que la
escuela se debería plantear enseñar a los alumnos a ser “emocionalmente
inteligentes”, dotándolos de estrategias y ayudándolos a desarrollar
habilidades emocionales básicas que les protejan de los factores de
riesgo o, al menos, que puedan palear sus efectos negativos.
Aun sin estar contemplado, como se mencionó, el desarrollo
de esta inteligencia en casi ninguno de los sistemas educativos del
mundo, cada escuela, cada docente puede tomar los contenidos
curriculares y enfocarlos de manera que poco a poco vaya dotando a los
alumnos de estas estrategias y ayudarlos a desarrollar las habilidades
emocionales básicas.
Imaginemos, en un alarde de optimismo, que la comunidad
educativa estuviera convencida de que la inteligencia emocional debiera
ser uno de los objetivos básicos a perseguir por el sistema educativo,
de esta manera, cada comunidad educativa estaría educando íntegramente a
las personas que deberán afrontar los inciertos desafíos del siglo XXI,
los líderes, “las estrellas, protagonistas del futuro”.
Desde la Neurosicoeducación consideramos que un espacio
educativo es aquel que más allá del lugar donde se encuentre, enseña
habilidades cognitivas (el Coeficiente Intelectual) y, además, educa a
toda la persona (Coeficiente Emocional) para que se desenvuelva, para
que aprenda, poco a poco, a desarrollarse como un mejor ser humano.
(1)Inteligencia Intrapersonal: capacidad de formar un
modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios
sentimientos y usarlos como guías en la conducta.
Inteligencia Interpersonal: capacidad de comprender a los
demás; qué los motiva, cómo operan, cómo relacionarse adecuadamente y
capacidad de reconocer y reaccionar ante el humor, el temperamento y las
emociones de los otros.
Prof. Nse. Alejandra del Fabro
Oradora en Asociación Educar.
Fundadora del Instituto de Idio+delfabro.
Aplicando las Neurociencias, la
metodología pedagógica de su instituto se basa en los procesos
enseñanza-aprendizaje compatibles con la forma en la que aprende el
cerebro.
Partner DANA Foundation, New York, USA.
Fuente:
psyciencia.com