Recuperamos esta entrevista realizada por el Proyecto Iberoamericano de Divulgación y Cultura Científica por su importancia en el contexto de la cultura científica. Actualmente López Cerezo trabaja en el desarrollo de un nuevo Máster Universitario totalmente on line titulado "Cultura de la Ciencia y de la Innovación" que será impartido junto a la Universidad Politécnica de Valencia. En ese contexto se ha lanzado el primero de los postgrados que estarán en ese marco institucional sobre Divulgación de la Ciencia.
Georgina de Diego (OEI-AECID) José Antonio
López Cerezo es catedrático en Lógica y Filosofía de la Ciencia en la
Universidad de Oviedo. Entre otras actividades profesionales
dedicadas a la ciencia, la cultura, sociedad y la educación, coordina
el Máster Oficial de Estudios Sociales de la Ciencia en el que
imparte un seminario sobre Cultura Científica. Se trata de uno de
los investigadores más destacados del ámbito iberoamericano con un
amplio reconocimiento en la vanguardia de la investigación mundial en
temas de Ciencia, Tecnología y Sociedad que ha tenido una influencia
decisiva en el impacto que el enfoque CTS ha tenido en Iberoamérica.
Pregunta: ¿Cuál es la necesidad de desarrollo de la cultura científica en Iberoamérica hoy en día?
Un lugar común de nuestros días es la importancia del recurso
del conocimiento para el desarrollo económico y social. De ese
recurso dependen no solamente el crecimiento económico y la
competitividad, sino también otros elementos que son fundamentales
para el bienestar de las sociedades y no se expresan en el mercado,
como la conservación del entorno, un buen sistema público de salud o la
educación de calidad. En ese sentido, creo que una de las
principales prioridades de la región es fortalecer los sistemas de
ciencia y tecnología de los países, no solamente mediante un mayor
esfuerzo nacional sino también mediante la cooperación. Dicho esto,
quiero también añadir que la ciencia y la tecnología no acaban en el
laboratorio. Tienen continuidad en la empresa, en la escuela y en la
sociedad. Sin interés por la ciencia en la población, sin
oportunidades de aprendizaje en los medios, sin una presencia
importante de las ciencias en la educación reglada, sin aprecio por
la profesión científica, sin consumo de información científica, sin un
nivel adecuado de alfabetización en ciencia entre los ciudadanos,
etc., sin estas cosas un sistema de ciencia y tecnología se convierte
en una isla que languidece y no tiene otra opción más que
debilitarse continuamente. La buena salud de un sistema de ciencia y
tecnología depende crucialmente de las vocaciones científicas que
seamos capaces de generar en los jóvenes, del aprecio y respaldo de
la población, que haga más improbables los recortes políticos en
tiempos de dificultad, de la sensibilización de gestores y
empresarios y la creación de una cultura de la innovación. Pero
además, la cultura científica tiene un extraordinario valor práctico
para mejorar la vida de las personas, en tanto que consumidores o
usuarios de productos y artefactos técnicos, en el supermercado o en
el hospital, o en tanto que profesionales que pueden hacer uso de la
información especializada para obtener mejoras laborales. Tiene
también la cultura científica un gran valor para la maduración
democrática de los ciudadanos, dada la presencia ubicua de la ciencia
en todos los ámbitos de la vida, pues sus oportunidades de formarse
una opinión e implicarse en asuntos de interés general dependen cada
vez en mayor medida de su familiaridad con la ciencia. Y, por último,
no podemos olvidar el valor intrínseco de la cultura científica para
las personas. Nos hace mejores personas. La experiencia de un joven
que descubre asombrado la belleza de una demostración matemática, la
sobria elegancia de una ley física o la exquisita armonía del
funcionamiento del cuerpo humano, es una experiencia que nos
enriquece enormemente y potencia lo mejor de cada uno.
P: ¿Qué experiencias conoce que destaquen en el buen desarrollo de la cultura científica?
La cultura científica no es el simple resultado de la
divulgación de la ciencia. Es un fenómeno multidimensional complejo,
que, en ese mismo sentido, puede expresarse en una diversidad de
planos y generar diversos tipos de experiencias. En primer lugar
podemos mencionar la cultura científica “escolar”, saber por ejemplo
que el centro de la Tierra está muy caliente o que los antibióticos no
son efectivos con los virus. Este tipo de cultura se expresa como
alfabetización científico-técnica y un indicador es la capacidad de
comprensión de suplementos científicos de diarios. También cabe destacar
una cultura científica crítica que es la base de la reflexión y hace
posible entender el alcance político, económico o las implicaciones
éticas de las noticias en la vanguardia del desarrollo
científico-tecnológico. Por ejemplo, saber qué está en cuestión en el
tema del calentamiento global o los alimentos transgénicos. A
continuación puede destacarse una cultura científica práctica, que se
expresa en la utilización del conocimiento científico en la vida diaria
de las personas como consumidores de artículos, como usuarios de
sistemas de transporte o de salud, etc. Debemos ser conscientes de que
vivimos completamente rodeados de productos y sistemas
científico-técnicos, y de que una buena parte de la información que
manejamos ordinariamente para tomar cualquier clase de decisión es
información científica o técnica (sobre proteínas, calorías, watios,
riesgos de sustancias diversas, programas de ordenador, interferencias
electromagnéticas, etc.). Y, por último, puede también mencionarse
una cultura científica cívica, en la que la apropiación individual
del conocimiento científico genera una implicación en la vida social
de la comunidad a través de experiencias de participación. Por
ejemplo, cuando enviamos una carta al director de un diario,
convocamos una reunión de vecinos, vamos a un juzgado a poner una
denuncia, o convencemos a los amigos respecto a evitar el consumo de
cierto tipo de productos, en respuesta a un riesgo potencial derivado
de un producto tecnológico, una instalación industrial o una obra
pública. A esto último me refería cuando hablaba de la cultura
científica como instrumento de maduración democrática para las
personas.
P: ¿Por qué genera conflictos sociales en determinados contextos?
No creo que la cultura científica genere conflictos por sí
misma. La cultura científica es más bien un recurso, un instrumento
que hace posible que ciertos conflictos sociales aparezcan o se
manifiesten de ciertas formas. Pero el origen de esos conflictos es
en mi opinión de naturaleza política. Una población ignorante se
inhibirá ante un proyecto tecnológico que pueda generar un riesgo, o
bien, debido a su posicionamiento político, se dejará llevar
ciegamente por el grupo de interés que critique y presente batalla a
ese proyecto. Ser científicamente cultos nos hace más capaces y menos
manipulables. Es esa capacidad, ese “empoderamiento” que induce la
cultura científica en las personas, el que utilizamos para reconocer y
valorar un riesgo que ha generado otro actor social por acción o por
omisión -la administración pública o una empresa, por ejemplo-, y de
este modo tomar una decisión bien fundamentada acerca de cómo
proceder. De otro modo nos quedamos al margen de la participación o,
si finalmente nos involucramos, nos convertimos en rehenes de un
grupo de presión en lo que suele convertirse en una dinámica ciega de
enfrentamiento político. La cultura científica nos permite ser
protagonistas en conflictos sociales relacionados con aplicaciones del
conocimiento científico o desarrollos tecnológicos, y una proporción
de asuntos generales cada vez mayor está relacionada con la ciencia y
la tecnología. Quiero además añadir que los conflictos sociales no
son negativos; son la pauta natural de una sociedad democrática
saludable. La acción de los agentes sociales, en la búsqueda legítima
del beneficio propio, genera con frecuencia riesgos potenciales o
efectos negativos para la salud, economía o bienestar de otros
agentes sociales. De ahí el conflicto. Pero no es ni inusual ni
disfuncional. Para encauzar adecuadamente esos conflictos están los
poderes del Estado en una sociedad democrática, mediante las leyes y
la aplicación de las leyes. Una sociedad sin conflictos es una
sociedad que reprime o esconde el disenso, es un tipo de sociedad que
muchos recordamos y creo que ninguno queremos volver a vivir.
P: ¿Qué importancia real le da la población a la cultura científica? ¿Cuál es su nivel de conciencia?
La importancia que le concede la población a la cultura
científica depende de lo que entendamos por cultura científica, y
también de la población a la que hagamos referencia. Una encuesta
reciente, de otoño de 2007, ofrece datos interesantes sobre los
ciudadanos iberoamericanos. Se trata de una macroencuesta sobre
percepción social de la ciencia y cultura científica promovida por la
Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), la Fundación Española
para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) y la Red Iberoamericanos de
Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT), y pasada en las ciudades de
Buenos Aires, Bogotá, Caracas, Madrid, Panamá, Santiago de Chile y
Sao Paulo. De acuerdo con esta encuesta, que ofrece datos análogos a
los de las correspondientes encuestas nacionales, los habitantes de
las grandes urbes de Iberoamérica no tienen un gran interés por los
temas de ciencia y tecnología. A este desinterés acompaña lógicamente
un consumo muy bajo de este tipo de temas, en una población que se
informa mayoritariamente a través de la televisión. Sin embargo, si
entendemos la cultura científica de un modo un poco más amplio, no
como cultura escolar sino como cultura crítica y práctica, e incluimos
en los temas de ciencia no solamente descubrimientos científicos e
inventos, sino también los temas de alimentación, salud, medio
ambiente y medicina, entonces el interés como el consumo es mucho
mayor y se acerca más a los temas estrella habituales (deportes,
economía, espectáculos, etc.). Es también destacable, siguiendo esa
encuesta, la alta valoración que dan los ciudadanos del potencial de
la ciencia y la tecnología para transformar nuestras condiciones de
vida, para bien o para mal. Al respecto, la percepción mayoritaria es
claramente positiva, aunque hay una proporción importante de la
población, superior al 40%, que considera que el desarrollo
científico y tecnológico no sólo es fuente de muchos o bastantes
beneficios sino también de muchos o bastantes riesgos. Sobre esta
base, es lógico que esas mismas personas se hayan expresado
mayoritariamente en esa misma encuesta a favor de la participación
ciudadana en asuntos públicos relacionados con la ciencia o la
tecnología. Cabe destacar que esa encuesta incluyó dos bloques de
preguntas específicas sobre participación ciudadana en materia de
ciencia y tecnología, como personas afectadas o simplemente interesadas
en aplicaciones de la ciencia o instalaciones tecnológicas que
puedan suponer un cierto impacto económico, para la salud o el medio
ambiente. Aunque hubo diferencias significativas entre ciudades, con
una mayor inclinación general a la participación en Buenos Aires y
Panamá, en general la mayoría de los entrevistados se expresó con
claridad a favor de tener cierta capacidad de influencia y
oportunidades de participación en esta clase de temas. Creo que son
resultados muy interesantes, pues no sólo contribuyen a perfilar una
cierta dimensión política de la cultura científica, sino también
muestran vías de acción para las políticas públicas en la materia.
P: ¿Hay algún dato sorprendente en el estudio de
percepción de la ciencia y la tecnología? ¿Algún dato alarmante que
cree justifique más aún la necesidad de desarrollo de la cultura
científica?
Tomando como fuente documental esa misma encuesta, sí creo que
hay algunos datos inquietantes que justifican una atención especial.
En la posterior explotación de resultados, y utilizando programas
estadísticos de análisis multivariante, se detectó un grupo
poblacional con un muy fuerte distanciamiento respecto de la ciencia.
Este grupo, que reúne a casi un cuarto de la población encuestada, no
se interesa por la información científica ni la consume, tiene una
marcada visión negativa de la ciencia y la tecnología, no atribuyen
utilidad al conocimiento científico y es indiferente respecto a
cuestiones de participación. Es un grupo que está muy distribuido por
las diferentes ciudades, aunque en él tiene un peso especial la
población con una escolaridad baja. Es un trabajo estadístico que
coordinó Montaña Cámara, de la Facultad de Farmacia en la Universidad
Complutense de Madrid. La mera existencia de este grupo poblacional
señala un desafío político, pero también muestra la estrecha
dependencia de la cultura científica de una población respecto a la
calidad y fortaleza de su sistema educativo. Mejorar la cultura
científica de una sociedad no requiere únicamente multiplicar la oferta
de información científica en los medios y espacios de comunicación
social (como periódicos, televisión o museos de ciencia), requiere
asimismo dar una mayor presencia a las ciencias en la educación reglada,
mejorar las estrategias de enseñaza-aprendizaje y, en general,
centrar los esfuerzos en la mejora de la educación de los jóvenes. En
todas las encuestas aparece una estrecha asociación positiva entre
nivel de escolaridad alcanzado y nivel de interés y consumo de
información científica.
P: ¿Cuáles cree que son los límites de la ciencia en su divulgación?
Más que de límites me gustaría hablar de oportunidades.
Señalar oportunidades es también indicar límites y carencias, pero
centrando el discurso en el lado positivo. De un modo habitual,
podemos entender la divulgación científica como un proceso de
transferencia de conocimiento, desde un polo productor de conocimiento
(los científicos), pasando por un medio que traslada un mensaje (los
medios de comunicación con sus profesionales), hasta un polo receptor
de conocimiento (los ciudadanos). Tomando en consideración estas
dimensiones, hay oportunidades de mejora en cada eslabón del proceso e
incluso en la modificación de la estructura del propio proceso. Por
señalar solamente algunos de esos retos, con respecto a los
científicos que trabajan y producen resultados que pueden alimentar
una mejor y más intensa divulgación, hay deficiencias muy claras.
Hay, por ejemplo, una falta de incentivos curriculares a la
divulgación, y esta llega incluso a ser un demérito en muchas áreas de
conocimiento. No es infrecuente el profesor universitario que tiene
que eliminar las entradas de divulgación en su currículum cuando
prepara este para un concurso o una oposición, anticipando un
tribunal poco receptivo a esa clase de actividades. Otra deficiencia
tiene que ver con la rendición de cuentas de los resultados de la
investigación. Con mucha frecuencia, las convocatorias de
financiación de proyectos de investigación con fondos públicos no
demandan más que la rendición final de cuentas ante los pares
científicos, no ante los “impares”, es decir, los ciudadanos que no
llegan a saber qué se está haciendo con el dinero de sus impuestos.
Si nos centramos ahora en la dimensión de la mediación, que es
responsabilidad de los periodistas y profesionales de la comunicación
de la ciencia, creo que hay un cierto déficit de profesionales
preparados para realizar esa tarea satisfactoriamente. La ciencia que
encontramos habitualmente en los medios es una ciencia ahistórica,
triunfalista y descontextualizada; es una ciencia donde el lado
humano, los aspectos políticos o los dilemas éticos suelen estar
ausentes. Es una divulgación que se preocupa por la actualización
científica, procedente por ejemplo de revistas como Science o Nature,
pero no de la actualización metacientífica de una imagen académica
de la ciencia ya caduca y poco ajustada a la realidad. En este
sentido, creo muy positiva una mayor presencia de la filosofía, la
historia y la sociología de la ciencia en los programas formativos de
periodistas científicos y profesionales de la divulgación. En
relación a lo anterior, pero también debido a motivos estructurales
propios del mundo de la comunicación, hay una cierta falta de
espíritu crítico y una tendencia al sobredimensionamiento en la
comunicación de noticias científicas. Un ejemplo, entre muchos, son
los proyectos hoteleros en la luna (Hilton), recogidos en los medios
tras el anuncio del descubrimiento de barro congelado en los
casquetes polares lunares, o las espectaculares promesas de cura de
enfermedades que se asocian cada poco tiempo con pequeños avances en
genética o bioquímica, y que pronto pasan al olvido y van alimentado
la incredulidad pública. En los casos donde se recoge críticamente
una noticia es cuando existe un mercado específico asociado a la
crítica, como en la utilización comercial de los organismos
genéticamente modificados o la investigación con células madre
embrionarias, consiguiendo en estos casos más bien amplificar
públicamente la cuestión e incluso tematizarla políticamente por el
efecto “bola de nieve”. Por último, con respecto al polo de la
apropiación social, hay una falta de estímulos y motivación ciudadana
respecto a la apropiación de conocimiento científico y tecnológico,
debido en parte al menos, a los factores anteriores. Este creo que es
el caso particular de los países iberoamericanos, unos países donde
además existe una estrecha asociación de la cultura -y las personas
cultivadas- con la cultura artística y literaria, contribuyendo así al
desinterés por la ciencia. Creo también que hay vías de mejora si
repensamos mejor el propio proceso de comunicación social de la
ciencia. Los ciudadanos, en este proceso, no pueden ser vistos como
meros receptores pasivos de contenidos científico-técnicos. Tienen
intereses y actitudes, y también son portadores de otros tipos de
saber; tienen unas especificidades que con frecuencia no son tenidas
en cuenta por aquellos que producen ciencia y por aquellos que la
trasmiten. Más producción de conocimiento científico, mayor oferta en
los medios, no significa inexorablemente más apropiación de la
ciencia. El desinterés y la desconfianza pueden conducir al fracaso.
No hay que olvidar que los dos motivos más frecuentemente aducidos
por los ciudadanos en las encuestas, en respuesta a la pregunta por
su falta de inclinación por la ciencia, son que no la entienden y que
no les interesa. Sin duda, algo estamos haciendo mal. Y la reacción,
desde luego, no puede limitarse a mejorar la presencia de la ciencia
en medios y museos, por importante que sea, hay también que actuar
en las escuelas, en los sistemas de ciencia y tecnología, y
reorientar las actuaciones de forma que los ciudadanos dejen de ser
concebidos como científicos o ingenieros subdesarrollados, como meros
sujetos pasivos con un déficit de información y actitudes.
Fuente:
http://cooperacionib.org