Por Antonio Capriotti
La investigación científica no es más que una
manifestación de la cultura en un momento histórico y, como tal, le
corresponde a la sociedad tener injerencia en la misma. Ciencia ha sido
una palabra con un peso específico, en el sentido del criterio de verdad
que se encierra en ella misma. Por otro lado, se sabe que la ciencia es
tal en la medida que puede ser refutada. Sin embargo, la sociedad
necesita de certezas y exige que en algún momento se las pueda exhibir.
La sociedad cree que la ciencia es la encargada de establecer el orden
desde una verdad inamovible. Y necesita de esas certezas para seguir
viviendo; sin embargo, las sociedades avanzan en la medida que puedan
desarrollar un espíritu crítico. Dudar, refutar, cuestionar, poner entre
paréntesis, suspender el juicio. Este necesario y saludable espíritu
crítico se alcanzará si desde el aula de las escuelas primarias se
comienza a ayudar a los más pequeños a incorporar esas herramientas de
la crítica que les serán vitales para el desarrollo en sus vidas.
Es, también, o debería ser, la tarea de quien tiene la responsabilidad de hacer divulgación científica.
Claudio Pairoba es bioquímico y farmacéutico,
egresado de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacia de la UNR,
donde además se doctoró antes de partir a los Estados Unidos para
trabajar tres años haciendo trabajos de Investigación en maíz en la
Universidad de Stanford. Luego, como le interesaba la cuestión social de
la ciencia, completó una maestría en Análisis en Medios de Comunicación
en una universidad de San Francisco, Estados Unidos. El tema del
trabajo final de la maestría fue hacer un análisis de la dinámica entre
medios de comunicación, ciencia y sociedad.
“Prefiero hablar de comunicación científica más que
de divulgación científica”, sostiene Claudio Pairoba, y agrega:
“Comunicación es más moderno, más genérico. Quienes nos dedicamos a la
comunicación científica venimos de caminos diversos. A todos nos une el
deseo de comunicar, y de plantearnos cómo hacemos para que la gente sepa
que se está trabajando en algo que de alguna manera la involucra y
cuyos resultados van a impactar sobre sus vidas. Por otra parte, es un
desafío personal hacerlo interesante para que la gente lo entienda. Cada
uno enfoca esta comunicación desde su posición en la vida. Además,
quienes tomamos la responsabilidad de comunicar la ciencia, deberíamos
ayudar a la gente a desarrollar un sano escepticismo.
—Usted se refirió a medios, ciencia y sociedad; ¿podría hacer una síntesis sobre la articulación entre ellos?
—Creo que estamos mucho mejor que hace diez años.
Se habla mucho más de comunicación científica. Desde los organismos
nacionales se le está prestando mucha más atención. Incluso hay más
financiamiento a lo que tenga que ver con la comunicación de la ciencia y
esto es positivo. Los grandes medios dedican más espacios y han
incorporado a especialistas. En general, esos grandes medios sólo
perseguían noticias con alto impacto, creando, muchas veces en la gente,
la sensación de una ciencia mágica. No dedicaban espacios centrales.
Abandonaban el tema antes de tiempo. Muchas veces creaban falsas
expectativas sobre todo con temas que tuvieran que ver con posibles
remedios a enfermedades que carecían de tratamientos eficaces. La gente
que recibía esas informaciones carecía de una cultura científica que les
hiciera comprender lo que en realidad pasaba. Tampoco se les informaba
sobre el tiempo que exige la síntesis de una nueva molécula para llegar
al mercado. No había una cultura que les ayudara a diferenciar la
investigación básica de la investigación aplicada. Hoy todavía falta
cultura científica en la gente, porque a la gente no le comentamos cómo
funciona el sistema. Si bien estamos mucho mejor que hace unos años,
todavía nos restan muchas cosas por hacer y justamente las nuevas
tecnologías de la comunicación son claves ya que nos permiten
independizarnos de la agenda fijada por los grandes medios de
comunicación.
—¿Existe hoy una moda en esto de dedicarle espacio a la ciencia?
—Sí. Creo que hay una moda. Creo también que ésta
es una época de reposicionamientos. Siempre teniendo en cuenta que los
futuros cambios no van a hacernos volver al lugar de donde partimos de
total desconocimiento.
—¿Cuándo y dónde empezó este nuevo enfoque?
—Creo que empezó en Estados Unidos. Ellos tienen un
gran entrenamiento en movimientos sociales, en colectivos
autoorganizados. La gente tomó rápida nota de que la investigación se
financia con fondos públicos y eso les daba la posibilidad de saber a
dónde iban esos fondos; y comenzaron a exigir ser puestos al día en el
tema. En Argentina, el 80 por ciento de la investigación básica se hace
en universidades e institutos públicos pero, sin embargo, todavía no
tenemos como sociedad esa conciencia de exigir ser informados,
desconociendo que es nuestro derecho como sociedad.
—Eso de parte de la sociedad; ¿a los científicos qué les cabe?
—Tienen que rever su rol. Han estado encerrados en
sus laboratorios por mucho tiempo, publicando sus papers para sus pares.
Se debe dar un paso más, creo, y traducir esos papers a un nivel que se
haga entendible para el resto de la sociedad. El científico tiene que
saber comunicar ciencia. Eso también es un cambio cultural.
Claudio Pairoba está a cargo del Área de la
Comunicación de la Ciencia en la Secretaría de Ciencia y Técnica de la
UNR. “Manejo todo lo que se publica en la página de la Secretaría”,
explica a El Ciudadano, y agrega: “Hacemos anualmente una reunión de
ciencia con el fin de dar a conocer todo lo que en ciencia se está
trabajando. Estas reuniones generan un libro. Desde 2008 existen libros
publicados y estoy subiéndolos a la página para que todos accedan al
historial. Esto les sirve, además, a los investigadores para direccionar
a las personas con las que se vinculen para que accedan a sus trabajos
en un sitio de internet.
La investigación científica
Investigar es una tarea ardua. Y allí está, lenta y
silenciosa, la investigación científica, tomándose sus tiempos. Se
funda en la curiosidad por saber y en la necesidad académica de crear
conocimiento nuevo y transmitirlo.
Del otro lado está el mercado con empresas y
productos. Exigen innovación. Aspirana aumentar sus dividendos y ocupar
nichos del mercado, renovar sus portfolios de productos, incrementar la
rentabilidad de sus emprendimientos. Ambos sectores se reconocen. Y se
necesitan.
Está el Estado. Estado nacional y provincial. La
Nación y el Estado provincial han jerarquizado a la ciencia y a la
tecnología al rango de ministerio, incrementaron sus presupuestos,
repatriaron científicos, crearon puestos, invirtieron en la creación de
edificios y laboratorios a los que equiparon convenientemente.
Cada día más, Rosario muestra un volumen de
trabajos científicos y de gente dedicada a la investigación que sitúa a
la UNR y a diversos institutos dedicados a la misma, en uno de los polos
nacionales de mayor producción científica en los más variados temas.
Y está la sociedad civil con sus ciudadanos
modernos que, aunque no hagan explícita su demanda de ciencia, necesitan
acceso al conocimiento; sobre todo hoy al disponer de un verdadero
arsenal de productos con tecnologías complejas.
El ciudadano medio consume, a través de esos
productos y servicios, tecnologías que hunden sus raíces en los logros
de la investigación básica. A pesar de eso, ciencia y tecnología no
consiguen formar parte de su bagaje cultural. El ciudadano medio está
condenado a un nuevo tipo de analfabetismo funcional. Y, por
consiguiente, desconoce su derecho a ser informado.
No se puede esperar que una sociedad alejada
culturalmente de la ciencia y la tecnología apueste decididamente por la
investigación. Para cual es imprescindible la tarea de divulgación.
Belocopitow, el pionero
El doctor Enrique Belocopitow, discípulo del premio
Nobel Luis Federico Leloir, realizó grandes aportes en la comprensión
de la bioquímica del glucógeno y creía que “un país en el que el pueblo y
las autoridades son conscientes de que el progreso del país depende de
la aplicación y del conocimiento de la ciencia, es distinto de otro que
considera que la ciencia es un adorno y no sirve para nada”.
Siempre bregó por sacar la ciencia de su ostracismo
y llevarla al gran público. Este pionero de la divulgación científica,
fallecido en enero de 2007, sostenía que los ciudadanos no sólo debían
estar informados sobre la actividad científica sino que además debían
estar al tanto de los debates que giraban en torno a la ciencia y para
ello debían tener la capacidad de analizar críticamente la realidad.
Fuente:
www.elciudadanoweb.com