Sobre fenómenos físicos y talentos ignorados.
Por Claudio Pairoba*
El año 1974 fue intenso. Arrancó con el nacimiento de los primeros sextillizos que sobrevivieron a la infancia. En abril Stephen King publica su primera novela, “Carrie” y se usa por primera vez el código universal de producto (el código de barras que permite identificar rápidamente artículos de distinta naturaleza). En agosto renuncia Richard Nixon luego del escándalo Watergate y asume Gerald Ford como presidente quien en septiembre emitiría un perdón para Nixon.
La ciencia no estuvo ajena a este período de eventos memorables. En el campo de la física se había producido un avance sumamente importante: el descubrimiento de los púlsares, las ondas de radio emitidas por estrellas moribundas. Fue así que el Premio Nobel de Física 1974 se le entregó a Antony Hewish, quien lo compartió con Martin Ryle. Pero faltaba alguien en ese reconocimiento. La persona que detectó los dos primeros púlsares, y que se opuso a Hewish cuando este consideraba que las señales detectadas eran mera interferencia: Jocelyn Bell.