Una expedición científica halla un portaaviones utilizado en pruebas nucleares en 1946.
Cabras y roedores en un barco durante la Operación Crossroads. Fritz Goro/LIFE/Getty |
Por Manuel Ansede
La imagen era surrealista.
Portaaviones y destructores repletos de cabras, cerdos y ratas flotaban
en las paradisíacas aguas del atolón Bikini, en el océano Pacífico, en
julio de 1946. El Gobierno de EE UU había expulsado a los 167 nativos de
las islas para bombardearlas con dos armas nucleares de unos 20
kilotones cada una, frente a los 15 kilotones de la detonación en
Hiroshima.
El 1 de julio, los militares lanzaron en Bikini la bomba Gilda,
con la imagen grabada del personaje de la actriz Rita Hayworth. El
anuncio de la película, estrenada ese mismo año, proclamaba: "Bella,
mortal... empleando todas las armas de una mujer".
El 25 de julio, tiraron la segunda, bautizada Helena de Bikini
por Helena de Troya, la mujer que hizo sucumbir a tantos héroes de la
mitología griega. Ambas bombas generaron sendas columnas radiactivas de
agua y coral pulverizado que bañaron a los animales asustados en los
barcos. Los que no murieron achicharrados por las explosiones, fueron
fulminados en los días siguientes por las fuertes dosis de radiaciones
ionizantes.
“Es la primera vez que se estudia en aguas profundas un pecio de la Operación Crossroads”, explica el arqueólogo marino James Delgado,
líder de la campaña. Este científico, de la Administración Nacional
Oceánica y Atmosférica de EE UU, es un cazador de naufragios. Ha
encontrado el Carpathia, que rescató a los supervivientes del Titanic; el Mary Celeste, un bergantín fantasma hallado navegando sin tripulación en 1872; y el Maud, empleado en el Ártico por el explorador noruego Roald Amundsen.
En marzo de 2015, gracias a un submarino cedido por la compañía Boeing, Delgado y su equipo descubrieron los restos del USS Independence en las aguas del santuario marino de la Bahía de Monterrey, en la costa de California. Ahora, la revista especializada Journal of Maritime Archaeology publica la autopsia del portaaviones y los documentos desclasificados que detallan su papel en los inicios de la Guerra Fría.
“Los efectos de la radiación mataron a la mayoría de los animales en
todos los barcos”, señala Delgado. Las pruebas sirvieron para confirmar,
por si había dudas, que un ataque atómico sería letal para la flota
estadounidense. Las tétricas grabaciones de la operación, incluidas en
el documental estadounidense Radio Bikini (1988), muestran cabras en carne viva intentando comer paja tras sobrevivir al hongo nuclear.
Tras la Operación Crossroads, algunos de los barcos que no se hundieron, como el USS Independence,
fueron remolcados hasta San Francisco para estudiar con detalle los
efectos de las bombas y ensayar medidas de descontaminación. Al llegar
al puerto, la radiación del portaaviones alcanzaba los 60 milirrem cada
24 horas, cuando la dosis normal que recibe una persona es de 620
milirrem al año, por fuentes naturales y pruebas médicas.
El buque sirvió de plataforma para la escuela de descontaminación
radiológica de la Armada de EE UU, pero uno de sus documentos
confidenciales de 1949 recomendó su hundimiento, porque el coste de
eliminar los contaminantes “superaría el valor de la chatarra del
barco”. En 1951, el USS Independence, finalmente aprovechado
como almacén de basura radiactiva, fue hundido en un lugar secreto y a
suficiente profundidad como para no estar al alcance de los espías
soviéticos. Otros 85 barcos radiactivos de la Operación Crossroads
habían sido lanzados antes al fondo del océano. Y allí sigue la flota
fantasma que dio el pistoletazo de salida a la Guerra Fría.
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