El significado de tener libertad
Pensemos lo que significaría tener libertad. Necesitaríamos ser
conscientes de todos los factores que determinan nuestros pensamientos y
acciones y tener un control absoluto sobre ellos.
Sam
Harris dice que podemos decidir lo que hacemos, pero no podemos decidir
lo que queremos decidir hacer. Con otras palabras: no controlamos
nuestra mente porque como agentes conscientes somos sólo una parte de
esa mente. Somos libres de hacer lo que queremos hacer, pero ¿de dónde
vienen los deseos de hacer algo? Cuando ahondamos en las causas
psicológicas de nuestras decisiones nos enfrentamos siempre al misterio.
El filósofo alemán Schopenhauer decía que el hombre puede hacer lo que
quiere, pero no puede querer lo que quiere.
Pasemos ahora a
ocuparnos de los argumentos de los compatibilistas. Según éstos, para
que una persona sea libre tienen que cumplirse tres condiciones.
La primera es que la persona tiene que tener varias alternativas a
elegir y que puede elegir algo diferente a lo que elige. Es la condición
de poder actuar de otra manera.
En este argumento, a mi
entender, se confunde la libertad con los grados de libertad. Todos los
animales tienen la capacidad de elección, pero no todos tienen los
mismos grados de libertad. A medida que el sistema nervioso central se
desarrolla a lo largo de la evolución, se hace más complejo, aumentan
los grados de libertad, de manera que los humanos tenemos más grados de
libertad que otros mamíferos, y éstos que los anfibios, etcétera.
Pero el hecho de disponer de varias opciones no significa que se tenga
libertad para escogerlas. Ciertamente, podemos elegir entre varias
opciones, pero el problema no es la oferta de opciones sino por qué
elegimos una opción y no otra; en otras palabras: si la elección ha
estado determinada por la llamada libertad o por condicionamientos que
no son conscientes para el individuo. Si identificamos los grados de
libertad con lo que llamamos libertad, entonces todos los animales son
libres.
En relación con esta condición que sostiene que la
persona es libre si pudiera haber querido hacer otra cosa, el filósofo
estadounidense, Sam Harris, dice que eso es como decir que una marioneta
es libre mientras esta quiera las cuerdas que la manejan.
La segunda condición de los compatibilistas para que exista libertad es
que la decisión debe depender de la propia persona, llamada también la
condición de autoría.
Aquí no se hacen distinciones entre
funciones conscientes e inconscientes. Ahora bien, si la conducta de una
persona está controlada por impulsos inconscientes no decimos que la
persona es libre, al menos así lo entiende la psicología. Ante dijimos
que los compatibilistas aceptaban lo evidente, a saber que los sucesos
neurales inconscientes determinan nuestros pensamientos y acciones y que
éstos están a su vez determinados por causas previas sobre las que no
tenemos ningún control.
Pues, a pesar de ello, el filósofo
estadounidense, Daniel Dennett, sostiene que todos somos responsables no
sólo de los actos conscientes, sino también de los sucesos
inconscientes de nuestro cerebro que son tan nuestros como los primeros.
El que no seamos conscientes de las causas de nuestras acciones no
niega la libertad. Esto es el argumento de la autoría llevado al
extremo.
Ante este argumento podría decirse que no nos
consideramos responsables de lo que hace el riñón o el hígado, que
funcionan de manera inconsciente, pero que también son nuestros. En
realidad, en el sentir popular de lo que hacen nuestros órganos internos
nos sentimos más bien las víctimas que las causas. Algún filósofo
preguntó: ¿Somos también responsables de lo que hacen nuestras bacterias
intestinales porque son nuestras?
La tercera condición de
los compatibilistas es obvia: que lo que decida la persona tiene que
estar sometido a su control y ese control debe estar libre de cualquier
tipo de coacción. Es lo que se ha llamado también la condición de
control. Esta condición contradice en parte a la condición de autoría. Y
la condición es total si en vez de control se dijese “control
consciente”.
Siempre me ha llamado la atención lo
contraintuitivo que resulta decir que es posible que no tengamos
libertad, desde luego en el sentido en el que solemos usar esa palabra.
Sin embargo, a nadie le llama la atención que no tengamos control alguno
consciente sobre lo que almacenamos en la memoria, cuando esos
contenidos van a ser claves para el futuro del organismo.
Cualquier vivencia es comparada automáticamente con esos contenidos para
poder decir, desde luego inconscientemente, si suponen un peligro para
la supervivencia del organismo o no. Esta comparación también es
completamente inconsciente. Hay que decir que la memoria es mucho más
importante que la libertad desde el punto de vista biológico.
La impresión de la libertad, una ilusión
En resumen, que los experimentos realizados hasta ahora, primero con
la electroencefalografía, luego con técnicas modernas de neuroimagen,
como la resonancia magnética funcional y la tomografía por emisión de
positrones o PET, han arrojado resultados que indican que la impresión
subjetiva de libertad es una ilusión.
Si experimentos
futuros apuntasen a la existencia de la libertad, tendríamos que cambiar
de opinión, pero hoy por hoy no veo ningún argumento satisfactorio, y
tampoco ningún experimento, que eso indique.
Las
consecuencias de esta afirmación son múltiples y en muchas disciplinas:
en religión, en el derecho penal, en bioética y en muchas otras.
Ya en Estados Unidos ha habido casos en los que sujetos que habían
delinquido afirmaron que no habían sido ellos, sino su cerebro. Por eso
algún neurocientífico ha dicho que tendríamos que hacer “como si” la
libertad realmente existiese.
El filósofo Saul Smilansky
dice que para mantener nuestros mundos moral y personal intactos
necesitamos la ilusión de la libertad. La ilusión nos ayuda a mantener, y
en parte incluso a crear, aspectos cruciales de nuestra realidad moral y
personal. Entendiendo por ilusión una definición de diccionario que
reza: una idea o concepción falsa; una creencia u opinión que no está de
acuerdo con los hechos.
El concepto que Smilansky tiene de ilusión es parecido al que expresó Sigmund Freud en su obra
El porvenir de una ilusión,
o sea ilusión en la que el cumplimiento de un deseo es el factor
prominente de su motivación ignorando, de esta manera, sus relaciones
con la realidad.
En el libro del filósofo alemán Hans Vaihinger
Die Philosophie des Als Ob
(La filosofía del como si), el autor habla de “praktische Fiktionen”
(ficciones prácticas). Ya al comienzo de este capítulo Vaihinger nos
dice: “en el umbral de estas ficciones nos encontramos enseguida uno de
los conceptos más importante que la humanidad ha formado: el concepto de
libertad; las acciones humanas se consideran libres y por ello
responsables y enfrentadas al curso necesario de la naturaleza… El
concepto contradice no sólo la realidad observada, en la que todo sigue
leyes inmutables, sino a sí mismo: pues una acción absolutamente libre,
fortuita, que surge de la nada, es moralmente tan sin valor como una
acción absolutamente necesaria…La humanidad ha desarrollado estos
importantes conceptos a lo largo de su desarrollo por necesidad psíquica
inmanente, porque sólo sobre su base es posible la cultura y la
moralidad”.
Vaihinger, que publicó su libro en 1911, cita a
varios autores que son de la misma opinión y menciona que durante
siglos ha estado vigente la libertad no sólo como hipótesis, sino
incluso como dogma irrefutable. Critica también que se niegue
teóricamente la libertad, pero que se la coloque en la práctica como
fundamento del derecho penal.
En su opinión si tiene que
haber castigo tiene que tener lugar también la culpa, pero ésta no
existe si se niega la imputabilidad y la libertad.
En
realidad, la filosofía del “como si” se practica en España hace tiempo.
Hacemos como si fuésemos demócratas, como si fuésemos europeos, como si
nos preocupase el interés general, como si los cuatro poderes fuesen
independientes, como si nos interesase la investigación y el desarrollo,
etcétera, etcétera.
Resumiendo mi opinión sobre el tema de
la libertad yo diría: una cosa es hacer como si fuésemos libres para
mantener el orden y la cohesión en la sociedad, y otra muy distinta es
creernos nuestros propios engaños. Algunos autores han comparado la
mente con un avión que vuela con un piloto automático. Todas las
difíciles operaciones y cálculos necesarios se realizan fuera de nuestro
control. A muchas personas este hecho les infunde un terrible miedo a
volar. Preferirían un piloto consciente que controlase todas las
operaciones. Es un deseo pío, pero que no coincide con la realidad.
En Alemania aprendí el siguiente dicho: “El que en la oscuridad del
bosque silba puede que auyente su miedo, pero no por eso va a ver más
claro”.
Francisco J. Rubia Vila es
Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de
Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich,
así como Consejero Científico de dicha Universidad. Texto de la
conferencia pronunciada por el autor en el Congreso
Internacional de Bioética, celebrado en Valencia, 14 de noviembre de
2012. La conferencia se publicó originalmente en el Blog Neurociencias que el autor edita en Tendencias21.