Todo el grupo que participó del taller. Incluidos el gobernador Bonfatti y la intendenta Fein. |
Por Pablo Feldman
El
viernes y sábado pasados, el Instituto de Biología Molecular y Celular
de Rosario (IBR) organizó el primer taller de Biotecnología para
Líderes. La generosidad de los convocantes hizo que este cronista
formara parte de la primera camada de lo que se llama -con el mismo
derroche de amabilidad- Biolíderes.
La historia comenzó hace un par de
semanas, cuando Alejandro Vila cursó la invitación a una docena de
personas y pidió reserva para evitar -según dijo en su conferencia de
cierre- que le birlaran la idea y se hiciera algo de características
similares en la Ciudad de Buenos Aires, por citar un ejemplo. Vila junto
a una veintena de investigadores del CONICET se trasformaron en los
anfitriones de un grupo heterogéneo en su edad, profesión, formación y
seguramente expectativas.
¿Qué se hizo durante esos dos días en el IBR, qué hicimos? -permítaseme utilizar la primera persona-. Aunque parezca mentira, ataviado cada uno con su guardapolvos y guantes de latex, pudimos purificar ADN, aislar, manipular y caracterizar un gen. Ese mismo gen, en la segunda jornada, fue insertado en una bacteria de tal modo que se creó un organismo transgénico. Naturalmente, los grupos fueron integrados por dos "alumnos", en mi caso compartiendo la mesa de trabajo -aunque cada uno con sus pipetas, tubos, maquinas centrífugas y demás elementos- con Oscar De Fante y guiados por la doctora Susana Checa.
En otros grupos se vio trabajar alejados del armado de listas a Omar Perotti y Roberto Sukerman, al colega David Narciso con Miguel Lifschitz, a Monica Fein -que llevaba una evidente ventaja por su formación bioquimica- con Carlos Kretz -titular de la fábrica de balanzas- y severo impulsor del "control de calidad" de los experimentos, también al secretario de Ciencia y Técnología David Asteggiano. Además, al gobernador Antonio Bonfatti -que aprovechó los breaks para "atender" a sus ministros- junto al reconcentrado vicerrector de la Universidad Nacional de Rosario, Eduardo Seminara.
Cuatro horas la mañana del viernes, un intermedio para almorzar, otras cuatro horas, y la mañana del sábado hasta desembocar en un almuerzo de colación de grados. Durante esas jornadas, no sólo se trabajó en el laboratorio, manipulando elementos y genes; sino también compartiendo historias, anécdotas y relatos de un grupo de científicos que en nada se parecen al estereotipo del atormentado con los pelos volados, o el que no combina sus ropas, o que desprecian el maquillaje en el caso de la mujeres. Gente como todos, pero distinta, con un sentido de la vida profundo como que trabaja con los orígenes, con la génesis. Distintas edades, especialidades, logros y trayectorias, todos saben allí quién es quién, pero se trasunta un espíritu de cuerpo pocas veces visto en ámbitos donde la competencia también está presente.
Los mayores, como Néstor Carrillo o Diego de Mendoza son reconocidos tácitamente por sus pares, que son pares, pero que saben quiénes son los maestros. Una generación intermedia, que tomó la posta y que encarnan "Tato" Vila, Fernando Soncini, Elelonora García Vescovi, Nora Calcaterra -por citar sólo algunos-. También los que tomarán la posta en el futuro, todos doctorados de entre 30 y 40 y pico, con muchas horas de laboratorio y sentido común, como Javier Palatnik, Claudia Banchio, Jorgelina Ottado -una agrónoma "infiltrada" entre tanto bioquímico y biólogo- Pablo Armas, Gabriela Gago, Susana Checa (nuestra lazarillo) Leticia Llarrull, Juan Manuel Debernardi, Gisella Di Venanzio, y además Marta Vijande que seguramente se ha ocupado de que todo funcionara también fuera del laboratorio.
¿Para que sirve esto?
La misma pregunta para dos respuestas diferentes. La primera, y más importante, hace alusión a la "ciencia básica" que es lo que se desarrolla a gran nivel en 25 programas diferentes en el IBR. Es el conocimiento en estado puro, el punto de partida de todo lo demás, el origen de la vida. Carlos Finlay, "el cientifico de los mosquitos" como se lo conoce vulgarmente, fue un incansable batallador de la lucha contra la fiebre amarilla, al punto que el día del médico se celebra el 3 de diciembre porque ese fue el día que nació. Un día estaba estudiando y revisando sus notas y lo distrajo el zumbido de un mosquito y fue en ese instante que cambió la historia y dedicó el resto de su larga vida a establecer que el vector era el agente transmisor.
En el IBR, a Diego de Mendoza -primer director y durante más de una década al frente de la institución- se le ocurrió un día preguntarse: "Si hay bacterias flacas y gordas y si son todas iguales, y si son todas iguales por qué razón". Así lo contó él mismo en una de las clases magistrales, que fueron varias y que fueron tales no sólo por el nivel de los expositores sino porque hasta quien esto escribe logró entenderlas.
Fue así que descubrió -con su grupo- que después de producirse biodiesel, la glicerina (que es en principio el material desechable) puede manipularse genéticamente, con la incorporación de una bacteria y crear más biodiesel. Esto tiene, además del hallazgo, una clara aplicación y un evidente impacto en la industria y por tanto en el desarrollo económico de un país.
Entonces el primer "¿para qué?" estaría sobradamente explicado. Sin embargo los que hacen ciencia básica, en el ámbito del Estado no tienen ese imperativo (categórico) de hacer algo que sea rentable, o no en términos económicos. Pero sí en términos sociales, y es así que bajo la misma lupa o microscopio, las bacterias que sobreviven a altas temperaturas mientras haya liquido, y posibilitan esos avances en la industria, permiten también, mediante su manipulación establecer la identidad de un centenar de niños nacidos en cautiverio o secuestrados de sus hogares, como sucedió con los nietos recuperados por la Abuelas de Plaza de Mayo, cuyo afiche fue lo último que se vio en la ponencia de Vila, al cerrar las jornadas. "La ciencia debe ser neutral" dijo el director del IBR -parafraseando a Joan Manuel Serrat en "Sería fantastic"- pero no su uso".
Y eso explica el segundo "¿para que?". ¿Para qué convocar a una docena de "líderes"?. Precisamente para que no sean neutrales. Para que se tome contacto directo con lo que se está haciendo, para que transmitan la importancia de invertir en recursos no sólo tecnológicos sino también humanos.
En California, contó Vila, se invirtieron 40 mil millones de dólares en diez años en ciencia básica en tres universidades. No sólo obtuvieron treinta premios Nobel, sino que se desarrollaron 600 empresas de biotecnología. Algo parecido ocurrió en Boston, allí están el célebre MIT (Massachusetts Institute of Technologu) y Harvard, se inviertieron 26 mil millones de dólares en ciencia básica: 25 premio Nobel y 500 empresas de biotecnología.
Pero más allá de la contundencia de los datos, tal vez la "explicación" más convincente la aportó el físico Michael Faraday, cuando presentó hace casi 200 años la "inducción electromagnética", algo que hoy permite que haya electricidad.
Alguna vez, un periodista (como dijo Bernard Shaw, una profesión que refleja "un océano de conocimientos de un centímetro de profundidad") le preguntó al científico británico "¿para qué sirve la ciencia básica?". Faraday hizo una pausa, levantó la vista y le respondió: "Dígame usted para qué sirve un recién nacido y yo le digo después para que sirve la ciencia básica".
Fuente:
www.pagina12.com.ar