Por Carolina Martinez Pulido
A la muerte de la acreditada especialista en genética microbiana, Esther Lederberg, el respetado profesor de biología molecular Dr. Stanley Falkow manifestaba en su discurso de despedida con relación al injusto trato recibido por las mujeres científicas: «Martha Chase, Daisy Roulland-Dussoix y Esther Lederberg fueron mujeres que realizaron descubrimientos cruciales para la ciencia. Martha Chase demostró que el material hereditario de los bacteriófagos es el ADN y no las proteínas. Daisy Dussoix descubrió los enzimas de restricción y Esther Lederberg inventó la réplica en placa. Cada uno de esos descubrimientos se han asignado a un miembro masculino del grupo de investigación (Alfred Hershey, Werber Arber y Joshua Lederberg, respectivamente)».
A la muerte de la acreditada especialista en genética microbiana, Esther Lederberg, el respetado profesor de biología molecular Dr. Stanley Falkow manifestaba en su discurso de despedida con relación al injusto trato recibido por las mujeres científicas: «Martha Chase, Daisy Roulland-Dussoix y Esther Lederberg fueron mujeres que realizaron descubrimientos cruciales para la ciencia. Martha Chase demostró que el material hereditario de los bacteriófagos es el ADN y no las proteínas. Daisy Dussoix descubrió los enzimas de restricción y Esther Lederberg inventó la réplica en placa. Cada uno de esos descubrimientos se han asignado a un miembro masculino del grupo de investigación (Alfred Hershey, Werber Arber y Joshua Lederberg, respectivamente)».
En respuesta a este conocido comentario en un artículo titulado El machismo en mitad de la ciencia del siglo XX, publicado en el Blog La ciencia y sus demonios,
se puntualiza con gran acierto: «Buen discurso, pero tardío. Siempre es
bueno denunciar las discriminaciones, pero es infinitamente mejor no
efectuarlas. Hersey, Arber y Lederberg ganaron un premio Nobel cada uno:
premio que, en el mejor de los casos, tenían que haber compartido con
sus compañeras de laboratorio».
Al calor de este relato crítico, puede ser de interés centrar nuestra
atención en la primera científica mencionada por el profesor Falkow,
Martha Chase, cuyo nombre ha quedado para siempre asociado a uno de los
experimentos más famosos de la biología de la segunda mitad del siglo
XX.
La trascendencia de un experimento que hizo historia
Alcanzados los años cuarenta del siglo pasado, los biólogos se enfrentaban, entre otras preguntas, a una cuestión de fundamental importancia: averiguar la naturaleza química del material hereditario, o lo que es lo mismo, descubrir de qué están hechos los genes. Los datos disponibles en aquel tiempo señalaban como candidatas a dos macromoléculas: el ácido desoxirribonucleico (ADN) y las proteínas. Si bien la existencia del ADN era conocida desde 1869, la mayor parte de los expertos suponía que eran las proteínas las portadoras de la información hereditaria. Los argumentos que apoyaban esta opción estaban principalmente basados en las conclusiones a las que había llegado en 1910 el reconocido bioquímico Phoebus Levene, quien sostenía que la molécula de ADN era demasiado simple como para ser capaz de transportar ningún tipo de información compleja. Las moléculas proteicas, por el contrario, exhibían gran complejidad y por tanto podrían cumplir con tan destacada función.
En 1944, los investigadores Oswald Avery, Colin MacLeod y Maclyn McCarty
publicaron un trabajo que señalaba con notable claridad que el ADN era
el material hereditario. No obstante, estos resultados no fueron
ampliamente aceptados. Según el criterio de los especialistas, aún
faltaba alguna prueba definitiva. En realidad, los biólogos se mostraban
reacios a descartar la idea de que los genes estaban hechos de
proteínas; muchos continuaban viendo al ADN como una molécula demasiado
simple, algunos incluso la consideraban «aburrida» y monótona.
No fue hasta 1952, cuando el equipo de investigación formado por el doctor Alfred Hershey
y la joven graduada Martha Chase publicó el artículo definitivo que
lograba convencer a la comunidad de expertos que el ADN es la base del
material genético, y no las proteínas. A partir de entonces este trabajo
pasó a valorarse como «uno de los experimentos más simples y elegantes
realizados en los primeros tiempos del emergente campo de la biología
molecular». Veamos en qué consistió.
El «experimento de la batidora»
En el año 1950 llegó al laboratorio de Cold Spring Harbor, en Nueva
York, la recién licenciada Martha Chase, contratada como ayudante de
laboratorio del investigador Alfred Hershey. El Dr. Hershey estaba
investigando con bacteriofágos (también llamados fagos, esto es, los
virus que infectan a las bacterias) y formaba parte, junto a otros
prominentes científicos como Salvador Luria y Max Delbruck,
del llamado «Grupo del fago», cuyos trabajos contribuirían con el
tiempo a identificar los principios básicos de la biología celular y
molecular.
Para su investigación, Hershey y Chase utilizaron el llamado fago T2, cuya estructura consiste en una cubierta proteica, formada por la cabeza o cápside
con ADN en su interior, y una cola también de naturaleza proteica;
químicamente, este fago se compone de un 50% de proteínas y un 50% de
ADN. En aquel momento, los biólogos no comprendían con exactitud cómo se
reproducen los fagos, aunque sí sabían, gracias a estudios con el
microscopio electrónico, que para lograrlo necesitaban adherirse a la
pared celular de una bacteria e infectarla.
Una vez realizada la infección, la bacteria hospedadora se convierte
en una «fábrica» productora de nuevos fagos. Como la progenie portaba
los mismos rasgos de infección, los investigadores deducían que los
virus eran capaces de transmitir algún tipo de información genética (es
decir, de «instrucciones» para producir nuevos virus) a las bacterias
que contaminaban. Realmente, el mecanismo que permitía este
comportamiento era en aquel entonces desconocido.
A partir de fotografías tomadas con el microscopio electrónico, los
investigadores sabían, además, que los fagos no entran por completo en
la bacteria a la que invaden. Por lo tanto, suponían que le inyectaban
«algo», usando su cola casi como si fuera una aguja hipodérmica. Si los
investigadores eran capaces de identificar qué inyectaban, sabrían que
ese «algo» debía ser el material genético.
Hershey y Chase aprovecharon que las proteínas y el ADN tienen una
composición química diferente: el ADN contiene átomos de fósforo (P)
pero no de azufre (S), mientras que las proteínas, por su parte, no
contienen fósforo (P), salvo en ciertas ocasiones puntuales, pero sí
contienen azufre (S).
Tanto el fósforo como el azufre presentan formas no-radioactivas y radiactivas, llamadas isótopos. El P-32 y el S-35 son isótopos radioactivos.
Recordemos que éstos, los isótopos radiactivos, tienen un núcleo
atómico inestable y emiten energía cuando se transforman en un
isótopo diferente más estable. La energía liberada puede detectarse con
un contador Geiger o con una película fotográfica. Esta propiedad no
modifica el metabolismo celular, y por ello los isótopos radiactivos son
muy útiles como marcadores para identificar la ubicación de una
molécula específica.
En el laboratorio es posible obtener fagos que tengan sus proteínas
marcadas con S-35 y ADN normal, o bien el ADN marcado con P-32 y
proteínas normales. Hershey y Chase, en una ingeniosa serie de
experimentos, infectaron bacterias de Escherichi coli
con los dos tipos de fagos. Una vez completada la infección, pusieron
la mezcla de bacterias y virus en una batidora para eliminar todo
aquello que estuviera adherido al exterior bacteriano.
La batidora, cuyo diseño no era muy refinado, se volvió famosa como
parte de este célebre experimento. Sin entrar en demasiados detalles,
señalemos que gracias a una adecuada agitación en la mencionada
batidora, los investigadores lograron aislar las bacterias y determinar
qué tipo de radioactividad se había trasladado desde los fagos al
interior de las células bacterianas.
Encontraron entonces que los fagos marcados con P-32 habían
transferido su radioactividad a las células, mientras que aquellos
marcados con S-35 no transferían radioactividad alguna. O sea, dentro de
las bacterias había fósforo marcado pero no azufre marcado. Estos
resultados demostraban que durante la infección los fagos inyectaban su
ADN, dejando en el exterior al componente proteico. El resultado era
magnífico, pues había proporcionado la tan buscada evidencia: el
material hereditario portador de las instrucciones para producir nuevos
fagos era el ADN y no las proteínas.
La
simpleza y originalidad de este trabajo tuvo un impacto enorme en la
comunidad científica de la época. Sus implicaciones fueron mucho más
allá de los estudios sobre virus. Proporcionaron los cimientos de la
biología molecular e inspiraron solo once meses más tarde el desarrollo
del modelo de doble hélice para el ADN.
Un premio Nobel y un debate agitado
A pesar de que este impactante experimento llevaba su nombre, en 1969
Martha Chase tuvo que mantenerse en segunda fila mientras observaba
cómo Alfred Hershey recibía el premio Nobel por un descubrimiento que
ambos habían realizado.
A medida que la intrahistoria de los orígenes de la biología
molecular ha ido saliendo a la luz, los y las estudiosas se han
preguntado si aquel Nobel de 1969 representa un ejemplo más de sesgo de
género, o simplemente se trata de un caso en que se dio crédito a quien
más lo merecía. Pensamos que es interesante debatir este asunto porque,
entre otras cosas, nos permite intentar no añadir ni quitar méritos de
manera infundada.
Para empezar, debe señalarse que si bien Martha Chase participó en el
diseño y ejecución de uno de los experimentos considerados más
brillantes de la temprana historia de la biología molecular, poco
después su carrera se vio interrumpida por penosos acontecimientos
personales.
Martha Chase, nacida en Cleveland, Ohio, en 1927, abandonó el
laboratorio de Hershey en 1953, cuando solo había transcurrido un año
desde la publicación del célebre artículo de la batidora. No obstante,
su separación no fue definitiva, ya que con frecuencia regresaba durante
los veranos para asistir a las interesantes y bulliciosas reuniones que
el acreditado y cada vez más numeroso «Grupo del Fago» organizaba
anualmente.
Diversos historiadores de la ciencia apuntan que el experimento
Hershey-Chase marcó la cumbre de la carrera científica de Martha Chase; a
partir de ahí, parece claro que empezó su descenso profesional. De
hecho, resulta difícil encontrar mucha más información sobre su vida
posterior.
Es conocido que en 1959 Martha Chase comenzó su doctorado en una universidad californiana, The University of Southern California,
y que en 1964 consiguió el grado de doctora. Un poco antes, a finales
de la década de los cincuenta, se había casado con el prominente
virólogo Richard Epstein. El matrimonio, sin embargo, duró muy poco,
pues se divorciaron antes del año de la boda.
El médico y profesor de oncología de la Universidad de Wisconsin (University of Wisconsin–Madison),
Wlater Szybalski, amigo personal de la científica, es quien ha ofrecido
más información sobre su vida. En el obituario por la muerte de Martha
Chase en 2003, recordaba con relación al célebre experimento: «El
laboratorio de Alfred Hershey era muy inusual. En aquella época estaban
solo ellos dos, y cuando entrabas al laboratorio, había un silencio
absoluto con Al [Alfred Hershey] dirigiendo los experimentos y señalando
con el dedo a Martha, siempre con mínimas palabras. Ella era perfecta
para trabajar con Hershey; experimentalmente, contribuyó mucho».
La historiadora Pnina Abir-Am, en su trabajo sobre el sexismo institucional dentro del «Grupo del fago»,
también incluye un comentario de Waclaw Szybalski: «Su nombre [el de
Martha] siempre estará asociado con aquel experimento […]. Por ello
podríamos considerar que su aporte fue monumental». Asimismo, apunta la
historiadora que Szybalski hacía hincapié en que el divorcio dejó en
Chase «una profunda cicatriz».
Al parecer, la combinación entre una enfermedad que sufrió, junto al
hecho de considerarse profesionalmente infravalorada y el fracaso
matrimonial, impulsaron a la científica a regresar a su lugar natal.
Martha Chase padecía entonces un tipo de demencia que afectó a su
memoria de corto plazo durante varias décadas. Finalmente, falleció a
causa de una neumonía el 8 de agosto de 2003 a los 75 años de edad. Su
amigo Szybalski la recordaba como «una persona excepcional pero muy
desgraciada».
Para continuar con nuestro debate, señalemos que, por su parte,
Alfred Hershey (1908-1997), en los años en que se gestó el experimento,
ya era doctor en bacteriología desde 1934, además de director del
Departamento de Genética en el célebre Cold Spring Harbor Laboratory, cuando Chase se incorporó a su laboratorio.
En 1969, Alfred Hershey y otros dos colegas masculinos, Salvador
Luria y Max Delbruck, recibieron el premio Nobel «por sus
descubrimientos sobre el mecanismo de replicación y la estructura
genética de los virus». No puede discutirse que las aportaciones de
Luria y Delbruck eran claramente merecedores del premio, pero sí resulta
destacable que Alfred Hershey fuese galardonado y Martha Chase no.
Es
muy difícil saber con certeza qué papel jugó el género en este caso,
pero es asimismo poco creíble pensar que no tuvo ninguno. Sin embargo,
hay que anotar que cuando publicaron el famoso experimento, los dos
investigadores presentaban un currículo bastante distinto: Alfred
Hershey tenía 44 años y era doctor desde hacía dieciocho años; Martha
Chase tenía 25 años, se había graduado dos años antes (1950) obteniendo
su doctorado en 1964, esto es, doce años después de publicar el trabajo.
El experimento por tanto se realizó entre su graduación y su doctorado.
Diversos historiadores consideran muy probable que debido a que Chase
era una técnica de investigación, fuese vista como un simple «par de
manos» con las que Hershey ejecutaba sus experimentos. La situación se
complica porque los estudiosos del tema carecen de evidencias fiables
acerca de las contribuciones relativas de cada uno de ellos.
Además, para añadir más leña al fuego del debate, son pocos los que
dudan, siguiendo las ideas imperantes en aquellos años, que siendo Chase
mujer tuviese la suficiente capacidad intelectual para la investigación
científica. Esta ofensiva actitud no era algo excepcional, ya que se
han detectado muchos otros casos en los que mujeres investigadoras
brillantes han sido consideradas por el comité del Nobel como simples
«ayudantes de laboratorio», mientras que los hombres se han valorado
como perspicaces directores del trabajo.
Otro aspecto de interés ha quedado reflejado en que el artículo de
Hershey y Chase, donde describían su famoso experimento, salió publicado
en el Journal of General Physiology con el nombre de los dos. Como muy bien se ha expuesto en The Mad Science Blog,
«el que Hershey aprobara incluir a Chase en el artículo sugiere
claramente que consideraba su papel más que el de una simple
“ayudante”».
No obstante, Hershey también tuvo comportamientos que sugieren escasa
generosidad. Quizás el mayor insulto a la científica, según se
explicita en el citado blog The Mad Science, radica en que
durante la conferencia que impartió con motivo del Nobel «[Hershey] ni
siquiera se molestó en mencionar el nombre de Martha Chase ni una sola
vez».
La citada historiadora de la ciencia, Pnina Abir-Am, en su
interesante trabajo sobre el sexismo institucional dentro del «Grupo del
fago», estudia la manera en que se ha borrado de la memoria colectiva a
las mujeres que colaboraron en él. Con referencia a Martha Chase, la
autora destaca el tratamiento que se daba en aquellos años a las
científicas, en cuanto a ser objetivizadas, mal pagadas, y tratadas con
condescendencia.
Al respecto, Pnina Abir-Am recupera las palabras de Waclaw Szybalski,
quien se refiere a una charla que tuvo con la científica en los
siguientes términos: «Me dio la impresión de que ella [Chase] no se daba
cuenta de la importancia del trabajo que había hecho […], solo pensaba
en que era una técnica muy mal pagada». Escandalizan estas palabras que
tan claramente menosprecian a una investigadora capaz de colaborar en
un extraordinario experimento «sin darse cuenta».
El obituario de Martha Chase en el New York Times, refleja
también cierta tendencia a la minusvaloración, encubierta bajo el simple
titular: «Martha Chase, 75 años, la investigadora que ayudó en el experimento del ADN». El artículo va incluso más lejos al hacer referencia a la «Señorita Chase» y el «Doctor Hershey», cuando en esa fecha, 2003, ambos eran doctores.
Difícilmente se podrán saber más detalles sobre la verdadera
dimensión del papel de esta científica en uno de los hallazgos más
extraordinarios acaecidos en la biología del siglo XX. Lo cierto es que,
pese a la gran difusión que alcanzó el experimento Hershey-Chase,
incluso en la actualidad no todos los estudiantes, profesores y público
lector de estos temas saben que Chase fue una mujer, y mucho menos
conocen algo sobre su triste historia.
Referencias
- Abir-Am, Pnina (2007). Women & Gender in the Phage Group. History of Science Society Annual Meeting, WDC Session on “The Silver Anniversary of Women Scientists in America, 1982, vol.1”. November 2, 2007, Friday, 9 am
- Avery, O.T., C.M. MacLeod and M. McCarty (1944). Studies on the Chemical Nature of the Substance Inducing Transformation of Pneumococcal Types. Journal of Experimental Medicine. 79: 137-159
- Hershey, A. and M. Chase (1952). Independent Functions of Viral Protein and Nucleic Acid in Growth of Bacteriophage. Journal of General Physiology. 36: 39-56
- Dawson, Milly (2003). Martha Chase dies, 8-8-03. Genome Biology 8-20-03
- The Pauling Blog. The Hershey-Chase Blender Experiments. 18 agosto 2009
- Blog La ciencia y sus demonios. El machismo en la ciencia a mitad del siglo XX. 9 mayo 2011
- The Mad Science Blog. Gender Bias in Science, Part IV: Martha Chase. Octubre 2013
- Blog Escéptica. Bios: Martha Chase. 7 octubre 2014
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido
es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de
Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación
científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
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