Profesor de Sociología, Universidad de Extremadura
Vivimos un momento histórico inédito, cuando es habitual
encontrar miembros familiares de cuatro y cinco generaciones en los
hogares españoles. Esta madurez demográfica
se ha alcanzado por indicadores como el aumento de la esperanza de vida
al nacimiento -80,43 años para hombres y 85,80 años para mujeres- y el
descenso de la natalidad y fecundidad -entre 2018 y 2032 nacerían en
torno a 5,7 millones de niños, un 16,2% menos que en los 15 años
previos-, que nos traslada a un escenario social diferente e incierto.
Tales datos obtenidos de las Proyecciones de Población de España 2018-2033
indican que ante el descenso de la natalidad y el envejecimiento
poblacional, en España habría siempre más defunciones que nacimientos
(crecimiento o saldo vegetativo negativo) durante los 15 próximos años.
Diferente es por lo que relataba sobre la nueva fisonomía de los hogares españoles, que representan un revival de la familia extensa adaptada a las circunstancias actuales. Igualmente, surgen nuevos modelos familiares, hasta ahora inexistentes en nuestro país, que tienden a perpetuarse frente a la tradicional familia nuclear.
También es incierto por el devenir de unos miembros jóvenes que
entran y salen de la unidad doméstica, donde encuentran la red de apoyo
familiar para sobrevivir ante las adversidades económicas y laborales.
Las evidencias se observan en los efectos de la crisis económica,
financiera y social desde 2008 hasta nuestros días. El conflicto
intergeneracional ha desaparecido, al menos como nos lo contaron
nuestros abuelos y abuelas.
Bienestar en declive
Este escenario nos alerta de que los sistemas de protección social,
salud y educativo están condicionados por factores economicistas, debido
a la imposición de las reglas del mercado laboral, financiero y de
bienes y servicios. Es la realidad de un gran sistema que falla por su
incapacidad de cubrir eficazmente determinadas necesidades sociales
mediante la prestación de escuelas infantiles, búsqueda activa de empleo
y empleabilidad, atención a personas en situación de dependencia,
pensiones de jubilación y otras prestaciones económicas, etc. El informe
Desprotección social y estrategias familiares
refleja que la tasa de riesgo de pobreza y exclusión social (AROPE) se
encuentra hoy todavía en niveles superiores a los de 2013, al igual que
los principales indicadores de desigualdad. La tasa de riesgo de pobreza
relativa está en su nivel más alto desde 2008 en España.
Un Estado de bienestar en estado de desmantelamiento y retroceso,
tras décadas de conquistas sociales que permitieron que fueran
normativizadas como derechos en la “cuarenteña” Constitución de 1978.
Unos derechos sociales en crisis por su ejercicio pleno, que es suplido por el modelo de bienestar familista
propio de la Europa del Sur. La microsolidaridad familiar
idiosincrática en España se resiste ante la lógica del economicismo y la
tecnocracia eficiente que controla sobremanera el gasto público
subvencionado con fondos comunitarios, antes y ahora. La familia siempre
amortigua el golpe sistémico.
¿Qué puede ocurrir ante tal hecho político que nos afecte
axiológicamente como sociedad? Desconozco la respuesta concreta y veraz,
pero sí me atrevería a vaticinar un cambio de valoración ciudadana
hacia lo que representa la Unión Europea, con propensión al separatismo
territorial y a la disgregación política de los 28 Estados miembros.
Pero parece no ser éste el debate que interesa hic et nunc, y
que marca la evolución de unas condiciones de vida tendentes al
empobrecimiento, incluso de quienes nunca estuvieron en riesgo de
exclusión social, si no se producen cambios programáticos desde las
instituciones comunitarias.
Vejez old-fashioned
Más allá de dar respuesta a la posible transformación social,
retomaré el relato sobre la modernización demográfica de los españoles,
quienes en escaso tiempo han superado la meta, y en buena posición, como
refleja el envejecimiento de la población. Los españoles tendrán una esperanza de vida de 85,8 años en 2040, lo que convertirá a España en el país con mayor esperanza de vida del mundo,
según un estudio reciente de la Universidad de Washington (EE.UU.).
Pero la cuestión no es la cantidad, sino la calidad de las relaciones
entre individuos con edades cronológicas y biografías diferenciadas como
cohortes, hoy y mañana.
Los casos de edadismo,
que es la discriminación por edad, parecen ser escasos judicialmente o
invisibles para la opinión pública en España; mientras que la sociedad
crea prejuicios y estereotipos asociados al hecho de envejecer, para
situar a este grupo etario en desventaja frente a otros que transmiten
un halo positivo. Ejemplos, desde las medicinas anti-aging para extender la vida humana hasta los malos tratos en familias y residencias geriátricas, pasando por el aislamiento y la soledad no deseada
en más de un millón y medio de personas mayores que viven solas en
España -de estas un 27% son hombres y un 73% mujeres- según la Federación Amigos de los Mayores.
Son muestras de que la vejez es old-fashioned, pues no
consta en la agenda pública, salvo cuando se reclaman soluciones ante la
despoblación en el medio rural, apuntando directamente al
envejecimiento demográfico, a los ancianos que habitan en tantos pueblos
en extinción, como la causa del mal. Craso error. Ésa es la brecha
territorial en una España invertebrada aún.
Huella generacional
Y todo esto lleva a reflexionar sobre la brecha entre personas de
distintas generaciones, que se aplica como paradigma del “nosotros
frente al ellos”. Unas prácticas normalizadas sobre la nueva división
social del trabajo, las relaciones humanas, la actividad política, la
sexualidad… por la edad. Lo grave es que no se intervenga para paliar
los efectos perversos del edadismo en sociedades cada día más atomizadas
y segregadas por motivos étnicos, de género o edad, entre otros.
Hay mecanismos para la erradicación del edadismo al alza, mediante la potenciación de la huella generacional,
definido como el impacto social ponderado de los procesos de
intercambio de información y conocimiento entre las personas de
distintas edades y generaciones que cooperan para la consecución de
fines societarios u organizativos. Es decir, generando espacios de
sinergias en cualquiera de los ámbitos de la sociedad, que sumen
experiencias de vida y multiplicando talento sénior por el junior.
Aprendizaje a lo largo de la vida, gestión del conocimiento,
captación y retención del talento se desarrollan como estrategias
sociocomunitarias y organizativas. El resultado es la sociedad
intergeneracional que puede afrontar de modo proactivo algunos de los
retos mencionados en el Viejo Continente –nunca mejor dicho-, y por
supuesto, en España, si queremos construir sociedades para todas las
edades. Es la oportunidad de hoy, pensando en el mañana de las próximas
generaciones.
Fuente
theconversation.com
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