Las nuevas generaciones consideran que explicar su trabajo a la sociedad forma parte de sus obligaciones profesionales, pero muchas veces no encuentran la forma de hacerlo. En los países europeos donde más se innova se generan menos recelos entre los investigadores y los medios de comunicación.
En los últimos años, la presencia de la ciencia en los medios de comunicación, ya sea en forma de divulgación o de debate político, ha aumentado considerablemente, pero aún está lejos de alcanzar el peso que se le concede habitualmente en nuestras vidas, en la transformación de la sociedad y la economía.
La brecha que separa a los investigadores del público sigue abierta, y hay quien opina que lo estará hasta que se pueda hablar de ciencia como se habla de otras áreas que también requieren de un conocimiento muy específico, como son el deporte, la economía o el arte moderno. Quizás el problema estribe en que la ciencia no es sólo un lenguaje, sino también -y sobre todo- una forma de ver el mundo.
Un estudio de la Comisión Europea, en el que participaron investigadores de todas las edades y casi todas las nacionalidades del continente, reveló que todos los profesionales de la ciencia se muestran unánimes en que sería deseable «una relación continua y más profunda con los medios, para que el público se dé cuenta de que la ciencia se basa en adquirir nuevos conocimientos y satisfacer la curiosidad, no sólo de invenciones y nuevos productos».
«Una cosa es el conocimiento científico y otra cosa es el pensamiento científico», indica Eudald Carbonell, profesor de la Universidad Rovira i Virgili y codirector del yacimiento de Atapuerca.
«No sólo hay que contar que se ha descubierto algo, sino también explicar por qué es importante, a dónde te lleva ese conocimiento», aclara el antropólogo, quien no cree tanto en la idea de divulgación -por ser «banal»- como en la necesidad de integrar el concepto de ciencia en el sustrato mismo de la sociedad. «Cuando rompamos la barrera entre conocimiento y pensamiento, la ciencia será como el fútbol, formará parte de nuestra cultura», añade.
Javier Armentia, astrofísico y director del Planetario de Pamplona, explica que «el reto está en pasar de la información a la reflexión». Pero, ¿por qué es tan difícil dar este paso? «La información económica requiere mucho más esfuerzo, y los toros también tienen su propio lenguaje», comenta Armentia. «El problema es que se ha claudicado, se dejado la ciencia como algo que hacen los científicos».
Lo curioso es que, en contra del mito del científico en su torre de marfil, muchos jóvenes investigadores no se sienten cómodos con este estatus. «La gente es consciente de la importancia de la ciencia, incluso la admira, pero pone una distancia», lamenta Santiago Rello Varona, del Instituto Gustave Roussy, en Francia.
El mencionado estudio europeo, publicado en diciembre de 2007, también señalaba una diferencia fundamental entre los investigadores más veteranos y los más jóvenes, éstos últimos mucho más acostumbrados, y también más proclives, a relacionarse con los medios. Pero el esfuerzo por comunicar no siempre se ve recompensado: escribir un ensayo divulgativo, mantener un 'blog' o colaborar con la prensa no puntúa oficialmente en la carrera del investigador. Y, aunque se quiera hacer, no siempre es fácil saber qué palos se han de tocar.
«La falta de una financiación específica para comunicación, la falta de tiempo y las dificultades de encontrar un lenguaje sencillo para comunicar clara y efectivamente a audiencias más amplias son subrayados como los mayores obstáculos desde la comunidad científica», concluía el estudio de la Comisión Europea.
«Hay científicos que no tienen interés en comunicar porque piensan que a la sociedad no le interesa, y hay otros que no encuentran la manera de realizar esa comunicación», resume Carbonell.
Además, la vorágine de publicaciones, tareas de docencia y obligaciones burocráticas varias no deja mucho tiempo para una actividad considerada secundaria. Todo lo cual redunda en que la sociedad perciba el saber científico como una serie de nociones más o menos lustrosas, y no como el modo de discurrir y asomarse al mundo en el que quieren verse reflejados los científicos. «En nuestro país, parece que el documental es sinónimo de ñúes cruzando el río para llegar a las llanuras bajo el acecho de lobos y cocodrilos», ironiza Rello Varona.
En todo caso, la divulgación no es sólo una obligación del científico hacia la sociedad; aprender a comunicar es también, en cierto modo, aprender a organizar las propias ideas, lo cual conecta con un concepto fundamental para Carbonell: «Los científicos 'senior', que llevamos toda la vida investigando, tenemos que hacer este aprendizaje, debemos convertir en pensamiento lo que nuestra experiencia ha acumulado como conocimiento».
Otra de las tesis que reflejaba el citado estudio es que en los nuevos países miembros ('UE 12)', la desconfianza de los científicos hacia los medios, por miedo a que se politicen o banalicen los temas, es mayor que en la Europa de los 15; lo cual da una idea de que, cuanto más importante es la ciencia en un país, mejor se comunica y menor es la brecha entre sociedad y laboratorio.
En España, tal y como recordaba la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, hemos experimentado en los últimos años el segundo crecimiento más rápido del mundo, sólo por detrás de China, y ya somos la novena potencia científica mundial. Sin embargo, es evidente que aún hay desajustes, como muestra el hecho de que nuestras universidades están muy lejos de ocupar esas posiciones. En comunicación de la ciencia, como en todo lo demás, ocurre que hemos mejorado muy deprisa pero aún nos queda mucho por aprender.
«Muchos científicos miraban a los que sí divulgaban como una especie de 'vedettes' que sólo querían lucirse», comenta Armentia, quien reconoce, sin embargo, que «las nuevas generaciones, tanto de comunicadores como de investigadores, creen que divulgar la ciencia es parte de su trabajo».
Sin embargo, aún se acusa en nuestro país cierta dependencia del mundo anglosajón en la elección de informaciones científicas, lo cual no sería tan problemático si no fuera porque se pierden algunos fundamentos básicos de la comunicación: «Una mayor presencia española daría una sensación de cercanía, se podría enmarcar la divulgación en un contexto humano», señala Armentia. Esta lejanía se acentúa, a menudo, en el caso de la investigación universitaria: «Es más pausada, menos espectacular y más analítica, y por eso le cuesta más llegar al gran público», argumenta Rello Varona.
Fuente:
www.madrimasd.org/
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