Como
suele pasar en estas cosas, es difícil saber dónde o en qué momento
empezó todo. Esa es una de las ideas que suelen transmitirse siempre que
alguien cuenta en voz baja, como si temiera romper el hechizo de la
torsión, la vida de Möbius: Que parece sacada de una película, o de un
buen libro, de esos que narran eternas historias que no envejecen con el
paso del tiempo.
Möbius, como otros
muchos antes que él, es uno de esos seres que pasan desapercibido en
nuestra vida a pesar de que nos lo cruzamos a diario, siquiera cuando lanzamos una mirada distraída a un contenedor de basura. Podría pasarse horas junto a él. Está allí, pero es como si no estuviera.
Algunos incluso se han
atrevido a especular con que Möbius, un ser tan particular que es una
superficie con borde, es decir de dimensión 2, pero que habita, como
cualquiera de nosotros, en un espacio de 3 dimensiones, no tiene
principio ni final. Que es una especie de ser mágico más allá del
espacio o el tiempo, que aparece en ocasiones excepcionales.
La historia de amor de
Möbius surgió en un café-bar, de los de hace unos años. Con un cierto
aroma a clásico en la decoración, humo de cigarrillos en el ambiente y
una imperecedera y acogedora melodía de jazz que se pegaba a la piel
como la ropa mojada en los días de lluvia, antes tan habituales.
Entró en el local con
su gabardina y la sonrisa de siempre, que le surgía espontánea, cuando
tras observar desde el callejón los neones del bar encenderse por
tramos, hacía el comentario de que la vida era como recorrer el camino
que marcaban esas “Luces de August”. Un sendero en el que, a primera
vista, era difícil adivinar en qué punto te encontrabas o dónde estaban
el origen y el fin.
No había cortes. Ni piezas pegadas. Él siempre hablaba de “cirugía”
cuando hablaba de cortar y pegar. Jerga de los bajos fondos. Todo el
juego de luces era una sucesión continua de color que iba iluminándose y
encendiendo en verde la noche y la humedad del callejón. Podría haber
sido igualmente un rectángulo, pensaba a menudo. Hubiera sido más
sencillo. Pero él siempre había sabido apreciar la originalidad de aquel
rizo en el nombre, sin la que el local hubiera perdido sin duda buena
parte de su encanto.
Y si embargo, aquella
noche la continuidad de la vida de Möbius estuvo a punto de tomar un
nuevo rumbo. No se puede decir en rigor un cambio de dirección, ni tan
siquiera de sentido, porque otra de las características de la
personalidad de Möbius es que no se dejaba orientar (él diría manejar)
por nadie.
Nada
más poner los pies en el bar observó el inadvertido gesto de saludo del
camarero, que le indicaba un lugar al fondo. Junto al rincón más
alejado de la puerta había un nuevo sillón. Una especie de 8 dispuesto
de forma que dos personas sentadas podían mantener una conversación
discreta casi sin mirarse. Tan sólo dejando que el sentido del oído
fuera el guía de los sentimientos.
Lo primero que le llamó
la atención de quien le esperaba sentada ocupando uno de los asientos
de aquel sofá, fueron los zapatos que lucía puestos. Una clase de
zapatos que cómo el letrero del propio bar no tenían principio ni final,
cuya suela hacía al mismo tiempo las veces de empeine.
Toda aquella sucesión
de continuidades inagotables llegaron al punto del vértigo cuando la
poesía del jazz se mezcló con las palabras de ella… Frase por frase,
todo lo que sonaba o era pronunciado parecía el resultado de una
conjunción mágica de seres, momentos, tiempos y espacios. Como si todos
los planetas se hubieran alineado aquella noche para lograr eternizar el
momento.
Möbius, acostumbrado
como estaba a dudar de todo, no cayó entonces en la cuenta de que la
razón estaba inconscientemente más activa que el corazón, y sin
pretenderlo, su pensamiento topológico, fue analizando el conjunto compuesto por cada uno de aquellos versos.
Cuando terminó de hacerlo. Se levantó, lanzó una mirada ya conocida al camarero y se fue.
Al acercarse a la
barra, un gesto de pesadumbre recorrió el rostro del camarero que
inconscientemente volvió a mirar un viejo cartel que colgaba de una de
las paredes del establecimiento, y mientras limpiaba la barra y recogía
un pequeño paquete que Möbius había dejado descuidadamente encima,
volvió a pensar en aquellas proféticas palabras.
“Si la meta no te deja disfrutar del viaje, mejor bájate del tren”.
Otros enlaces de interés para saber más de la Banda de Möbius:
Fuente:activatuneurona.wordpress.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario