Por Claudio Pairoba
Ayer me enteré por Facebook que
José Carlos Carle Urioste (Pepe como lo conocíamos) había fallecido el 15 de
agosto del 2015. Fue un shock. En otros tiempos tal vez no me hubiera enterado de
lo que había pasado con alguien con quien ya no estaba en contacto frecuente por una cuestión de distancia. Por
estas cuestiones de la tecnología uno termina sabiendo un poco más rápido sobre los destinos de aquellos a quienes en un momento de la vida tuvo cerca.
Pepe estaba trabajando en el
laboratorio de Virginia Walbot cuando llegué a la Universidad de
Stanford para hacer mi postdoc. Si bien él ya había terminado su estadía,
compartimos laboratorio por poco más de un año. Por aquellas épocas nos
preguntábamos para que servía el gen Bronze2 de maíz.
Una de las posibilidades era que tuviera que ver con la resistencia a metales
pesados. Para saber si era así diseñamos una GRAN CANTIDAD de mutaciones en el
promotor del gen, con el fin de ver si su expresión se alteraba en presencia de
distintas concentraciones de cadmio. Pepe me enseño la parte teórica y la
práctica de todos estos experimentos, algo con lo que él estaba familiarizado.
Cuando Pepe dejó el laboratorio
para dedicarse a la actividad privada, quedé a cargo de continuar y terminar
experimentos que habían quedado pendientes. Los que habían participado habían
dejado la universidad por distintas razones, así que me hice cargo y pude
concluir con éxito la tarea asignada, la cual se convirtió en un esperado
paper.
Aquel primer año en Stanford fue
duro. Salí de la Argentina
el sábado 11 de enero del ’97, llegué a San Francisco, California, el domingo
12 luego de un largo viaje (Buenos Aires – Santiago – Lima – Los Ängeles,
cambio de vuelo para atrapar por poco el avión que salía para San Francisco).
El lunes 13 ya estaba en el laboratorio, sin mi jefa quien estaba en un
congreso por cuatro días y me permitió quedarme por un mes en su casa hasta que
consiguiera mi propio lugar.
Cuando llegué a San Francisco
estábamos en pleno fenómeno de “El Niño”. A la nostalgia por la lejanía se
sumaba el clima, con una lluvia continua. Faltaba solo un tango de música de
fondo para que uno tuviera ganas de saltar por un acantilado.
Pepe fue uno de los primeros en
recibirme en el laboratorio. Y era el único que hablaba español. En realidad
hablaba uruguayo, pero estaba lo suficientemente cerca de mi argentino natal
para que pudiéramos entendernos (=)). Si bien mi inglés era bueno, viví todo el
primer año con dolor de cabeza por la obligación de tener que expresarme todo
el tiempo en otro idioma. Todavía recuerdo cuando la jefa nos escuchó hablando
a Pepe y a mí en español en un pasillo del laboratorio mientras hablaba por
teléfono. Interrumpió momentáneamente la comunicación, se dio vuelta y nos miró
fijo diciendo “In English, please”. Pepe se la quería comer cruda, pero lo pude
calmar. Pepe tenía su carácter y pasaba de 0 a 100 en pocos segundos.
En ese momento Pepe estaba
casado con Celia, una encantadora brasileña que había conocido en Brasil, ya
que él había estudiado en ese país. Me contó la forma casi mágica en que se
fueron dando las cosas para que él pudiera acercársele un día y hablarle. Con
ambos pasé gran parte de mis fines de semana en aquel primer año. No conocía a
nadie, así que tuvieron que aguantarme como su nuevo amigo argentino. Siempre
recuerdo con mucho cariño la casa en O’Connor St. de Menlo Park. Pepe y Celia
se hablaban en portugués, conmigo hablaban en
español, sus amistades brasileñas entendían mi español pero yo no entendía una
palabra de su portugués.
Las reuniones sociales y fiestas
multitudinarias que se hacían en esa casa me permitieron hacer nuevas
amistades, muchas de las cuales conservo hasta el día de hoy. Cuando los
invitaban a fiestas, también me llevaban. Mi primer cumpleaños en California lo
festejé en la casa de Pepe y Celia, junto con otros compañeros del laboratorio
y mi hermana y mi cuñado quienes me habían ido a visitar. Otro dato: no le
gustaba Michael Bolton y amaba el fútbol.
Pepe y Celia fueron mi pasaporte
a la sociabilización que necesitaba para que mi vida en Stanford dejara de ser
“de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Gracias a esto, el segundo año se
hizo más soportable y el tercero ni les cuento. Al final me quedé ocho años. Y
aún después de que Pepe se fue del laboratorio, nos seguimos viendo. El y Celia
siguieron compartiendo distintas situaciones importantes de mi vida en el
norte.
Pepe y Celia tenían dos autos:
un Subarú Outback y un Daihatsu Charade blanco (al que un amigo brasileño había
bautizado como “la latita” por su tamaño y aspecto frágil). Me prestaban la
latita para ir al super, ya que si no se me hubiera hecho muy difícil hacer las
compras ya que no tenía vehículo. Con la pequeña latita viví grandes momentos.
Después de volver en el 2004,
perdimos contacto por un tiempo. El siguió trabajando en distintas empresas,
donde gracias a su capacidad y empeño se ganó un lugar importante. Finalmente,
se mudó a Reno, Nevada.
Hablamos por teléfono en su
momento y me contó que le habían diagnosticado cáncer pero que estaba todo bajo
control. Con su habitual actitud positiva, lo noté bien y listo para enfrentar
lo que pudiera venir. Viendo su Facebook es fácil notar su interés en temas
como las controversias por las vacunas, el rol de las farmacéuticas en
cuestiones de salud mundiales, la eficacia de la quimioterapia. Y la vida
después de la muerte.
El 26 de febrero fue su
cumpleaños y le mandé un mensaje al FB desde el celular. Ayer entré para ver si
lo había visto, o en que andaba y me encontré con la participación para asistir
a una ceremonia en su memoria.
Es cierto que cuando una persona
que estuvo muy cerca de nuestra vida en determinado momento desaparece, esa
desaparición física se lleva una parte de nuestra existencia. Desaparece ese
alguien con quien uno podía hablar de determinados temas y situaciones logrando
una emoción compartida que con nadie más se puede lograr. Se va una persona que
nos recuerda con su propia mirada, y que nos puede contar cosas de nosotros que
no recordábamos: lo que uno hizo, dijo en determinado momento. Partes de
nuestra vida se alojan en las memorias de los otros. Ayer descubrí que la
memoria de mi paso por los EE.UU. perdió a uno de sus depositarios.
Si los artistas se van de gira,
como decimos en la Argentina,
seguro que los investigadores se van a comenzar un nuevo proyecto o un nuevo
experimento. Pepe tenía una gran curiosidad y una mente abierta. Estoy seguro
que debe estar por demás contento de comenzar a tener algunas respuestas a
tantos de sus interrogantes.
Gracias por todo y hasta siempre
Pepeu. Hasta siempre “pinta”. Un abrazo de Claudio Fabian.