sábado, 27 de mayo de 2017

La curiosidad según Manguel

El escritor argentino se embarca en un singular y ambicioso viaje que abarca la pluralidad de sus intereses, sus vivencias personales y su vida dedicada a la lectura.



Ilustración de William Blake para 'La divina comedia', de Dante.
Ilustración de William Blake para 'La divina comedia', de Dante.

Por José Manuel Sánchez Ron

Podría sonar raro que un autor entre cuyas actividades figura la de traductor, y que como tal ha vertido al español algunos libros, sea en esta ocasión él mismo traducido al idioma del país que le vio nacer. No lo es, sin embargo, para quien sepa algo de este nómada escritor, que nació en Buenos Aires, creció en Tel-Aviv, donde su padre era embajador de Argentina, y ha vivido en Francia, Inglaterra, Italia, Tahití y Canadá, donde reside desde hace más de dos décadas y cuya nacionalidad adoptó. De hecho, la obra de Alberto Manguel es tan variada como la de su peripatética existencia: ficción y no ficción, teatro, antologías y traducciones.


Una historia natural de la curiosidad, la obra que ahora publica Alianza Editorial, tiene un poco de todo esto, de sus plurales intereses, de sus vivencias personales, que afloran constantemente, y de una vida dedicada a la lectura, a la lectura con mayúsculas; esto es, a la de las grandes obras de la literatura y del pensamiento (también, claro, a otras no tan selectas).

Es difícil encasillar este libro —de lectura no necesariamente fácil—, yo diría que precisamente por su grandeza, por la ambición que anima todas y cada una de sus páginas. Pero hay dos ejes que lo vertebran: la curiosidad —“tengo curiosidad por la curiosidad” anuncia desde el principio— y la Divina Comedia de Dante, un libro al que, confiesa Manguel, llegó tarde, “justo antes de cumplir los sesenta” y que “desde la primera lectura, se convirtió en ese libro absolutamente personal y, al mismo tiempo, carente de horizontes”.

“Una de las experiencias compartidas por la mayoría de los lectores”, escribe, “es el descubrimiento, tarde o temprano, de permite como ningún otro una exploración de uno mismo y del mundo, que parecer ser inagotable y que, al mismo tiempo, enfoca la mente en los detalles más minúsculos, de una manera íntima y singular. Para algunos lectores, ese libro puede ser un clásico reconocido, como las obras de Shakespeare o Proust, por ejemplo; para otros, es un texto menos conocido o que concita un reconocimiento menos generalizado, pero que por razones inexplicables o secretas, resuena en ese lector con un eco profundo. En mi caso, a lo largo de mi vida, ese libro único ha ido cambiando; durante muchos años fueron los Ensayos de Montaigne o Alicia en el País de las Maravillas, las Ficciones de Borges o el Quijote, Las mil y una noches o La montaña mágica. Ahora no lejos de la proverbial ‘edad avanzada’, ese libro que para mí lo abarca todo es la Divina Comedia de Dante”.




La curiosidad según Manguel
Coherentemente con su preferencia, cada uno de los 17 capítulos de esta Historia natural de la curiosidad se abre con una lámina de la Divina Comedia, a la que sigue el título, siempre una pregunta: ‘¿Qué es la curiosidad?’, ‘¿Qué queremos saber?’, ‘¿Cómo razonamos?’, ‘¿Cómo vemos lo que pensamos?’, ‘¿Cómo preguntamos?’, ‘¿Qué es el lenguaje?’, ‘¿Quién soy?’… Como se ve, preguntas no triviales, preguntas que atraviesan constantemente los infiernos, paraísos y purgatorios personales de todos los humanos, no importa cuál sea su condición social o cultural. Preguntas que han ocupado las vidas de pensadores de todo tipo, filósofos, científicos, historiadores, ensayistas… y que permiten a Manguel reflexionar acerca de los grandes libros y autores de la historia de la humanidad: Homero, Sócrates-Platón, los textos de las grandes religiones, Virgilio, santo Tomás de Aquino, Galileo, Hume, Goethe, Dickens, Dostoyevski, Joyce, Rachel Carson, Primo Levi, Oliver Sacks…, además, por supuesto, de sus queridos Montaigne, Lewis Carroll, Borges, Cervantes y Thomas Mann Y así, como si se tratara de un oscilante e imprevisible camino, que responde al diseño de una mente a la vez juguetona y profunda, insegura en la seguridad de que lo más importante es la curiosidad, pasan por los ojos del lector, hacia el depósito insondable de su mente, los grandes temas de la humanidad: justicia, guerras, enfermedad, vida y muerte, esclavitud, culturas e identidades sociales o de género, amor, orgullo, avaricia, cambio climático, Dios, bombas atómicas o Auschwitz.

Al final de la “entrada personal” al último capítulo (“¿Qué es verdadero?”), Alberto Manguel escribe: “Todos sabemos que los acontecimientos que experimentamos, en su sentido más pleno y profundo, sobrepasan los límites del lenguaje. Que ningún relato de cualquier suceso de nuestra vida, incluso el más pequeño, puede hacer verdadera justicia a lo que ha tenido lugar y que ningún recuerdo, por intenso que sea, puede ser idéntico a la cosa recordada. Tratamos de contarnos lo que pasó pero nuestras palabras siempre se quedan cortas y aprendemos, después de muchos fracasos, que la mayor aproximación a una versión veraz de la realidad sólo puede encontrarse en los relatos que nos inventamos. En nuestras ficciones más poderosas, bajo la telaraña de la narración puede discernirse la complejidad de la realidad, como un rostro que es una máscara. La mejor manera que tenemos de decir la verdad es mentir”.

Sin mentir, pero sí llevándonos a través del inabarcable universo de las obras de la realidad imaginada y de la realidad reconstruida, Manguel nos ha dado una obra, personal, muy personal, naturalmente, que constituye una inestimable guía en el siempre complejo y duro oficio de orientarnos en la vida y en la historia, del pasado, del presente y del futuro. Y es que, repito su frase, “los acontecimientos que experimentamos sobrepasan los límites del lenguaje”.

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