Por David Dickson
El robo de correos de investigadores del clima permite mostrar cómo se hace ciencia y dejar atrás la defensa a ultranza de la objetividad.
Desde hace tiempo los historiadores de la ciencia saben que Gregor Mendel, el monje agustino que en el siglo XIX descubrió cómo se heredan los caracteres genéticos, dio sólo una versión vaga de sus datos.
Sus métodos experimentales no fueron tan rigurosos como era de esperarse y no publicó los resultados de sus experimentos que no se desarrollaron como él esperaba.
Revelaciones como estas muestran que la ciencia es menos exacta de lo que mucha gente pudiera creer. Pero eso no invalida las observaciones de Mendel, las que se transformaron en la piedra angular de la genética moderna.
Lo mismo podría decirse del escándalo del 'Climagate' que surgió el mes pasado luego que fueran robados varios correos electrónicos de la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de East Anglia, en Inglaterra. Los mensajes sugieren que algunos investigadores de esa universidad podrían haber seleccionado datos favorables en sus publicaciones para impulsar los argumentos sobre la severidad del cambio climático y su origen en la actividad humana.
Los científicos vinculados al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el cuerpo encargado de evaluar el estado actual de la ciencia relacionada con el calentamiento global, reaccionaron rápidamente al declarar que los mensajes electrónicos no le restan importancia al amplio consenso sobre la importancia del cambio climático, ni tampoco invalidan los llamados de acciones urgentes.
Pero esas respuestas, hasta ahora, han tenido poco impacto en quienes se oponen a los pedidos de acción internacional y cambios de estilo de vida para hacer frente al calentamiento climático.
Ahora existe un fuerte argumento para revisar cómo la ciencia se presenta ante el público y ante los políticos, y contrarrestar la oposición. Y qué mejor tema para hacerlo que el cambio climático, cuando los líderes del mundo están reunidos en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Copenhague, Dinamarca, esta semana.
A la defensiva en Copenhague
Como era de esperarse, el Climagate es un tema candente — tanto privada como públicamente — en la Convención.
Por ejemplo, el director del IPCC, Rajendra Pachauri, enfatizó que los resultados publicados por los científicos de East Anglia han sido confirmados por decenas de miles de climatólogos independientes en todo el mundo. No importa cuáles fueron las estrategias o los puntos de vista “no científicos” discutidos en los correos electrónicos, lo importante es que los artículos resultantes fueron rigurosamente evaluados por pares antes de su publicación, subrayó Pachauri.
Pero Mohammad Al-Sabban, el principal negociador en Copenhague de Arabia Saudita — un país dispuesto a mantener alto consumo de petróleo y que hace tiempo se opone a tomar fuertes acciones contra el cambio climático — reclamó que los correos electrónicos dejan claro que “no hay ninguna relación entre la actividad humana y el cambio climático”.
Este tipo de reacción ha puesto al IPCC a la defensiva, mientras sus funcionarios condenan la publicación de los correos electrónicos como un acto ilegal dirigido a desacreditar el trabajo del panel.
La cara humana de la ciencia
Las presuntas motivaciones son creíbles. No es una coincidencia que los correos electrónicos fueron dados a conocer justo antes de la reunión en Copenhague. Los responsables deben estar satisfechos con el efecto que el Climagate ha tenido en impulsar la oposición contra cualquier argumento sobre una acción firme.
Pero desestimar los correos electrónicos sobre la base de que fueron obtenidos ilegalmente hace perder el punto importante del tema que es mostrar a la ciencia como un proceso más humano de lo que usualmente se cree.
Los correos electrónicos revelan que los científicos que los escribieron estaban frustrados por los ataques de los críticos y, como Mendel, estaban ansiosos por intensificar la fuerza de sus conclusiones. Unos pocos cuestionarían la idea de que muchos científicos estarían dispuestos a realzar sus hallazgos; el crimen de los investigadores parece haber sido expresarlo por escrito.
Para ganar la confianza del público, los científicos cada vez están bajo una mayor presión que implica mostrar abiertamente cómo obtienen sus resultados.
Sin embargo, si los investigadores deben ser más transparentes para evitar ser acusados de alterar datos, el público también debe aceptar cómo se practica la ciencia realmente — un punto que resaltan los investigadores Mike Hulme y Jerome Ravetz en un reciente comentario a la BBC.
Para lograrlo, los científicos deben trabajar más para mostrar su cara humana cuando explican los procesos y prácticas en lugar de esconderse detrás de la idea de que la ciencia es enteramente objetiva.
Convertir el ataque en oportunidad
El Climagate está enseñando al IPCC esta lección del modo más duro. Al depender demasiado en la aparente objetividad de sus evaluaciones científicas para darle autoridad, el Panel ha hecho que tanto sus conclusiones como sus miembros sean políticamente vulnerables. Ahora cualquier crítica que ponga en tela de juicio la objetividad de las investigaciones usadas por el IPCC, por mínima que sea, socava su reputación.
Por ejemplo, el informe de que los glaciares de India podrían no desaparecer tan rápido como el IPCC había predicho también ha dado a los escépticos una oportunidad para continuar sus críticas.
El IPCC, en su favor, se esfuerza por ser transparente en su propio manejo de la evidencia científica al hacer buen uso de los canales de comunicación. Por ejemplo, presenta y responde ‘en línea’ a cada uno de los alrededor de 300,000 comentarios recibidos sobre su reciente informe de evaluación, publicado en 2007.
Pero si no está preparado para aceptar una imagen más real de cómo se recopila la evidencia científica, esa transparencia no será suficiente.
Los medios, también, deben mejorar su comprensión y descripción de la ciencia.
Frecuentemente, los medios demandan una visión en blanco o en negro de la evidencia científica, en lugar de una descripción más matizada basada en la naturaleza social de la investigación científica. Esto subestima la verdadera fortaleza del proceso científico y socava la solidez de las decisiones políticas basadas en los resultados de la investigación.
En el corto plazo, el Climagate puede dañar la causa de aquellos que buscan acciones rápidas y fuertes contra el cambio climático. Pero, si en el proceso ayuda a dar argumentos a los políticos, al público y a los medios para entender cómo trabaja realmente la ciencia, sólo podrá reforzar las soluciones que el mundo necesita para enfrentar el cambio climático.
David Dickson
Fuente:
http://www.scidev.org/es/editorials/lecciones-sobre-ciencia-derivadas-del-climagate--1.html
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