Luis Podestá y Marcelo Silva implantaban a una mujer parte del hígado de su hijo cuando pensaron en usar por algunas horas el órgano enfermo para ayudar a otra paciente. Se lo traspasaron hasta que llegó uno sano. Finalmente, las dos se salvaron.
Mauro Federico
Después del milagroso trasplante dominó con el que le salvaron la vida a dos mujeres condenadas a morir por la falla de sus hígados, cualquiera podría pensar que se sienten dioses. Sin embargo, los responsables de la Unidad de Trasplante Multivisceral del Hospital Universitario Austral prefieren reconocerse tan humanos y falibles como cualquier mortal.
“El que se siente dios es un psicópata”, afirma Luis Gustavo Podestá, jefe del servicio que llevó a cabo una intervención quirúrgica tan inédita como audaz, que tuvo final feliz. Pero no siempre es así. “A veces se nos muere un paciente que pensábamos que se iba a salvar o se salva uno que estaba prácticamente desahuciado y ahí comprendemos que el que dispone es otro, no nosotros, y eso nos hace ser mucho más humildes”, asegura Marcelo Silva, médico hepatólogo de un equipo que lleva realizados más de 500 trasplantes en menos de diez años.
Podestá y Silva se conocen desde hace más de 35 años. Ambos se criaron en el barrio de Martínez y estudiaron juntos en la Facultad de Medicina de la UBA. A los dos les interesó siempre el hígado humano. Luego de la residencia en el hospital de Clínicas, el destino los condujo a los Estados Unidos, donde realizaron sus respectivos posgrados. Podestá se radicó en Pittsburgh, Pensilvania, y se formó al lado del doctor Thomas Starzl, responsable del primer trasplante de hígado en el mundo. “Allí me enseñaron lo más difícil, que es tomar decisiones en los momentos críticos”, le dice a Crítica de la Argentina.
El destino de Silva fue la Universidad de Miami, donde llegó becado y luego se convirtió en profesor de clínica hepatológica. Se reencontraron a mediados de los noventa en la Fundación Favaloro.
Los especialistas dialogaron en exclusiva con Crítica de la Argentina, describieron las alternativas de una intervención histórica y analizaron los alcances de una profesión que los coloca a diario entre la vida y la muerte.
–¿Cómo tomaron la decisión de trasplantar un hígado de una paciente con cáncer a otra que estaba agonizando con una hepatitis fulminante?
Podestá: –La idea surgió mientras interveníamos a Silvia Zapata de uno de sus tumores hepáticos. Cuando la estaba operando, le miré la panza y pensé: este hígado no está para tirarlo a los gatos. Con todo el equipo en quirófano y la paciente anestesiada, lo consulté con Marcelo.
Silva: –Yo le dije que me parecía bien, pero que antes de tomar una decisión de esa magnitud, había que superar todos los filtros, con el agravante del factor tiempo que nos jugaba en contra.
–¿Cuáles son esos filtros?
Silva: –Los filtros son los reglamentos internos del hospital, las normativas del Incucai, el comité de ética hospitalario y, por supuesto, la familia. Una vez que se logró ese consenso, recién tomamos la decisión de avanzar.
–¿Cómo se sienten cuando toman decisiones que pueden incidir en la vida y la muerte de las personas?
Podestá: –Ninguno de nosotros se siente todopoderoso, me considero un gran cirujano, una verdadera máquina preparada para resolver problemas dentro de nuestra especialidad, pero somos humanos y jamás tomamos decisiones sin consenso.
Silva: –Acá no hay cowboys locos ni héroes individuales, somos un equipo que trabaja con la mayor dedicación y capacidad para salvarle la vida a los demás.
Podestá: –Cuando nosotros perdemos, se pierden vidas, pero hay algo fundamental: cuando las cosas no salen bien, podemos dormir con la conciencia tranquila de que hicimos todo lo humanamente posible. Y cuando salen bien, no nos la creemos.
–Pero hay muchos que los consideran dioses por tener la capacidad de salvar vidas.
Silva: –Se equivocan, nosotros no perdimos la sensibilidad y nos damos cuenta permanentemente de que no somos los que manejamos las situaciones, a veces se nos muere un paciente que pensábamos que se iba a salvar o se salva uno que estaba prácticamente desahuciado y ahí comprendemos que el que dispone es otro, no nosotros. Y eso nos hace ser mucho más humildes.
Podestá: –Hoy ganamos una batalla, pero a veces nos toca perder, siempre estamos entre la vida y la muerte, pero somos simplemente un grupo de personas que estamos al servicio de otras personas, nada más. El que se siente dios es un psicópata.
–¿Se sienten los doctor House de la Argentina?
Silva: –Para nada, ninguno de nosotros se identifica con doctor House, somos exactamente la contracara de un modelo de médico soberbio, infalible y que siempre quiere tener la razón. Él tiene un diagnóstico en su cabeza y fuerza la situación hasta demostrarlo, nosotros lo consultamos todo.
Discípulos de René Favaloro
René Favaloro tuvo influencia en las carreras de estos dos profesionales responsables de un trasplante dominó que no registra antecedentes en la literatura médica a nivel mundial. “Tenemos los valores que nos inculcó René Favaloro, un humanista que priorizó la atención de las personas por sobre todas las cosas”, dice el doctor Podestá. Junto al doctor Silva, organizaron el servicio de transplante hepático de la Fundación que presidía el malogrado cardiocirujano”.
“Para nosotros el suicidio de René fue un golpe muy duro que nos llevó a ir dejando de a poco un lugar que tanto quisimos, pero su vida dejó una enseñanza muy clara: la única razón por la que uno hace lo que hace es porque tiene claro el para qué”, completa Silva.
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