viernes, 18 de diciembre de 2009

Desastre y negación

Por Paul Krugman
Traducción de Claudio Pairoba


Cuando comencé a escribir para The Times, era ingenuo respecto de muchas cosas. Pero mi error más grande era este: en realidad creía que la gente con influencias podía ser convencida por la evidencia, que ellos cambiarían su punto de vista si los hechos refutaban por completo sus creencias.

Y para ser justos, suele ocurrir de vez en cuando. He sido muy crítico de Alan Greenspan con los años (desde mucho antes que estuviera de moda), pero démosle crédito al ex director de la Reserva Federal: él ha admitido que estaba equivocado acerca de la habilidad de los mercados financieros para autocontrolarse.
Pero él es un caso muy raro. Y esto quedó demostrado por lo que ocurrió el último Viernes 11 de Diciembre en el congreso, cuando, con el derrumbe causado por un sistema financiero fuera de control todavía fresco en el recuerdo, y el aún muy evidente desempleo masivo causado por ese derrumbe, cada Republicano y 27 Demócratas votaron contra un esfuerzo bastante modesto para ajustarle las riendas a los excesos de Wall Street.

Recordemos como nos metimos en este lío.

Los EE.UU. salieron de la Gran Depresión con un sistema bancario estrictamente regulado. Los controles funcionaron: la nación fue salvada de crisis financieras importantes por casi cuatro décadas después de la Segunda Guerra Mundial. Pero a medida que la Depresión se diluía, los banqueros comenzaron a molestarse con las restricciones que enfrentaban. Y los políticos, cada vez más bajo la influencia de la ideología del mercado libre, mostraron una creciente disposición a darles a los banqueros lo que ellos querían.

La primera gran ola de desregulación tuvo lugar bajo la presidencia de Ronald Reagan, y rápidamente condujo al desastre, bajo la forma de la crisis de préstamos y ahorros de los ochenta. Los contribuyentes terminaron pagando más del 2 % del producto bruto interno, el equivalente a alrededor de 300.000 millones de dólares de hoy, para poder arreglar el lío.

Pero los defensores de la desregulación no cejaban en su empeño y en la década que desembocó en la crisis actual los políticos de ambos partidos se creyeron la idea de que las restricciones a los banqueros, que se habían creado a partir del New Deal, no eran más que burocracia sin sentido. En un memorable episodio del 2003, los reguladores bancarios armaron una foto usando tijeras de jardín y una motosierra para cortar pilas de papel que representaban normas de control.

Y los banqueros, liberados tanto por la legislación que quitó las restricciones tradicionales como por la actitud despreocupada de los reguladores que no creían en los controles, respondieron aflojando los estándares de préstamo. El resultado fue un boom del crédito y una monstruosa burbuja inmobiliaria, seguido por el peor parate económico desde la Gran Depresión. Irónicamente, el esfuerzo para contener la crisis requirió una intervención del gobierno mucho mayor que la que hubiera sido necesaria para prevenir la crisis en primer lugar: rescate gubernamental de instituciones con problemas, préstamos a gran escala por parte de la Reserva Federal para el sector privado y así podríamos continuar.

Considerando esta historia, uno podría haber esperado la aparición de un consenso nacional apoyando el retorno de una regulación financiera más efectiva, de manera de evitar una repetición de esta situación. Pero uno se hubiera equivocado.
Háblele a los conservadores acerca de la crisis financiera y Ud. va a entrar a un universo bizarro, alternativo en el cual los burócratas del gobierno y no los banqueros ambiciosos, causaron el derrumbe. Es un universo en el cual las agencias de préstamo respaldadas por el gobierno dispararon la crisis, aunque los prestamistas privados fueron los que hicieron la gran mayoría de préstamos subprime. Es un universo en el cual los reguladores presionaron a los banqueros a hacer préstamos a solicitantes no calificados, aunque sólo uno de los 25 prestamistas de más alto nivel estaba sujetos a los controles en cuestión.

Ah, y los conservadores simplemente ignoran la catástrofe en las propiedades comerciales: en su universo los únicos malos préstamos fueron aquellos hechos a gente pobre y miembros de grupos minoritarios, porque los malos préstamos a los constructores de centros comerciales y torres de oficina no entran en la historia.

En parte, la prevalencia de esta forma de contar la historia refleja el principio enunciado por Upton Sinclair: “Es difícil conseguir que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda”. Como los demócratas lo han señalado, 3 días antes de que el Congreso votara sobre la reforma del sistema bancario, los líderes republicanos se reunieron con más de 100 lobistas de la industria y las finanzas para coordinar estrategias. Pero también refleja el grado al cual el moderno Partido Republicano está comprometido con una ideología quebrada, una que no le permitirá enfrentar la realidad de lo que le pasó a la economía norteamericana.

Así que depende de los demócratas, y más específicamente dado que el congreso aprobó su legislación, depende de los demócratas centristas en el senado. ¿Están dispuestos a aprender algo del desastre que se ha apoderado de la economía norteamericana y respaldar la reforma financiera?

Esperemos que sí. Ya que una cosa es clara: si los políticos se niegan a aprender de la reciente crisis financiera, nos van a condenar a repetirla.

Fuente:
The New York Times.
http://www.nytimes.com/2009/12/14/opinion/14krugman.html

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